«DEL AMOR QUE NO SE ATREVE A DECIR SU NOMBRE»:
«Ser gay, por tanto, no es una característica más, es un factor clave que condiciona nuestra visión del mundo, como puede condicionarla ser negro, mujer o miembro de cualquier colectivo oprimido, y que en el caso de escritores o artistas resulta fundamental para comprender la poética de sus obras».
«Ni el corpus literario de Lorca ni el de Virginia Woolf se consideran a priori LGTB pero sí son paradigmáticos, por su temática, tanto los Sonetos del amor oscuro como la novela Orlando».
«El desprecio o la negativa de muchos a hablar de “etiquetas” resulta frustrante y muy dañina, porque si no permitimos que nos etiqueten, no hay manera de normalizar esas etiquetas que engloban vidas, circunstancias, relaciones…»
«En las ficciones adultas los personajes homosexuales con peso protagonista han sido minoritarios o directamente inexistentes».
«Igual que les ha sucedido a las mujeres a lo largo de los siglos, muchas veces los homosexuales tenemos la obligación moral ya no de ser iguales que los heterosexuales, sino de demostrar que somos mejores».
¿Qué se puede considerar literatura LGTB? ¿Que el autor sea homosexual, que la trama gire en torno a una problemática derivada de su condición, que las obras compartan una serie de características propias del «imaginario» gay, bien difundidas y reconocibles dentro de la comunidad LGTB, o todo lo anterior? ¿Existe la literatura LGTB como género o la orientación sexual de los personajes no debería definir la historia? ¿Basta un elemento LGTB para que el libro entero se considere LGTB? Si bien ninguna de estas preguntas nos asalta con la literatura «convencional» o «heterosexual» (ni siquiera existe una etiqueta que denomine así a las obras de la literatura universal), todavía se hace patente la diferenciación en el caso concreto de los libros y escritores que en todas las épocas y estilos han desarrollado tramas o subtextos (más o menos evidentes) buscados con fruición por el público LGTB y que no siempre ha sido fácil encontrar.
Pero entonces, ¿la orientación sexual importa?
No hace mucho, un artículo del periodista Peio H. Riaño titulado, muy acertadamente, «Prohibido decir: “Lorca era homosexual”» desató un encendido debate en las redes sociales. Resumiendo mucho, Riaño explica cómo en casi todos los textos que acompañan la crítica o la biografía de Lorca se evita cuidadosamente la palabra homosexual y cómo se ha silenciado su condición hasta hace relativamente poco. Sin embargo, algunas personas defendían en sus comentarios una idea tan errónea como extendida: la de que a estas alturas ya no es (ni debe ser) importante la sexualidad de un autor para estudiar y apreciar su obra. No dudo de la buena voluntad de quienes defienden tal argumentación, seguramente nacida del deseo de una igualdad absoluta que por fin deje de diferenciar entre orientaciones sexuales y considere a todas neutrales, pero se trata de una falacia tristemente enraizada en un tipo de homofobia muy sutil, la que consiste en afirmar que «la sexualidad de un autor no importa ni interesa». Es una afirmación que procede de una obsesión típicamente patriarcal, la de minimizar la importancia de la homosexualidad en la vida, y que estamos acostumbrados a escuchar también en relación con actores o actrices, presentadores, cantantes o deportistas: si hacen bien su trabajo, ¿qué importa con quién se acuesten?
Pues sí, señores, importa. No en el sentido estricto, obviamente, pero, contraviniendo toda medianía y corrección política, sí resulta necesario descartar la idea de que la orientación sexual no es relevante. Más aún cuando, como en el caso de Lorca, Pasolini o tantos otros, te han perseguido o asesinado por ella.
Pero ésa no es la única razón. La sexualidad, sea cual sea, es algo tan intrínseco al ser humano que determina no sólo los cimientos de nuestra personalidad sino también nuestra concepción de la realidad y nuestra educación sentimental, de la que las personas LGTB hemos sido más conscientes que los heterosexuales debido precisamente a que hemos tenido que desarrollarla a contracorriente. Ser gay, por tanto, no es una característica más, es un factor clave que condiciona nuestra visión del mundo, como puede condicionarla ser negro, mujer o miembro de cualquier colectivo oprimido, y que en el caso de escritores o artistas resulta fundamental para comprender la poética de sus obras.
