LA LITERATURA DEL JUDÍO ERRANTE
A causa de una maldición divina, la humillación a Cristo en la subida al Calvario dura veinte siglos, los que lleva este zapatero de Jerusalén caminando sin descanso. Tiene la marca de Caín en su frente, pero se le asocia con figuras mesiánicas como Enoch o Elías. Su sed nunca se sacia. Y sin embargo, si su sangre fuera tinta, la veríamos fluir por plumas tan significadas como las de Potocky, Andersen, Borges o García Márquez.
También él muta en cien nombres: Ahasvero, Catafilo, Butadeo o Juan Botadios. Pocos saben que fue en España donde su leyenda accedió a un desarrollo tan precoz como privilegiado.
El lugar común nos dice que comenzó a circular en Leiden —Holanda— allá por 1602.
Se trataba de un libelo publicado por Christoff Crutzer, bajo el título Breve historia de un judío llamado Ahasvero. El mismo que, siendo zapatero en Jerusalén, apartó al Cristo de un empellón cuando se apoyó en el puntal de su tienda. «Yo descansaré pronto —repuso el Mesías—, pero tú caminarás hasta que yo vuelva». Bastó con eso para que el texto de Crutzer se difundiera como la pólvora por toda Europa. Ese año vieron al Hebreo Condenado en Lübeck y en Praga, poco después en Múnich y, ya de siglo en siglo, hasta en Nueva York.
El enigma comienza cuando advertimos que el nombre de su autor cifra un seudónimo, Cristoff (Cristo) más Crutzer (la Cruz). E invita a la reflexión cuando descubrimos que, desde un siglo antes, corrían versiones apócrifas por toda la geografía ibérica. También identificaban al Caminante Maldito con un zapatero. Pero este no remitía a una figura espectral, sino a cierto remendón iluminado que fue ejecutado por la Inquisición en el Badajoz de 1538.
Se hacía llamar David Reubeni, se le conocía como «El Judío del Zapato» y, pese a su humilde condición, aseguraba ser hijo del rey Salomón, proceder de la legendaria Tribu Perdida, haber frecuentado las cortes europeas, incluida la Pontificia, y tener poderes proféticos. Para sus contemporáneos se trataba de un impostor. No obstante, ya desde la Edad Media encontramos una inquietante tradición de zapateros profetas, como aquel Benvenuto, a quien el Dante condena al Infierno de su Divina Comedia. Si el autor florentino nos retrotrae al siglo xiii, por ese tiempo ya corría una leyenda paralela, aunque descalza.
Tras los pasos del Anticristo
En su Flores Historiarum, Roger van Wendover emplaza a otro candidato a la corona del Judío Errante. Se trataría de Cataphilus o Catafilo, un pretoriano de Poncio Pilatos, quien habría asestado un empujón por la espalda a Cristo. Este le volvió el rostro diciéndole: «El Hijo del Hombre se va, pero tú esperarás a que vuelva». El Judío Errante no sería un mero caminante de la estirpe de Caín —«Andarás errante sobre la Tierra»—.
La maldición eterna se equilibra con el prestigio de los Inmortales.
Trátese de Reubani, de Ahasvero o de Catafilo, todos ellos, al alcanzar los cien años, sufren los paroxismos de la muerte… E inmediatamente se resetean hasta los treinta y tres, la edad de Cristo en el momento de su crucifixión. El ciclo solo se cerrará cuando se produzca la Segunda Venida del Mesías. Es decir, la aparición del Judío Errante remite a un umbral apocalíptico.
No tiene nada de casual que en España el apellido Zapata fuese común entre los hebreos. Tampoco es difícil pasar de la voz arcaica çapato al sabat. Incluso al mítico río Sambation que marcaría el paradero de esa legendaria Tribu Perdida de la que decía proceder Reubani.
Antes que él, se apresó a otro zapatero profeta, Luiz Días, el Mesías de Setúbal. Poco después, durante la guerra de las Alpujarras, Pedro de Deza fue visitado por otro que le anunció, no solo su victoria, sino que esta se produciría por mediación de un misterioso «Encubierto». ¿A quién se refería?
Naturalmente a un guía espiritual de la estirpe del profeta Elías, el Khadir de la tradición musulmana, o el rey Don Sebastián dentro de la ibérica. Todos ellos conectan con el mito del Rey Oculto que reaparecerá en tiempos de aflicción, lo que explicaría la devoción por el Encubierto entre las comunidades hebraicas acuciadas por la necesidad de un Redentor.
