LIBROS PARA CONOCER CÓMO SE RESUELVEN DE VERDAD LOS CRÍMENES DE LOS QUE TODO EL MUNDO HABLA.
Ni en España hay sheriffs, ni nos preguntará un juez si queremos acogernos a la quinta enmienda. Esto último no es broma, lo hizo en Sevilla un hombre que mató a un celador en 2007.
«Si acaso te preocupa tu estética cuando te vas al otro barrio, que sepas que el pelo y las uñas no crecen después de muerto».
En las noticias, siempre nos quedamos con que ha habido un tiroteo y poco más.
En España anda mucho listo suelto. Se agazapan en las barras de los bares, en el trabajo y en las comidas familiares. Con tanto suceso empapando la prensa y tanta ficción policíaca suelta a partes iguales entre novelas y películas, muchos de estos «listos» les asegurarán quién es el culpable y cómo lo descubrirán. Si ya se le agotaron los cartuchos de la paciencia y quiere cerrarles la boca con disparos de conocimiento, aquí le dejamos una buena munición de libros. Manéjelos con cuidado.
Ni en España hay sheriffs, ni nos preguntará un juez si queremos acogernos a la quinta enmienda. Esto último no es broma, lo hizo en Sevilla un hombre que mató a un celador en 2007. La influencia anglosajona se nota. Suena mejor el inspector Frank Callahan, el nombre del cinematográfico Harry el Sucio, que el inspector Paco Guerra, su traducción aproximada del inglés y el gaélico al castellano. Las historias negras norteamericanas se leen y se ven mucho. Las cuentan muy bien y son más vistosas: ahí roban con pistola mientras que nosotros tiramos de navaja. Al final, nos hemos creído todo lo que contaban. Sin embargo, en los últimos años teleseries, películas y novelas españolas han demostrado que se puede hacer género negro sin ir al Bronx. Pero nos faltaba el toque riguroso, científico… como una prueba indubitada: el ensayo sobre el trabajo policial. Hasta hoy.
Estudiante en la UNED de Criminología contra diplomado en la materia y además exdetective privado.
El primero es Blas Grau (Alicante, 1984) autor de Que nadie toque nada; el segundo quien esto escribe. El reto nos lo lanza Alicia Hernández, jefa de prensa de la editorial Oberón, el sello que publica el libro. Nos mete en un Escape Room y «ahí os apañéis». En los juegos de escape, tan populares últimamente —donde los participantes han de resolver un misterio encerrados en una habitación— la ficha es uno mismo y el tablero una habitación de la que solo se sale si resuelves un enigma. Entre prueba y prueba vamos desgranando su libro. Confieso que empiezo perdiendo, pues he copiado el título de su libro. Intento recuperar mi estima y aunque no hemos entrado en la sala de juego, cuya puerta permanece cerrada, ya me tira abajo mi primer mito cinematográfico-policial.
Si tuviésemos una pistola haríamos como las películas ¿no?, pegar un tiro a la cerradura y abrirla.
«Para nada —señala con su sempiterna sonrisa— necesitarías una escopeta de cartuchos y disparar certeramente. Es mentira que con un arma corta se pueda abrir una cerradura».
Así, a lo largo de toda nuestra aventura de escape, va cercenando una tras otra las leyendas sobre la investigación policial. Algunas las tenemos completamente interiorizadas, como cuando se enseñan los cadáveres para su identificación en el depósito: una enorme sala blanca, el forense con bata blanca levanta solemnemente la sábana que cubre el cuerpo para que sea reconocido in situ por el familiar, suena música dramática… Pues no, bórrenlo de su memoria: es a través de un circuito cerrado de televisión que enfoca el rostro del cadáver y que la persona que tiene que reconocerlo ve en otra habitación. Así se le evitar estar presente en ese trance.
Más que leerlo, su libro se bebe. Es ágil y ameno cuando describe asuntos que pueden resultar muy sesudos. Son páginas refrescantes porque incluso a mí, que se presume que debo saber del tema, muchas de sus revelaciones me eran completamente desconocidas, así que no quiero ni pensar para esos que esos que van de listos.
Pero, ¿cómo es que nadie cayó en la cuenta de la falsedad de esos mitos policiales?
