«La ciencia convirtió a los hombres en una suerte de “nuevos dioses” y los alejó cada vez más de la verdadera comprensión del mundo natural. El pujante escenario de la urbe permitió disfrutar de comodidades y placeres antes desconocidos, pero también impuso un trajín humano, con frecuencia perturbador y alienante».
«El frenesí de la vida urbana pronto acarreó cierta nostalgia campestre, que sólo los más privilegiados podían satisfacer durante el esparcimiento veraniego o el fin de semana».
«No resulta extraño que muchos ciudadanos fantaseen de vez en cuando con abandonarlo todo y desaparecer. La idea no es precisamente nueva: los beatniks y la generación hippie también soñaron con escapar del destino vital que les habían preparado sus mayores, retornando al primitivo edén».
«No siempre la confrontación con la naturaleza supone una experiencia tan abrumadora como la descrita en los títulos mencionados».
Los clásicos de la literatura firmados por Rudyard Kipling o Jack London que leímos en la niñez nos enseñaron a valorar los estrechos vínculos entre el ser humano y la naturaleza; pero, a juzgar por la actual obstinación de algunos en seguir explotando irresponsablemente los recursos de nuestro planeta, no parece que hayamos aprendido demasiado de ellos. Afortunadamente, no todo está perdido. En los últimos tiempos, en el ámbito anglosajón y también en nuestro país, han proliferado las ediciones de autores con una destacada sensibilidad ecológica y un mensaje activista en favor de la defensa de la vida salvaje en nuestro planeta. A través del testimonio personal, el ensayo o incluso la novela, la llamada nature writing nos obliga a repensar en qué mundo queremos vivir en un futuro próximo.
ENRIC ROS
El gran libro de la naturaleza
Galileo Galilei era partidario de buscar la sabiduría más allá de las estanterías de las bibliotecas, entregándose a la contemplación directa del «libro de la naturaleza». En uno de sus ensayos, recogido por Italo Calvino en Por qué leer los clásicos (Siruela, 2009), advierte de los riesgos de tratar de comprender el funcionamiento de la vida exclusivamente a través de fuentes indirectas: «Los que todavía me contradicen son algunos defensores severos de todas las minucias peripatéticas» que se niegan a alzar las ojos de las páginas de los libros de filosofía, «como si el gran libro del mundo no hubiera sido escrito por la naturaleza para que lo lean otras personas además de Aristóteles». Esta voluntad de ir más allá de lo ya sabido es la que parecen tener hoy científicos heterodoxos como Rupert Sheldrake, que en el ensayo El renacimiento de la naturaleza (Paidós, 2017), propone una visión holística del mundo natural, que combina el conocimiento biológico con ideas procedentes de la mitología, la historia y la psicología.
Antes de Galileo, otros filósofos y ensayistas, desde los pensadores medievales a Michel de Montaigne, pasando por los contemporáneos del célebre astrónomo toscano como Francis Bacon o Tommaso Campanella, habían recurrido a la misma metáfora del libro de la naturaleza en sus escritos. Algunos de ellos pensaban, siguiendo el modelo pitagórico, que la naturaleza estaba dispuesta conforme a la precisión del número y la geometría. La naturaleza y las leyes de la matemática estaban armonizadas, para ellos, de un modo parecido al de la razón y la fe según la tradición escolástica. Pero la ciencia convirtió a los hombres en una suerte de «nuevos dioses» y los alejó cada vez más de la verdadera comprensión del mundo natural. El pujante escenario de la urbe permitió disfrutar de comodidades y placeres antes desconocidos, pero también impuso un trajín humano, con frecuencia perturbador y alienante, caracterizado con magistral profundidad en la efervescente «novela-ciudad» de Honoré de Balzac y sus continuadores, hasta llegar a James Joyce o Tom Wolfe. El frenesí de la vida urbana pronto acarreó cierta nostalgia campestre, que sólo los más privilegiados podían satisfacer durante el esparcimiento veraniego o el fin de semana. Pero como bien advirtió Henry David Thoreau –el verdadero «padre» del retorno a la vida natural–, hay, en todo este trasiego del campo a la ciudad y viceversa, una callada desesperación que refleja una disconformidad inhibida con lo presuntamente civilizado.
