Para Churchill Rusia era una adivinanza, envuelta en un misterio, dentro de un enigma. Pero todos los líderes de la comunidad internacional, en diversos períodos históricos, han coincidido con Bismarck en que el secreto de la paz pasaba por mantener la amistad con Rusia. Estado, imperio, nación, una realidad tan apasionante como desmedida. El escritor maldito de la perestroika, Dovlátov, encerraba su espíritu en la frase de humor negro, tan frecuente en el mundo eslavo: «He leído tantas cosas malas sobre el alcohol, que he decidido dejar para siempre… de leer». El liderazgo ha estado vinculado al pueblo ruso desde su creación en la Rus de Kiev, el antiguo estado eslavo, allá por el siglo ix, en diversos formatos autoritarios exentos de libertades democráticas.
«Rusia ha resucitado como sospechoso habitual en las cancillerías occidentales, especialmente tras su retorno a la escena internacional con paso firme.»
«Encarnación por excelencia del liderazgo político soviético, y estudiado y analizado como pocos personajes históricos, (Stalin) presenta todavía muchos perfiles poco analizados o incluso desconocidos.»
«La primacía de los intereses sobre los principios aunque estos sean abundantemente publicitados, no se da únicamente en Rusia, sino que es moneda común en los sistemas democráticos más consolidados y cuyo modelo pretende extenderse hasta convertirse en el paradigma deseable y único.»
«El fallido experimento soviético se cerró con la esperanza, defraudada por Boris Yeltsin, de una reconstrucción de la identidad rusa, humillada por la respuesta que Occidente tributó al nuevo estado.»
En estos días coinciden diferentes efemérides históricas en torno a Rusia que, tras el centenario de la revolución bolchevique, conmemorado editorial y académicamente durante el pasado año, dan paso a varios recuerdos: el 75 aniversario del final de la batalla de Stalingrado, los 65 años de la muerte de Stalin y casi 20 años de la aparición de la figura emergente de Putin, líder actual que —salvo sorpresa mayúscula— renovará mandato presidencial en las elecciones que se celebran este mes de marzo, completando así un cuarto de siglo dirigiendo Rusia a base de alternar la presidencia de la República y la del Gobierno y viceversa, sin abandonar el poder en ningún momento.
El autor de Vida y Destino, Vasili Grossman, fue el corresponsal de guerra soviético más afamado en la Segunda Guerra Mundial. Testigo directo de la batalla de Stalingrado, envió sus crónicas —de indudable calidad literaria y testimonial—, esquivó la represión estalinista y plasmó en Años de Guerra el conjunto de las mismas. Galaxia-Gutenberg acaba de publicar Stalingrado. Crónicas desde el frente de batalla, un admirable fresco de las experiencias individuales en situaciones extremas durante el desarrollo de la cruel batalla desarrollada entre los meses de septiembre y diciembre de 1942.
Complemento imprescindible de ese libro es Stalingrado. La ciudad que derrotó al Tercer Reich, de Jochen Hellbeck, también de Galaxia-Gutenberg. En un curioso ejercicio de investigación, este historiador alemán recoge el conjunto de entrevistas realizadas por un grupo de historiadores soviéticos en el marco de un proyecto sobre la gran guerra patriótica. Material arrinconado por la censura durante el período soviético, al ser considerado demasiado espontáneo por el régimen, reproduce desde la perspectiva de los defensores de la ciudad los episodios más cruentos. De un realismo brutal, por el libro transitan personajes anónimos y otros de reconocido prestigio popular. También están presentes las críticas al gran factótum de la investigación sobre la Alemania nazi y la Segunda Guerra Mundial, Antony Beevor, por la utilización de lo que Hellbeck considera como clichés de la propaganda nazi.
