El pasado 11 de agosto murió V. S. Naipaul, Premio Nobel de Literatura en 2001. Dueño de una prosa cuidada y trasparente y de un ego desmedido, aplaudido cuando escribía, criticado cuando hablaba, su obra es la de un nómada en busca de su propia identidad.
Con motivo de la concesión del Nobel a Naipaul, Guillermo Cabrera Infante publicó un artículo en el que aseguraba que la noticia fue recibida en Reino Unido «con frialdad cuando no aversión. Solamente Martin Amis declaró alegrarse, pero no demasiado». La reacción del país contra su recién laureado «vecino incómodo» se debía, según Cabrera Infante, además de a su carácter virulento, a que cuando escribía era un extranjero: «Tal vez un extranjero en todas partes: un exiliado». Alguien a quien no se podía colocar ni acoger bajo ninguna tradición, alguien que no era de los suyos. A pesar de tratarse, según él, «del único escritor inglés que merece la pena leer».
Los orígenes
Y sin embargo, Vidiadhar Surajprasad Naipaul no nació en Gran Bretaña, sino en otra isla más pequeña y cálida, en pleno Caribe, Trinidad y Tobago, el 17 de agosto de 1932.
Su familia era hindú, extranjeros perennes en una sociedad que él describió como cerrada y mezquina, miembros de una colonia instalados en otra colonia. Ese desarraigo cultural marcó a Naipaul y se convirtió en el eje central de toda su obra. En El escritor y el mundo, recopilación de sus crónicas de viajes, escribe: «Mi curiosidad aún obedece, en parte, al dictado de mis orígenes coloniales de Trinidad».
Al parecer la afición por la literatura la heredó de su padre, periodista del Trinidad Guardian, escritor frustrado y devoto de Shakespeare y Dickens —la influencia del autor de Historia de dos ciudades resulta patente en la que suele ser considerada la mejor novela de Naipaul: Una casa para Mr. Biswas—. El joven Naipaul pronto tuvo claro que, si quería escribir, tenía que emigrar, huir de su tierra natal, de la que nunca habló con cariño ni nostalgia: «La mayor dificultad que he debido superar ha sido nacer en Trinidad. ¡Ese absurdo lugar de vacaciones! ¿Cómo te van a tomar en serio si escribes desde un loco lugar de vacaciones?». Gracias a una beca, en 1950 logró marchar a Reino Unido y matricularse en la Universidad de Oxford, donde estudió Literatura Inglesa. Los primeros años allí sufrió depresión y soledad, solo aliviada por las cartas de su padre, que publicaría casi medio siglo más tarde. Al terminar la carrera y recién casado, se mudó a Londres, a pesar de que la sociedad inglesa tampoco estaba a la altura de sus expectativas debido a sus «políticos perezosos, escritores desaliñados y aristócratas corruptos». Sin embargo, viviría ahí el resto de su vida sin llegar nunca a integrarse del todo: «Cuando hablo de ser un exiliado o un refugiado, no estoy empleando una metáfora. Lo digo en sentido literal».
Su padre murió y Naipaul se volcó en la escritura. A finales de la década de los cincuenta publicó tres novelas en tres años consecutivos, narraciones ambientadas en un Caribe recordado siempre con desapego. En 1961 apareció el libro que lo cambió todo, su primera obra maestra: Una casa para Mr. Biswas; solo tenía veintinueve años.
A partir de ahí construyó una biblioteca única y adornada de premios, con una treintena de títulos que abarcan diferentes géneros, los mezclan y hay quien asegura que incluso inventa uno nuevo con su libro sobre la India, Zona de oscuridad: híbrido de novela, cuaderno de viajes, autobiografía y ensayo; con su modestia habitual, Naipaul describiría esa obra como «una extraordinaria pieza de artesanía».
El estilo
Incluso sus detractores no pueden sino rendirse ante la fuerza de su prosa, puro ritmo y ambición y curiosidad, impulsada por ese descontento que le definía. Martin Amis dijo que su literatura era música. Para Orhan Pamuk, Naipaul «fue el primer escritor que prestó atención a lo que hoy llamamos “sociedades poscoloniales‟ cuando, tras la salida de los imperialistas surgió una nueva generación de gobernantes nacionales. La culpa de Occidente hizo que se tendiera a elogiar a esas sociedades poscoloniales sin entender qué pasaba. Naipaul fue el primero que se concentró en los horrores que tenían lugar en esos sitios». Y al hacerlo, representó a los habitantes del tercer mundo «no con un azucarado realismo mágico sino con sus demonios y horrores, lo que los hizo menos víctimas y más humanos».
No todo el mundo lo entendió así. A menudo le tacharon de «lacayo del neocolonialismo», de clasista, de racista. Sin ir más lejos, otro ganador del Nobel, Derek Walcott, dijo que Naipaul sentía «repulsión hacia los negros». Y Chinua Achebe afirmó que era «un restaurador de los mitos que reconfortan a la raza blanca». Razones no les faltaban: describió a las sociedades africanas como bárbaras, atacó al Islam y abominó de la India, que le horrorizó especialmente por fea y falta de higiene; llegó a decir que el lunar bindi en la frente de sus mujeres significaba «mi cabeza está vacía»; y despreciaba a los occidentales que acudían a la India en busca de una revelación espiritual.
Claro que a él esas críticas le resbalaban: «No me afecta en lo más mínimo lo que la gente piense de mí, pues solo estoy al servicio de esa cosa llamada literatura». Y solía responder con crueldad cuando le preguntaban por otros escritores: en una ocasión le pidieron su opinión acerca de la fatwa contra Salman Rushdie por Los versos satánicos y, con una carcajada, soltó que era «una forma extrema de crítica literaria». También mantuvo una conocida polémica con Paul Theroux, que había sido su amigo y rendido admirador. A Naipaul no le importó perder el contacto: «La amistad se puede volver en tu contra de la manera más tonta, y no hay que exponerse a que suceda algo así», le aconsejó Naipaul a su biógrafo oficial, Patrick French.
La palabra más sorprendente
Se podría decir que en toda su vida, Naipaul solo fue generoso con sus detractores. Su biografía, El mundo es así, es una fuente inagotable de munición contra él mismo.
Tanto es así, que se promocionó diciendo que «la palabra más sorprendente de esta biografía es autorizada». En ella confesó que sospechaba haber acelerado la muerte de su mujer Patricia, recién recuperada de un cáncer, al contar en una entrevista que durante su matrimonio «se había convertido en un gran putero» y que había mantenido una relación —con episodios brutalmente sádicos— con una amante durante casi tres décadas. Su esposa se enteró de la noticia al leer la revista y al poco tiempo recayó en su enfermedad. «Pat sufrió. Puede decirse que yo la maté. Puede decirse. Yo me siento algo responsable de lo sucedido».
Dada su relación con las mujeres, no es sorprendente que prendiera otro incendio mediático al asegurar, en una entrevista a The Guardian, que no creía que hubiera en la historia de la literatura ninguna mujer a su altura. Ni siquiera Jane Austen: «No puedo compartir su sentido sentimental de la vida».
En definitiva, solo él es culpable de que en todos los obituarios y artículos publicados —este incluido— a raíz de su fallecimiento, acaben primando más sus polémicas que su obra, de una fuerza y un talento indiscutible. Una pena. Por ello me gustaría finalizar animando a que lo lean: lean a Naipaul, denle una oportunidad.
Josan Hatero