Volver a los bosques
En 1845, Thoreau abandonó la casa familiar en Concord, Massachussetts, para instalarse en una cabaña que él mismo construyó en la laguna de Walden. El objetivo no era «jugar a la vida» o «estudiarla», sino más bien «vivirla intensamente de principio a fin». Su experiencia quedó reflejada en Walden (Errata Naturae, 2013), «libro-manifiesto» iniciático de todas las literaturas «salvajes» y del pensamiento ecológico moderno; y también en otros textos como la correspondencia recogida en Cartas a un buscador de sí mismo (Errata Naturae, 2012). El propio Thoreau explicó los motivos de su decisión de ir a vivir a los bosques: «Quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido». Es el mismo sentimiento de búsqueda que, de otra forma, alienta la obra del gran poeta norteamericano Walt Whitman. Su poemario Hojas de hierba (Galaxia Gutenberg, 2014) supone, como bien apunta Harold Bloom en El canon occidental (Anagrama, 2001), la invención de una mitología moderna, en la que naturaleza, humanismo y espiritualidad avanzan unidos. Se trata de que el Alma –así, con mayúsculas– vuele «hacia lo inefable, / lejos de los libros, lejos del arte», para descubrir un universo de una belleza inefable. Un mundo parecido terminará descubriendo el rupturista Henry Miller, que se aleja de la enajenación urbana de Nueva York para resurgir primero en otra ciudad, París, y después, en las islas griegas; pero que finalmente termina encontrando su particular paraíso terrenal en Big Sur, en California, al que dedicará uno de sus libros más apreciados, Big Sur y las naranjas de El Bosco (Edhasa, 2010).
Inevitablemente, todavía hoy, la lectura de Walden es un bálsamo para todos los descontentos de este mundo, para los que padecen el estrés que acarrea la vida contemporánea en las ciudades o que se sienten constantemente arrastrados por las obligaciones y las rutinas diarias. Thoreau aboga por una recuperación de la libertad individual, que pasa por la propia administración del tiempo y la economía. Como él mismo relata, la serena soledad en el corazón del bosque le permite disfrutar con plenitud de los pequeños placeres de la lectura, de la contemplación de los animales y las plantas, del esfuerzo físico en las tareas diarias y también de las ocasionales visitas, cuando se producen. Walden es un libro decididamente entusiasta, revitalizador. «No puede haber melancolía realmente negra para el que vive en medio de la naturaleza y goza de sus sentidos», nos dice Thoreau, convencido de haber hallado el remedio a cualquier desazón existencial. Evidentemente, su calidad literaria y la profundidad de su pensamiento exceden en mucho las limitaciones de los libros de autoayuda de hoy, que, con sus fórmulas trilladas y simplificadoras, a menudo terminan hundiendo más en la miseria a sus lectores. Thoreau escribe, como los antiguos griegos o como el romano Marco Aurelio, para conocerse a sí mismo, convencido de que sus palabras producirán el mismo deseo de (auto)indagación en el lector. Por eso no es de extrañar que Walden se haya convertido, con el tiempo, en el motivo de inspiración para una serie de autores que escriben sobre un necesario cambio en nuestra forma de vida, que abogan por una nueva forma de relación de la humanidad con el planeta; y también de un cada vez más nutrido grupo de lectores –como confirma el creciente interés por publicar este tipo de libros de sellos editoriales como Errata Naturae o Capitán Swing– que, como Thoreau, desean llegar «al meollo de la vida».
Cuadernos de viaje
La generación de los naturalistas y viajeros de los siglos XVIII y XIX, como Alexander von Humboldt, de quien recientemente se ha publicado su monumental Cosmos: Ensayo de una descripción física del mundo (La Catarata, 2018), animados por la curiosidad científica y la avidez de conocimiento, también se dejaron cautivar por la vida salvaje. Entre ellos, podemos destacar a John Muir, un escocés que se terminó convirtiendo en uno de los grandes cronistas de la belleza de los parajes naturales de los Estados Unidos. Su exploración del Gran Cañón y de lo que más adelante serán los parques nacionales de Yosemite y Yellowstone, sus recorridos por Florida y Alaska, lo impulsaron a crear el Sierra Club, considerado el primer grupo conservacionista de la historia, que contribuyó decididamente a la creación de los parques nacionales norteamericanos. Sus textos principales aparecen recopilados en el excelente Ensayos sobre naturaleza (Capitán Swing, 2018).
También merece la pena destacar La frontera salvaje (Errata Naturae, 2018), otro brillante cuaderno de viajes decimonónico, en este caso del escritor neoyorquino Washington Irving, que narra su arriesgado periplo, junto a una expedición de rangers, por territorios jamás pisados hasta aquel entonces por el hombre blanco, durante la época del recrudecimiento de las guerras indias. El lector aficionado a la nature writing y la memoria histórica encontrará también horas de lecturas gozosas en Black Elk habla (Capitán Swing, 2017), de John G. Neihardt, que recoge el testimonio vital y espiritual del legendario Alce Negro, curandero de los oglala lakotas de Misuri.
