A través de un buen trabajo de documentación, no pocas dosis de ironía y bastante suspense, Martínez de Pisón hilvana este magnífico relato neopicaresco.
«En ocho meses España habrá logrado su autarquía en materia de carburantes», titulaba La Voz de Galicia el 8 de febrero de 1940. Era una noticia proveniente de la agencia Cifra y aseguraba, en el cuerpo del texto, que muy pronto nuestro país podría llegar a producir tres millones de litros diarios de gasolina sintética conseguida de una magistral mezcla de agua del río Jarama y extractos vegetales.
Para ser exactos, la fórmula asombrosa —que sufrió distintos cambios— era delirante: «Filtración de un 50 por ciento de agua con un 50 por ciento de alcohol procedente de vinos endebles, jugos o caldos fermentables vinícolas, malezas, remolacha, etcétera, más un porcentaje de acetona, naftalina y algodón de pólvora». Algunas variantes añadían a la mezcla un toque de «jugo de naranja».
Recién terminada la contienda, la perspectiva de no tener que importar petróleo sedujo al régimen franquista hasta el punto de que la primera ley de protección de la industria nacional publicada en el Boletín Oficial del Estado se basaba en esa noticia e incluía la expropiación de doscientas hectáreas de terreno en Coslada, Barajas y otros lugares de las afueras de Madrid. La prensa corrió a sumarse a la euforia con titulares celebrativos: «Un gran invento nacional» o «Hacia la autarquía en materia de carburantes». Los diarios franceses se mostraron más escépticos: «El nuevo carburante español se fabrica con agua y zumos vegetales»… Pero ¿quién era el responsable de aquella gasolina cañí?
El escritor Ignacio Martínez de Pisón —como ya hiciera en Enterrar a los muertos, con José Robles Pazos, traductor y amigo de Dos Passos— ha necesitado años de investigación para poder escribir un libro de «no ficción» que, con un estilo de reportaje periodístico, sigue los pasos de este pícaro que estafó a Franco. Albert Edward Wladimir Fülek Edler von Wittinghausen, alias Filek, nació en 1889 en Austria.
Bastardo en una familia ilustre, luchó en la Gran Guerra, pero su mundo se arruinó con la derrota del imperio austrohúngaro —palabras fetiche de Berlanga, que siempre intentaba colar en sus películas, viniera o no al caso—. Como buen superviviente, empezó a dar sus primeros golpes desde Fiume, hoy Rijeka, aprovechando la dictadura del poeta DʼAnnunzio, que se iría a pique pasado un año.
Sus fraudes fueron in crescendo y mutando en el modus operandi hasta dar con su pellejo en diversas penales o escabullirse de diversas capitales europeas. Conocería el amanecer de Madrid —sin que los motivos de su viaje queden todavía claros— en las semanas previas a la proclamación de la Segunda República, en 1931 y en la capital vería el escenario propicio para seguir con sus estafas. Poco le importaba si eran viudas con reales, comerciantes presuntuosos o padres desesperados por conocer el destino de sus hijos internados en campos de concentración. Todos eran víctimas propiciatorias para ser engañados. La estafa que mejor «trabajó» consistía en convencer a alguien para que invirtiera en su proyecto estrella. Tras un primer registro en la oficina de patentes, Filek dejaba que se anulara por impago de tasas, y luego engañaba al siguiente pardillo. Modificaba sus relatos conforme pasaban las cosas, adaptándolos a las modas; un verdadero artista del tocomocho. De igual forma, como las faldas eran su perdición, en el ejercicio de su truhanería llegó a ser acusado de bigamia cuando, en la cárcel madrileña, simultaneaba una novia de Béjar con la que sería su mujer, Mercedes Domenech, que le sería fiel contra viento y marea hasta el final de sus días en Hamburgo.
Después de que nuestro Premio Nacional de Narrativa leyera una breve mención de Filek en la biografía de Franco firmada por Paul Preston, no pudo dejar de seguir la pista de este gran secundario. Para ello necesitó bucear en diarios españoles y extranjeros así como en archivos de media docena de países, siguiendo las escurridizas pistas que el pícaro dejó de sus industrias y andanzas por Europa.
Tras muchos timos de baja estofa, Filek se marca la gran kiada. Después de intentar colar, sin suerte, su «maravillosa gasolina» al gobierno de derechas de la República, lo intenta, ya durante la guerra, con el Ejecutivo de Largo Caballero. El tiro le salió mal porque alguien se documentó sobre sus antecedentes y terminó encarcelado por ser sobrino del jefe del espionaje austriaco en la Gran Guerra. Fuera cierto o no, lo único verdadero es que fue absuelto, aunque le trasladaron de una prisión a otra hasta que salió en libertad. No obstante, los dos años de confinamiento le sirvieron a Filek para relacionarse con las esferas del nuevo régimen golpista, entre las que se encontraba el cuñadísimo Serrano Suñer. De ahí que, terminada la guerra, los nuevos «amos» prestaran atención al hombre que entró en prisión como timador y salió como víctima de la represión republicana. Franco, siguiendo los principios de la autarquía económica, estaba obsesionado por encontrar combustibles para no depender de la compra en otros países como Arabia Saudí, y precisamente esa fue la alternativa que ofreció al régimen nuestro pícaro.
Con todo preparado para la nueva industria, y nuestro farsante con los dedos hechos huéspedes, un análisis de una comisión de expertos de la Escuela de Minas descubre que la filekina, como la llamaba el Caudillo, era un gran timo sin fundamento científico sobre el que sustentarse. Su capacidad de seducción le había llevado a la antesala del poder… pero no pudo completar su plan, que, a buen seguro, consistía en poner pies en polvorosa con la cartera llena. En ese momento, su futuro se hizo trizas. Dese marzo de 1941 se paseó por distintas cárceles franquistas como «preso gubernativo» mientras el gobierno echaba tierra sobre el asunto para no evidenciar el grandísimo ridículo que había hecho y el delirio colectivo al que había sometido a toda la nación. Quizá por ello, nuestro estafador terminó siendo deportado a Alemania, cinco años después, con el sambenito de un posible pasado nazi sobre sus espaldas, para agradar a los aliados.
Asunto, como otros muchos en su vida, nunca confirmado. Aunque lo «lógico» hubiera sido que Franco, que había instaurado un régimen genocida, hubiera fusilado a Filek, la realidad es que terminó en un campo de trabajos forzados donde moriría seis años más tarde. No quedan actas ni sumarios ni papel alguno, pero el autor aguarda a que en 2039, a los cien años, se levante el secreto notarial sobre los documentos y podamos saber dónde está el dinero que estafó el austriaco.
A través de un buen trabajo de documentación, no pocas dosis de ironía y bastante suspense, Martínez de Pisón hilvana este magnífico relato neopicaresco en el que están implicados los prohombres del momento, y que de forma colateral relata la historia de España y de Europa coetánea del estafador.
ÁNGELES LÓPEZ
Filek. El estafador que engañó a Franco, Ignacio Martínez de Pisón, Seix Barral, 288 pp., 19 €.