Quizá la respuesta está en la comodidad de algunos autores, que no se detienen a preguntarse por todo lo que ocurre en su relato. Prefieren acabar rápido, que el editor mete prisa para la entrega de la obra. Por eso, es contagiosa la ilusión de encontrarse con autores como Blas, que empiezan a cuestionarlo todo desde el principio, sin dar nada por hecho. «Estaba documentándome para mi siguiente novela, Mors, que saldrá el año que viene —dice Blas—. Quería ir de lo increíble, que siempre se cuenta, a lo veraz. Me documenté con tanto material para la novela que me di cuenta de que con él podía escribir además este ensayo, Que nadie toque nada. Siempre pensé que tras las teleseries o detrás de los que escribían novela negra hay una labor de documentación, que las televisiones tendrían su equipo de asesores; pero me pregunté: ¿y si no es así?».
Aquí empieza lo que más me sorprendió: la ilusión por su trabajo.
¿Cómo recopilabas información? «Me iba a las comisarias locales y preguntaba».Nada de «corta y pega», pues. Pero, ¿qué hacías? ¿Te presentabas sin más en una comisaría y les decías: «Hola, soy Blas y quisiera escribir un libro sobre el procedimiento policial?»
«Sí, tal cual. Me cerraban la puerta muchas veces, pero eso a mí no me detenía.»
Finalmente, a través del departamento de prensa me fui a hablar con un inspector de la Comisaría Provincial de Alicante que me ayudó mucho. Pero como no me daba por satisfecho, me fui también a la Unidad Central de Homicidios de la Policía, en Madrid. No paraba hasta que conseguía hablar con los profesionales que me interesaban».
Blas era informático, tuvo dejar su trabajo por problemas de salud y se puso a escribir novelas que publicaba en Amazon. «Imagínate cuando les empezaba a preguntar a los policías sobre cómo trabajaban, planteándoles cuestiones comprometidas… enseguida les tenía que aclarar que yo era de los buenos, que era un escritor, que podían comprobarlo cuando quisieran», señala.
En 2012 ya publicó (en realidad se autoeditó) en Amazon su primera novela, La verdad os hará libres. Un año después, con La profecía de los pecadores, se encaramó en el número 1 en la lista de los más vendidos de dicha plataforma y de la Casa del Libro. En el año 2015 volvió a Amazon con otro éxito, Kryptos. Pero Blas no dejó de ser un jornalero de las letras: «En este libro hay dos años de trabajo y mucho dinero. Por ejemplo, si quedaba con el forense en Almería a las nueve de la mañana, a las cinco tenía salir de casa para coger el autobús desde Alicante, donde vivo». No le bastaba hablar por teléfono. Tiene el prurito de ir a las fuentes, tratarlas en persona, lo que constituye una garantía en el libro. Tras todo ese proceso de documentación a lo largo de un par de años, la escritura la resolvió en unos tres meses: «Eso sí a piñón fijo, ocho horas diarias».
El tesón de Blas es admirable. Padece varias enfermedades. «¿Qué no tengo?», responde entre risas cuando se le pregunta qué es lo que «tiene». Su ojo derecho está ciego, sufre pérdida de equilibrio («tengo operaciones pendientes de columna que me pueden acarrear problemas en las piernas»), y síndrome del desfiladero (que produce deformidad en los nervios y arterias de su brazo con múltiples dolores). Pero no pierde la sonrisa, ni siquiera durante todo nuestro reto de escape en la habitación en la que nos metió Alicia Hernández. Por cierto, ¿quién de los dos resolvió más enigmas de la habitación?…
LA CIENCIA EN LA SOMBRA
En 2014, editorial Destino publicó La ciencia en la sombra. Los crímenes más célebres de la historia, las series y el cine, a la luz de la ciencia forense, de José Miguel Mulet, que empezó a romper los mitos televisivos forenses que tan de moda pusieron series como CSI. Los periodistas somos de gatillo fácil con las preguntas y le pido que me diga su opinión sobre la obra de Blas Grau: «No lo he leído todavía. Le conozco a través de las redes sociales pero viniendo de él seguro que estará muy bien». ¡Vaya!, creía que el investigador veterano iba a poner algún pero a un novato como Blas. Mulet es profesor de biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia, dirige un máster en el mismo campus y es también investigador del CSIC (Consejo Superior de investigaciones científicas). Es un asesino de mitos nato, con varias detenciones en su haber, pues ha roto los de la alimentación (Comer sin miedo y Transgénicos sin miedo), así como los de medicina (Medicina sin engaños), todos en Destino.
