Rafael Ruiz Pleguezuelos
«La realidad nos dice, por ejemplo, que en Madrid cada año acuden más personas al teatro que a los tres estadios de fútbol de la ciudad.»
«Denle la oportunidad a nuestro teatro. Recuerden que somos un país tremendamente olvidadizo para nuestros buenos autores.»
«En los últimos quince años, han aparecido un buen número de editoriales que trabajan de manera exclusiva o casi exclusiva el género teatral.»
«Ganar estanterías y mesas de novedades en librerías generalistas y grandes grupos es la gran batalla por la que luchamos las editoras y editores de teatro.»
El 27 de marzo celebramos el Día Mundial del Teatro. La iniciativa surgió en el lejano 1962, y cuenta desde su inicio con una preciosa costumbre: encargar a una personalidad internacional de la literatura un mensaje de amor al teatro. Lo inauguró nada más y nada menos que Jean Cocteau, y su texto llegó a nuestro país en traducción del dramaturgo Alfonso Sastre. En todos estos años, han puesto palabras al Día Mundial del Teatro autores de la talla de Pablo Neruda, Eugène Ionesco, Miguel Ángel Asturias o Darío Fo. España solamente ha estado representada en una ocasión; Antonio Gala, cuya extensa obra dramática se ha olvidado demasiado pronto, escribió su discurso en 1987.
En 2018 la cuestión tiene un aliciente mayor, pues con motivo de los 70 años de la creación del International Theatre Institute habrá cinco discursos, uno desde cada continente. Recuerden la fecha y celebren el Día del Teatro. Desde Qué Leer ya nos sumamos a esta fiesta, elaborando un especial que pretende ser radiografía de la producción y edición del género dramático en nuestro país.
Salud del teatro español contemporáneo
Solamente el cine podría considerarse un arte más cuestionado en España que el teatro, y sin embargo parece indudable que soplan buenos vientos para el teatro español contemporáneo. La acusación más habitual que se hace a nuestra escena es el contraste existente entre el gigantismo alcanzado por las producciones teatrales alumbradas con fondos públicos, que siempre suelen tener más de teatro-espectáculo que de arte dramatúrgico verdadero, y la constante precariedad en la que apenas sobreviven las compañías y autores que se encuentran fuera de los círculos subvencionados. Nada que responder a eso, porque es rotundamente cierto. La gran enfermedad de nuestra escena es ese eterno amateurismo al que se condena a algunos de sus mejores creadores. Pero también es verdad que, tomando exclusivamente la producción resultante y no las condiciones con las que con demasiada frecuencia se realiza, podemos afirmar que nuestro país vive un panorama teatral apasionante, por número y calidad de producciones. La realidad nos dice, por ejemplo, que en Madrid cada año acuden más personas al teatro que a los tres estadios de fútbol de la ciudad.
Aquellos que critican nuestro teatro también preguntan por una figura de la talla de Lorca o Valle-Inclán, pero eso es pedir demasiado. Antes o después llegará el siguiente astro en la cadena de grandes, pero no podemos negar que tenemos dramaturgos dignos, agudos, originales, vigorosos, perdurables. Francisco Nieva nos dejó hace un par de años, y tiene una obra que merece la pena volver a leer, montar, repensar. Es quizá el dramaturgo reciente más injustamente tratado. Con él murió un teatro de humanística a la vez salvaje y profunda, que tanto se necesita en estos tiempos de pensamiento light, cultura superficial y vanguardia de corto recorrido. Supo reducir la realidad al barro de los sentimientos humanos, dominando el lenguaje para destrozarlo, igual que hizo Valle-Inclán. Denle la oportunidad a Salvator Rosa, que publicó el Centro Dramático Nacional con motivo del montaje de Guillermo Heras.
Tampoco olviden Malditas sean Coronada y sus hijas, publicadas por Cátedra.
