«Una vez probó a escribir un libro empezando por el final, después de oírselo a un veterano autor, pero no fue capaz de avanzar».
«Cada vez más, estas historias se alejan del prototipo de heroína desvalida que necesita a un hombre que la saque del apuro».
«Escribir escenas de sexo requiere no caer en inexactitudes, así que mira vídeos porno de los que toma nota para que los, ejem, digamos malabares y demás ejercicios sean totalmente realistas y verosímiles».
Estimados lectores: ¿Sabrían decirme el nombre del autor (o autora) más vendido anualmente en España? Seguro que pensarán en los grandes bestseller, en las listas de los más vendidos, en los libros de los que todo el mundo habla y que, al cabo de un tiempo, son carne de película o serie televisiva… Pero no. El autor más vendido en España —al menos en 2016— fue una mujer de Aluche, madre de dos hijos veinteañeros, nacida en Alemania y con una gran capacidad de trabajo y disciplina laboral. Se llama María del Carmen Rodríguez del Álamo. Pero se la conoce como Megan Maxwell.
La literatura romántica (descalificada como literatura rosa) es un género con ventas estables. Las cifras hablan de PONER DATOS. Pero sigue siendo un género considerado menor y del que se habla poco en los suplementos literarios.
Megan Maxwell es la reina de la novela romántica en España y anda a la conquista del trono en distintos países, ya que sus libros se han traducido al inglés, el francés, el italiano, el ruso y a unas cuantas lenguas más.
Tiene tres líneas literarias que va combinando, pues su producción es de cuatro títulos anuales: novela romántica, novela erótica y novela medieval situada en Escocia (el mito del highlander escocés sigue gozando de mucha popularidad, no hay más que ver el éxito de la serie Outlander, inspirada en las novelas de Diana Gabaldón: mis amigas están bastante pesaditas con el tema).
Por ello, editorial Planeta quiso hacerle un regalo y la invitó a pasar unos días en Escocia. Junto a ella, fuimos un grupo de periodistas. Cuando mi directora, que es más perezosa que yo, me pidió que me uniera al viaje, estuve a punto de ponerme estupenda para hacerme de rogar, pero como no está el horno para bollos (bueno, para los scones escoceses de mantequilla que me zampé esos días), cargué mi maleta de jerséis, paraguas y ropa de lluvia. Una lata; lo bueno es que como todavía hacía frío, pude dejarme la faja en casa para tener libertad de movimientos. Dicen que hay que apuntarse a un bombardeo y quién sabe, quizás el destino me reservaba un lord estupendo con castillo y un montón de hectáreas.
Debo reconocer, sin embargo, que mi arrogancia (al menos la intelectual) hizo que, junto a los bártulos, me llevara conmigo una serie de prejuicios… Prejuicios que se deshicieron como la sacarina que me tomo con las tazas de té.
Edimburgo sigue siendo la hermosa ciudad de piedra y verde césped que recordaba de un viaje de adolescencia. Temía encontrar una ciudad estropeada por la globalización y el turismo, pero sigue igual, solo han proliferado los Zaras & cía. Por suerte, Marks & Spencer sobrevive y aproveché para lanzarme en plancha al shopping. El espíritu de la pobre María Estuardo está más vivo que nunca en la cultura escocesa y aunque no dejé de buscar a un highlander decente, no me hicieron caso ni los gaiteros de la calle.
Megan siempre había sido aficionada a leer novela romántica: Nora Roberts, Lisa Kleypas, Julie Garwood, Susan Elizabeth Phillips y la eterna Danielle Steel, la favorita de su madre, aunque para nuestra autora es un poco descafeinada. Sin embargo, Madame Steel tuvo el detalle de contestar a una carta suya, cuando le escribió contándole cómo disfrutaba su progenitora de sus obras.
Empezó a escribir a los veintiocho años, como un simple hobby, textos que luego encuadernaba para familiares y amigos. Estos la animaron a publicar y pasó muchos años en que solo recibía negativas de las editoriales. Se apuntó a un curso online de novela romántica y el profesor le dio su primera oportunidad para publicar en una pequeña editorial que tenía en Sevilla. Casi premonitoriamente, el título fue Te lo dije.
En 2009 recibió una llamada de la sagaz editora Aránzazu Sumalla, que contrató para La Esfera Deseo concedido, ganadora al año siguiente el Premio Internacional de Novela Romántica Seseña. Y otra editora, en este caso Esther Escoriza, del sello Esencia del Grupo Planeta, la llamó y le propuso que escribiera una novela con unas directrices distintas. Había estallado el fenómeno mundial de 50 sombras de Grey y el público buscaba contenidos más atrevidos. Pídeme lo que quieras se publicó en noviembre de 2012. El éxito —que ya querría para mí— fue instantáneo, arrollador, así que dejó su trabajo de secretaria y se volcó de lleno en la escritura, pues si algo tiene esta mujer es disciplina y capacidad de trabajo. Se encierra en su despacho cinco días a la semana de diez de la mañana a ocho y media de la tarde y además se ocupa personalmente de contestar TODOS los mensajes de TODOS sus seguidores en las redes sociales, sean de aquí o de otros países, incluido el otro lado del charco, pues lo peta en Sudamérica.
