«La ficción puede ser la única en llenar los vacíos que la historiografía no puede llenar»
Antes de nada, lectores, la tarea pendiente. El mes pasado, hacia el final de la sección que nos convoca, me despedía diciendo que me quedaban por leer dos libros recién llegados a mi Mesa. Se trataba de Prins, de César Aira (Literatura Random House), y de Loxandra, de la escritora griega María Iordanidu (Acantilado). Pues bien, tarea cumplida. La nueva novela de Aira me encandiló por las mismas razones que me encandilaron sus anteriores. Una finísima línea de locura narrativa para razonar mejor los fundamentos de la auténtica ficción. Prins es la historia de un escritor de novelas góticas. Un día decide cambiar de rumbo y enfilar hacia lo desconocido. En medio de esa aventura indescifrable, se le aparece Alicia. Es posible que todos en la vida hubiéramos deseado una aparición semejante, como le sucedió a Marcel Schwob con su Monelle. O a André Bretón, en París, con Nadja. Tiene algo de prestidigitador César Aira. O de mago. Cualidades imprescindibles, a veces, si se quiere uno quedar en la literatura verdadera. Razones familiares me llevan cada tanto a Grecia. Exactamente a Saloniki. Estamos en el territorio de la Macedonia que vio nacer a Aristóteles y a Alejandro Magno. La presencia otomana se nota en los sabores y, a veces, en los cabellos negros de sus mujeres Y hombres. No faltan tampoco las señas bizantinas en sus iglesias antiguas. Pero allí, en Grecia, a comienzos del siglo veinte, hubo entre turcos y griegos unas guerras feroces, en la que los que más perdieron fueron los griegos, expulsados de la entonces Constantinopla donde vivían como comunidad, junto a otras etnias y culturas, a un lado y otro del Bósforo. Pues bien, Loxandra, nos habla de ese tiempo de paz y felicidad antes de esos crueles hechos históricos. Escrita en tercera persona, la vida de la protagonista de la novela se nos va desgranando como si sólo lo cotidiano, lo familiar llenaran de felicidad pero también de algunos no pocos desasosiegos, la vida de aquellos griegos de la hoy Estambul, sin sospechar nunca lo que se avecinaba. Por favor, querido lector, no deje de leer esta hermosísima obra de la literatura de todos los tiempos. Le deparará momentos de alegría estética, además de enseñarnos cuestiones del pasado que muchas veces se nos pasan de largo, como si no fuera con nosotros. Y vaya si van nosotros.
Me llegó y ya lo devoré La edad de la penumbra, de la escritora y periodista inglesa Catherine Nixey (Taurus). Debo reconocer que poco sabía de este asunto con la precisión y honestidad historiográfica con que lo trata su autora. Se nos habla de los primeros cristianos, que no del fundador del cristianismo. De su fanatismo hasta alcanzar grados de obsesivo martirologio. De hecho de lo que trata este libro es de la discusión entre paganismo y cristianismo. Y de cómo una vez aceptado el cristianismo como religión oficial en las postrimerías del imperio romano, aquél se oficializa como institución universal y a la vez como fuente de los futuros fanatismos religiosos.
Recomiendo con fervor este libro, incluso a los propios creyentes, entre los que me cuento. Y termino la Mesa de este mes con un libro que no me esperaba, sobre todo que no me esperaba que alguna vez se escribiera. Pues aquí el milagro. Se trata de El orden del día, del escritor francés Éric Vuillard (Tusquets). Se relatan (nunca mejor empleado el verbo relatar) en este libro las conversaciones privadas entre los jerarcas del nazismo y los grandes capitostes de la industria alemana de esos días (1933). Es posible, y perdonen el justificado dramatismo de mis palabras, que algunos de nosotros tengamos en nuestros hogares algún electrodoméstico de la misma marca que hace decenas de años atrás permitieron las matanzas y los genocidios de la segunda guerra mundial.
Dicho esto, quedé prendado de este libro, no sólo por lo que cuenta sino sobre todo por cómo lo cuenta. Es la prueba de cómo la ficción puede ser la única en llenar los vacíos que la historiografía no puede llenar. Un ejercicio maestro de estilo y mecanismo narrativo. Gracias, lectores, por vuestra atención y hasta el mes que viene.