A este respecto resultan esclarecedoras las palabras del crítico Alberto Mira, que en su introducción al teatro de Albee explica a la perfección la relevancia de este factor y el triste error que hasta hace muy poco se ha cometido de querer silenciarlo o de no concederle importancia:
«Al reseñar y analizar la vida de determinado autor, llegamos siempre a un punto de su biografía en que, de tratarse de una persona heterosexual, o simplemente de casi cualquier autor que, a falta de más información y a veces sin demasiado fundamento, se asume como heterosexual, nos disponemos a describir sus noviazgos, matrimonios e incluso ligues casuales. No hay biografía de Eugene O’Neill sin Lousie Bryant; no hay vida de Joyce sin Nora, de Sylvia Plath sin Ted Hughes, de Scott Fitzgerald sin Zelda, no hay esbozo biográfico de Arthur Miller sin la aparición estelar de Marilyn Monroe ni referencias constantes a las conquistas amorosas de Hemingway. ¿Y Edward Albee, Tennessee Williams, Federico García Lorca? Un vacío. Un vacío que se debe, hay que decirlo, a una incapacidad de enfrentarse al problema discursivo de la homosexualidad (…). Siempre ha habido mayor resistencia a ocultar la vida homosexual que la heterosexual, pero existe una extraña falla psicológica entre los biógrafos cuando llega el momento de tratar las relaciones homosexuales de sus biografiados (…). El problema no está tanto en señalar el hecho, sino en que las relaciones homosexuales no se tratan al mismo nivel que las demás, son siempre lo vergonzante, lo anómalo, lo que es una debilidad (…). El efecto de tales omisiones es producir la idea de que sólo las vidas heterosexuales son dignas de atención y de respeto, mientras que las homosexuales son un secreto que mejor han de quedar entre sombras, como “cotilleo irrelevante” que debe mantenerse a raya por pudor o por vergüenza. En este sentido, los “Gay Studies”, los estudios sobre el género que han llegado como una oleada al mundo universitario anglosajón, proponen una serie de estrategias de recuperación de la historia de la mirada homosexual que tiende a cambiar el modo en que se escribe la crítica (…).
Los biógrafos son responsables de sus silencios. En cualquier autor cabe pensar que el asumir conscientemente una identidad homosexual sería más importante que identificarse con modelos heterosexuales de comportamiento: el homosexual vive (especialmente en décadas pasadas) contra corriente, cultural y socialmente, y su identidad debe forjarse casi a la fuerza, casi en sucesivos actos de voluntad consciente.
El heterosexual puede no ser ni siquiera consciente de cómo se construye su identidad sexual ni su educación sentimental, puesto que todos los referentes y las convenciones de nuestro entorno presuponen la heterosexualidad y la fomentan. La sexualidad determina nuestra visión del mundo, más aún si sufrimos rechazo a causa de ella, y la homosexualidad es, o puede ser, base de ciertas reflexiones sobre las relaciones entre lenguaje y pensamiento, entre identidad, subjetividad y realidad, además de suministrar algunas claves para leer las obras de estos autores en su completo significado».
¿Qué es la literatura LGTB? ¿Podemos establecer rasgos comunes al referirnos a ella?
Para hablar de literatura LGTB no es tan necesario que el autor pertenezca a este colectivo como que sus textos tengan una temática relacionada con él o demuestren cierto nivel de compromiso. Por poner dos ejemplos, ni el corpus literario de Lorca ni el de Virginia Woolf se consideran a priori LGTB pero sí son paradigmáticos, por su temática, tanto los Sonetos del amor oscuro como la novela Orlando. Sin esas obras, pese a la orientación sexual de sus autores, tal vez ninguno de ellos habría entrado a formar parte de la literatura LGTB, de modo que sólo la orientación no basta. Aunque cuando existe dicha orientación, es difícil (si no imposible) que no se manifieste de alguna manera en los escritos. El ser humano se ha expresado artísticamente sobre el amor, los afectos y las relaciones sexuales desde sus mismos orígenes; éstos son temas tan profundos y arraigados a la propia naturaleza humana que resultan imposibles de obviar, seas un escritor gay o heterosexual.
