Hacía años que Javier Sierra sonaba como candidato al premio Planeta, pues posee una amplia experiencia como novelista de éxito y tiene una fiel multitud de seguidores, aquí y en otros países. Su novela La cena secreta escaló en su día la lista de los más vendidos de The New York Times y su autor se ha labrado una sólida reputación a la hora de pergeñar tramas y de enganchar al lector desde la primera página. En Qué Leer damos fe de ello. Responde a este cuestionario en plena promoción del premio y, cosas del destino, en el cuarto aniversario de la muerte de Doris Lessing un 17 de noviembre de 2013. Pasen, lean y no se pierdan El fuego invisible.
Al principio de la obra hay una cita del discurso del Nobel de Doris Lessing, donde sostiene que el origen de la literatura está en las historias que se contaban alrededor del fuego. Fuego como fuente de vida, como elemento mágico y chispa de la creación. ¿Es este último (el fuego como chispa que prende la creación) el que da título a la obra?
Con esa cita me pasó algo muy curioso. En los primeros borradores de la novela figuraba junto a otras dos de Vargas Llosa y Valle-Inclán. Todas eran frases sobre el proceso creativo que precede a la redacción de una historia. Entonces el título provisional de mi novela era La montaña artificial. Me parecía que ese término aludía por igual a uno de los escenarios de la trama, en Madrid, y a ese «lugar interior» en el que se «esconden» los autores al escribir. Pero al poco me di cuenta de que el concepto «fuego invisible», como metáfora de las epifanías que sienten los escritores cuando encajan todas las piezas de un relato, era mucho más adecuado… ¿Y sabe qué ocurrió? Que al teclear el título junto a la cita de Lessing fui consciente por primera vez de que ella estaba hablando exactamente de lo mismo que yo… y no era solo del «proceso creativo». Fue como una señal. La confirmación absoluta de que el título de mi obra no podía ser otro que El fuego invisible. Por eso decidí dejar solo su cita. Ella sola lo decía todo.
La obra contiene diversas lecturas, desde el estudio de Parménides, hasta la llama de la creación literaria, la literatura dentro de la literatura, la pintura románica y el arte como elemento comunicador con lo divino. Es interesante que entorno al Grial no se concentre solo una búsqueda de tipo arqueológico, sino que el libro investigue cuándo apareció el término «Grial» en la literatura europea y el significado que fue adquiriendo dicho término.
La mayor parte de las historias que se han escrito y filmado alrededor del Grial beben directamente del mito. De la creencia de que el Grial fue la copa que utilizó Jesús en la Última Cena y el recipiente en el que se operó la transubstanciación del vino en sangre. Pero yo quería ir más allá. Estudiando los orígenes del mito me di cuenta de que la palabra Grial no estaba en los Evangelios. De hecho, esta no aparecería por primera vez en un libro hasta 1180, cuando Chretien de Troyes la usó en su Cuento del Grial. Y aún ahí, ese trovador no llegó nunca a decir que fuera una copa, ni que hubiera estado en manos de Jesús. Lo que dijo fue que un joven caballero inexperto llamado Parcival lo vio en manos de una dama, una mujer escoltada por un cortejo, en la sala de un castillo. Y añadió que se trataba de una suerte de cuenco que irradiaba una luz tan poderosa «que las velas perdieron su brillo, como les ocurre a las estrellas cuando salen el sol o la luna». Curiosamente, seis décadas antes, en 1123, el maestro pintor de los ábsides románicos de Boí Tahull retrató una dama con ese objeto en las manos. Es decir, el Grial ¡se estaba pintando en el Reino de Aragón mucho antes de que hablaran de él en Europa! Me pareció que ese era un punto de partida novedoso, fascinante, alejado del mito y del tópico, perfecto para empezar a urdir una novela.
En el caso de las pinturas románicas de Boí Tahull, ¿la intersección, la chispa, se produce cuando el arte ejecutado por la mano humana, pretende reflejar un objeto divino?
¡El Grial es exactamente eso! En el fondo, se trata de algo que está a mitad de camino entre este mundo y el otro, entre lo natural y lo sobrenatural. Creo que precisamente por eso nos fascina. Nuestra especie sabe que se comporta como un animal más: nace, crece, se reproduce y muere. Pero a la vez tiene un elevado sentido de la trascendencia. Anhela dejar un recuerdo de su paso por el mundo, inventa «criaturas inmortales» como las obras de arte, reza, se hace preguntas. Y una que se repite a menudo es la de cómo alcanzar en esta vida una brizna de conocimiento de la otra. Objetos como el Grial, la Kaaba, las pirámides… eran tenidos como la «puerta» para alcanzar ese saber.