Fernando Arrabal es normalmente tenido como una especie de rareza, un personaje pintoresco para verle actuar de vez en cuando en un plató. Pero es también un renovador profundo del lenguaje teatral, con un prestigio internacional apabullante. Puede ser tremendamente irregular, cierto, pero su obra ha alcanzado cimas que no podemos pasar por alto. Cátedra recompensó hace ya unos años su trayectoria con una edición de El cementerio de automóviles y El arquitecto y el emperador de Asiria, sin duda lo mejor de su escritura.
La luz de José Sanchis Sinisterra y Fermín Cabal se ha apagado demasiado pronto. También hay que leer a Ana Diosdado, tan popular en su tiempo y tan enterrada ya. O a Jerónimo López Mozo, autor de tremenda coherencia y muy poca difusión. Yo incluso pediría que recordásemos al bueno de Fernán Gómez y Las bicicletas son para el verano, reeditada hace muy poco por Austral y una obra deliciosa en fondo y forma.
También hay oro entre los absolutos contemporáneos. La primera etapa de Rodrigo García ofreció textos mayúsculos. La Uña Rota publicó su trayectoria de 1986 a 2009 bajo el sugerente nombre de Cenizas Escogidas. Juan Mayorga puede considerarse el autor de moda, y aunque el tiempo nos dirá finalmente qué es lo verdaderamente destacado de entre su cadena de éxitos, parece imprescindible acercarse a El cartógrafo. La Uña Rota también creó una antología para él: su escritura entre 1989 y 2014.
Angélica Liddell no es una bestia solamente en el escenario; su lírica destructiva también puede disfrutarse desde el texto. Artezblai y La Uña Rota se han ocupado de editarla, y aunque para disfrutarla se necesita una predisposición a leer otro tipo de textos, merece la pena acercarse a Belgrado o el Ciclo de las resurrecciones.
Denle la oportunidad a nuestro teatro. Recuerden que somos un país tremendamente olvidadizo para nuestros buenos autores. Nos aferramos a un par de nombres y escondemos al resto. Piensen en Buero Vallejo y su obra inmensa. En 2016 fue el centenario de su nacimiento, y no ocurrió casi nada. A veces pienso que la explicación se encuentra en que tenemos un problema con los nombres: cuando suenan a clásicos les respetamos tanto que no se nos ocurre leerles, y mucho menos representarles.
El teatro también se lee
En los últimos quince años, han aparecido un buen número de editoriales que trabajan de manera exclusiva o casi exclusiva el género teatral, y que además lo hacen con suma ambición, ateniéndonos tanto a la calidad de la edición y las traducciones como al número de textos que forman parte de su catálogo. Estas valientes editoriales han creado una auténtica edad dorada de la edición de textos dramáticos, que quizá estén pasando demasiado desapercibidos para el lector medio. Para que sean los propios protagonistas quienes nos hablen de estos años de aventura editorial, hemos entrevistado a sus editores. Lo primero que se les ha preguntado es si existe alguna diferencia entre editar teatro y cualquier otro género. Julio Fernández, responsable de Ediciones Invasoras, nos dice al respecto que «El teatro, hoy, se escribe con los mismos objetivos que la novela o la poesía: crear universos de emoción, ficción o arte. Pero en la edición sí hay sensibles diferencias: y es la inevitable y viva relación entre el texto y la escena.» Conchita Piña, de Ediciones Antígona, precisa que «Editar teatro es una vocación. Una editora o editor de teatro tiene que saber que es un género minoritario, aunque en los últimos años esté abandonando su capa de libro en crisis para ponerse de moda. Poco a poco, y según nuestra experiencia, va ganando adeptos y los libreros y libreras van colocando estos libros en estanterías a la vista en sus espacios de venta.»