Por este motivo hay quien defiende que la temática LGTB está abierta a cualquier participante, pero hay también quien la entiende como un patrimonio exclusivo de las personas pertenecientes al colectivo y que sólo puede ser tratado por ellas con verdadera autenticidad, ya que sólo las personas LGTB compartimos una serie de experiencias personales y códigos quizá más incomprensibles para quienes no los conocen o los han vivido. Es un debate candente y extensible a otras formas de expresión artística o incluso política, pero lo cierto es que muchas historias LGTB no serían lo mismo si no estuvieran protagonizadas por gays o lesbianas, ya que las tramas giran precisamente en torno a ese descubrimiento y las dificultades para reconocerse como personas enamoradas de una persona de su mismo sexo. Esta problemática nunca se da en las historias de amor convencionales entre hombre y mujer y al público LGTB le resulta por ello interesante, porque al haber pasado por las mismas fases (dudas, lucha interior, autorreconocimiento, aceptación y salida del armario), son historias y personajes con los que se puede identificar.
Si bien la literatura con componente LGTB se ha nutrido casi siempre del dolor, es necesario dejar de centrar sus tramas en el conflicto, un tema especialmente recurrente en estas obras pero del que se derivan dos problemas: la acotación y repetición excesiva del asunto principal y el hecho de que los lectores heterosexuales puedan no sentirse en un principio atraídos por historias LGTB, ya que quizá esa temática les frena a la hora de escoger sus lecturas o directamente las descartan por ello. El público LGTB, acostumbrado a la heteronormatividad reinante en nuestra sociedad y en todas sus formas culturales, desde la pintura o el cine a la publicidad, no ha sentido tanto rechazo a aceptar todo tipo de historias, aunque no se identificara con ellas, probablemente también porque no le quedaba más remedio.
Quienes nos definimos como autores LGTB no renunciamos a esta definición, pero lo ideal es aspirar a la completa integración de dichos elementos LGTB en la historia, sean principales o secundarios, de manera fluida y natural, para que puedan ser también leídos y apreciados por un público general y no sólo tengan que enfocarse a una parte de los lectores. El objetivo debe ser superar que la orientación sexual de un autor o de sus personajes de ficción defina el género de una obra y su público. Sí, la sexualidad es importante, pero no lo es todo. Un personaje/autor LGTB, además de ser gay, lesbiana o trans, también puede ser astronauta, abogada, político, mafioso, elfo de los bosques o cazadora de dragones… y sus problemáticas y experiencias vitales no tienen por qué girar únicamente en torno a la aceptación de su sexualidad y los conflictos o romances derivados de ella.
¿La literatura LGTB sigue siendo necesaria o perpetúa un gueto?
Editoriales como Dos Bigotes, Egales, La Calle, Amor de Madre o Les y famosas librerías como Berkana en Madrid o Cómplices en Barcelona apuestan claramente por un enfoque LGTB en los textos en los que se han especializado y han contribuido enormemente a visibilizarlos: ensayos, poesía, novelas policíacas protagonizadas por lesbianas, historias románticas ligeras o libros valientes escritos por autores de países donde amar diferente todavía les puede causar el estigma o la muerte. Pero… ¿se corre con esta especialización editorial el riesgo de encasillamiento o todavía pesa la necesidad de referentes LGTB y compartimentos claros para el público?
En Latinoamérica, por ejemplo, esta necesidad es mayor que aquí, y el boom de lo LGTB en el continente hispanohablante es hoy comparable al vivido en España hace unos años. Gonzalo Izquierdo y Alberto Rodríguez, editores de Dos Bigotes, comentaban a la vuelta de la Feria del Libro de Guadalajara (México) cómo se acercaban muchos chicos y chicas jóvenes a su stand preguntando por ensayos, historias de amor o novelas de misterio con componente LGTB. Y no hay más que reparar, por otra parte, en el auge actual de chick-lit gay y lésbico con autoras como Libertad Morán, A. M. Irún o Mila Martínez, que desarrollan ficciones románticas con final feliz. La demanda, por tanto, existe y se extiende.