Nada más lógico que los cristianos lo convirtieran en su antípoda. El Zapatero Errante pasará a erigirse en el Anticristo. Y ya por 1550 Cristóbal de Villalón lo incorpora a su Crotalón bajo las formas del zapatero Micilo. También conocido como Juan de Vota Dios —mejor Botadiós—, en alusión a aquel Butadeo —otro de los de la cuerda de Ahasvero—, que escarneció a Cristo camino del Gólgota.
Entre tanto, el peso del Zapatero Sacrílego en el plato de la balanza cristiana fue elevando sobre el otro el prestigio del Zapatero Profeta, en una clara confluencia entre la gnosis artesanal, el oficio del remendón, y el pensamiento mesiánico. Basta con acercarse a las páginas de otro zapatero prodigioso como Jakob Böhme.
De camino a la España mágica
Se le conocía como el Zapatero Teósofo de Görlitz, en el xvii parte de Prusia, hoy de Polonia. A los dieciocho años experimentó una visión que se prolongaría siete días. Las visiones se sucedieron y comenzó a escribirlas. En una de ellas refiere la visita de un extranjero harapiento pero de noble porte, quien, tras llamarle por su nombre, le reveló que sería universalmente conocido y que recibiría la gracia divina. Una epifanía en toda regla.
Su relato se expandirá en la obra de Adalbert Von Chamisso, en la de Schlegel, incluso en la del racionalista Goethe. Andersen le dedicará un cuento maravilloso, Ahasvero o el Ángel de la Duda. Su genealogía mágica quedará decantada con su aparición en El manuscrito encontrado en Zaragoza y El monje —de Jan Potocki y M. G. Lewis—. Ya en el siglo xx, Mircea Elíade, en su relato Dayan, lo imagina hablando español.
¿Se trataba de aquel David Reubani que fue quemado vivo en el Badajoz del XVI? Tanto da. Porque la atribución del oficio de zapatero al Judío Errante en España se adelanta un siglo a cualquier variante europea. En su infinito caminar, bebe de cien fuentes. De los variopintos seres teogénicos que aparecen sin darse a conocer para poner a prueba la hospitalidad —la pureza de espíritu— de sus anfitriones, como Cristo en el episodio de Emaús. Pero también de los eternos condenados por haber cometido un acto sacrílego in illo tempore, como el Rey Pescador o Judas.
Personaje ambivalente, anunciador de catástrofes y mensajero de la Parusía, durante nuestro Siglo de Oro ya era un todo un trending topic cuya huella pervivía en los dos puntos nodales de nuestro oriente y occidente: Galicia y Cataluña.
La visita del hombre de la Luna
En su ensayo Savatiers prodigieux, François Delpech enumera siete visitas del Judío Errante al feudo de Santiago. Remiten a un ciclo narrativo donde la falta de generosidad manifestada por los habitantes de cualquier territorio hacia el visitante desconocido, lleva a este a lanzarles una maldición. La estructura del relato replica el episodio de la Sagrada Familia en Nazaret —Cristo nace en un pesebre porque los naturales le niegan toda hospitalidad—. También el de la destrucción de Jerusalén bajo las legiones de Tito, tras el deicidio del Gólgota.
Sucedió en la localidad lucense de Santa Cristina de Paradela, cerca de la cual se ubica una laguna en cuyas profundidades, según la leyenda, yace una ciudad sumergida por la maldición del Zapatero Errante. No lejos de allá, en Boedo de Lagostilla, encontramos otra cidade asolagada tras un episodio semejante.
Si estas versiones se nos presentan como entre las brumas de un pasado legendario, las catalanas las transfieren a los tiempos del relato. Sucede en las zonas pirenaicas del Alt-Ripollés, en el entorno de Sant Joan de les Abadesses. Cada siete años o cada cien, la región experimenta la visita del que negó el reposo a Cristo. Curiosamente, en este municipio gerundense no se presenta como un zapatero y, pese a sus apariciones cíclicas, tampoco reconoce el lugar que visita siglo sobre siglo. Se trataría de un judío que no solo privó al Mesías de un instante de reposo. También le negó hasta un sorbo de agua.
