Licenciado en Filología Hispánica, diplomado en Administración de Empresas Culturales por Esade y Graduate School of Public Administration, de la NY University, el barcelonés Daniel Fernández (1961) ha desarrollado siempre su andadura profesional en el mundo de la letra impresa; empezó dirigiendo la revista Saber a mediados de los ochenta y luego LʼAvenç entre 1987 y 1999.
Voraz lector precoz, cuenta la leyenda que, cuento en mano, perseguía a cualquier miembro de la familia para que se lo leyera. Gracias a ello, llegó a la guardería habiendo aprendido a leer en casa. A partir de ahí, se hizo fan de los tebeos, las historias ilustradas de Bruguera y cuanto cayera en sus manos.
Entre 1990 y 1993 fue director general de la editorial Grijalbo (aún no formaba parte del conglomerado de Penguin Random House) y los dos años siguientes director literario de Grijalbo-Mondadori (ya fusionada con el gigante italiano). Actualmente es editor y administrador de EDASHA y CASTALIA, dos sellos más que consolidados. Una figura clave, aunque el público en general está atento, sobre todo, al autor.
Desde 2014 preside la Federación de Gremios de Editores de España, y del Comité Ejecutivo de la International Publishers Association (IPA). Representa al sector editorial español en la International Publishers Association (IPA), atalayas privilegiadas para estar al día de los vaivenes del mercado editorial y de los índices de lectura. A su juicio, el principal mal de este país es que, a lo largo de los últimos cuarenta años, desde la llegada de la democracia, no se ha consensuado una política educativa seria a largo plazo. Se presta más atención a los ordenadores y a las redes sociales y se ha obviado la lectura como la mejor herramienta para enfrentarnos al mundo. Ello se traduce, por ejemplo, en el dudoso honor de poseer la tasa europea más alta de ciudadanos que jamás entran en una librería, dejando aparte momentos puntuales como la compra de los libros de texto.
A su juicio, los males endémicos de la industria editorial podrían traducirse en el exceso de títulos anuales y en la devolución sin límite que han convertido el mercado en la rueda del hámster donde los libros tienen una vida muy corta. Por fortuna, en el mercado latinoamericano somos líderes.
Sigue entrando en las librerías como un niño goloso ante un montón de tentaciones.
Valora los surtidos inesperados, la buena disposición y los catálogos de fondo. No tapa, como hacen algunos colegas, los libros de la competencia, pues le parece una grosería. Y sí, lee libros de la competencia, pues no ve a los otros editores como rivales, sino como colegas en un mismo mundo aunque se hayan perdido las formas. Le llama la atención que con nuestro entorno no hablemos de libros y se le hace difícil pensar en un mundo sin libros, la constante más evidente de su vida (con permiso de su mujer).