Cuando uno es Premio Nobel de Literatura, ostenta una dilatada carrera con un puñado de obras notables y tiene 82 años puede permitirse escribir lo que quiera. Pero si, además, el ensayo obedece a una reflexión intelectual ─de un intelectual de verdad─ sobre aquellos autores y obras que le hicieron recorrer el camino que transita desde el marxismo juvenil hasta el liberalismo doctrinario más radical hay que quitarse el sombrero. Más allá de ideologías, de filias y fobias, llegar a los últimos recodos del camino con esta lucidez extrema merece el aplauso generalizado. Vargas Llosa explica en el capítulo introductorio de este volumen la decisiva influencia que tuvo en él la lectura del ensayo de Edmund Wilson, Hacia la Estación Finlandia, en la que se relata el devenir de la ideología socialista desde que Michelet estudió italiano para poder leer a Vico, hasta que Lenin llegó a la mencionada estación de San Petersburgo, el 3 de abril de 1917 para liderar el proceso revolucionario en Rusia. El proyecto de realizar un trabajo similar trazando la evolución de las ideas liberales a través del pensamiento y los libros más significativos se concreta en este libro. El trasvase ideológico del autor no fue abrupto, como pudiera parecer, sino paulatino. Del marxismo y del existencialismo pasó a una revalorización de los sistemas democráticos ayudado y convencido por las lecturas de autores como George Orwell, Albert Camus y Arthur Koestler. Pero, de forma mucho más desmoralizadora, cuando pudo constatar la práctica del socialismo real en Cuba y la Unión Soviética en sendos viajes. Vargas Llosa lo califica como auténtico trauma. La firma del manifiesto de protesta contra la encarcelación del poeta cubano Heberto Padilla le significó la acusación de estar al servicio de la causa imperialista y la prohibición permanente de pisar suelo cubano. A nivel personal ─aunque aquí no se recoge─ también se tradujo en su separación ideológica y personal de otro Nobel, García Márquez. La defensa del individualismo se convierte en un mantra a lo largo del libro, algo tan defendido en la corriente liberal frente a la llamada de la tribu. Cierto es que la necesidad de los individuos y ciudadanos de encontrar amparo y solidaridad en el grupo ha propiciado este tipo de ideologías totalitarias ─a juicio del autor─, la tendencia al irracionalismo del ser humano ─en palabras de Karl Popper─. Los fanatismos que anidan en el «espíritu tribal», llámense nacionalismo, comunismo, o radicalismo religioso han sido, como demuestra la historia y recoge el autor, el origen de las mayores matanzas de la humanidad. Con estas premisas se propone trazar su propia biografía intelectual dedicando las páginas del libro a llevarnos de la mano a través de la lectura de las principales obras de Adam Smith, Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Isaiah Berlin, Raymond Aron y Jean-François Revel. No es mala selección si el objetivo final es, que lo es, avalar la causa del liberalismo abrazado después de la decepción del marxismo juvenil. Reconoce que en su evolución hasta abrazar una ideología tan opuesta a su anterior etapa tuvo una influencia decisiva su residencia en el Reino Unido durante varios años a finales de la década de los sesenta, dedicado a la docencia en Londres. Con posterioridad pasó otros once años y, durante este período, coincidió con el gobierno de Margaret Thatcher, de la que se considera firme admirador de su proceso de privatizaciones y desmantelamiento de las reformas laboristas. Lectora y admiradora de Von Hayek y de Karl Popper subyugó a Vargas Llosa que compartiesen como libros de cabecera sus respectivas obras: La Sociedad Abierta y sus Enemigos y Camino de Servidumbre.
Recuerda como en el transcurso de una cena con un grupo de intelectuales y la propia Thatcher, al terminar la misma Isaiah Berlin «resumió muy bien, creo, la opinión de la mayoría de los presentes: no hay nada de qué avergonzarse». También expresa su admiración por Ronald Reagan, aunque reconoce que ambos políticos, siendo inequívocamente liberales en aspectos políticos y económicos eran defensores de posiciones conservadoras y reaccionarias ─de las que discrepa─. De hecho trata de deslindar liberalismo de conservadurismo o pensamiento reaccionario. Para ello trata de destacar de los autores y obras recogidas y comentadas aspectos como la libre competencia, un Estado no intervencionista ─reducido a la mínima expresión─ que garantice las libertades, el orden público, el respeto a la ley, la igualdad de oportunidades y, en definitiva, el desarrollo sin limitaciones de las diversas capacidades individuales. Estamos ante un ensayo sin pretensiones de intensidad académica, que se lee como una novela y que proporciona a todos aquellos que están muy alejados del liberalismo una interesante hoja de ruta de lecturas. Al margen, repito, de consideraciones y opciones ideológicas personales.