Esther Santos, de la editorial Acto Primero, opina que «No hay ninguna diferencia significativa a la hora de editar. En relación a la cobertura, medios o distribución lógicamente es más complicado, ya que al haber muchos menos lectores eso repercute en todo. Un ejemplo muy básico: las distribuidoras te piden tiradas mínimas (que para muchas editoriales son imposibles) para que te distribuyan.» Fernando Olaya Pérez, director de Esperpento Ediciones, enfoca la pregunta de una manera más pesimista: «Estamos intentando crear un estilo propio basado en la claridad y diferenciación de los diferentes elementos de la escritura teatral. Lamentablemente en España se lee muy poco. Y dentro ese muy poco, el teatro se lee poquísimo. Esto condiciona todos los aspectos de recepción y difusión de los libros de teatro. Es muy difícil colocar los libros de teatro en librerías no especializadas, por lo que hay que trabajar mucho el mundo virtual y las redes sociales.»
También sentíamos curiosidad por saber qué tipo de lector elige leer teatro. Desde Antígona nos dicen que «Se está consiguiendo llegar a otro tipo de lector, uno que en principio no estaba tan dispuesto a leer teatro. Un elemento importante, a la hora de generar nuevos lectores de teatro, ha sido y está siendo la visibilidad de los textos en puntos de venta dentro de los teatros. El que solo era espectador, si encuentra a la salida de la función el texto de la obra que acaba de ver y que le ha gustado, inmediatamente se convierte en lector, y fiel lector, de textos teatrales.» Fernando Olaya apunta que el mayor problema que encuentra la lectura de teatro radica en las debilidades de nuestro sistema educativo: «Por una parte hay un público, llamémosle profesional, de los que se dedican a las artes escénicas y necesitan el libro para su trabajo, para estar al día, para abrirse a nuevas propuestas, etc. Y también hay un público aficionado al teatro escénico que amplía su interés a los libros teatrales para leer las obras o informarse mejor sobre otros aspectos. En este sentido lo que se ha perdido es el lector que accede al teatro a través de la literatura y desde ahí descubre el teatro escénico. El lugar del teatro en la educación española es, simplemente, patético.» Desde Acto Primero ven la cuestión con un matiz de género: «Principalmente el público mayoritario que consume textos teatrales son lectores relacionados con la cultura. No digo que sean exclusivamente gente del teatro, pero sí lectores con inquietudes culturales, los mismos que consumen teatro asiduamente, por ejemplo. Un dato a tener en cuenta en cuanto al género, las mujeres lo siguen liderando.»
Los editores también nos hablan de las dificultades que encuentran para encontrar lectores y hacerse un hueco en el mercado. Viven de manera muy distinta la proyección del teatro en nuestro país, pero en nuestra conversación con ellos surgen ciertos puntos comunes. Conchita Piña, desde Antígona, nos cuenta que «La mayor dificultad ha sido, aunque es algo que está cambiando, que los libreros entiendan que el texto teatral también puede convertirse en libro de consumo para un lector generalista. Ganar estanterías y mesas de novedades en librerías generalistas y grandes grupos es la gran batalla por la que luchamos las editoras y editores de teatro. Porque no son dramaturgas y dramaturgos de calidad lo que falta.» Fernando Olaya y su Editorial Esperpento ve más nubes en el horizonte: «Lo difícil es sobrevivir. Hacer que una editorial dedicada exclusivamente al teatro sea viable económicamente es el mayor reto que me he impuesto en mi vida profesional. Vivimos en un país en el que toda la cultura parece que tiene que estar subvencionada o es una ruina. Me gustaría poder subsistir gracias a la venta de mis libros. Yo no soy partidario de las subvenciones.»