Los discípulos de Thoreau
Aceptémoslo: vivimos tiempos perturbadores, marcados por la agitación política y la corrupción, la inseguridad económica, la precarización del mundo del trabajo, el difícil acceso a la vivienda, el agotamiento de los recursos del planeta… Un mundo que, lejos del sueño prometeico del tan cacareado «estado del bienestar», ha fabricado una «sociedad del cansancio» permanente, como nos advierte el pensador coreano Byung-Chul Han. Con este panorama, no resulta extraño que muchos ciudadanos fantaseen de vez en cuando con abandonarlo todo y desaparecer. La idea no es precisamente nueva: los beatniks y la generación hippie también soñaron con escapar del destino vital que les habían preparado sus mayores, retornando al primitivo edén.
Sue Hubbell es un ejemplo paradigmático de este deseo de transformación vital que, de modo tan elocuente, describió Thoreau. Esta antigua librera y bibliotecaria norteamericana, activista en diversas organizaciones por la paz, decidió, en 1973, inspirada por las lecturas del autor de Walden, abandonar la vida urbana para ir a vivir, junto a su marido, a una granja destartalada en las montañas Ozarks, en Misuri, donde creó, con mucho trabajo duro, un pequeño negocio de apicultura respetuoso con el medio ambiente y el bienestar animal. Al poco tiempo, su marido la abandonó y Hubbell tuvo que hacer frente a la soledad, los rigores del invierno o la amenazadora presencia de los coyotes. En el delicioso Un año en los bosques (Errata Naturae, 2016), libro fundamental de la denominada nature writing, relata todas estas experiencias con una conmovedora sensibilidad y una sorprendente ironía. En la introducción al posterior Desde esta colina (Errata Naturae, 2018), reveladora colección de apuntes campestres, explica, con un sentido del humor inasequible al desaliento, las motivaciones de su drástico cambio de vida: «La aflicción por lo que estaba ocurriendo en la América urbanita, el aprecio por la belleza circundante, el deseo de vivir con pocos medios, ciertas tendencias maoístas y, como atestiguarán estás páginas, una fijación obsesiva por cultivar nuestras propias verduras».
Una experiencia todavía más extrema vivió Pete Fromm, un biólogo especializado en vida salvaje que un buen día decidió aceptar un trabajo del Servicio Forestal de Montana, que consistía en estudiar unos huevos de salmón en la agreste zona de Indian Creek. La aventura naturalista pronto se convirtió en una contundente experiencia de iniciación, en la que tuvo que hacer frente a aludes, tormentas de nieve, cazadores furtivos y animales salvajes, como él mismo explica en otro texto canónico del género naturalista, Indian Creek. Un invierno a solas en la naturaleza salvaje (Errata Naturae, 2017). En una dirección parecida apunta otro título importante recientemente aparecido, el libro de memorias Refugio (Errata Naturae, 2018), de la escritora y activista medioambiental Terry Tempest Williams, que describe su lucha por preservar las especies del Gran Lago Salado, al norte del estado de Utah, al tiempo que descubre que su madre padece cáncer, probablemente a causa de unos antiguos ensayos nucleares que han afectado a ocho miembros más de su familia. La confesión íntima y la reflexión ecológica se unen así de forma lúcida en una lectura apasionante.
Pero no siempre la confrontación con la naturaleza supone una experiencia tan abrumadora como la descrita en los títulos mencionados. A veces puede proporcionar sensaciones gozosamente terapéuticas, como sucede en El sonido de un caracol salvaje al comer (Capitán Swing, 2018), de Elisabeth Tova Bailey. Esta escritora estadounidense de relatos breves sufrió un trastorno neurológico que la obligó a permanecer postrada durante tiempo en la cama. Fue entonces cuando descubrió que la contemplación de un caracol salvaje que se había instalado en su mesita de noche podía producirle cierto consuelo y también una inesperada curiosidad. Centrándose en la observación minuciosa de una forma de vida en apariencia insignificante, la autora consiguió reconsiderar su lugar en el mundo.
A los «clásicos» de la literatura de la vida natural se han sumado también testimonios más recientes, como el del escritor noruego Lars Mytting, que, en El libro de la madera.
Una vida en los bosques (Alfaguara, 2016), consigue firmar un cautivador tratado sobre el talado de madera, que es también un manifiesto en favor del decrecimiento y la optimización de los recursos naturales. Algo parecido hace Hasier Larretxea en El lenguaje de los bosques (Temas de hoy, 2017), que parte de las vivencias de su padre, Patxi Larretxea, experimentado leñador y campeón de deporte rural vasco, para proponer una reflexión sobre nuestro agitado presente.
