«Donde la literatura exige, el fútbol acoge. Cualquier iletrado puede explicarte un fuera de juego».
«¿Se imaginan un estadio de Primera División lleno hasta la bandera de fanáticos de los libros? Agitando bufandas con los nombres de sus escritores favoritos, coreando a pleno pulmón versos de Emily Dickinson o de Lorca, discutiendo sobre quién escribió más novelas, si Balzac o Simenon».
«Después de los boxeadores, seguramente los porteros de fútbol son los deportistas con más posibilidades literarias. Por esa rebeldía que se les supone, por ese punto de locura que su puesto parece necesitar».
«J. K. Rowling ha revelado que en el pasado ha acudido alguna vez disfrazada a ver partidos de su equipo, el West Ham United».
«¿Y qué hay de los árbitros? ¿Acaso no forman parte del fútbol? Pues sí, claro, pero tampoco en la literatura suelen salir muy bien parados».
En Qué Leer somos muy de sacarle partido a las efemérides y los grandes eventos. Así, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y el Mundial de fútbol por Rusia, hemos decidido repasar la descompensada relación entre balompié y literatura.
A nadie se le escapa que si comparamos el número de aficionados al fútbol con el de lectores habituales, estos últimos pierden por goleada. Un marcador de escándalo y llorera en el vestuario. Por supuesto, la comparación no solo es inevitablemente injusta para ambas partes, también es innecesaria y absurda. El balón y el libro juegan en ligas distintas y compatibles (aunque probablemente no al mismo tiempo). Donde la literatura exige, el fútbol acoge. Cualquier iletrado puede explicarte un fuera de juego.
El contagio del llamado deporte rey reside en la simplicidad de sus reglas y en su democracia: puedes jugarlo sin importar ni tu físico, ni tu bolsillo; además, como todo enfrentamiento entre dos bandos, proporciona integración a un colectivo y colores que seguir, un placebo de identidad. Normal que arrastre a las masas. Lo cual también puede volverse en su contra. Sin ir más lejos, Jorge Luis Borges dijo que «el fútbol es popular porque la estupidez es popular». Semejante declaración de boca de un argentino resulta incluso más sorprendente. Opinión similar expresó Umberto Eco, aunque matizada: «Yo no odio el fútbol, odio a los aficionados al fútbol. No amo al hincha porque tiene una extraña característica: no entiende por qué tú no lo eres, e insiste en hablar contigo como si tú lo fueras».
¿Se imaginan un estadio de Primera División lleno hasta la bandera de fanáticos de los libros? Agitando bufandas con los nombres de sus escritores favoritos, coreando a pleno pulmón versos de Emily Dickinson o de Lorca, discutiendo sobre quién escribió más novelas, si Balzac o Simenon. ¿No sería bonito? Inquietante, vale, pero bonito. Aunque, ya puestos a fantasear, ¿se imaginan a un futbolista que en lugar de tatuarse la cara de su hermana o el nombre de sus hijos (no vaya a ser que los olvide) llevara la espalda cubierta con la primera frase de Cien años de soledad en Ar Berkley? ¿O que en la camiseta, donde debería lucir su nombre, se leyera «Llamadme Ismael»?
No hay libro pequeño
Un futbolista que lee es como un niño que toca el piano: a la mínima ocasión aprovechas para presumir de él. Con motivo del día del libro, raro es el año en que no aparece en algún diario deportivo un artículo contándonos a qué jugadores y entrenadores no les asustan los libros. Los nombres acostumbran a repetirse: Pep Guardiola lee la poesía de Salvador Espriu, Juan Mata se declara fan de Haruki Murakami, Gerard Piqué de Ruiz Zafón, Iker Casillas de Coelho, Esteban Granero de Bukowski, Fernando Torres de David Trueba y Xabi Alonso se confiesa lector de novela negra. Del mismo género es aficionado el actual entrenador del Barça, Ernesto Valverde, que a petición de El País elaboró una lista de recomendaciones literarias que comenzaba con 1280 almas de Jim Thompson, y en la que incluía clásicos como La Cartuja de Parma de Stendhal.
Valverde también cuenta con un libro publicado, de fotografía, para más datos. Otro clásico de estos artículos, Jorge Valdano, ya va por la decena de libros escritos. Y no podía faltar en esta lista Miguel Pardeza, que hace un par de años publicó Torneo, en cuyas páginas combinaba autobiografía y ficción.
