¿Quieren jugar al delirio narrativo? La nueva propuesta made in Aira nos sirve en bandeja una entrega ideada por su creatividad en permanente expansión, que navega entre la realidad más tangible y la metafísica más asombrosa. Imposible hacer una sinopsis, aunque debamos intentarlo. Primero, porque nunca se aporta nada a una obra ─¿Cómo resumir Romeo y Julieta?─ y segundo, porque con autores como el que nos ocupa, cualquier síntesis es, cuando menos, ridícula y alejada de sus verdaderas intenciones, tan desbordantes, dalinianas… tan irreverentes como técnicamente canónicas. Un escritor-paradoja en toda regla.
Digamos primero que el punto de arranque de esta ficción es semejante al que utilizara Borges en el relato Pierre Menard, autor del Quijote. Plausible en un autor que siente llevar escribiendo variaciones el universo del autor de El Aleph toda su vida. Pero hay muchos Aira dentro del cósmos Aira. Muchos más de los que él mismo cree o admite creer. Como su interés por la novela gótica y, en especial, por el romance gótico por antonomasia: Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe, donde el malísimo caballero tiene encerrada a una doncella en su castillo. Tomando todas las distancias posibles, y todos los recovecos de la imaginación propone y dispone, nuestro narrador se afana en la tarea de edificar un protagonista de tinta que vive de publicar novelas del mismo género. Y ahora sí intentamos hacer una secuencia de la trama: en el centro de esta novela hay un escritor de novela gótica comercial, consciente de lo pueril de su obra, que decide dejar de escribir e invertir en el consumo de opio la media hora diaria que ha liberado con tal decisión. Pero el asunto no es tan sencillo porque el opio que adquiere en un extraño local llamado La Antigüedad resulta ser un rectángulo paralelo y blanco, del tamaño de una lavadora, entregado a domicilio por un tipo resuelto a instalarse en su casa por un tiempo indeterminado. Para colmo, los antiguos mentores de fantasmas del narrador, ahora desocupados, se convierten en una banda criminal que siembra la delincuencia en Buenos Aires siguiendo las pautas de los clásicos relatos góticos. Desde luego, este es un caso para el doctor Aira, que le permitirá escribir su particular, elocuente e invertida Casa Tomada. Lo dicho: un verdadero delirio.
No habrá una, sino dos mujeres encerradas en la mansión que no deja de expandirse, una llave atrapada en un armatoste de opio que transporta a la Antigüedad, un autobús —el 126, el mismo que coge el autor cada día—, y la sensación demoledora de que se ha escrito todo lo que se debería, aunque aún queda vida por vivir… pero va a ser una vida vacía, sin alma, por causa de la aversión al folio en blanco. Prins ─como es «marca de la casa»─ deforma la realidad hasta que alcanza la condición de pesadilla; un realismo onírico nacido de una hibridación proustiana, kafkiana y milyunayochesca sumada a todas las novelas de aventuras y cómics engullidos por el propio autor como Supermán y Sandokán, entre otros muchos.
El autor más original, irónico, corrosivo e intuitivo de la literatura contemporánea merece el Nobel. Sin más dilación. Porque hay muchos novelistas que para crear emplean recetas, consejos útiles, aprendizaje… Pero él solo escribe ─y con la presente, suman las 100 entregas de corto aliento─. Como una decisión de vida que realiza con todos los actos de su existencia. Nadie como él indaga en las vueltas y revueltas de las posibilidades literarias. Corran a comprar el libro, por favor. No saldrán defraudados… si les asiste un poco de profundidad de campo.