¿Qué le habrá hecho la malvada Rosa Regàs a ese buen hombre, J. J. Armas Marcelo, considerado, desde hace varias décadas, como una de las más brillantes promesas de nuestras letras? Vean qué escribe de ella en el primer tomo de sus memorias: «Rosa Regàs siempre me pareció un bluff intelectual y político de primera dimensión. Un invento de una determinada época de inventos (…). En los setenta, era muy procaz, suelta y atrevida, y en la barra del Bocaccio de Barcelona ejercía de musa de la gauche divine catalana. En realidad, había otras musas muy por encima de ella, en elegancia, clase, estética y condición femenina; desde la joven Beatriz de Moura a las actrices Serena Berganza y Teresa Gimpera» (pp. 38-39).
No conozco personalmente a Rosa Regàs, y no sé, por tanto, si en su momento estaba mejor dotada o no, en todos los sentidos, que la Moura, la Vergano o la Gimpera, pero si en los años setenta, en pleno franquismo, fue procaz, atrevida y suelta, mejor para ella; con tales epítetos descalificadores, nuestro moralista —adicto a las casas de putas y adúltero convicto y confeso (p. 315), parece estar haciendo oposiciones a una plaza en el viejo Pepé del nuevo salvador de la patria, Pablo Casado; veinte años escribiendo en ABC deberían dar su fruto, y recompensar de una vez por todas la frustrada vocación política de quien, durante el tardofranquismo, fue un probo empleado del Cabildo Insular de Gran Canaria (p. 379), casado en primeras nupcias con la hija de un alto oficial del Ejército español (p. 186).
«Como editora —prosigue Armas—, no inventó gran cosa (…). He de aclarar que la Regàs tenía, hasta hace poco, una capacidad de simulación extraordinaria: pareció buena cuando era muy mal intencionada. Protegida por esa máscara, y consentida por la estupidez intelectual de Barcelona y Madrid, se irguió como una figura extraordinaria, como si fuera la Juana de Arco de la intelectual española de los ochenta y noventa, y llegó incluso a arriesgarse a escribir, sin saber hacerlo» (p. 39).
Rosa Regàs, como editora, me parece que tiene un puesto muy destacado en la pequeña historia de nuestras letras: a través de La Gaya Ciencia publicó no solo a autores de la importancia de Juan Benet, sino que, con la Biblioteca de Divulgación Política, en 1976, antes incluso de las primeras elecciones democráticas, logró integrar en una misma colección a autores tan dispares como José Luís L. Aranguren, Carlos Hugo de Borbón Parma, José María Castellet, Ricardo de la Cierva, Alfonso Carlos Comín, Felipe González, Manuel Jiménez de Parga, Federica Montseny, Paco Fernández Ordóñez, Miguel Primo de Rivera, Joaquín Ruiz Jiménez, Simón Sánchez Montero, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Enrique Tierno Galván, Manuel Vázquez Montalbán y otros, entre los que no se contaba, por supuesto, Armas Marcelo.
«El bluff se acrecentó cuando ya de mayor alguien le sopló al oído que debería convertirse en escritora —insiste Armas—. Lo hizo con éxito aparente y llegó incluso a merecer el Premio Planeta por una de sus novelas más ilegibles» (p. 40).
Ignoro si alguien «le sopló al oído que debería convertirse en escritora»; de ser así, debió de ser alguien con poderes taumatúrgicos; ya en un lejano 1988 Rosa Regàs nos ofreció un libro de viajes delicioso, Ginebra, en el que, al margen de la seducción por la riqueza, la eficacia y la buena conciencia que caracterizan a los ginebrinos, se propugna la espontaneidad frente a la previsión, la fantasía frente al trabajo, la belleza frente a la utilidad. Y tras su obra Memoria de Almator (1991), cuatro de sus novelas han obtenido cuatro de los premios literarios más importantes de nuestro país: Azul (1994), el Premio Eugenio Nadal; Luna lunera (1999), el Premio Ciudad de Barcelona, La canción de Dorotea (2001), el Premio Planeta; Música de cámara (2013), el Premio Biblioteca Breve. No está mal, mal le pese a quien le pese —sobre todo a quienes concursaron a ellos sin éxito—. Alguna de estas obras, como Luna lunera, por ejemplo, si este país fuese medianamente serio, devendría en clásico, porque ha sabido reflejar, como pedía Ortega, el tiempo en que fue escrito: la memoria no es sino una fuente inagotable de dolor.
Como no podía ser de otra manera, otros personajes de nuestra vida cultural, pero no de la relevancia de Rosa Regàs, son pasto también de la ira descalificadora del nuevo inquisidor, en especial Mario Muchnick: «El biólogo imposible, el matemático inaudito, el fotógrafo frustrado (p. 25). Amparado en el gran apellido de su padre, intentó primero ser Einstein con el estudio de las matemáticas; más tarde quiso llegar a ser Cartier-Bresson en el arte fotográfico; cuando yo le conocí perseguía ser Carlos Barral (o su inalcanzable padre)» (p. 40).
Al principio de esta nota nos preguntábamos qué le habrá hecho la malvada Rosa Regàs a J. J. A. M., que en alguna ocasión, según nos explica, ha estado sometido «durante seis meses a unas sesiones psicoanalíticas» (p. 177), que, confiesa, le han proporcionado «una autoestima hiperbólica que, reconoce, ya no piensa abandonar» (p. 190). Pero tal vez debiéramos preguntarnos qué no le hizo Rosa Regàs: ¿no atendió, tal vez, a sus requerimientos de irresistible don Juan? ¿O quizás le rechazó algún original tan plúmbeo como esas indigestas memorias?
Hace ya muchos años, en el libro-encuesta 89 republicanos y el Rey, Rosa Regàs declaró: «No creo en las dinastías, no creo en la raza, no creo en la sangre y no creo que el reino de Dios sea de este mundo; difícilmente podría creer en la Monarquía». Tal vez la procacidad de estas declaraciones sea la causa de la inquina contra ella de un bienpensante como suponemos que es J. J. A. M. O quizá la explicación sea más sencilla, y Rosa Regàs sea una forofa del Barça —cosa que desconocemos—. Porque J. J. A. M., nos confiesa: «Siempre he sido del Real Madrid, de la Unión Deportiva Las Palmas y de todo aquel que le gane al Barcelona» (p. 165). Y si Rosa fuera del Barça, se entenderían —o no— estos odios apretados y antiguos que le consumen contra ella. En cualquier caso, con mucha bilis no se escriben unas buenas memorias, o esto nos parece.
Ni para el amor ni para el olvido. Memorias, J. J. Armas Marcelo, Renacimiento, 414 pp., 18,91 €.
GABI BOBÉ