La soledad del portero
Después de los boxeadores, seguramente los porteros de fútbol son los deportistas con más posibilidades literarias. Por esa rebeldía que se les supone, por ese punto de locura que su puesto parece necesitar. Peter Handke lo supo ver y convirtió a uno en protagonista de El miedo del portero al penalti.
No es infrecuente que el escritor, cuya labor requiere soledad, empatice con la del guardameta bajo palos (reales y figurados). Y que la encuentre poética, como declaró en una entrevista Luis García Montero con motivo de la publicación de Un balón envenenado, una antología de poesía dedicada al fútbol. Le cargan de razón la Oda a Platko, que Rafael Alberti le dedicó al arquero húngaro, y Miguel Hernández y su Elegía al guardameta. Una poesía que Pier Paolo Pasolini extendía a todo el campo. El que fuera jugador amateur del Bolonia, publicó en 1971 un artículo titulado El fútbol es un lenguaje con sus poetas y sus prosistas, una elegante forma de señalar la eterna discusión entre fútbol bonito o práctico. Loa a ese jogo bonito es el poema que Vinicius de Moraes dedicó a Garrincha, asegurando que el balón era feliz entre sus pies.
Otro escritor que jugaba al fútbol fue Albert Camus, de portero en el Racing Universitario de Argel, a quien la tuberculosis alejó del césped a los diecisiete años.
Aunque su pasión por este deporte le acompañaría toda la vida. Llegó a decir: «Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol».
También de guardameta jugó Vladimir Nabokov, durante su etapa universitaria en Cambridge. En su autobiografía, Habla Memoria, confiesa: «Me apasionaba jugar de portero. En Rusia y los países latinos ese intrépido arte ha estado rodeado siempre de un aura de singular luminosidad. Distante, solitario, impasible, el portero famoso es perseguido por las calles por niños en éxtasis. Está a la misma altura que el torero y el as de la aviación en lo que se refiere a la emocionada adulación que suscita. Es el águila solitaria, el hombre misterioso, el último defensor».
La fidelidad a unos colores
Eduardo Galeano acuñó una frase que muchos futboleros han hecho suya a modo de justificación: «En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo». Esa fidelidad a los colores adoptados siendo niño parece ser uno los vehículos de atracción del fútbol. Javier Marías, madridista declarado, escribió un artículo titulado La recuperación semanal de la infancia que el fútbol «es de las pocas cosas que me hacen reaccionar hoy en día de la misma manera —exacta— en que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje, la verdadera recuperación semanal de la infancia». Al otro extremo del puente aéreo, Manuel Vázquez Montalbán, culé ejemplar, comparó los estadios con modernas catedrales donde los aficionados acuden a adorar a los jugadores: «El fútbol me interesa porque es una religión benévola que ha hecho muy poco daño». En esa visión filosófica del juego coincidió con Paul Sartre, quien afirmó que «el fútbol es una metáfora de la vida». Una alegoría en la que han abundado multitud de autores en castellano en algún momento de su carrera literaria: Mario Benedetti, Max Aub, Roberto Fontanarrosa, Juan Villoro, Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño, por mencionar un significativo puñado.
Aunque quizás la clave del poder de arrastre del fútbol la ofreció Terry Pratchett en su novela El Atlético Invisible: «Lo que pasa con el fútbol, lo verdaderamente importante del fútbol, es que no se trata solo de fútbol (…). Es compartir. Ser parte de la multitud. Es cantar todos unidos. Es el conjunto. El todo».
Fútbol es fútbol (y a veces, literatura)
Con su novela futbolera, Pratchett no hizo más que seguir una larga tradición de autores británicos que recurrieron al balón para articular sus ficciones. Al fin y al cabo, este deporte lo inventaron ellos. Así, podemos rastrear ligeras menciones en un par de obras de Shakespeare, y a principios del siglo xix Walter Scott escribió artículos sobre fútbol en el Edinburg journal en los que aseguraba que «la vida en sí misma no es más que un partido de fútbol».
Más recientemente, Martin Amis declaró: «Sé cuál es el atractivo del fútbol. Es el único deporte que habitualmente se decide por un tanto, así que la presión en el momento es más intensa en el fútbol que en cualquier otro deporte». Su antiguo amigo, Julian Barnes, hincha del Leicester City, confesó en un artículo recurrir a pequeños rituales supersticiosos durante los partidos, y aseguraba que ser seguidor de un equipo que nunca gana nada te ayuda a lidiar con las decepciones y tristezas de la vida.