El problema es que, conociendo la existencia de ese público ansioso por historias LGTB, la calidad de las mismas se resienta o incluso las concesiones al morbo sean cada vez más frecuentes. De modo que lo criticable no es tanto la creación de un «gueto» (término, por otra parte, bastante erróneo a la hora de calificar espacios de libertad y puesta en común por la negatividad que comporta) como la bajada preocupante de nuestros baremos: estamos tan carentes de productos culturales que traten nuestras problemáticas concretas que cuando nos encontramos con una obra que sí lo hace, sea literaria o audiovisual, no la juzgamos con los mismos niveles de exigencia que aplicamos a las demás. Algunas personas consideran ciertos libros y películas casi como obras maestras, llevadas por un arrebato emocional más que por una opinión razonada, sólo porque se trata de un material que quisieran haber podido tener a su disposición durante su adolescencia o en épocas de mayor dificultad. Citando las palabras del periodista Ramón Martínez en su artículo «La “incultura gay”», «aplaudimos tanto las obras LGTB porque tenemos muy pocas películas que poder aplaudir como “nuestras”» y, sencillamente, nos conformamos con lo que hay.
¿Por qué es importante la literatura LGTB no sólo para el colectivo sino para la sociedad en general?
La reivindicación de la identidad pasa necesariamente por la existencia y reconocimiento de referentes que ayuden a ello. El desprecio o la negativa de muchos a hablar de «etiquetas» resulta frustrante y muy dañina, porque si no permitimos que nos etiqueten, no hay manera de normalizar esas etiquetas que engloban vidas, circunstancias, relaciones… El escritor Paco Tomás da en el clavo en este aspecto: «La visibilidad lo es todo. Si no nos ven, si no nos manifestamos, no existimos. Y si no existimos, otros contarán nuestra historia. Dirán que somos enfermos, pervertidos o delincuentes».
Nosotros, todos, hemos crecido en un mundo de referentes audiovisuales prioritariamente masculinos y heterosexuales, sobre todo presentados en las películas, los libros y las series. En las ficciones adultas los personajes homosexuales con peso protagonista han sido minoritarios o directamente inexistentes, lo que nos ha obligado a muchos a adaptarnos y resignarnos con lo poco que podíamos encontrar. Tal vez por eso el público LGTB es mucho más tolerante con los protagonistas de todo género y condición, mientras los heterosexuales prefieren grupos de personajes mixtos o protagonistas masculinos y algunos ponen el grito en el cielo cuando esta convención se transgrede.
Igual que les ha sucedido a las mujeres a lo largo de los siglos, muchas veces los homosexuales tenemos la obligación moral ya no de ser iguales que los heterosexuales, sino de demostrar que somos mejores. Mejores profesionales, mejores padres y madres, mejores personas… porque si no, los homófobos siempre utilizarán nuestra orientación sexual contra nosotros. Uno de los argumentos favoritos de los detractores de las personas LGTB, o del matrimonio homosexual, es que «no es normal». Por eso es tan importante la normalización (que, ojo, no es sinónimo de normativización, aunque el límite sea difuso a menudo) en todos los ámbitos: que amigos, familiares, compañeros de trabajo, jefes, alumnos… vean que nuestras vidas son exactamente iguales a las suyas. O, al menos, que ningún estilo de vida extrañe ni sea motivo de marginación, agresión o denuncia, aunque no se ajuste al modelo tradicional. Y la literatura, como cualquier otro medio de expresión y comunicación, es una vía idónea para conseguirlo.
Referentes clásicos y contemporáneos
La temática LGTB se ha movido a lo largo de los siglos entre los extremos del doloroso conflicto y la exaltación transgresora, sin olvidar la ambigüedad con la que algunos autores quisieron disfrazar las relaciones de sus personajes o la idealización de las mismas a través de un esteticismo desbocado.
Safo de Lesbos fundó en el siglo VI a. C. una sociedad femenina donde enseñaba a las jóvenes griegas a escribir y recitar poesía. Muchos de sus versos, de los pocos que se conservan, están dedicados a algunas de sus discípulas, a quienes confiesa amar abiertamente.
Percy Shelley. Su cosmovisión romántica y su rebeldía le llevaron a cantar al amor de cualquier clase en sus poemas. Sus relaciones con otros poetas eminentes de la época, como Keats o Lord Byron, fueron a menudo de un platonismo erótico e incluso de carácter físico.
