EFEMÉRIDES
LEÓN FELIPE (Tábara, Zamora, 1884-México D.F., 1968)
«Era un hombre de ideas en el mejor sentido del término, de rebeldía algo bufa, por burlona e iconoclasta. Fértil en su blasfemia anticlerical, y regalado de un anarquismo heterodoxo».
«León Felipe fue un poeta que se desgañitó en sus versos para proclamar los peligros que acechaban, y la paga que recibió fue un prolongado exilio».
«Su mayor legado, no obstante, probablemente se concentre en la denuncia mantenida a través de sus libros de la necesidad de mantener una libertad e independencia del hombre respecto del político y las organizaciones, así como el testimonio de un sentido de la humanidad exigente».
«A León Felipe no le interesó más patria que la que conocía en cada momento de su vida trashumante, y sin ser devoto de patrias chicas o grandes, dedicó poemas de valor y sentido a la nostalgia de España y el sueño de encontrar algún día un país libre de todo yugo».
Alguien definió a León Felipe (1884-1968) como el poeta trashumante, y es sin duda una referencia justa. La suya fue una vida en movimiento perpetuo, encontrando domicilio en los lugares más diversos, primero por voluntad de una vida inquieta y después en su condición de exiliado. Ya en 1920 publicó un primer libro llamado Versos y oraciones de caminante, en franca premonición de todo lo que vendría después. Su destino estaba escrito en la lejanía, y sus versos aprovecharon bien tal destino.
León Felipe había nacido en Tábara (Zamora), pero sus recuerdos de infancia los forjó en Salamanca. Luego de licenciarse en Farmacia en Madrid, continuó contribuyendo en su juventud a la condición de nómada, con su mudanza a Guinea (ese Fernando Poo que para los españoles actuales solamente tiene aroma a libro de historia) y Estados Unidos.
A México llegó con carta de recomendación de Alfonso Reyes en 1923, sin saber que años más tarde, con la venida del ominoso desastre de la guerra civil, se exiliaría definitivamente en ese país. El destino de este hombre en mudanza constante parecía estar escrito de antemano, pues ese designio alcanza incluso a su nombre. Digo esto porque no mucha gente ha reparado en el hecho de que el nombre real de León Felipe, como otra premonición más en esta vida hadada, es Felipe Camino.
La persona de León Felipe, de cuya muerte se cumplen ahora cincuenta años, resulta tremendamente compleja y contradictoria, igual que su poesía. Era un hombre de ideas en el mejor sentido del término, de rebeldía algo bufa, por burlona e iconoclasta. Fértil en su blasfemia anticlerical, y regalado de un anarquismo heterodoxo. Le tocó vivir un tiempo de mucho ruido, y por eso algún crítico que no llegaba a disfrutar su trabajo adjetivó su poesía con el apelativo de histriónica. Después muchos han repetido lo de que su poesía es gritona, pero a mí me parece injusto, porque León Felipe tiene muchos versos mágicos, y un número extenso de poemas dotados de gracia artística y hondura filosófica. Gustó de unir verso y prosa, o verso y diálogo, le atrajo lo prometeico y lo quijotesco, y todos estos aspectos le suman modernidad y realizan el milagro de que pueda ser a la vez tremendamente español y universal. Los mejores versos de León Felipe son desgarradores en la llaneza de su sinceridad, en su testimonio urgente. En ellos se contiene bien la necesidad que se tenía en una época tan convulsa de gritar qué ocurría. En su producción hay versos de dolor rasgado y solidaridad generosa, de pintura fina de la crueldad y testimonio del desmoronamiento de una vida que no era perfecta pero era mejor que lo que vendría.
Fueron muchos los libros de León Felipe, y muchos de mérito, de manera que cualquier elección es subjetiva y parcial, personal. Sin embargo no me resisto a ofrecerles mis preferencias. Me quedaría con Drop a star (1933), por audaz, Español del éxodo y del llanto (1939), por su valor testimonial, y Ganarás la luz (1943), por ofrecer una auténtica madurez creativa. Como rasgo propio del autor también podemos decir que constituye en cierta medida una isla creativa de la Edad de Plata, apartado como estuvo siempre de las generaciones aunque compartiendo tiempo con las del 14 y el 27. No encajó en ninguno de los grupos precisamente por su carácter inquieto y ese movimiento continuo que fue su vida, pero esa circunstancia de inadaptado le proporciona una singularidad que sedujo a Pedro Salinas y Dámaso Alonso.
León Felipe fue un poeta que se desgañitó en sus versos para proclamar los peligros que acechaban, y la paga que recibió fue un prolongado exilio. Del tiempo en América aprovechó todo, pues de su biografía resulta fácil entender que sabía encontrarse en casa en cualquier parte. Los poetas norteamericanos, a quienes tradujo de manera constante y libérrima, marcaron grandemente su producción. La crítica coincide normalmente en señalar a Walt Whitman como uno de los maestros de los que León Felipe más bebió, aunque la huella del 98, Antonio Machado, García Lorca y otros coetáneos sea igualmente evidente. Este poeta del que ahora conmemoramos los cincuenta años de su fallecimiento coincidió con García Lorca en su célebre viaje a Estados Unidos, en 1929, cuando se origina ese libro máximo del granadino que es Poeta en Nueva York.