De las decepciones y las alegrías de ser forofo de un club de fútbol habla Nick Hornby en su célebre novela Fiebre en las gradas, en la que con su habitual humor hilvana su biografía con la del Arsenal: «Me enamoré del fútbol igual que más tarde me enamoré de las mujeres: de repente, inexplicablemente, sin crítica, sin pensar en el dolor o los trastornos que traería consigo».
También a partir de una biografía, pero no la propia, David Peace escribió la que muchos consideran la mejor novela deportiva hasta la fecha: Damned United. En ella cuenta el fugaz paso por los banquillos del Leed United de Brian Clough, un controvertido entrenador que revolucionó el fútbol británico durante los años sesenta y setenta, llevando al éxito a clubes modestos.
Difícil de resistir la tentación de incluir un par de citas de, cómo no, Oscar Wilde. La primera: «El rugby es un deporte de bárbaros practicado por caballeros y el fútbol, un deporte de caballeros practicado por bárbaros»; y la segunda: «El fútbol es un juego que está muy bien para chicas rudas, pero difícilmente es adecuado para chicos delicados».
Y hablando de chicas, ¿es que no hay escritoras aficionadas al balón? Al parecer, no demasiadas. J. K. Rowling ha revelado que en el pasado ha acudido alguna vez disfrazada a ver partidos de su equipo, el West Ham United. Pero la única ficción literaria futbolera firmada por una mujer que he sabido encontrar es la novela Dame Pelota, publicada hace unos años por la Dalia Rosetti. La trama narra una historia de amor entre dos jugadoras al tiempo que retrata la precariedad del fútbol femenino argentino.
El hombre de negro
¿Y qué hay de los árbitros? ¿Acaso no forman parte del fútbol? Pues sí, claro, pero tampoco en la literatura suelen salir muy bien parados. Para empezar, un árbitro se desmaya y provoca El penal más largo del mundo, relato de Osvaldo Soriano. Tipo afortunado si se le compara con los colegiados que aparecen en el cuento Holocausto de Camilo José Cela, que mueren ahorcados en el vestuario. Aunque para destino final, el del árbitro de Un ligero caso de insolación, relato de Arthur C. Clarke, que termina calcinado en pleno partido, víctima de esos mismos hinchas que tanto apreciaban Borges y Eco.
Once contra once
Este artículo nació una mañana que le expliqué a María Borràs, la directora de esta revista, el célebre gag de los Monty Python que imagina cómo habría sido un partido entre los filósofos griegos y alemanes más conocidos (si aún no lo han visto, búsquenlo en YouTube). Llevado por mi habitual inconsciencia, le comenté que sería muy divertido hacer algo parecido tomando como excusa el Mundial de fútbol. A ella le entusiasmó la idea y me lo encargó. Fue más tarde, cuando me planteé cómo hacerlo, cuando reparé en el jardín en que me había metido yo solito.
Lo que sigue es, atención, mi selección de escritores que podrían jugar un hipotético y fantástico Mundial de fútbol por países. Los escogidos responden a dos únicos criterios: mis gustos personales y mis carencias lectoras (si para algo va a servir este artículo, es para descubrir que tengo demasiadas). Y para no resultar cansino, me he limitado a cuatro países, participantes de una interesante semifinal.
Ahora les animo a que monten ustedes, lectores, sus propias alineaciones, a que imaginen posibles resultados, a que corrijan posiciones y cambien sistemas, a que amplíen el número de selecciones y, especialmente, a que le comenten todo esto por correo o Twitter a la directora de esta revista. Para que la próxima vez se lo piense mejor antes de dar carta blanca a mis propuestas.
Rusia
Portería: Nabokov
Defensa: Dostoyeski, Pushkin, Turgénev, Gógol
Media: Bulgákov, Chejov, Pasternak, Gorki
Delantera: Tolstoi, Bábel
España
Portería: Lope de Vega
Defensa: Pardo Bazán, Delibes, Medardo Fraile
Media: Cervantes, Marsé, Martín Gaite
Delantera: Lorca, Matute, Gloria Fuertes
Japón
Portería: Kobo Abe
Defensa: Kenzaburō Ōe, Tanizaki, Murakami, Endō
Media: Hiromi Kawakami, Yoshimoto, Dazai
Delantera: Mishima, Kawabata, Sōseki
Argentina
Portería: Arlt
Defensa: Fresán, Fogwill, Aira, Bioy Casares
Media: Selva Almada, Cortázar, Pizarnik, Piglia
Delantera: Samanta Schweblin, Mariana Enríquez
Josan Hatero
Josan Hatero es escritor y su última novela es Disfraz de héroe (Edebé).