Robert Service ha reeditado y ampliado su biografía Stalin (ed. Siglo XXI) publicada inicialmente en 2004. La posibilidad de consultar documentación nueva se ha traducido en un añadido de más de 200 páginas a la anterior edición y constituye uno de los trabajos más completos sobre la figura del dirigente soviético. Articulada en períodos significativos de su trayectoria vital y política (el revolucionario, el líder del partido, el déspota, el señor de la guerra, el emperador), esta biografía defiende la tesis esencial de que se trata de un personaje histórico poliédrico: «Nos proponemos demostrar que Stalin era una figura mucho más dinámica y polifacética de lo que convencionalmente se supone. Stalin fue un burócrata y un asesino; también fue un líder, un escritor y editor, un teórico (en varios aspectos), un poco poeta (en su juventud), apasionado del arte, hombre de familia e incluso seductor». Encarnación por excelencia del liderazgo político soviético, y estudiado y analizado como pocos personajes históricos, presenta todavía muchos perfiles poco analizados o incluso desconocidos. Ya en la edición inicial advertía Service de la dificultad del acceso a los archivos rusos, traba parcialmente solventada en la edición recién aparecida. Hábil en la creación de un equipo central de subordinados voluntariosos y atemorizados, monstruoso en parte de sus acciones, tuvo, sin embargo, por sus políticas de bienestar y patriotismo, cierta imagen popular favorable, y colocó además a la Unión Soviética como potencia de primer nivel en el orden bipolar de la Guerra Fría.
En Putin. El Poder visto desde dentro, de Hubert Seipel (ed. Almuzara) se analiza la figura del líder de Rusia durante las dos últimas décadas, denostado y admirado a partes iguales. El libro es fruto de la experiencia del autor como corresponsal de las revistas Stern y Der Spiegel. Seipel, además, ha tenido la posibilidad de entrevistar por primera vez para televisión a Edward Snowden, y al propio Putin con posterioridad, al inicio del conflicto de Ucrania. La cita que inicia el libro, recogida de El idiota, de Dostoievski, resulta muy ajustada al perfil que se presenta del presidente de Rusia: «Todo eso, todo el extranjero, no es más que fantasía, y en el extranjero nosotros tampoco somos más que fantasía». La eterna contienda entre eslavófilos y europeístas resurgiría en estos tiempos con la figura de Putin y su popularidad en el ámbito doméstico. A pesar de observarse en el libro ciertos tintes hagiográficos, el autor pone el acento en bastantes elementos que hoy son objeto de debate: Rusia ha resucitado como sospechoso habitual en las cancillerías occidentales, especialmente tras su retorno a la escena internacional con paso firme. La intervención en Ucrania, unida a un rosario de presencias en conflictos congelados en el antiguo espacio soviético, la irrupción en el conflicto sirio, tras vetar la intención previa de Estados Unidos de hacer lo propio, o la supuesta sombra del Kremlin tras diversos procesos electorales, como el de Estados Unidos, así como el apoyo a diversos movimientos desestabilizadores en el seno de las democracias europeas, entre ellos el secesionismo de Cataluña, representan algunos ejemplos que evidencian, a juicio de sus numerosos detractores, el peligro potencial del nuevo liderazgo de Moscú y su máximo representante. A lo largo del trabajo se repasan los distintos ámbitos de fricción existentes entre Rusia y el conjunto de la comunidad internacional, con un desigual reparto en las teóricas culpas: las atrabiliarias relaciones entre Trump y Putin, con China como protagonista silente; la nueva realidad geopolítica multipolar en la que Bruselas y Moscú comparten un vecindario plagado de conflictos; las expansiones de la OTAN y la Unión Europea, que son percibidas por el Kremlin como un arrinconamiento que repliega y rodea a Rusia más allá de las fronteras de la extinta Unión Soviética; la defensa, en fin, de la denominada «vía rusa a la democracia», en la idea de que la década de los noventa fue una suerte de humillación a la Rusia surgida de la demolición de la Unión Soviética. Pero también se abordan los problemas internos, como los opositores Berezovski, Jodorkovski, el actual Navalny; la crisis económica, el hundimiento del Kursk, y la contienda con los medios de comunicación. Con independencia de la aparición de estudios académicos más rigurosos sobre los aspectos geopolíticos de la Rusia independiente, como el muy reciente La Política Exterior de Rusia: los conflictos congelados y la construcción de un orden internacional multipolar, de José Ángel López y Javier Morales (ed. Dykinson) la aproximación periodística de Seipel a la figura de Putin resulta interesante y muy lejana a la crítica generalizada que preside la mayor parte de los análisis de un líder que cuenta con un respaldo mayoritario en la sociedad rusa actual y cuyo perfil no tiene mucha bibliografía en castellano.