Creyéndome un poli duro, aunque sin una luz que le enfoque a la cara —es lo malo de las entrevistas telefónicas—, le sacudo con esta pregunta…
Veo que también tiene un posgrado de genética forense… aparte de esto, ¿de dónde has sacado toda esta información que aparece en el libro? (Me hubiese gustado terminar con un «muchacho», pero como es científico no me atreví).
«Primero empecé por la bibliografía. Por suerte a mi facultad llegan revistas científicas que el resto de la gente no tiene, como Journal of Forensic Sciences —mientras lo dice consulto el precio de suscripción online de esta revista bimensual: 312 euros—. Además he hablado con los mayores expertos en España sobre el tema como el catedrático de medicina legal Ángel Carracedo».
Le sigo apretando las tuercas… hasta que acaba cantando todas sus fuentes.
«Un primo de mi mujer es forense y así pude estar presente en dos autopsias, un suicidio y una muerte natural en la calle».
En La ciencia en la sombra se analizan múltiples crímenes y explica por qué se ha llegado a determinadas conclusiones. Por ejemplo, la clásica sentencia del investigador sobre el tiempo que ha transcurrido desde que mataron a alguien. ¿Cómo lo saben?
Mulet lo revela. Hay «granjas de cadáveres» que estudian cómo evoluciona la descomposición de los cuerpos en diferentes estados: con mucha humedad, en un ambiente desértico, etc. El más famoso de estos depósitos está en la Universidad de Tenesse. Por cierto, si acaso te preocupa tu estética cuando te vas al otro barrio, que sepas que el pelo y las uñas no crecen después de muerto. Lo que ocurre es que al deshidratarte adelgazas y estas sobresalen. Precisamente, uno de los temas más interesantes de su libro es cómo se produce la descomposición del cadáver. Llámame morboso, ¡pero son nuestras bacterias las que nos empiezan comiendo! Por cierto, también llámame clásico, pero eché de menos un índice temático más específico en un libro al que se regresa para consultar datos.
¿Con qué casos de los que tratas te quedas?
«La resolución del caso de Eva Blanco asesinada en 1997. En 2016 y cuando faltaban 18 meses para que prescribiese el crimen, detuvieron al culpable. Conservaban su ADN a través de los restos de semen que dejó en la víctima, pero la Guardia Civil no tenía entonces un sospechoso con quien compararlo. Años después, con el gran avance de la genética, pudieron sacar un perfil con algunas características como color de ojos, de piel… Es decir, dieron con un sospechoso. Algo por donde buscar y lo encontraron. Increíble hasta hace poco».
Criminal mente
Cuando quién esto escribe estudió criminología allá por 1996, fue con unos libros que pusieron a prueba mi vocación por… infumables. A esto se sumaba la respuesta de mi círculo de amigos cuando les respondía que la criminología era un estudio social y psicológico del delito (por qué surge, cómo prevenirlo, etc.), distinto a la criminalística (las técnicas para encontrar al culpable).
Por eso me siento identificado con la imprescindible introducción que hace Paz Velasco de la Fuente en su libro Criminal mente (Ariel, 2018) al diferenciar entre criminología (ciencia social) y criminalística (ciencia técnica). Esta última está muy de moda por series televisivas, por lo que muchos estudiantes eligieron criminología creyendo que serían el inspector de criminalística Grisson de CSI, pero se equivocaron.
Como Paz apunta, todo empezó por su blog www.criminal-mente.es, semilla para ampliar los casos. Este amplio manual de criminología se aleja de aquellos infumables tomos que me estudié. Paz tampoco tiene que ver con esos grises profesores sin experiencia profesional propia tan habituales en las universidades. Ejerce de abogada y es profesora de criminología. Tardó dos años en escribir este libro en el que habla también de la realidad más reciente en España y describe un fenómeno que cada vez más frecuente: los neópatas (los que delinquen para presumir de ello a través de las redes). Como ella misma señala, «también he dejado claras algunas cosas sobre los psicópatas y asesinos en serie que están muy mitificados en el cine y la televisión».