Servidora de ustedes da fe de que vive pegada a su iPad y se desvive por sus seguidores (cuán vaga me siento a su lado, yo que soy más del dolce far niente).
Antes de ponerse manos a la obra con un nuevo texto, piensa en el título y, a partir de ahí, traza las líneas principales de la trama y esboza los personajes. Y se pone a escribir, y a reescribir. Mucho. El resultado no suele tener nada que ver con el esquema inicial que su editora le ha pedido para las fichas comerciales y boletines que las editoriales preparan con antelación. Una vez probó a escribir un libro empezando por el final, después de oírselo a un veterano autor, pero no fue capaz de avanzar.
Tiene la paciencia de escuchar las historias que le cuentan sus seguidores, los Guerreros y Guerreras de Megan y, de manera muy inteligente, los fideliza cuando pone algunos de sus nombres a sus personajes o se inspira en algunas de las historias que le cuentan, previo permiso (le estuve dando la tabarra con mis amoríos, que ya me veía yo de musa griega de una pentalogía pero ay, temo que no funcionó).
Para escribir sobre emociones humanas digo yo que no habrá nada mejor que abrir nuestros sentidos y escuchar y ver qué se cuece a nuestro alrededor. Y Megan escucha y se inspira en la vida misma, en la televisión, en los realitis —que acogen gente de todo pelaje—, en todo lo que vive, siente, oye y ve a su alrededor. Su otra gran fuente de inspiración es la música, que siempre le acompaña.
Quizás la naturalidad con que maneja el amplio abanico de las emociones y el erotismo como elemento vital ayuda a que los fans se identifiquen, sufran, lloren y rían con sus libros. Sostiene que las mujeres somos ya dueñas de nuestra sexualidad y le gusta dotar a sus «hijas» literarias de independencia, fuerza y capacidad en la toma de decisiones.
También de la facultad de mantenerse económicamente —algo que siempre le inculcó su madre—. Está horrorizada por el retroceso que experimentan las generaciones jóvenes. «¿Qué nos está pasando?», se pregunta. «En mis libros busco igualdad. He educado a mi hijo y a mi hija de la misma forma y con las mismas obligaciones, pero a veces incluso mis amigas no entendían que obligara al niño a hacerse la cama».
Sufrirán por amor, lucharán por sus sueños pero cada vez más, estas historias se alejan del prototipo de heroína desvalida que necesita a un hombre que la saque del apuro, aunque me pregunto si este estereotipo todavía pesa demasiado en nuestra cultura. (Llámenme antigua pero um, ante un señor que me ponga un pisazo y me solucione la vida, las ideas modernas me las trago en un pispás, vaya si no).
Aprovecha el altavoz de la fama para ejercer cierta responsabilidad social y que sus libros reflejen problemas como la brecha salarial o el maltrato. O problemas que no generan alarma social como la diabetes infantil, que introdujo en uno de sus libros a sugerencia de unas madres de una asociación.
Estoy pensando en dar plantón a mi directora y probar con la novela romántica, así que sibilinamente y como quien no quiere la cosa, le pregunto por el secreto de su éxito: en su opinión, sus novelas enganchan porque utiliza un lenguaje llano y ofrece los finales felices que esperan siempre los lectores del género.
Iniciar una novela siempre impone respeto, pero en la libreta donde lo apunta todo siempre encuentra algún elemento inspirador.
¿Ha pensado en añadir otros elementos en sus libros como el misterio? Confiesa que guarda en el cajón un thriller de gente que se conoce en la red y que algún día publicará.
¿Y no tiene miedo a que un día los lectores le den la espalda, a que cambien los gustos literarios? «Sí, por supuesto. Pero mi editora me dice que debería pasar algo muy gordo para que me dejara de comprar todo el mundo de golpe. Al dividir mis libros en tres subgéneros, al menos consigo diversificar a mis lectores». Con tal cantidad de trabajo, apenas tiene tiempo de leer y se protege de la interferencia de otras lecturas, incluso de amigos o compromisos.
¿Hay algún subgénero que le sea más difícil que otro? Se pone a reír y confiesa que la novela erótica. Escribir escenas de sexo requiere no caer en inexactitudes, así que mira vídeos porno de los que toma nota para que los, ejem, digamos malabares y demás ejercicios sean totalmente realistas y verosímiles. ¿No le coarta pensar que luego lo leerán sus más allegados? Lo niega vehementemente. «Mi familia está encantada con mi éxito y eso no les causa problema».
Lleva la misma vida, los hijos van al mismo cole, los mismos amigos, quizás ha cambiado en que la gente la reconoce.
Les dije al principio que inicié el viaje cargada de prejuicios y lo confieso, glup, con algo de envidia, sobre todo con las magníficas fotos que le hizo Asís G. Ayerbe, aunque debo reconocer que a según qué horas me piden que pose y monto un pollo de los míos, y es que mi Megan tiene mucha paciencia y buen talante para tratarnos a los periodistas.
Pero vuelvo encantada con la simpatía, la energía y la capacidad de trabajo de esta mujer. Palabrita del Niño Jesús.