Los editores «salvajes»
El sello editorial Errata Naturae ha sido uno de los más activos en la difusión de la nature writing en nuestro país. Su colección Libros salvajes se amplía ahora con una nueva línea dedicada a la ficción, que empieza recuperando Dalva (2018), pieza importante en la narrativa del norteamericano Jim Harrison, al que muchos recordarán por la popular ficción adaptada al cine Leyendas de pasión (Ediciones B, 1997). Dalva –una novela en la que, como bien afirma su editor, Rubén Hernández, «la naturaleza se muestra como si fuera un personaje más»– narra el regreso de una mujer de cuarenta y cinco años al viejo rancho familiar de Nebraska; un retorno que sirve al escritor para confrontar la experiencia vital de su protagonista con la historia de Norteamérica, de la Guerra Civil a la de Vietnam.
Libros salvajes empezó en 2016, tomando como motivo de inspiración una frase de Thoreau, que es también el título de uno de los libros del catálogo de Errata Naturae: «Todo lo bueno es libre y salvaje». La intención era editar a una serie de autores poco conocidos en España, cuyas obras, con frecuencia crónicas en primera persona de sus propias experiencias, ofrecían una decidida visión ecológica y manifestaban también una voluntad activista, que conecta la defensa de la naturaleza con el discurso político.
Pero la colección supuso además, para sus editores, una importante transformación personal. Con el tiempo, Hernández y su pareja, la también editora del sello Emilia Lope, sintieron la necesidad de pasar de la «teoría» a la «práctica», de «asumir en primera persona los conceptos que defendemos desde los libros que editamos». Por ello, decidieron ir a vivir a una aislada casa de campo situada entre Cáceres y Ávila, con la intención de poder criar a su hija en un entorno natural, pero manteniendo en funcionamiento la sede de la editorial en Madrid. La personal experiencia thoureauiana de estos jóvenes editores sin duda daría para un libro de la colección, pero, como el mismo Hernández nos confiesa con buen humor, de momento no han encontrado el tiempo ni para planteárselo. Entre sus actividades diarias actuales se alterna la edición o la contratación de textos con cortar leña o recoger cerezas; labores de campo que continúan aprendiendo día a día. La instalación de placas solares en la casa, y de una antena para poder asegurarse la comunicación telefónica y la conexión a Internet, les ha permitido continuar trabajando, desde este entorno natural, en su ya consolidado proyecto editorial. El espíritu de Thoreau sigue, pues, más vivo que nunca.
Enric Ros es escritor, periodista cultural, guionista y profesor asociado en la Facultad de Comunicación de la Universidad Internacional de Catalunya. Escribe regularmente en publicaciones como Qué Leer, Jot Down, Historia y Vida, Què Fem? (La Vanguardia) o Serielizados.
OTROS LIBROS SALVAJES
LA SABIDURÍA DE LOS ÁRBOLES, Vincent Karche, Martínez Roca, traducción de Adela Pérez Lladó , 192 pp., 14,90 €
Los árboles como modelo para una vida más armoniosa, una tendencia cada vez más extendida. Los árboles como inspiración. En contacto con ellos aprenderemos a respirar, a crecer, a existir. En definitiva, a vivir.
«En 2003, bajo una presión creciente, y porque me sentía cada vez menos adaptado a la atmósfera confinada de esas salas donde todo es artificio, perdí mi voz y mi alegría de vivir. Lo que parecía una catástrofe –el final de mi carrera al más alto nivel– acabó permitiendo que me encontrara conmigo mismo reencontrándote a ti, árbol. Al borde de mis fuerzas físicas, psicológicas y financieras, fui a visitar el paraje natural de un jefe amerindio en Quebec, último recurso para mí en aquella época. Esta estancia, que debía durar unos días, se convirtió en cuatro meses de pura iniciación.
El jefe me ayudó a regresar a lo esencial. Es decir, a la esencia de las cosas. Las primeras palabras que este hombre me dijo cuando llegué fueron: “Observa la naturaleza, los árboles; todas las enseñanzas están ahí”».
