María Dueñas ha escrito un novelón. No es ninguna novedad desde que esta anónima exprofesora titular de filología inglesa en la Universidad de Murcia rompiera moldes con la publicación de su primera novela, El tiempo entre costuras, en 2009. Se tradujo a más de 25 idiomas y fue llevada a la televisión. A este estreno siguieron Misión Olvido y La templanza.
Con Las hijas del Capitán recrea con minuciosidad, brío y color la colonia de españoles emigrados a Nueva York en los años treinta. Las peripecias de la tres hermanas Arenas, arrojadas sin quererlo ellas en una ciudad nueva, inhóspita y urbana, con una lengua distinta y sin nada que ver con su Málaga natal, sumergirán al lector en el mundo de Little Spain, en la lucha de estas tres jóvenes mujeres, los hombres que se cruzan en su camino, los sueños que quedaron atrás y lo que irá trayendo el futuro.
«Cuando me documenté sobre la colonia española en Nueva York, sin embargo, me pareció un contexto tan magnético que descarté inmediatamente todos los demás».
«Las tres hermanas protagonistas son inmigrantes, ignorantes, pobres y mujeres, el sector más vulnerable de la sociedad».
«Recurro al conde Covadonga porque es un personaje histórico muy desconocido que desde hace tiempo me genera una enorme curiosidad».
En la novela hay un gran trabajo «de campo» sobre los barrios neoyorkinos del Little Spain de la época en los que se desarrolla la trama. ¿Cómo se documentó para empaparse de esa atmósfera? Tengo entendido que pasó algunos periodos en la ciudad.
A lo largo de los dos últimos años he viajado a Nueva York en numerosas ocasiones. He pateado los rincones donde estuvo asentada la colonia: las zonas de Cherry Street entre los puentes de Brooklyn y Manhattan, la calle 14 entre la Séptima y la Octava avenidas, y algunas zonas de Brooklyn. He establecido un contacto muy fluido con investigadores que llevan trabajando más de una década en el tema de la inmigración española en Estados Unidos, he consultado la prensa en español que por entonces se publicaba allí y me he reunido con un buen número de protagonistas y descendientes de aquel mundo, que me han abierto sus casas y sus álbumes de fotos, los cajones de sus memorias y sus nostalgias… Ha sido un proceso de investigación intenso pero emotivo y apasionante.
¿Barajó otros escenarios para situar una novela sobre migrantes?
Mi idea inicial era centrarme en mujeres emigrantes, y para determinar su destino exploré diversas opciones de espacio y tiempo: Argentina en las primeras décadas del XX, Australia con la Operación Canguro en los sesenta, zonas de desarrollo turístico durante los años del desarrollismo… Cuando me documenté sobre la colonia española en Nueva York, sin embargo, me pareció un contexto tan magnético que descarté inmediatamente todos los demás.
El texto es en cierta manera un homenaje a quienes tuvieron que iniciar nuevas vidas en otros países. Con la actual perspectiva, ¿cómo ve los problemas de inmigración y refugiados que sufren las sociedades occidentales?
Me resulta fácil establecer un paralelismo entre aquellos emigrantes que dejaron una España pobre y atrasada a principios del siglo pasado y muchos de los emigrantes que hemos recibido en las últimas décadas en nuestro país: como estos, nuestros compatriotas fueron albañiles, repartidores, camareros, limpiadores, porteros de edificios, pinches de cocina, obreros sin cualificación, en definitiva, que se deslomaban día a día para ganar un parco sueldo, soñando con un futuro mejor.
La obra transpira una enorme solidaridad entre compatriotas, especialmente entre las mujeres. ¿Cree que estas siguen siendo el tejido social que conforma la solidaridad familiar y vecinal?
Las mujeres fueron fundamentales en aquellos años de desarraigo como elemento cohesionador y estabilizador en los hogares y en la comunidad. Eran ellas quienes manejaban la economía doméstica, quienes sin saber inglés se preocupaban de la educación de los hijos, quienes establecían redes informales de ayuda y solidaridad, y en sus escasos ratos libres se dejaban los ojos montando a mano piezas textiles a cambio de unos modestos centavos… Mujeres, en definitiva, tan anónimas como imprescindibles.
También se habla de abusos sufridos por estas mujeres tan desprotegidas. En su opinión, ¿se debe más a una cuestión de género o de clase social? ¿O ambos factores pesan por igual?
Es cierto que las chicas de la familia Arenas sufren tropelías de muy diverso tipo, y creo que ambas condiciones, género y clase, van mano a mano como causas. La monja sor Lito, su protectora, se lo dice bien claro a las protagonistas en algún momento: son inmigrantes, ignorantes, pobres y mujeres, el sector más vulnerable de la sociedad. Y el Nueva York de aquellos años de la Gran Depresión era particularmente duro, un territorio difícil y a menudo hostil.
Las protagonistas son unas resilientes que no tienen más remedio que echar mano de sus propios recursos para adaptarse a su nuevo modo de vida, unas con más rapidez que otras.
