«Hay espacio para casi todo: lo trágico y lo banal, lo prosaico y lo trascendente, lo público y lo privado, la festividad y la denuncia.»
«Muñoz Molina ha hecho un bendito libro imperfecto, deliberadamente anómalo, fabricado de deshechos de murmullos, de restos de serie de brillo vano… y de grandes dosis de honestidad personal.»
Esta obra, ni ensayo ni ficción ni articulismo ni diarios, sino todo ello y lo contrario, es una de las más libres que ha producido el autor de El jinete polaco. Libro que navega entre la publicidad, la imaginación, la extrañeza y lo que se escucha en las aceras… con un lápiz, un papel y unas tijeras como únicas herramientas. No en vano, él mismo escribe: «Soy no lo que pienso o recuerdo o imagino sino lo que van viendo mis ojos y lo que escuchan mis oídos, el espía en la misión secreta de percibirlo todo, de coleccionarlo todo». Este testimonialismo diverso, transgresor e indagador, remite a muchos ensayos, pero al de Ortega y Gasset, El espectador, principalmente. Un experimento a medio camino entre la divagación literaria y el pensamiento crítico.
Observar para luego digerir y más tarde considerar. Para ello, Antonio Muñoz Molina decidió darse largas caminatas por distintas ciudades con la mirada del retratista, la extrañeza del forastero y la preocupación del que sabe que «el invento maravilloso de la ciudad está siendo destruido por el poder del dinero».
No debe de haber sido un trabajo fácil porque el académico y Premio Príncipe de Asturias ha tenido que pelearse «contra lo que se espera de ti, incluso la gente que te quiere mucho y está interesada en lo que has hecho… porque a ti te interesa lo que no has hecho todavía», como él mismo resume.
Así empezó, sin saberlo, Un andar solitario entre la gente. En un tránsito por los adoquines, los autobuses, los eslóganes, los pasquines recogidos, los bisbiseos de la gente, el monólogo interno y el diálogo inventado con muertos ilustres. Ocurrió durante 2016, «cuando salía de una fase personal oscura» con momentos depresivos, pero desde aquel apagón íntimo descubrió la abundancia del mundo y sus alrededores. Llegó la iluminación que no es otra cosa «que ver lo que tienes delante de ti». Al principio ignoraba lo que estaba haciendo y cuando la gente le preguntaba en qué trabajaba, no sabía qué responder. Pero como no podía ser de otro modo, aquellos paseos activos tuvieron un resultado: diecisiete cuadernos llenos de anotaciones, fotografías y recortes, que después de mucho trabajo de pulido se han convertido en las actuales 494 páginas. Si bien su idea inicial giraba en torno a lanzar una trilogía —Oficina de instantes perdidos, Caminatas por Nueva York y Recuerdos infantiles— finalmente optó por el formato reducido que ha publicado Seix Barral. Todo tiene espacio en estas páginas: el referéndum del Brexit, los atentados de Niza, la fiebre del Pokemon Go o el desencanto con Estados Unidos después de la victoria de Donald Trump. Hay espacio para casi todo: lo trágico y lo banal, lo prosaico y lo trascendente, lo público y lo privado, la festividad y la denuncia. «El libro pretende reflejar un proceso de agradecimiento ante la belleza, el horror y lo inusitado del mundo, porque todo está mezclado», aclara el Premio Nacional de Narrativa y de la Crítica. Aunque anteriores novelas como Ardor guerrero o Sefarad tenían cierto carácter «experimental», el escritor considera que este es su libro más radical: «Cada vez creo más en la libertad de espíritu del escritor, en aprender a dejarse llevar, más que poner en marcha un proyecto elaborado».
Continuamos merodeando por su solvente prosa y nos encontramos con la historia del «vengador de México», el misterioso viajero de un autobús que ajustició a unos ladrones que pararon el vehículo, y se marchó andando en mitad de la noche, o el curioso caso de los jabalíes radioactivos en Japón, cerca de la central de Fukushima… ¿Para qué recurrir a la ficción cuando ejercer de notario de la realidad resulta tan estimulante?
Del verano madrileño a las soledades neoyorquinas, Muñoz Molina va desgranando un ocurrente diálogo figurado, cómplice y lúcido, con Baudelaire, Poe, García Lorca o Walter Benjamin, con quien coincide en su sentido errático de la existencia y una escrupulosa ética civil. ¿Por qué ellos y no otros?: «Quizá porque son escritores que publicaron en periódicos. Baudelaire escribió la explosión de París, Benjamin la de Berlín: son escritores que presenciaron algo nuevo, algo que no había pasado antes y que tuvieron que encontrar un lenguaje nuevo para contarlo. Y lo hicieron en los diarios, ganándose muy mal la vida», aclara Muñoz Molina para explicar cómo le encontraron ellos a él y la forma en que participarían en sus páginas. Pese a los diálogos y la cháchara urbana, importa también mucho, en este libro, el valor del silencio que posibilita la interiorización del pensamiento y filtra la relevancia de lo vivido: «La escucha activa de los auténticos sonidos de la vida».
Todo lo mencionado se gesta en lo que el narrador llama su «oficina ambulante», «de los instantes perdidos», aquí recuperados en una prosa que asombra por su morosa sencillez. El carácter fragmentario y episódico realza la espontaneidad de un logrado monólogo interior —quien habla solo espera hablar a Dios un día—, con el que explicarse el desconcierto, y una afilada mirada de opinante incisivo. Narrar, describir y meditar…
El autor de Beatus Ille, El invierno en Lisboa, Plenilunio o La noche de los tiempos, sigue reafirmándose en las palabras que leyó en su discurso de ingreso en la Academia: «El oficio de la literatura me es tan querido que el simple hecho de dedicarme a ella, de publicar libros y tener lectores, ya me parece una recompensa, siempre inesperada y siempre bienvenida, a la que no acabo de acostumbrarme, y que nunca deja de despertar mi gratitud ni mi asombro». De semejante humildad deriva su grandeza. No en vano, y haciendo gala de la misma modestia, en un monólogo al final de la novela se pregunta: «¿Esto qué es?». «Cuando uno se deja llevar de una manera tan radical —argumenta—, sin una estructura ni la coartada de un argumento o un género, está el riesgo de que se derrumbe todo. Por un lado, quieres una escritura en libertad total, no limitada por las tramas… Por el otro, quieres crear una forma. Pero la libertad total y la forma no se llevan bien. Por eso, hablo tanto de libros inacabados. No pocas veces he repetido que estaba escribiendo un libro inacabado». A medida que finaliza el texto, rescata un verso de Celaya: «Podría hacer el poema perfecto pero me parecería indecente en este tiempo», arrogancia que Muñoz Molina afea acaso porque él mismo ha hecho un bendito libro imperfecto, deliberadamente anómalo, fabricado de deshechos de murmullos, de restos de serie de brillo vano… y de grandes dosis de honestidad personal. Es de obligado cumplimiento leer cada línea que escribe el autor ubetense, porque, pertenezca al género que pertenezca siempre resulta el faro de algo distinto.
Ángeles López. ©de la fotografía del autor: Iván Giménez.
Un andar solitario entre la gente, Antonio Muñoz Molina, Seix Barral, 496 pp., 12,99€