EL PODER DEL BOSQUE, Dr. Qing Li, Roca, traducción de xx, 224 pp., 18,90 €
¿Cómo los árboles pueden ayudarnos a encontrar la felicidad y la salud? El estrés es la principal enfermedad epidémica del siglo XXI. El poder del bosque es el antídoto contra nuestro desorden de déficit de naturaleza: simplemente un baño de bosque de una duración de entre 2 y 4 horas durante dos días seguidos puede hacer aumentar la actividad de nuestros glóbulos blancos en un 40% durante los próximos 30 días. Esta práctica se introdujo en Japón como programa nacional de salud y se ha convertido en una parte fundamental de la cultura del país. La experiencia del Dr. Qing Li y ha dado lugar a este libro inspirador y hermoso, que nos muestra cómo recuperar y revolucionar nuestra relación con el mundo natural. El baño en el bosque puede ayudarnos a reducir el estrés, mejorar la salud cardiovascular y metabólica, reducir el azúcar en la sangre, mejorar la concentración y la salud mental, disminuir el dolor y mejorar la inmunidad. Un libro práctico y bellamente ilustrado, con pautas claras sobre cómo aprovechar al máximo la experiencia de los baños de bosque.
SOMOS NATURALEZA, Katia Hueso, Plataforma, 272 pp., 17 €
La tecnología, el turismo de masas, la urbanización, los trajines del día a día y las exigencias de la vida moderna parecen habernos hecho víctimas del llamado «síndrome del déficit de naturaleza» cuya característica más evidente es una inadecuada relación entre nosotros y el entorno. Es una persistente desconexión de la naturaleza y todo lo que el contacto con ella conlleva: paseos, deporte, juegos al aire libre, evasión, etc. La naturaleza está en todas partes y siempre nos llega, por leve que sea su presencia. De ella obtenemos bienestar, salud y fortaleza y nos proporciona capacidad de crecimiento y desarrollo personal. Nos hace «mejores personas para un planeta mejor». Solo hay que saber verla y reconocerla, estar en ella y sentirla con todo nuestro ser, con plena conciencia y dejándonos llevar.
SHINRIN-YOKU, Annette Lavrijsen, Malpaso, traducción de , 200 pp., 17,90 €
¿Estás estresado? ¿Te sientes agotado? ¿Crees que has perdido el contacto contigo mismo?
En Japón se sabe desde hace tiempo que caminar a través del bosque conduce a una vida más saludable, más feliz y productiva. Meditar paseando entre los árboles ─o simplemente estar─ es una forma popular de medicina preventiva y una terapia alternativa contra el estrés y otras dolencias. De acuerdo con el principio del Shinrin-Yoku (literalmente “baño de bosque”), la naturaleza no solamente tiene el poder de sorprender y relajar, sino también el de aumentar nuestro bienestar físico. Numerosos estudios han demostrado que pasar tiempo en el bosque regula la presión arterial, el ritmo cardíaco y los niveles de adrenalina, e incluso puede ayudar a prevenir las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.
CAMINAR, William Hazlitt y R. L. Stevenson, Nórdica, traducción de Enrique Maldonado, ilustraciones de Juan Palomino, 112 pp., xxx €
Pasear es un entretenimiento distinguido, burgués, ocioso, elegante… Caminar es más bien algo instintivo, natural, salvaje. Pasear es un rito civil, y caminar es un acto animal. Pasear es algo social, y caminar algo más bien selvático, aunque sea por las calles de una ciudad. El que pasea se imagina paseando, o gusta de observarse según la perspectiva de los otros; el que camina es, en ese sentido, extrovertido, solo le importa el afuera. El que pasea coquetea diciendo que sale a buscarse a sí mismo, a conversar machadianamente con uno mismo, a reunirse consigo mismo, a reencontrarse o reconstruirse…; el que camina tampoco sabe nada pero por lo menos ya ha alcanzado a darse cuenta de que hay poco que escarbar dentro de sí, y rastrea vorazmente el exterior, las calles, los campos, los cielos. […] Caminar es algo que está decisivamente relacionado con la independencia y con la libertad.
CÓMO LEER EL AGUA, Tristan Gooley, Ático de los Libros, traducción de Víctor Ruiz Aldana, 360 pp., 18,50 €
Uno no piensa en los charcos. Pero los charcos nos dicen mucho. Su posición en el camino nos puede ayudar a orientarnos. La naturaleza nos da mil pistas sobre el mundo que nos rodea. Están en las nubes, en los charcos, en el vapor, en la forma de las rocas. Cerca del setenta por ciento de nuestro cuerpo es agua. El agua nos rodea y nos da la vida, y forma parte de nosotros.
Cómo leer el agua es un libro imprescindible para los caminantes, marineros, nadadores, observadores de pájaros y de la naturaleza, en el que aprenderán a interpretar los lagos como un nativo de la Polinesia, a detectar aguas peligrosas en la más profunda oscuridad con la simple ayuda de un reloj, a leer el mar como un vikingo, a predecir el tiempo gracias al sentido de las olas, a descifrar las pautas del agua desde una playa, a descodificar el color del agua y a desentrañar el curso de un río como un experto geógrafo.