El periodista barcelonés Sergio Vila-Sanjuán, decano de los periodistas culturales de este país, estudioso del mundo editorial, autor de varios libros y responsable del suplemento «Cultura/s» de La Vanguardia presenta Otra Cataluña. Seis siglos de cultura catalana en castellano (Destino). Una obra en la que ha empleado un minucioso e ingente trabajo de documentación para rescatar a autores olvidados y ofrecernos un esclarecedor panorama del mundo de la cultura catalana, nutrida por dos lenguas que a veces parecen destinadas a darse la espalda.
«Hasta el siglo xix, en Cataluña se trabaja en tres lenguas: catalán, castellano y latín. A partir del Renacimiento, ganan peso el castellano y el latín».
«No estamos obligados a escoger entre las literatura en catalán y literatura en castellano, ambas conforman la cultura catalana, que no puede entenderse si eliminas una de ellas».
«Dejemos atrás el enfoque Pujol que, aparte de absurdo, es poco rentable. Asumamos esta rica pluralidad, sumemos, no restemos».
En la presentación de su libro, Eduardo Mendoza recordó que las lenguas son porosas, maleables y se consolidan coincidiendo con épocas históricas. Recordó también que en Europa hay pocos países monolingües. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar esta otra Cataluña, la que tiene la inmensa suerte de ser bilingüe?
Es difícil saber qué idioma se hablaba en el 1500 o 1700, pero sí conocemos en qué lenguas se escribía y publicaba. Hasta el siglo xix, en Cataluña se trabaja en tres lenguas: catalán, castellano y latín. A partir del Renacimiento, ganan peso el castellano y el latín. En 1836 el obispo Félix Torres i Amat recoge un diccionario de autores catalanes, e incluye también autores en castellano, en latín, en otras lenguas e incluso en hebrero.
Digamos que hasta el xix se veía con cierta normalidad este plurilingüismo de Cataluña y la antigua Corona de Aragón. A partir del nacionalismo de corte romántico se identifica nación con lengua, por tanto cultura catalana significa cultura en catalán, cosa que me parece que no responde a la realidad.
Es apasionante la evolución de Barcelona como ciudad de imprentas y talleres, sede de nacimiento de editores y editoriales, ya desde el siglo xv, mucho antes de lo que se creía. Una época poco conocida.
El tema me había atraído siempre, tanto por curiosidad como por tradición familiar. Cuando me metí en serio a investigarlo, hace unos diez años, vi que no existía ningún manual, solo encontré una quincena de artículos extensos de Miquel dels Sants Oliver, periodista de La Vanguardia, fechados en 1910. ¡Nada más desde entonces! Y eso que ha habido muchísima producción. Los investigadores han encontrado numeroso material en distintos archivos, lo que me ha permitido ajustar el relato.
¿Quién fue el primer escritor catalán en lengua castellana?
Entendidos como Martín de Riquer o Jordi Rubio consideraban a Juan Boscán, pero tirando de hilos llegué hasta cien años antes, a Enrique de Villena, último descendiente masculino de la dinastía de los condes de Barcelona. Es un hombre que podría haber sido rey de la Corona de Aragón, pero su abuelo quedó fuera de juego por el Compromiso Caspe. Es bilingüe y empieza a escribir en catalán, pero se pasa al castellano porque cree que tiene más posibilidades. Fue una persona muy influyente en la vida literaria barcelonesa, director de certámenes como los juegos de la Gaya Ciencia.
Habrá sido tarea casi de historiador…
A la hora de escribir, me fui topando con muchos personajes que habían quedado fuera de juego: para los historiadores de la literatura catalana en catalán, escriben en castellano; y para la literatura en castellano, no tienen suficiente peso. Me parecía interesante rescatarlos.
Un personaje muy desconocido es Francisco de Moner, poeta cortesano, bilingüe como tanta gente de la corte. Estas élites no tenían problema en pasar de una lengua a otra; en este caso, con la llegada de los Trastámara, las élites catalanas se castellanizaron. La vida de Moner es muy novelesca: se enamora de una señora, se pelea con otro pretendiente, da con sus huesos en la cárcel y, al salir, se hace monje. Escribe unos poemas notables y una novela alegórica, Noche oscura del alma, de la que encontré un ejemplar del siglo xix en la Biblioteca de Catalunya; desde entonces, no ha vuelto a ser reeditada.
Estoy recordando también a Joaquín de Setantí, autor de una serie de «centellas» (aforismos), precursor de Gracián, redescubierto por un profesor universitario madrileño. Es un militar y cortesano cercano a las élites, Tiene una escritura muy aguda, muy conceptista, nada religiosa, con una visión muy interesante del poder.