De ahí que se le pinte condenado a sufrir una sed infinita. A su paso, fuentes y manantiales se agostan. Muros, árboles, cualquier posibilidad de apoyo se viene abajo tan pronto como la roza. Un dato más: en Sant Joan de les Abadesses también se le conoce como LʼHome de la Lluna —el hombre de la Luna—. ¿Entramos en lo paranormal? Solo hasta cierto punto. Desde tiempos inmemoriales se conoce a la luna como «devoradora de nubes», mientras que sus ciclos están relacionados con toda la simbología de lo húmedo, en contraposición al principio alquímico de lo seco. De ahí la infinita sed del Judío Errante, y también su venganza infinita… sumergiendo en el líquido elemento que le es vedado catar a los pueblos que le niegan su amparo.
La singularidad de la leyenda recogida en Sant Joan de les Abadesses remite a un dato no menos desconcertante. Todo sucede como si fuera en este pueblo catalán donde se cumplió la pasión de Cristo, en una identificación del mito evangélico y el ciclo folclórico. Aunque admite dos variantes: el Zapatero Sacrílego puede ser alguien que radica en el mismo pueblo y que maltrata a un visitante sobrenatural, o bien ese mismo visitante sobrenatural que padece el maltrato de los autóctonos. En el primer caso, la maldición se vuelve contra él. Y contra el pueblo en el segundo. Sea como fuere, a diferencia de lo que sucede en las versiones gallegas o castellanas, en las catalanas el sacrilegio se origina en la propia Cataluña. Sin necesidad de ponernos freudianos, estamos hablando de una ancestral interiorización de la culpa y el castigo que se presta a infinidad de lecturas.
El Sabater Damnat
Representado como un hombre que camina descalzo, o calzado con sandalias marcadas por el signo de la Cruz, incluso con pezuñas de cabra en lugar de pies, y muchas veces cargando un saco de zapatos viejos a la espalda, tampoco faltan versiones que invierten su errar condenado y lo cambian por una peregrinación redentora. Pero son una excepción. Hasta fechas recientes, las procesiones de Semana Santa en Barcelona evitaban las calles donde hubiera una zapatería. Y tal como refiere Joan Amades en su Folklore de Catalunya, muchos cuentos catalanes sitúan a un zapatero detrás de una puerta «que tothom que passa lo tira al braser» —todo el que pasa le tira al brasero—. La causa la encontramos en otro relato folclórico, El Sabater Damnat —el zapatero condenado—, donde este se burla de los cristianos al paso de la campanilla que llama a comulgar. Su condena será permanecer clavado a la puerta de su albergue mientras exista el mundo, lo que subraya el rango milenarista común a la vasta legión de judíos errantes. Todos ellos penarán hasta que se cumpla el fin de los tiempos y su eterno viaje se detenga a las puertas de la Tierra Prometida.
Un mito global y apocalíptico
Así se explica que su vagabundeo alcance hasta El inmortal de Jorge Luis Borges, pasando por una aparición estelar en Cien años de soledad, de García Márquez, para coronarse en una novela de culto dentro de la ciencia ficción, como Un cántico a San Leibowitz, de Walter Miller. Hablamos, en definitiva, de un personaje mágico que aúna en su perfil rasgos proféticos, apocalípticos y antisemitas, fácilmente asociables con la genealogía de la Diáspora.
Su condición de viajero a través del tiempo lo emparenta con profetas de la estirpe de Enoch —en determinadas comunidades hebraicas se representaba a este como zapatero—. Igual que en el cervantino Caballero del verde gabán se han observado analogías con el Khadir musulmán. Tras el auge de la fiebre antijudía en Europa, se verifica una paulatina inversión de la figura del profeta itinerante hacia la del caminante maldito. Y es así como el santo zapatero deviene en zapatero sacrílego.
Por más que la leyenda se sustente en un imaginario complejo de tradiciones sapienciales, su síntesis se produjo en España, de El Crotalón en adelante. Y lo cierto es que desde entonces no ha dejado de caminar. Aquel que no conoce la muerte se manifestará por última vez en el umbral de los Últimos Días —de ahí que también se le conozca como Juan Espera en Dios—, pues está escrito que será entonces cuando alcanzará su redención. Queda por ver qué será de lo que soportan nuestras suelas. Es decir, de todos nosotros.