En La Rusia Contemporánea y el Mundo. Entre la rusofobia y la rusofilia, de Carlos Taibo (ed. Los Libros de la Catarata), se profundiza —conjugando la academia con la aproximación cercana para un lector amplio, y la rigurosidad con la accesibilidad y la lectura amena— en el retorno de Rusia al primer nivel de la escena internacional. Tras deambular noqueada por la realidad de la década de los noventa del pasado siglo xx, el inicio del presente siglo está presidido por el despliegue de una política exterior que busca, inicialmente, potenciar el control de su vecindario próximo para apuntalar las fronteras propias desde la periferia del antiguo imperio soviético. El libro presenta un análisis de las posiciones rusófobas y rusófilas imperantes en las aproximaciones hacia el despliegue ruso en su acción exterior. La primacía de los intereses sobre los principios aunque estos sean abundantemente publicitados, no se da únicamente en Rusia, como señala Taibo, sino que es moneda común en los sistemas democráticos más consolidados y cuyo modelo pretende extenderse hasta convertirse en el paradigma deseable y único.
Un ensayo ciertamente interesante por varios motivos es la reciente traducción al castellano de la obra de Claudio Sergio Ingerflom, El Zar soy yo. La impostura permanente desde Iván el Terrible hasta Vladímir Putin (Guillermo Escolar Editor). El autor hace un recorrido histórico que abarca desde el siglo xvii hasta el momento presente, rastreando un fenómeno que ha atravesado sistemas políticos tan dispares, al menos en apariencia, como el de los zares o el comunista. La adopción de personalidades falsas por centenares de personajes que suplantaron a zares, zarevichs, nobles y cortesanos, máximos responsables de la Iglesia ortodoxa o revolucionarios como Lenin, Stalin o Trotsky, o que se hicieron pasar por hijos de unos u otros, resultó una constante en Rusia y en la Unión Soviética, lo mismo bajo sistemas autocráticos que revolucionarios o comunistas. La erudición del autor, conocedor como pocos de la Historia de Rusia, propicia y avala la defensa de tesis novedosas en torno a la capacidad del pueblo ruso para someterse a regímenes autoritarios aceptando la figura del «autonombramiento» de un buen número de impostores. El primero de ellos fue el zar Dimitri I, Demetrio, durante la denominada época de los disturbios, que agitó Rusia entre 1598 y 1613, un monje que disputó el trono a Borís Godunóv con la ayuda de los Románov, que lo hicieron pasar por hijo de Iván el Terrible. Pero lo sustancial del ensayo es la relación entre liderazgo y sometimiento popular, con el papel fundamental jugado por la Iglesia, «verdadera instancia productora de teodicea, firme aliada del poder, depósito institucional de la fe, capaz de legitimar el crimen… si era eficaz a la hora de mantener al pueblo unido e independiente». En la Rusia de Putin hay iconos con su imagen y comunidades de creyentes, por ejemplo en Nizhni Nóvgorod, que saludan el descendimiento del Espíritu Santo sobre su líder, para hacer de él un nuevo apóstol encargado de guiar a Rusia. Hecho que no pasaría de lo anecdótico si el director adjunto de la administración presidencial, mano de derecha de Putin, no hubiese declarado el 8 de julio de 2011 que el presidente «había llegado a la tierra enviado por Dios para salvar a Rusia en un momento difícil para ella». Estamos, según Ingerflom, ante una cultura marcada por el recurso a una instancia última, fuera del alcance de los seres humanos, que legitima los actos del poder, «ya sea lo divino, tanto bajo el zarismo como en la Rusia actual, o las leyes marxistas-leninistas del desarrollo social decretadas por el Partido bajo el régimen soviético». Tanto vale la sacralidad del zar, como el culto a la personalidad en el período estalinista, o en el presente, con matices, sin dejar espacio a las instituciones representativas depositarias de la soberanía popular.
