«Los policías nos estamos convirtiendo en funcionarios, lo que nos resta eficacia»
«No defiendo la violencia, pero sí la contundencia»
«A la sociedad no le gusta levantar las alfombras y ver como se limpia el mundo de la droga»
¿Cómo trabajan los narcotraficantes? ¿Quiénes son los chivatos que colaboran con la policía? ¿Cómo se les paga? ¿O no se les paga? ¿Qué riesgos corren los agentes si se mezclan con los bajos fondos?
Los ciudadanos de a pie no conocemos el funcionamiento de estos submundos.
Queremos que todo vaya bien y que los delincuentes no campen a sus anchas, pero ¿somos conscientes de los peajes que hay que pagar por ello? No nos encontramos ante un panorama como los que nos venden en la pequeña o en la gran pantalla.
Pere Cervantes es un veterano, lleva casi tres décadas ejerciendo de policía, aunque parece mucho más joven. Ha sido jefe de la Unidad de Delitos Tecnológicos y Económicos y patrulló las calles durante cuatro años.
Todo ello lo refleja en sus novelas y en esta que acaba de presentar la editorial Alrevés, Golpes, da una vuelta de tuerca y bucea en la historia de un personaje real, un antiguo colega de trabajo especializado en narcotráfico, que cruzó la frontera y se mezcló con delincuentes. Las bofetadas que le da la vida tienen mucho que ver con la práctica del boxeo, a la que este protagonista es aficionado.
Es este un libro basado en hechos reales, aunque con muchas pinceladas de ficción. Una novela de personajes con el telón de fondo del narcotráfico. El lector quedará impactado y no podrá evitar preguntarse dónde está la frontera entre el bien y el mal.
¿Hasta dónde debe llegar un policía a la hora de realizar su trabajo?
La novela es la historia real de Alfa, pero supongo que hay muchos elementos de sus propias vivencias.
Sí, hay cosas suyas y muchas mías. De hecho fue el propio Alfa, primer lector del texto, quien me señaló que también había mucho de mí mismo. No fui consciente de ello mientras escribía, me di cuenta después.
¿Le ha costado meterse en la voz narradora de un personaje real?
Fue fácil porque Alfa, aunque no lo sepa, es per se un personaje de novela y, por otro lado, tenemos una visión de las cosas bastante similar.
Alfa es un policía apasionado por su trabajo, obsesionado con perseguir a narcotraficantes; pero ¿qué le conduce a cruzar la frontera?
En primer lugar, el desengaño con el sistema policial y judicial; por otro lado, no entiende cómo un profesional como él queda en la estacada. Nunca sostiene la inocencia de algunos de sus actos, pero sigue pensando que aunque ciertas conductas estén tipificadas en el Código Penal, hay límites que se deben cruzar. Por ejemplo, si un informador te avisa sobre un alijo de 500 kilos de droga, o le pagas en dinero o dejas que se quede con 50 kilos. Ambas cosas son delito. Entonces, ¿qué hacemos?
¿Para eso no están los fondos reservados?
Sí, pero a lo que me refiero es que nadie quiere encarar qué está pasando. Si algo va mal, has de demostrar ante el juez que el informador es una persona honesta y que no ha cobrado nada por correr el riesgo de chivarse. Por tanto Alfa reivindica que el agente no quede desatendido por el cuerpo policial. Se ha matado a trabajar y, a la hora de la verdad, nadie le echa una mano. Esta situación le causa un gran desengaño, que le lleva a cruzar la frontera, y como policía que ha trabajado en la lucha contra el narcotráfico, tiene ciertas facilidades porque conoce ese submundo.
A la sociedad no le gusta levantar las alfombras y ver cómo se limpia el mundo de la droga. Lo queremos limpio pero sin asumir el coste ni la manera de hacerlo, sin enfrentarnos a nuestros fantasmas. Es como querer hacer obras en casa sin una mota de polvo.
No defiendo la violencia, pero sí la contundencia. Miremos, por ejemplo, el caso de Marta del Castillo. Hay tres menores que se están riendo de la policía. No defiendo la violencia contra ellos para conseguir información, pero sí dar un puñetazo en la mesa si hace falta. Pero ahora esto es imposible, pues su abogado remite un escrito acusándonos de violencia verbal y el colegio de abogados nos sanciona. El resultado es que los policías nos estamos convirtiendo en funcionarios, lo que nos resta eficacia a la hora de investigar y resolver casos.
¿Pero dónde está la frontera? Es fácil que el uso de esta contundencia devenga en abuso y violencia.
Cada caso es distinto y debe ser analizado de manera individual. Soy consciente de que algunas afirmaciones comportan etiquetas, a las que tememos, pues permitir cierta contundencia no es sinónimo de que seas un policía de la dictadura.
Sostiene que la policía ha cambiado mucho en las dos últimas décadas.
A partir del año 2000, aproximadamente, se llevaron a cabo ciertos cambios internos desde el gobierno central a la hora de regular nuestro trabajo; se implantaron estadísticas y los agentes perdieron autonomía a la hora de intervenir en la calle. En el año 99 me fui a Kosovo y, al volver en 2001 el cambio me pareció patente. La profesión de policía quema mucho, debería ser una carrera de solo quince o veinte años y que luego tuviéramos salidas dignas. Si eres honesto con el trabajo, no puedes llevar un ritmo tan intenso de entrega durante demasiados años. No es lo mismo perseguir a alguien a los treinta años, que a los cincuenta.
¿Cómo le fue en Kosovo?
Fue una experiencia muy positiva, de las que no se olvidan. Creo que volví siendo mejor persona. Fuimos veinte policías para trabajar junto a los cascos azules y volvimos diecisiete. Estábamos muy bien pagados, cierto, pero ¿en función de qué? ¿De perder la vida? Lo del sueldo es, pues, muy relativo.
La televisión y el cine desvirtúan nuestro trabajo y nuestro entorno. Yo lo desconocía todo de las cárceles DMS, toda la información me la dio Alfa. Mi empeño es ofrecer historias realistas, que reflejen también la parte humana de sus protagonistas.
¿Vivimos en una sociedad más violenta?
No, aunque ahora hay tantos altavoces que nos enteramos de todo al minuto y parece que estemos, efectivamente, rodeados de violencia por todas partes. Hace veinticinco años, el caso de las niñas de Alcàsser nos causó un gran impacto. En cambio, ahora, ante un hecho como el caso del niño Gabriel hay un enorme revuelo, pero al cabo de dos semanas, ya lo hemos olvidado.
¿Qué lee en su tiempo libre?
De todo… narrativa, poesía (sobre todo cuando escribo). Últimamente me han encantado El monte perdido, de Agustín Martínez, y Ordesa, de Manuel Vilas. Procuro no fijarme tanto en los argumentos como en las técnicas literarias.
¿Qué libro le habría gustado escribir?
Cualquiera de Francisco González Ledesma, Paul Auster o Milan Kundera.
Golpes, Pere Cervantes, Alrevés, 190 pp., 18 €
MB