Victoria, Mona y Luz Arenas desembarcan en el muelle neoyorkino de la Compañía Trasatlántica Española una heladora mañana de enero de 1936, formando un trío compacto cuya unión parece indestructible. Las coyunturas inesperadas que les saldrán al encuentro en los meses siguientes, sin embargo, les harán plantarse ante el futuro con ambiciones y perspectivas distintas, asumiendo diferentes roles y utilizando recursos variados en función de su carácter y personalidad. Es la primera vez que incluyo un protagonismo múltiple en una de mis novelas; me ha resultado un reto complejo, pero muy satisfactorio a la vez.
En cambio, el personaje de la madre es quizás el contrapunto, ya que refleja mucho miedo, desesperanza y desconfianza.
Remedios, la madre, representa otro tipo de mujer. Nueva York le abruma y acobarda, tiene miedo de todos los adelantos tecnológicos, no entiende la mentalidad, se aferra al pasado con uñas y dientes. Por su edad, su naturaleza dependiente y depresiva y sus escasas miras, más que ayudar a sus hijas a valerse por sí mismas lo que hace es intentar frenarlas. Tal empeño, no obstante, fracasa una vez que ellas van abriéndose a la ciudad y deciden agarrar las riendas de su porvenir.
Hay un momento en que señala que las hermanas Arenas no tenían ni futuro ni sueños en su Málaga natal. Estoy de acuerdo con la primera afirmación, pero ¿unas jóvenes tan hermosas no tenían, a pesar de la pobreza y las escasas perspectivas, sus sueños particulares? Entiendo que serían unos sueños mucho más sencillos.
Probablemente antes de emigrar tuvieran sueños muy elementales: encontrar un novio guapo, disfrutar de las fiestas de su barrio… Pero carecían de aspiraciones, no tenían interés en progresar, estaban conformes con su mundo; por eso cuando el padre decide reunir a la familia entera en aquel Nueva York en el que él acaba de abrir la casa de comidas El Capitán, ellas se resisten. Y cuando no tienen más remedio que obedecer, llegarán a la ciudad con una actitud arrogante e insolente, que por fuerza tardarán poco en cambiar.
¿Se inspiró en algún personaje real para dar forma a los perfiles de los protagonistas?
No, las tres protagonistas son cien por cien ficción. Sí incluyo sin embargo algunos personales reales muy conocidos entre la colonia de aquellos años: la vasca Carmen Barañano y su tienda Casa Moneo en la calle 14, el alicantino Francisco Sendra y su hotel La Valenciana en Cherry Street, Avelino Castaños y su restaurante La Bilbaína, el músico Esteban Roig y su banda Los Happy Boys…
¿Ha sentido más empatía por un personaje u otro?
Siento un afecto especial por Mona, la mediana de las Arenas, seguramente por ser la más lúcida y emprendedora de las tres, la que a la muerte del padre genera la idea de transformar la humilde casa de comidas en un night-club hispano siguiendo la moda de otros similares de aquel tiempo, donde los ritmos flamencos se mezclaban con rumbas cubanas, tangos argentinos, pasodobles o cantantes de cuplés.
¿Cómo se le ocurrió añadir los personajes del conde de Covadonga y de Xavier Cugat?
En su empeño por buscar ayuda a fin de reflotar el negocio, Mona solicitará al conde de Covadonga que apadrine la inauguración del renovado local. Recurro a él porque es un personaje histórico muy desconocido que desde hace tiempo me genera una enorme curiosidad: el primogénito de Alfonso XIII nacido para reinar como Alfonso XIV, víctima de su propia salud —era hemofílico—, de la historia —cuando la llegada de la Segunda República obliga a la familia real a exiliarse— y de sus propias decisiones un tanto frívolas y alocadas —renunciar a sus derechos dinásticos para casarse con una cubana de la que se separaría poco después, instalarse solo en Nueva York—. Todo lo que cuento sobre él es rigurosamente cierto, le he seguido la pista a través de las memorias de la que fuera su mujer, lo mismo que también es real la presencia de Xavier Cugat y su orquesta actuando en el suntuoso Waldorf Astoria e introduciendo los ritmos caribeños en las salas de baile americanas.
¿Tiene ya en mente su próxima obra o necesita de un período de «desintoxicación»?
Tengo algunas ideas, pero ningún proyecto cerrado. De momento me quedan unos meses por delante para acompañar a esta novela en su andadura, cuando ya vuele sola será el momento de arrancar otra vez.
¿Qué método utiliza para escribir? ¿Sufre de alguna manía?
Soy estructurada y disciplinada, vengo del mundo académico y sigo haciendo uso de muchos de los recursos, herramientas y rutinas de mi oficio anterior. Y no, no tengo manías ni caprichos o extravagancias, soy una persona bastante racional.
¿Qué lee María Dueñas en su tiempo libre?
Leo de todo: novedades, recomendaciones, títulos que se me quedaron por el camino en su día, releo cosas que disfruté en su momento… Lo hago indistintamente en español y en inglés, y es bastante común en mí simultanear dos o tres libros de distintos géneros.
¿Qué libro le habría gustado escribir?
En este momento estoy encantada de haber escrito Las hijas del Capitán.
MB
Las hijas del capitán, María Dueñas, Planeta, 624 pp., 22,50 €