En sus libros se encuentra una constante indagación sobre la religiosidad popular, la creencia personal y el papel de la Iglesia católica en la sociedad. Estos versos mantienen vigencia e interés, aunque en su momento plantearan dudas a creyentes y escépticos, pues con frecuencia se colocaba entre unos y otros. Esta vertiente entre anticlerical y de búsqueda de Dios del poeta produjo poemas curiosos, como ese «¿Quién es el obispo?» de Español del éxodo y del llanto, en el que juega con la función del político, el obispo y el poeta. No dejen de leerlo, si no lo conocen ya. Su mayor legado, no obstante, probablemente se concentre en la denuncia mantenida a través de sus libros de la necesidad de mantener una libertad e independencia del hombre respecto del político y las organizaciones, así como el testimonio de un sentido de la humanidad exigente.
Trabajó versos que mostraron de manera recurrente las fronteras éticas que consideraba justas. Entre mis favoritos está ese que dice que «El poeta va recreando con su angustia viva, las esencias vírgenes que matan sin cesar el político y el eclesiástico, esos hombres que piensan que ganan todas las batallas y dejan siempre seco y muerto el problema primario de la justicia del hombre.»
El horror de la guerra civil le sirvió, como a tantos otros poetas coetáneos, para que forjara una poesía que actuase como un instrumento de esa verdad que debe escribirse con mayúsculas, y que los artistas parecen conocer mejor que nadie por el tiempo que invierten en indagar qué nos define como humanos. Supo extraer de nuestra desgracia nacional un aprendizaje universal, que convierte su poesía en un hecho que trasciende fronteras. Fue un poeta rebelde a la manera de unos tiempos agrestes, tan duros como pueden imaginarse en el contexto de una guerra civil. Existe un estudio de Electa Arenal, publicado hace ya muchos años, en el que se refería a León Felipe como homo ethicus. También parece una descripción justa. El poeta invirtió no pocos esfuerzos en definir su poesía, de manera que resulta sencillo encontrar poemas que tengan referencias metapoéticas de gran valor y pueden hacer las delicias de aquellos que disfrutan en los juegos de enunciación del hecho poético.
Pensando en su trayectoria, uno no puede menos que acordarse de otros de sus contemporáneos, especialmente aquellos con los que su poesía entronca en genio y sensibilidad. Miguel Hernández muriendo tuberculoso en la cárcel de Alicante, dejando atrás esas luminarias que son El rayo que no cesa o el Cancionero y romancero de ausencias. Antonio Machado, desgarrando su vida cansada y enferma en Collioure, legándonos Campos de Castilla, Soledades, galerías y otros poemas y tantos otros. García Lorca, sufriendo la tragedia de una muerte ignominiosa en aquel paseíllo del 19 de agosto de 1936, habiendo cambiado el teatro y la poesía para siempre.
Tampoco podemos dejar de recordar a otros exiliados como él: Rafael Alberti, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y tantos otros.
A León Felipe no le interesó más patria que la que conocía en cada momento de su vida trashumante, y sin ser devoto de patrias chicas o grandes, dedicó poemas de valor y sentido a la nostalgia de España y el sueño de encontrar algún día un país libre de todo yugo. En tiempos como los que vivimos, en los que las definiciones de nuestra convivencia también se encuentran agitadas, la lectura de sus versos dedicados a la piel de toro pueden ser especialmente inspiradores. Acérquense a ese que dice: «¡Toda la sangre de España/por una gota de luz!»
Uno de los pulsos de más mérito de León Felipe es el de unir grandilocuencia y humildad. Son numerosos los poemas en los que el poeta nos llega manso, confesando al lector que no se considera un individuo de importancia: «Yo no soy nadie. / Un hombre con un grito de estopa en la garganta/ y una gota de asfalto en la retina; / un ciego que no sabe cantar». En entrevistas y confesiones autobiográficas, se solía describir como un ser perezoso, y no tenía problema alguno en confesar sus pecados y defectos en los poemas que daba a la imprenta.
León Felipe murió en la ciudad de México el 18 de septiembre de 1968. En sus plazas hay varias estatuas dedicadas a su memoria, pero quizá la más emblemática sea la que se encuentra en el bosque de Chapultepec, frente a la Casa del Lago. Allí una estatua sedente de un León Felipe anciano es testigo de la vida de la ciudad. Junto a la estatua, un olivo zamorano que plantaron en su memoria los amigos del poeta en 1972.
Ojalá la efeméride que este artículo recuerda traiga buenos lectores al poeta, pues sería hacer justicia a un legado que se ha debilitado mucho en las últimas décadas. Su vida, como su obra, fue a un tiempo adornada y lastrada por la singularidad. Comenzó a publicar tarde, cuando los miembros de su generación ya celebraban triunfos; su exilio le confirió necesariamente un aroma americano, que al lector español se le antojó extraño cuando la censura desapareció y pudo ser publicado. En México, por el contrario, permanece como un símbolo de la España republicana. De cualquier forma, no hay mejor venta de su poesía que animarles a que den una oportunidad a sus versos.
Se verán recompensados.
Rafael Ruiz Pleguezuelos