Ha declarado Vd. en alguna ocasión que «el thriller es el lenguaje literario contemporáneo, ya que la adrenalina lo controla todo». ¿Se refiere a la sociedad de lo rápido e instantánea, de la primacía de lo audiovisual? A pesar de que la novela tiene, ciertamente, un ritmo trepidante, ¿es eso compatible con un libro de cuatrocientas y pico páginas que plantea al lector interrogantes filosóficos, históricos, artísticos y religiosos?
Los escritores debemos ser conscientes del enorme poder que tiene una historia bien contada. Si logramos narrar una historia que conjugue amenidad con elevación, ayudaremos a muchos lectores a pensar y consolaremos a no pocas mentes inquietas. Por esa razón elijo el thriller. No quiero que ningún lector se escape de mis páginas. Mi intención es envolverlo en una aventura intrigante que, al correr los renglones, se convierta en una odisea importante para su alma.
¿Es esta una sociedad excesivamente racional y tecnificada, sin contacto con la naturaleza y sus ritmos y misterios? ¿El hombre ha cerrado sus sentidos a dimensiones más, digamos, espirituales?
El desarrollo de la tecnología y los avances del pensamiento científico nos provocan la ilusión de vivir en un universo mecánico, donde todo llegará —tarde o temprano— a estar regulado. Pero eso es una premisa falsa. Junto a lo funcional está lo emocional, y eso no es predecible ni controlable. El misterio, aunque no le guste reconocerlo al pensamiento más racional, está por todas partes y condiciona muchas de nuestras decisiones.
Es la suya una novela muy cinematográfica. Imaginemos que se lleva al cine: ¿qué autores imaginaría Vd. interpretando a David Salas, Victoria Goodman y Paula Esteve?
¿Sabe? Estoy tan apegado aún a la imagen que tengo de mis personajes, que no me he parado a pensar en ello. Pero le diré algo: de los tres, la más fascinante me parece lady Goodman. Debería ser una actriz veterana, que solo mirándola transmitiese sabiduría y profundidad. Judi Dech, la «M» de James Bond, sería perfecta.
¿Qué siente ante la página en blanco?
Siento que una página en blanco es un reto. Un desafío. Una llamada salvaje para llenarse de historias nunca antes contadas.
¿Cómo construye sus novelas? ¿Traza un argumento principal y van saliendo los secundarios a medida que va escribiendo? ¿O lo tiene ya todo atado desde el principio?
Tardo mucho en tomar la decisión de ponerme a escribir. Mi mente necesita controlarlo todo. Adentrarse en una nueva novela se parece a embarcarse en una expedición al Amazonas: por muchos mapas que estudies, por muchas precauciones que tomes, siempre estarás expuesto a los imprevistos. Yo partí hacia El fuego invisible con una idea mucho más limitada de Victoria Goodman que la que después tomó forma. La mentora de la escuela literaria a la que llega David Salas era, al principio, una secundaria que solo debía enseñarle al protagonista El cuento del Grial de Chretien. Sin embargo, lady Goodman empezó a relacionarse con tal fuerza con sus alumnos y a influir tanto en ellos, que se transformó de repente en el alma de la historia. Y tuve que romper mis mapas y esquemas, y hacerle un hueco mayor. Estas cosas pasan.
¿Qué escritores considera que le han influido?
La lista es larga, y su influencia suele circunscribirse a etapas muy dispares de mi vida. En la infancia Julio Verne me deslumbró. Después llegarían Poe, Eco, J. J. Benítez, King, Katherine Neville o Christian Jacq. Ahora busco más mentes brillantes como las de Juan Eslava Galán, versátil en ensayo y en novela.
¿Qué lee Javier Sierra en su tiempo libre?
Me dejo llevar por la curiosidad y las ganas de aprender. En estos momentos estoy fascinado —y, a veces, indignado, deslumbrado y contrariado— por Sapiens, de Yuval Harari. Es una historia de lo que somos como especie que le ha requerido describirnos como si él fuera un entomólogo extraterrestre y nosotros unos pequeños insectos bajo su lupa.
¿Qué libro le habría gustado escribir?
La última vez que pensé en eso fue leyendo El quinto día de Frank Schätzing.
¿El Planeta es el súmmum para cualquier autor español?
Es uno de los «ochomiles» a conquistar para cualquier autor en lengua española. Quien diga lo contrario miente, se engaña… o no tiene el valor de intentarlo.