John William Polidori, el médico personal de Lord Byron, famoso también por su novela breve El vampiro, albergó siempre impulsos homosexuales hacia el aristócrata inglés, de quien se dice incluso que le sirvió como principal inspiración para su relato.
Verlaine y Rimbaud, los poetas malditos por excelencia del siglo XIX francés, exaltaron en sus versos la homosexualidad como celebración de la vida y sobre todo como transgresión de las convenciones sociales. Ambos iniciaron una tormentosa relación de la que queda constancia en sus apasionadas cartas.
Oscar Wilde. Su larga misiva De profundis, escrita a su amante Alfred Douglas, está considerada la obra fundacional de la literatura homosexual moderna, esa que habla del «amor que no se atreve a decir su nombre». Wilde, paradigma del dandismo y el ingenio más agudo, fue obligado a cumplir condena en prisión acusado de homosexualidad.
Radclyffe Hall es autora de una de las primeras novelas de temática explícitamente lésbica, El pozo de la soledad, razón por la cual se enfrentó a acusaciones judiciales por escándalo y obscenidad. Pese a los intentos de censura, el libro adquirió una enorme popularidad debido a que presenta la homosexualidad como algo natural aunque foco también de angustia a causa de la intolerancia social.
Henry James. Podemos considerar LGTB una obra como Las bostonianas en cuanto a que gran parte de su trama se centra en los encuentros y desencuentros amorosos entre Olive y Verena, sus dos protagonistas. El título, además, sirvió durante el siglo XIX y principios del XX para designar los «matrimonios» formados por dos mujeres que, presuntamente unidas por una íntima amistad, compartían casa y vida.
Djuna Barnes, haciendo uso de una estética deslumbrante y a menudo onírica (el mejor ejemplo de ello es El bosque de la noche), reflejó en sus obras la vida nocturna, las fiestas de sociedad, las relaciones lésbicas, los celos y desengaños derivados de esos romances y, en general, la búsqueda tanto del amor como de la identidad propia.
Annemarie Schwarzenbach, sobre todo escritora de viajes, mantuvo relaciones sentimentales con muchas autoras conocidas de su época y en su breve narración Ver a una mujer relata el proceso de seducción, pasión y frustración vivido en muchas de sus conquistas femeninas.
Marcel Proust. La enorme presión religiosa, familiar y social de su entorno abocó a Proust a vivir su homosexualidad de un modo clandestino. Sin embargo, En busca del tiempo perdido supone en muchos aspectos un análisis exhaustivo del tema a través de la introducción de numerosos personajes homosexuales o bisexuales que cristalizaron el desgarramiento interno de Proust en la aceptación-negación de su propia condición.
E. M. Forster describe en la novela Maurice una historia de amor homosexual en la Inglaterra eduardiana de principios del siglo XX, recorriendo las distintas etapas vitales de su protagonista. Se trata de un texto de especial relevancia pues es de los primeros en relatar el amor entre personas del mismo sexo desde una perspectiva no condenatoria, lo cual, unido al final feliz y las diferentes formas de masculinidad retratadas, lo convierten en un referente alejado de estereotipos y muy novedoso para la época.
Virginia Woolf fue pionera del pensamiento feminista y autora de una de las novelas paradigmáticas tanto de la literatura LGTB como de los estudios de género, Orlando. Concebida a raíz de su relación con la aristócrata Vita Sackville-West, la novela trata temas entonces tabúes, como la sexualidad femenina o el rol de la mujer en la sociedad, a través de un protagonista que cambia de sexo a lo largo del relato. Personajes y conflictos de índole lésbico también aparecen en otras de sus novelas, como Al faro o Las olas, así como numerosas reflexiones y confesiones al respecto en sus diarios.
Vita Sackville-West llegó a ser una escritora de renombre en su tiempo, además de muy prolífica. Los personajes femeninos de sus novelas suelen enfrentarse a los convencionalismos sociales para vivir en libertad. Su hijo, Nigel Nicolson, escribió años después de la muerte de Vita una biografía sobre la vida de sus padres, ambos de tendencias homosexuales, en Retrato de un matrimonio.
