¿SEGURO QUE SON LENGUAS MUERTAS?
«No sabemos cómo sonaba el griego antiguo, pero los especialistas sostienen que se trataba de una lengua musical y rítmica, muy melódica»
«Como lingua franca europea, el latín fue el elemento unificador de territorios, imperios, administraciones y sociedades»
«La explosión antropocentrista del Renacimiento que rompió parte de los rígidos moldes de la Edad Media se basó en parte en la recuperación de la herencia grecolatina»
En un mundo hiperespecializado e hiperinformado, en que las opciones educativas tienden a la formación práctica y tecnológica, llama gratamente la atención que dos autores italianos, Andrea Marcolongo y Nicola Gardini, hayan sido bestsellers en su país con sendos ensayos sobre el griego y el latín. Las lenguas clásicas no están precisamente de moda y cada vez quedan más arrinconadas en los planes de estudio —si es que no han desaparecido del todo—. Aunque también es cierto que en el bel paese, epicentro de la cultura grecolatina, el pasado clásico sigue muy presente, empezando por su patrimonio cultural y artístico.
¿Sirven de algo el latín y el griego? Si lo medimos en términos de utilidad estrictamente económica, el resultado es negativo; sin embargo, algo tan difícil de cuantificar como la capacitación del logos para pensar y expresarnos, así como el enriquecimiento lingüística que supone aprenderlos —en este caso, ambos participaron en la construcción de las lenguas romances—, no pueden medirse de manera matemática. Pero sí como una riqueza mental, cultural y espiritual; a mayor nivel cultural, mayor será el progreso de la sociedad y más capacidad de autocrítica tendrán sus ciudadanos. Quién sabe si esta última causa es la razón por la que los actuales planes de estudios nos alejan del griego y el latín.
El primer volumen, La lengua de los dioses. Nueve razones para amar el griego, es obra de Andrea Marcolongo, una joven milanesa de apenas treinta años que trabaja como consultora de comunicación. Su amor por el griego se inició al darse cuenta de que pensaba en italiano y debía traducir después, por lo que se propuso pensar directamente en la lengua helena. Ella misma define este primer libro suyo como «una síntesis del alma a través de una lengua antiquísima como la griega que, sin embargo, nunca ha sido tan moderna».
Se tiende erróneamente a considerar el griego como la lengua de las élites (el emperador Adriano era un apasionado helenista), pero en la antigua Grecia se hablaban multitud de dialectos y, porosa como todas las lenguas, la griega fue variando y adaptándose a las influencias de los distintos pueblos conquistados por Alejandro Magno, al igual que las lenguas actuales van variando por la pérdida de fronteras culturales y geográficas fruto de la globalización, el predominio de la cultura anglosajona, la incorporación de nuevos términos tecnológicos, etc.
No sabemos cómo sonaba el griego antiguo, pero los especialistas sostienen que se trataba de una lengua musical y rítmica, muy melódica. Su noción del paso del tiempo era peculiar, pues no les interesaba tanto dicho fenómeno per se como por su influencia en nosotros, así que distaba mucho de la nuestra. Aparte del masculino y el femenino, poseían un tercer género (el neutro), así como otro número (el dual), que se sumaba al singular y al plural. Incluso en el ámbito del amor, uno más uno no eran dos, sino uno formado por dos. Eso sí que era una modernidad abierta a un abanico de posibilidades.
La segunda sorpresa editorial del país alpino es ¡Viva el latín!, de Nicola Gardini, profesor de literatura italiana y comparada en la Universidad de Oxford, ganador del Premo Viareggio-Rèpaci 2012 por su novela Le parole perdute di Amelia Lynd y encargado de ediciones de autores clásico y modernos.
Sostiene Gardini que, aunque aparentemente muerto, el latín sigue vigente en nuestra vida cotidiana: en la terminología de la jurisprudencia, la arquitectura, la medicina, la ciencia, el arte y, por supuesto, de la literatura. Por tanto, no hay un solo y único latín, sino varios en función de cada época, de las corrientes de estudio o incluso los gustos personales de los estudiosos. Y de los ideológicos, que no en vano la lengua y cultura latinas fueron explotadas durante el fascismo.
El latín nació entre los siglos viii y vii a. C, derivado de la rama itálica de una amplia familia donde se incluyen el griego antiguo, el sánscrito, el eslavo y el germánico, lenguas que conviven con el etrusco, el osco, el umbro, el falisco, el mesapio, el venético y otras lenguas de distintas tribus. Todas ellas descendientes de ese misterio llamado origen indoeuropeo, sobre el cual no hay una sola hipótesis unificada. La mayor parte de las lenguas habladas en Europa y Asia meridional descienden de este tronco de familias, divididas en románicas e indoiranias.
Como lengua flexiva fusional a través de los sufijos, tomó de su madre indoeuropea las terminaciones o casos: el nominativo (que indica sujeto), el genitivo (complemento especificativo), el dativo (complemento indirecto), el acusativo (complemento directo), el vocativo (apelación) y ablativo (complementos circunstanciales).
Como lingua franca europea, fue el elemento unificador de territorios, imperios, administraciones y sociedades. Sostiene Pascual Tamburri en Elmanifiesto.com (27 de septiembre de 2016): «El latín es parte de lo que somos como comunidad humana: solo con latín desde el latín somos españoles y somos europeos. No se trata de un amor o de un gusto personales, sino de la constatación de un hecho: España empieza a ser, y a ser Europa, cuando llegan los Escipiones a nuestras costas».
La explosión antropocentrista del Renacimiento, que rompió algunos de los rígidos moldes de la Edad Media, se basó en parte a la recuperación de la herencia grecolatina, la Rinascita —en palabras de Giorgio Vasari— de la cultura clásica. A nivel filológico, fue la madre de las lenguas romances, que van del castellano y el catalán hasta el gallego, el asturleonés, el aragonés, el aranés, el occitano, el valón, el retorrománico (lenguas que se hablan en el área alpina del norte de Italia, Suiza y Eslovenia), el portugués, el italiano, el francés, el rumano y el dálmata.
El ensayo de Gardini recorre diversos pasajes de su personal selección de autores de la literatura latina: Catulo, San Agustín, Cicerón, Tácito, Virgilio, Lucrecio y Séneca, para desvelarnos los secretos de la lengua madre del Imperio romano. Literatura que incluye historia, retórica, tragedia, poesía, comedia, tragedia y sátira.
Se definen el latín y el griego como lenguas muertas, pero según el autor «No existen lenguas muertas o no muertas; lo que existe son lenguas fecundas, tan fértiles como el griego, que forman parte de vuestras lengua materna, tan potentes que forman parte de vosotros mismos».