La identidad rusa ha devenido en lo que un célebre historiador ruso, Geoffry Hosking, describió como una búsqueda continua de sus rasgos esenciales por parte de una entidad histórica que fue antes imperio que nación. Krishan Kumar desarrolla en Imperios. Cinco regímenes imperiales que moldearon el mundo (ed. Pasado&Presente) el despliegue histórico de los ejemplos más significativos que nos hemos encontrado en la comunidad internacional, entre los cuales aborda el imperio ruso-soviético. La disociación que establece el autor se fundamenta en el hecho de que «es posible, y tal vez revelador, contar la historia del Imperio ruso hacia atrás, desde el ventajoso punto de vista de su reencarnación en la Unión Soviética, recuperando el territorio zarista previo, asumiendo una suerte de misión global, sustituyendo un credo religioso por otro militantemente ateo. El experimento soviético pretendió alcanzar una ciudadanía, el Homo Sovieticus, tan bien descrito por la Premio Nobel Alexandra Alexeievich, que sobrevolaría y superaría al conjunto multiétnico y multinacional que estructuraba la extinta Unión Soviética. En el momento de su desintegración Rusia sufrió una crisis identitaria que se resumió en la pregunta planteada por el autor: ¿Cabe siquiera la posibilidad de que Rusia sea un estado-nación «normal»? La primera decisión simbólica fue la adopción del águila bicéfala zarista, premonición de lo que Kumar atisba: «Con el largo reinado de Putin, un nuevo zar parece haberse sentado en el trono ruso», a la cabeza de la prolongación territorial de Rusia hacia un conjunto de «protectorados» vecinos en el espacio post-soviético. El vaticinio es claro para el autor: «No habrá una nueva Unión Soviética, pero parece que los motores del imperio han vuelto a ponerse en marcha».
De hecho, de todos los imperios analizados en este trabajo, donde el pasado imperial amenaza con más fuerza es en Rusia. Por varias razones: ha vivido la sustitución de un imperio por otro en el tránsito del zarismo al sovietismo; es el ejemplo histórico más extenso en el tiempo y en territorio de experiencia imperial; recoge un cierto mesianismo, con un rebrote del nacionalismo, el eurasianismo y la fortaleza del papel de la Iglesia ortodoxa; todo acompañado de un evidente expansionismo territorial—con un control directo o indirecto— y todo aunado con el respaldo oficial del liderazgo putiniano, como demuestra este excelente volumen.
Por último, acaba de aparecer un ensayo de carácter documental de temática peculiar y con un enfoque muy original y reivindicativo. Sara Rosenberg en La voz de las luciérnagas. La huella roja (ed. Foca) nos narra su viaje a Rusia y la vivencia en una comuna y en una escuela de verano creada por un movimiento denominado Sut Vremeni (Esencia de Tiempo). Firme opositora a la globalización, a la que la autora prefiere llamar hegemonía imperialista, nos descubre las luciérnagas que brillan en Rusia en la firmeza de la oposición al neoliberalismo imperante y reivindicando los valores soviéticos y patrióticos. La propuesta de una suerte de URSS 2.0, defendida por los seguidores del mencionado movimiento, atrae a un porcentaje significativo de la población rusa, con la que ha sabido conectar Vladimir Putin. El fallido experimento soviético se cerró con la esperanza, defraudada por Boris Yeltsin, de una reconstrucción de la identidad rusa, humillada por la respuesta que Occidente tributó al nuevo estado.
El libro se estructura fundamentalmente en tres grandes bloques y un epílogo, más un anexo. La experiencia de convivencia en la comuna de Aleksándrovskaya, la posterior estancia en la escuela de verano del movimiento y, finalmente, la entrevista con el líder del movimiento, Sergei Kurginyan, nos aproximan a una realidad existente en la actual Rusia; no son una secta, ni un movimiento comunal hippie, son las luciérnagas desencantadas con la situación actual de un capitalismo desbocado, en manos de unas élites financieras, que les hace añorar los logros sociales de la etapa soviética y que, transversalmente, sacude a diversos segmentos sociales. La situación en Ucrania, la destrucción de la URSS a manos de las élites, el post-capitalismo, las imágenes de Occidente y la aproximación a una realidad de la Rusia actual muy desconocida por el ciudadano medio, hacen muy recomendable la lectura de este libro que, además, refleja una intención militante en tiempos de corrección política que todo lo inunda.
José Ángel López adjunto la cubierta es profesor de Derecho Internacional Público en ICADE/Comillas y autor de varios ensayos sobre Rusia. Su libro más reciente La Política Exterior de Rusia: los conflictos congelados y la construcción de un orden internacional multipolar, junto a Javier Morales, editorial ed. Dykinson.