Constantino Kavafis abordó la homosexualidad y el homoerotismo en algunos de sus poemas, ambientados en el oriente helénico, los reinos alejandrinos, Roma o Bizancio, y de un exotismo siempre insinuante en el que conviven lo pagano y lo cristiano.
Anaïs Nin decidió rebelarse contra las ataduras de un mundo prioritariamente heterosexual y masculinizado a través de escritos en los que abordó sin tapujos todo tipo de relaciones sexuales no convencionales, como en los relatos de Delta de Venus.
D. H. Lawrence tuvo muy presente el homoerotismo en obras como Mujeres enamoradas o El amante de Lady Chatterley. Fue, junto con Anaïs Nin y pese a la censura y restricciones que sufrieron ambos en muchos de sus textos, uno de los autores que más contribuyó a la popularización y democratización del sexo.
Thomas Mann sublimó estética y espiritualmente la atracción física de Gustav von Aschenbach por el adolescente Tadzio en Muerte en Venecia.
Walt Whitman, el gran amante de la humanidad y de la naturaleza, exploró en muchos de sus poemas de Hojas de hierba y Canto a mí mismo el panerotismo sin límites de género y desde una perspectiva totalmente libre y gozosa.
Federico García Lorca es uno de los poetas donde más ligada se encuentra la vivencia de su sexualidad y su imaginario lírico, un universo pleno de matices sensuales e imágenes eróticas. En El público estudió los deseos homosexuales reprimidos y denunció, desde claves oníricas y surrealistas, la necesidad de libertad para expresarlos. Pese a que sus Sonetos del amor oscuro, supuestamente dedicados a algunos de sus amantes, eran conocidos en círculos privados, Lorca nunca se atrevió a darlos a la imprenta y fueron publicados por primera vez muchos años después de su asesinato.
Luis Cernuda vivió intensamente el conflicto entre la realidad y el deseo en muchos de sus versos y plasmó como pocos poetas el furor, la angustia y las contradicciones derivadas de su orientación sexual.
Carson McCullers introdujo en sus novelas y cuentos numerosos personajes de sexualidad ambigua o directamente transgresora, personajes que eran marginados y despreciados por la sociedad norteamericana de su época. En Reflejos en un ojo dorado aborda los deseos incontrolables del ser humano dentro de un férreo contexto militar.
Marguerite Yourcenar publicó en 1929 otra de las novelas fundamentales en la historia de la literatura LGTB: Alexis o el tratado del inútil combate. En ella relata abiertamente la historia de un hombre que ha luchado toda su vida para reprimir sus instintos homosexuales. También en la obra cumbre de Yourcenar, Memorias de Adriano, las relaciones entre personas del mismo sexo es un tema recurrente.
Tennessee Williams escribió todos sus dramas partiendo siempre del conflicto de identidad que viven sus personajes, asediados por profundos desgarros emocionales a menudo derivados de su sexualidad.
Edward Albee, rebelde y ácido, desató la polémica con muchas de sus obras teatrales al dar a entender subtextos de carácter homosexual y, sobre todo, al ridiculizar a los típicos matrimonios felices con un lenguaje cáustico y punzante, nada complaciente con el público estadounidense.
Truman Capote, homosexual declarado y provocador nato, tuvo la audacia de colar personajes de toda condición sexual en sus novelas y relatos sin que ello supusiera el asunto principal de la trama.
William Burroughs impregnó sus escritos de una fuerte dosis de sátira con la que pretendía atacar la sociedad más conservadora de su época. Tanto en Yonqui como en Queer, las drogas y la homosexualidad se convierten en ejes de liberadora transgresión.
Patricia Highsmith. Su novela Carol, también conocida como El precio de la sal, fue publicada originalmente en 1952 bajo seudónimo debido a los amores lésbicos que relata. Tuvo sin embargo un éxito abrumador al ser una de las primeras historias homosexuales con final feliz.
Fannie Flagg es autora de la célebre Tomates verdes fritos, una historia ambientada en la Norteamérica de los años treinta sobre dos mujeres que atraviesan toda clase de obstáculos juntas. Fue llevada al cine con gran éxito pese a la intención con la que se suavizó un subtexto lésbico que en el libro resulta mucho más evidente y natural.