¿Cuándo desenfundar este libro? La oportunidad surge cuando los listos de la barra del bar aseguran saber quién es el culpable de un crimen («está clarísimo, eso ha sido un psicópata»). Ahora, usted le apunta fríamente a la cabeza con un «¿por qué lo crees?» y le responderá con vaguedades; ahí puede el lector acribillarle sin piedad con todo lo que aprendido en el capítulo «Retrato del depredador social: el psicópata». Después, saldrá del bar dejando tras de sí otro listo con la boca abierta, rodeado de un charco de ignorancia.
Otros títulos interesantes son La mente criminal (Temas de Hoy, 2007), de Vicente Garrido, que se centra en una compilación de asesinos en serie y El vicio español del magnicidio, de F. Pérez Abellán (Planeta, 2018).
A tiro limpio
«Quería alcanzar una esquina próxima desde la que poder desenfundar disimuladamente y parapetarme mientras comunicaba la situación a la central». Lo dice un escolta al que segundos después le disparan con una escopeta. Milagrosamente, tras haberle alcanzado en la cabeza y hacerse el muerto, salva la vida, aunque con graves secuelas. «¡Nos matan, venid que nos matan! Yo le ordené que no lo hiciera, que no solicitara refuerzos, porque estaba convencido de que sería todavía peor (…) estaba atemorizado (…). El otro policía, con sus once años de experiencia (…) también perdió el control». Son algunos retazos de los 25 casos de tiroteos que se describen en el libro En la línea de fuego: La realidad de los enfrentamientos armados (Tecnos, 2016). Los autores son un expolicía local que tuvo que jubilarse tras un tiroteo, Ernesto Pérez Vera, y un psicólogo, Fernando Pérez. Sus páginas raspan. Están llenas de una verdad que va lijando la purpurina de la idealización cinematográfica para descubrirte la sucia verdad de un tiroteo. Ernesto Pérez consiguió los testimonios y analiza su actuación policial y Fernando hace una evaluación psicológica.
De las noticias, siempre nos quedamos con que ha habido un tiroteo y poco más. En muy contadas ocasiones los periodistas podemos hablar, incluso protegiendo su identidad, con los que han participado en él, ya que los gabinetes de prensa de las respectivas policías no lo suelen autorizar. Deben creer que eso da mala imagen. Por eso, es tan revelador este libro, porque nos saca de la oscuridad que rodea esos episodios. Los trata como un estudio científico en toda regla. Ernesto consiguió las declaraciones de otros agentes porque le conocían. Viene de familia de policías. Hace instrucción de tiro desde los catorce años, ya era autor de otro libro, Una mirada desde la verja (GEU, 2013), sobre policías en Gibraltar, y colabora en varias revistas. Algunas de esas historias las fue conociendo a lo largo de su carrera como policía local en La Línea (Cádiz). Él mismo protagonizó una de las situaciones que describe en el libro. En agosto de 2007 un delincuente le arrastró 160 metros enganchado a la puerta de su coche. Ernesto pudo escapar tras dispararle en la pierna. Hoy su hambre de recopilar nuevos casos no disminuye: «Si me entero de que ha habido un atraco o un tiroteo intento contactar con los protagonistas, incluso a través de muchos intermediarios, uno que conoce a otro, etc.».
Entendí que ocultase por seguridad la identidad de los protagonistas de los tiroteos, pero no que también lo hiciera con las referencias temporales o de lugar. Ernesto lo justifica diciendo que lo ha hecho para evitar la sempiterna rivalidad entre cuerpos que impediría la sinceridad plena del protagonista. «En esto hay mucho fantasma que descalifica sin piedad». Es cierto, sin anonimato pocos reconocerían que se han acobardado o que su compañero le dejó tirado en el peor momento. Ahora bien, como señala, «también me he encontrado con varios fanfarrones. Recuerdo uno que me aseguraba que había recibido tres disparos en el pecho que paró su chaleco. Le hice varias preguntas y cuando me dijo que no levantaron atestado ante un hecho de semejante gravedad me di cuenta de que era un mentiroso. Hay mucho fanfarrón.
