El porvenir no pinta nada bien. Para nadie, pero mucho menos para Soto Ivars, como deja bien claro en este texto con ingredientes originales y subyugantes, entre ellos el signo de los tiempos y el protagonismo femenino, que tan bien representa la heroína de Los juegos del hambre, la Kathy de Nunca me abandones de Ishiguro, o mucho antes la Offred de El cuento de la criada de Atwood. Por todo ello, no está de más pensar que estos Crímenes del futuro se inscriben en esa corriente de distopías feministas.
En un mundo preapocalíptico y al borde del cataclismo —en el que los estados han desaparecido y la multinacionales del Ente gestionan la vida—, tres mujeres luchan por sobrevivir y ser dueñas de su propio destino. Julia, Margarita y Pálida son las protagonistas de Crímenes del futuro, una fábula de inquietantes signos proféticos, en la que España se parece más a los turbulentos y miserables años cuarenta de lo que desearíamos. Los alimentos básicos son bienes de lujo, cuyos precios son regidos por inaccesibles saquitos y las ciudades no se dividen por barrios, sino por alambradas —¿recuerdan las concertinas?— que parcelan una marginal periferia sin fin. En ese mundo pos o preapocalíptico —no queda del todo claro— cada una de ellas «resiste» de un modo distinto: desde el arrabal donde se gesta un perseguido movimiento revolucionario, hasta una paradisíaca isla desierta que deviene trampa mortal tras el estallido de una gran guerra o en una nebulosa realidad virtual sin fronteras.
Una lograda distopía futurista que confirma las dotes de narrador del autor de Siberia (Premio Tormenta al Mejor Autor Revelación 2012) y Ajedrez para una detective novato (Premio Ateneo de Sevilla de Novela 2013). Un libro que le ha llevado ocho años completar hasta encontrar el equilibrio justo entre lírica, ideas y psicología de personajes y, lo más importante, «la voz». Contaban los amigos de García Márquez que no encontraba el tono para narrar Cien años de soledad, hasta que un día viajando en coche con su mujer dijo: «¡Ya lo tengo! Debo escribir con la cadencia de cara de palo con la que mi abuela narraba las historias». Y así surgió la obra maestra. Soto Ivars también ha recurrido a la oralidad de doña Pepita —su abuela— para hilvanar esta historia. Y ha surtido efecto. Las tres partes que conforman el volumen, que por sí mismas casi constituyen tres novelas cortas enlazadas, son textos en los que se reconocen dos marcas inconfundibles del autor: su capacidad para leer políticamente el presente y la honestidad brutal que le caracteriza.
Interpela y enfrenta a sus personajes a dilemas éticos y a situaciones límites: los populismos políticos, las utopías liberadoras, la lucha de clases, el narcisismo, la épica de la supervivencia (adaptarse o morir en una sociedad enferma), el culto a la estética o la búsqueda de la felicidad… Aunque en la novela haya realismo social, también encontramos una mirada futurista y visionaria, reveladora, profunda y provocativa de nuestra civilización desde una trama preapocalíptica con la que el autor trata de avistar cómo será la sociedad contemporánea si colectivamente no somos capaces de reaccionar e impedirlo.
Toda distopía contiene un diagnóstico sobre el presente (de lo contrario carecería de interés) y a veces un aviso sobre la derivación de sus más amenazantes defectos. En esta, ese diagnóstico y la alerta están claros y es difícil no estar de acuerdo con ellos: el virus del capitalismo feroz que ha terminado con la igualdad. Hay dos teorías respecto a cómo nos relacionamos con el futuro: una dice que vamos hacia él, inexorablemente; otra, que viene hacia nosotros como un tomahawk. En la primera, somos un tren de la muerte, como aquellos que hiciera mover el nazismo, alejado de toda piedad y control sin librarse de la sospecha de que va a descarrilar. En la segunda, el mañana se aproxima dándonos las luces cortas y las largas en una carretera oscura, pero nosotros no advertimos la colisión, paralizados como un roedor en la carretera, a la espera irresponsable de un apocalipsis verosímil. Este libro nos presenta algo que ya sabemos pero queremos ignorar: nuevo mundo colmado de eslóganes que componen la posverdad entre la miseria económica, social, política y hasta moral. ¡¡¡Despertemos!!!