Lawrence Durrell. El erotismo desborda las páginas de su obra magna El cuarteto de Alejandría, una explosión de vitalismo y sensualidad en la que fluyen con total libertad las relaciones amorosas de toda clase y resultan inolvidables personajes como Justine, Balthazar o Clea.
Elena Fortún, más conocida por ser la creadora del personaje de Celia, protagonista de numerosos cuentos infantiles, es también la autora de una novela autobiográfica que permaneció en el olvido durante décadas debido a su cariz homosexual, Oculto sendero.
Gloria Fuertes, relegada también durante años a la literatura infantil, ha sido reivindicada recientemente como autora de versos adultos en los que con un tono siempre vital y desenfadado habla abiertamente de su amor por otras mujeres.
Elizabeth Bishop, poeta que se convirtió en icono del lesbianismo, demuestra en su escritura una fuerte influencia de las relaciones afectivas y sentimentales que mantuvo con varias mujeres.
Susan Sontag. Conocida sobre todo por sus ensayos y su compromiso político, además de por su relación con la fotógrafa Annie Leibovitz, dejó constancia en muchos de sus cuentos y diarios de su pasión vital e intelectual.
Tom Spanbauer destruyó numerosas convenciones de índole sexual y social en su novela más aclamada, El hombre que se enamoró de la luna, con una historia de vaqueros homosexuales que hacía saltar por los aires todos los clichés del género. En sus siguientes obras, Ahora es el momento y Yo te quise más, aborda también las relaciones homosexuales y la problemática del sida.
Jeannette Winterson. Desde su primera novela de corte autobiográfico, Fruta prohibida, trató el tema de la homosexualidad femenina en comunidades cerriles y sus consecuencias. El amor entre mujeres, con conflicto o sin él, ha seguido presente en el resto de sus obras, desde La pasión o Escrito en el cuerpo (que fue muy novedosa por manejar hábilmente un narrador sin género) hasta La mujer de púrpura.
Jeffrey Eugenides. Middlesex, calificada por muchos como un intento más de la Gran Novela Americana, destaca por describir la vida de un protagonista en su transición de mujer a hombre.
Antonio Gala, dramaturgo, narrador y poeta, ha sido posiblemente uno de los referentes LGTB más conocidos en el panorama literario español desde hace décadas.
Gran parte de su obra se ha centrado casi exclusivamente en el estudio del amor, sea cual sea su orientación, y la exploración de sus vivencias.
Sarah Waters. Su primera novela, El lustre de la perla, que tiene por tema el lesbianismo en la época victoriana, le reportó fama mundial. El resto de sus novelas, como Falsa identidad o Ronda nocturna, engarzan temas populares (secuestros, corrupción, suspense…) con amores entre personas del mismo sexo.
Cecilia Stefanescu. La publicación en 2002 de Relaciones enfermizas supuso un escándalo en Rumanía al abordar no sólo la relación de amor entre dos mujeres sino todo el desenfreno y confusión de la etapa adolescente.
Alysia Abbott. Su autobiografía Fairyland es un interesante relato testimonial sobre la vida de su padre, el poeta Steve Abbot, y la vida de la comunidad LGTB en el San Francisco de los años setenta, con las amenazas siempre latentes del sida, la marginación por razones de orientación sexual o la represión política.
Alison Bechdel. En el campo de la novela gráfica es de obligada cita Fun Home, obra multipremiada que relata de manera fascinante la complicada convivencia de la autora con su padre desde niña y el descubrimiento de su propia sexualidad.
Lucía Etxebarría. Para muchas, Beatriz y los cuerpos celestes fue el primer referente de ficción LGTB que tuvimos durante nuestra adolescencia o juventud, y a día de hoy la novela sigue manteniendo una vigencia y fuerza narrativa incuestionables.
Luisgé Martín es otro de los autores españoles más referenciales y combativos de la literatura actual. En El amor del revés novela el descubrimiento y progresiva aceptación de su homosexualidad a través de sus diferentes etapas vitales.
Pilar Bellver defiende a través de su obra literaria la necesidad de visibilización y beligerancia. Su novela A Virginia le gustaba Vita se inspira en la relación amorosa que mantuvieron Virginia Woolf y Vita Sackville-West, recreándola a través de cartas y un cuidado estilo literario con el que obra el milagro de dotarlas de nuevo de voz.
Gema Nieto