Otros, sin embargo, después de trabajar su caso varios meses me dijeron a última hora que preferían no verlo publicado. Eran casos en los que habían tenido que matar a alguien y eso les había marcado… alguno se había separado o había empezado a beber más de la cuenta».
Cada uno de los tiroteos que narra tiene el sabor del café amargo de la verdad. Sobre todo cuando antes te has tragado tanta historia con doble de azúcar y con el final en el que los buenos cogen a los malos. Al estilo de esas biografías autorizadas, que si lo son es porque vanaglorian al protagonista.
Por eso, son necesarios libros que nos muestren la realidad: que los buenos no siempre ganan. Ahora que ETA ha desaparecido, ¿quién duda que el Estado puso toda su inteligencia en la resolución de los atentados y encontró siempre a los culpables?
Pues léase Agujeros del sistema: Más de 300 asesinatos de ETA sin resolver (Ikusager, 2014) de Juanfer F. Calderín, que aún se sigue vendiendo. Me dejó impactado. Su trabajo como portavoz de la Asociación de Víctimas del Terrorismo le permitió acceder a expedientes que nos muestra las chapuzas de algunas investigaciones archivadas sin culpables en un par de días y otras que se resuelven en un par de folios: una descripción somera de la víctima y un croquis del lugar donde estaba el cuerpo. Nada más. Hablé personalmente con un par de familiares de asesinados sin culpable y cada uno de ellos merece una novela.
Hay otros libros relevantes sobre cómo es la investigación de un crimen, aunque a mi juicio podrían haberse aprovechado mejor. Por ejemplo Descansen en Paz (Atlantis, 2010) de Carmen Baena, forense de la Audiencia Nacional. No es un ensayo sino una brevísima novela bien escrita, pero sobre asuntos que no tienen nada que ver con su actual puesto, tan jugoso informativamente. También he caído en los libros del «cómo» versión policial. Al igual que los libros de autoayuda al estilo de «cómo ser feliz» o «cómo hacer croquetas perfectas», también los hay policiales. Por ejemplo Descubre la mentira. Tres ex agentes de la CIA muestran cómo descubrir los engaños (Sirio, 2013).
No dejan de ser las tan manidas glosas de casos policiales resueltos, pero eso sí, con un título más llamativo. A mí no me sirvió de mucho, me la dan con queso igual que antes.
A TIRO LIMPIO
¿Sabe que muchos agentes de seguridad apenas hacen prácticas de tiro? Incluso hay algún cuerpo de policía local que no hace ninguno. ¿Saben que la munición con la que disparan algunos es inapropiada, o que los policías se tienen que comprar material de su bolsillo? ¿Saben que uno de los elementos de presión de los policías son las descalificaciones de sus propios compañeros, que hay instructores de tiro que nunca han salido a patrullar y no han vivido una situación real?
RASGOS DE LA PAREJA PARA SABER SI ES UN O UNA PSICÓPATA
Están entre nosotros, constituyen el 1 por ciento de la población. Los que matan son la excepción visible. Hablamos de los egoístas supremos que son capaces de todo por satisfacer sus deseos, timándote.
Estos son sus rasgos:
1. Bombardeo de amor al principio de la relación (seducción).
2. Magnetismo emocional y sexual. Se va a vivir contigo demasiado rápido.
3. Mentiras constantes. Victimismo simulado.
4. Estilo de vida parasitario: vivirá de tu trabajo y de tu esfuerzo.
5. Padece paranoia querulante (delirante). Son esos hipocondriacos del Derecho que van denunciando en juzgados cualquier insignificancia.
MITOS FORENSES
¿Cuánto tarda un análisis de ADN? ¿Y el de huellas? ¿El cloroformo actúa en una víctima como se nos muestra? ¿Las pistolas con silenciador suenan como en las películas? ¿Un cadáver se identifica tras sacar el cuerpo de una nevera y destapar una manta?
Gabriel Cruz