Carmen, la rebelde.
Pilar Eyre.
Pilar Eyre (Barcelona, 1951) tiene una larga y exitosa trayectoria como colaboradora de diarios y revistas y como tertuliana en radios y televisiones, y tiene acreditado, sobre todo, su buen hacer como escritora a través de varias obras, entre las que nos permitimos destacar su novela Callejón del olvido (Lumen, 1992) y su biografía La soledad de la Reina. Sofía: una vida (La Esfera de los Libros); en 2014 quedó finalista del Premio Planeta con Mi color favorito es verte, que constituyó, con once ediciones, un espectacular éxito de ventas.
Ahora Pilar Eyre nos ofrece esta biografía novelada de la actriz Carmen Ruiz Moragas (1894-1936). De todas las entretenidas del rey Alfonso XIII, fue la favorita, si no oficial sí oficiosa, ejemplo de insólita constancia por parte del monarca, al que además le dio dos hijos: María Teresa (1925-1965) y Leandro Alfonso (1929-2016), los bastardos reales, aunque a la muerte del segundo, Mariángel Alcázar lo calificara, pudorosamente, en su necrológica en el diario La Vanguardia como «hijo no matrimonial de Alfonso XIII».
La obra, escrita en primera persona, nos ofrece a través de su protagonista un retrato del regio perjuro que nos parece que se ajusta muy mucho a la realidad. El rey, nos explica Eyre por boca de su biografiada, «tenía un gusto infantil por los uniformes y las medallas, él, que no había participado en ninguna guerra, y esa noche, de forma innecesaria, iba vestido (disfrazado, diría yo) de húsar de Pavía» (p. 10). Incapaz de reinar como un rey constitucional, Alfonso XIII decapitó la derecha civilizada que representaba Antonio Maura, se opuso a las fuerzas emergentes socialistas, frustró el catalanismo inclusivo de Francesc Cambó, y de manera suicida, en 1923 dio paso a una dictadura militar: «Al final había decidido aceptar el golpe de Estado de Primo de Rivera fingiendo que le cogía de nuevas, y había avalado el directorio militar que había sustituido al gobierno constitucional (p. 297). Ello, de manera inevitable, provocó la caída de la monarquía el 14 de abril de 1931. La gran actriz María Guerrero lo había previsto: «¡Algún día se le acabará el momio al Alfonsete, al reyezuelo ese del pan pringao! ¡Se cree que España es un lupanar para su uso y disfrute!» (p. 115), porque el monarca, que «no hablaba ningún idioma con corrección y detestaba la música y el arte» (p. 289), representaba, según Carmen Ruiz Moragas, «lo más podrido de la sociedad», aunque ni él mismo se daba cuenta (p. 352).
En el aspecto humano, el rey no sale tampoco bien parado en estas páginas de Pilar Eyre: «Alfonso había terminado su sinfonía amorosa, que ahora, más que sinfonía, era género chico, zarzuela, pero ¿y yo?» (p. 18), se lamenta su amante.
Otros personajes de aquella corte de los milagros son retratados en pocas pinceladas de manera muy convincente. Don Alfonso XIII detestaba a su esposa, doña Victoria Eugenia, por haber introducido entre su descendencia —el príncipe de Asturias en primer lugar— la terrible enfermedad de la hemofilia, a pesar de que antes de casarse fue advertido seriamente de tal posibilidad. La protagonista dialoga mentalmente con la desdichada reina, su gran enemiga, y se pregunta retóricamente: «¿Cuántos padecimientos puede aguantar un cuerpo humano? Pero tú me ganas: un marido infiel, un país que te aborrece y unos hijos lisiados. ¡Si el sufrimiento ennoblece, has ascendido de reina a emperatriz!» (p. 422).
Y de la infanta doña Isabel, tía paterna del rey, culpable, en parte, de la mala educación recibida por el monarca, nos ofrece una estampa goyesca: «La Chata se quedó dormida con la cabeza echada hacia delante y una sonrisa bobalicona prendida en los labios. Así, despatarrada y con la barbilla caída, si te olvidabas de la diadema con perlas y brillantes en forma de concha que se le había ladeado un poco y le vencía sobre un ojo, parecía una honrada cocinera descansando al final de una dura jornada de trabajo, algo apimplada después de tomarse una copita de anís. Supongo que por eso la quería el pueblo, porque creía que una mujer de aspecto tan grosero tenía que ser uno de los suyos» (p. 231).
Carmen Ruiz Moragas no tuvo una vida precisamente feliz. Hija bastarda —ella también— de una chica de servir y de un funcionario sin pena ni gloria que fue efímero gobernador civil de Granada gracias al corrupto sistema de la Restauración canovista, se casó, al parecer muy enamorada, con el torero mexicano Rodolfo Gaona, un presunto gay vergonzante, que la violó brutalmente en su noche de bodas; su relación con el monarca no debió de ser bien vista por sus compañeros en el arte de Talía: era la otra, y tras el exilio de su amante, cayó sobre ella el estigma de la puta real. Murió de un cáncer en junio del 36, muy poco antes de que se iniciara la contienda civil, y según una leyenda urbana, que el historiador Ricardo de la Cierva dio por buena, Alfonso XIII acudió de incógnito a darle su último adiós en el que fuera su nido de amor, un chalet en la Avenida del Valle de Madrid.
A destacar el buen oficio de Pilar Eyre, como novelista, en recrear figuras secundarias como la de El Caballero Audaz, que, al parecer, ejerció como eficaz Pigmalión sobre la cómica, o Marcel —¿personaje real, ficticio?—, que le descubrió las delicadezas del amor, o Juan Chabás, su último refugio tras el naufragio.
De los dos hijos de Carmen Ruiz Moragas, Leandro Alfonso era clavado a su padre, hasta el punto de que, según contó La Cierva, cuando Imperio Argentina le vio en la cuna, no pudo dejar de exclamar: «Este niño es una peseta», en alusión a la efigie del monarca, su padre, acuñada en las monedas. Muchos años después, en 2002, el tío Leandro, como era conocido en la intimidad de La Zarzuela, publicó un libro titulado El bastardo real. Memorias del hijo no reconocido de Alfonso XIII, y presentó una demanda de filiación en los tribunales, amenazando con desenterrar los restos mortales de don Alfonso XIII y del conde de Barcelona, su hermanastro por parte de padre; un año después fue reconocido legalmente como hijo del monarca, y pudo utilizar el apellido Borbón como propio. A partir de ahí se convirtió en una figura estelar de los medios de comunicación dedicados a las tonterías del corazón, pero nadie se puso se acuerdo en si esa vena farandulera le venía por línea materna o paterna.
En cualquier caso, fue la venganza póstuma de Carmen Ruiz Moragas, y este libro de Pilar Eyre recupera de manera verosímil —ya es sabido que en novela no hay cosas ciertas o falsas, sino verosímiles o inverosímiles— la vida, patética, de una mujer de carne y hueso.
Profesor Elbo
Carmen, la rebelde, Pilar Eyre, Planeta, 430 pp., 21,90 €