Esther Santos también habla de esa lucha por la supervivencia: «De una parte está el mundo editorial de las grandes editoriales, a las que les va estupendamente bien, y luego hay un submundo de editoriales que hacemos lo que podemos para seguir subsistiendo, y será en estos submundos donde realmente verás la pasión, el esfuerzo, la entrega y la obstinación para que los libros sigan existiendo.» Julio Fernández ofrece el panorama más pesimista de todos: «En Ediciones Invasoras, al menos, todos son dificultades a solventar. Desde pagar autónomos, pasando por la factura de imprenta y siguiendo con la distribución imposible… por no hablar de las ventas. Por suerte, algunas instituciones han apostado por ayudarnos mediante la compra de ejemplares, y esto permite la supervivencia en absoluta precariedad: el único trabajador de la empresa, no cobra, y en el mejor de los casos no pierde dinero.»
También hemos hablado de futuro, de qué cambios se esperan en el panorama editorial. Una vez más Conchita Piña y su editorial Antígona es la más optimista: «El mundo editorial español, al menos en lo que a nuestro género se refiere, está cambiando hacia bien. No es cierto, en todos los casos, el mensaje derrotista de que en nuestro país no se lee. Lo que creo que ha sucedido es que han cambiado las formas de lectura. Si atendemos al texto teatral y lo comparamos con las ventas de textos de narrativa, evidentemente, tendremos que decir que no se lee, en este caso, teatro. Pero si comparamos las ventas de texto teatral hace tres años con las ventas del año pasado, puedo asegurar que estamos viviendo un fenómeno de masas con respecto a la recepción de la lectura de obras de teatro.» La responsable de Acto Primero añade la variable de lo digital: «Las nuevas tecnologías han hecho posible una democratización de la edición, pero también que el mercado se fragmente hasta extremos tan alarmantes que no permiten la viabilidad a largo plazo de muchas editoriales. En cuanto a la edición de teatro estos últimos años están surgiendo, junto con la nuestra, algunas pequeñas editoriales, pero no sabemos cuántas continuaremos dentro de cinco años. A la par, también se está produciendo una pequeña edad de oro (o de plata) en la dramaturgia española.»
Joyas y novedades
Para acabar este recorrido por las editoriales españolas especializadas en género teatral, les hemos pedido que sugieran cuál es la joya de su catálogo, y que nos presenten algunas de sus novedades de la temporada: Conchita Piña piensa que la verdadera joya de Ediciones Antígona es «poder decir que tenemos publicados 118 títulos de dramaturgas y dramaturgos contemporáneos vivos españoles y no españoles. Y que la gran mayoría de estos textos se han visto representados o se van a ver en escena próximamente.» Acaban de publicar una de las obras que mejor sensación ha dejado en los teatros españoles: La piedra oscura, de Alberto Conejero, inspirada en el personaje de Rafael Rodríguez Rapún, secretario de La Barraca de Lorca. También acaban de ofrecer el éxito de Jordi Galcerán El crédito.
En Esperpento Ediciones han editado muy recientemente Las paradojas del dramaturgo, en el que dieciocho autores abordan qué significa hacer teatro. También se ocupan del teatro clásico, y poseen una edición de las Comedias bárbaras de Valle-Inclán. Entre su teatro traducido tienen a Goldoni, Lord Byron o Holberg.
La Editorial Acto Primero se siente incapaz de destacar un libro de su catálogo entre el resto: «Eso es como preguntarle a un padre a qué hijo quiere más. Nos sentimos orgullosos de todos los que hasta la fecha hemos editado y de todos los que editaremos.» Acaban de publicar Venus, de Víctor Conde, han editado La tempestad de Shakespeare y Una mujer desnuda y en lo oscuro, experimento de Mario Hernández a partir de textos de Mario Benedetti.
Solamente Julio Fernández se atreve a destacar una obra de entre todas las que pueblan el catálogo de Ediciones Invasoras: «Solo sucede lo que no puede suceder, de Carlos Sarrió, aunque estoy orgulloso de todos.» Nos atrevemos a añadir otros títulos de interés de su catálogo: El sermón del fuego, de Néstor Villazón, o Yogur/Piano, de Gon Ramos.
Rafael Ruiz Pleguezuelos es escritor y dramaturgo