La figura del «fontanero» ha estado históricamente asociada al entorno del poder. Es una metáfora de la persona que parchea y blanquea los numerosos agujeros que aparecen «entre bambalinas» en la gestión diaria de las altas esferas públicas. Son conseguidores, ocultadores, reparadores y hasta, en último extremo, pueden acabar cargando con responsabilidades ajenas —incluso penales— apelando estoicamente a un extremo sentido de la ética y del patriotismo. Todo esto, evidentemente, en su faceta más romántica, ya que la historia objetiva —si es que tal tipo existiese— suele ser más cruda y mucho menos benévola con sus protagonistas. Las «irregularidades» que salpican desde hace años a los aledaños de la jefatura del Estado, que han acabado con algún miembro de la familia política en la cárcel, no son algo nuevo.
En las presentes memorias personales, cuyo autor sin duda podría haberse autocalificado como el fontanero de la Casa Real, nos enfrentamos con alguno de los episodios más importantes acontecidos desde antes de la muerte del dictador hasta el año 2007, filtrados por el particular prisma de Colón de Carvajal. Fallecido a finales de 2009, entregó un año antes el texto íntegro tal cual aparece publicado en estos días. El manuscrito estuvo diez años guardado por la editorial, hasta que los responsables de la misma han considerado que ha llegado el momento de que vea la luz. Desde el prólogo hace una declaración de intenciones: «Aunque muchos se preguntarán lo que tendrá que contar este caradura de Manolo Prado, el aristócrata del latrocinio al que tan bien se le han pagado los servicios prestados, sobre todo los servicios del silencio, que de alguna manera puede que hasta sean del todo impagables». Y añade más adelante: «No va a encontrar por aquí nada que comprometa al Primero de los españoles». Objetivo que cumple a lo largo del libro, sin lugar a dudas. Estructurado en tres partes o etapas vitales, son la segunda y tercera las más interesantes.
En la primera aborda su infancia y juventud, lo que permite encuadrar al autor en un mundo que propiciará el contacto con el futuro rey Juan Carlos. Reconoce que nunca perdió su conexión con el mundo empresarial del que provenía ni siquiera cuando comenzó el desempeño de prestaciones al servicio del monarca, «aunque siempre me he considerado una especie de outsider diplomático». Olarra, Luís Solana, Enrique Múgica y Manuel Fraga fueron algunos de los primeros contactos políticos que estableció en su nueva etapa «profesional». Episodios como La Marcha Verde, encuentros con el dictador rumano Ceaucescu o «el rey Sol» (Valery Giscard dʼEstaing), los contactos con los senadores de designación real de los primeros tiempos —como el inefable Camilo José Cela— y el secuestro de su hermano por parte de ETA quedan relatados en el libro.
Sin embargo aparecen narrados episodios más jugosos, como las urgencias por hacerse la primera foto con el nuevo jefe del Estado por parte de los líderes políticos —carrera que ganó Adolfo Suárez al joven Felipe González—. El nuevo régimen incipiente afrontaba numerosos desafíos y, para Colón de Carvajal, el papel de Arabia Saudí fue fundamental en dos aspectos: el suministro de petróleo y la financiación de los nuevos partidos políticos: «Viajé varias veces a Riad —Suárez le confesó que en España había combustible para menos de un mes— para dar de comer a los partidos y buscar el ansiado petróleo». De esos líderes políticos deja en muy buen lugar a Jordi Pujol —no sabemos qué opinión tendría once años después de la escritura del libro— y habla de Sabino Fernández. Se muestra muy duro con varios periodistas (Pedro J. Ramírez, y otros de su entorno) especialmente por todo el «asunto Kio» y los tres capítulos «De la Rosa con espinas», que acabó con la constatación de un delito económico y con el propio Colón de Carvajal en la cárcel. Hay mucho anecdotario en torno a episodios como el del 23-F, la Expo, Barcelona 92… que abundan en su papel de cortesano convencido, no solo juancarlista, como confirma el capítulo dedicado al «Mundo de Sofía».
Uno de los personajes que peor parado sale en el libro es el periodista Jaime Peñainfiel (así llamado por Colón), otro de los que ha estado en los aledaños de la Corte. Siempre tenía una frase que acompañaba sus apariciones públicas: «Valgo más por lo que callo que por lo que cuento». Creo que tras la lectura del libro, probablemente, esta frase sería más ajustada a la figura de Colón de Carvajal. En cualquier caso, la Historia suele poner a cada cual en su sitio: tanto a los autores de libros memorísticos como a los personajes que transitan por sus páginas.