Hay incluso mujeres, como Estefanía Requesens, que alternaban la escritura en catalán y castellano con absoluta naturalidad.
Sí. Mi tesis es que no estamos obligados a escoger entre ninguna de ambas tradiciones, las dos conforman la cultura catalana, que no puede entenderse si eliminas una de ellas. El caso de esta mujer es muy ilustrativo: con su madre se escribe en catalán, y con su hijo en castellano. Pertenecía a una de las familias catalanas más poderosas de la época, se marchó a Castilla con su marido y acabó siendo una especie de tutora del futuro Felipe II, lo que no está nada mal.
Curiosamente, la Renaixença da distintas figuras doblemente patrióticas, que se mueven entre la recuperación de la Edad Media catalana y la española.
Doble patriotismo es un término acuñado por Josep Maria Fradera —un historiador que me gusta mucho—. La generación de la pre-Renaixença es una generación muy potente que acaba teniendo mucho peso, tanto en Cataluña como en España. El caso más célebre es el de Jaime Balmes: un capellán con un talento y una capacidad de trabajo impresionantes, aunque muere joven por la típica tisis de los románticos, que escribe alrededor de mil páginas y es autor de varios bestsellers de la época, como El criterio, que enseña a pensar con sentido. Es muy moderado, definidor del carácter catalán basado en el sentido común, el seny. Pero, al mismo tiempo, quiere influir en la política española, poner orden entre carlistas y liberales, funda diarios en Madrid e incide en la política; es un hombre que ejerce una fuerte influencia en España.
Otro ejemplo sería Pablo Piferrer, un romántico renovador del mundo cultural español. Pone en marcha el gran proyecto Recuerdos y bellezas de España, que reconstruye el momento de oro del pasado medieval catalán.
En una época más cercana, Bartolomé Soler es muy crítico tanto con Cataluña como con España…
Peleado con su familia, viaja mucho y escribe una exitosa novela en castellano, ambientada en el campo catalán, Marcos Villarís. Durante la Guerra Civil se queda en la comarca del Vallés, en Palau de Solità y Plegamans. Es un hombre de consenso que gracias a su prudente carácter, después de la contienda es nombrado alcalde. El franquismo le trata bien pero en los años sesenta cambian los gustos y pasa de moda. Al morir, su amigo Juan Ramón Masoliver se lamenta de que haya muerto en el ostracismo.
Algunos personajes que se apuntaron al franquismo, luego quedaron reducidos.
Sí, tanto por el olvido nacionalista como por la desmemoria de la propia vida literaria.
Un autor que he releído es Julio Manegat: un escritor cristiano de los años sesenta, que escribe novelas muy bien construidas, protagonizadas por taxistas, pescadores, donde impera la ética del trabajo y la entrega a la familia. Es la antítesis del espíritu frívolo, lúdico y sofisticado de la gauche divine.
Fernando Díaz-Plaja, que era muy divertido, triunfó lo que no está escrito y el dramaturgo Jaime Salom fue muy importante, incluso a nivel internacional y en el teatro catalán… hace más de treinta años que no representan sus obras. Es un silenciamiento muy injusto. ¿Por qué el TNC no recupera esta tradición de teatro catalán en castellano?
¿Cómo cambia el panorama a partir del 75?
Después de la guerra, se generan muy buenos autores: Carlos Barral, Gil de Biedma, Ignacio Agustí, José María Gironella… En democracia se debate sobre la continuidad de esta generación, y la respuesta es sí. Actualmente tenemos a gente como Mendoza, Enrique Vila-Matas, Carlos Ruiz Zafón, Javier Cercas… escritores brillantes, muy respetados y reconocidos fuera de nuestro país.
¿Y los autores en catalán?
El franquismo lo había reprimido de forma injustificable, reduciéndolo al ámbito doméstico, y en los setenta y los ochenta, el aparato nacionalista convergente lo consolida. Hay mucho consenso en recuperarlo como lengua de cultura y educación, pero creo que el pujolismo yerra en no pactar una política cultural con colectivos de autores y editores en castellano. Desde la consellería de cultura se ponen en marcha instituciones como el Institut Ramon Llull, la Institució de les Lletres Catalanes o los premios Nacionales de Cultura, que no contemplan la cultura catalana en castellano.
Una postura que además excluye la importante industria cultural en castellano, un negocio fundamental desde hace siglos. Mantiene además la idea errónea de que el catalán predominaba, pero no ocurría así en la edición, la prensa o el teatro popular, que eran bilingües. Es cierto que, a partir de 1870 y hasta el 39 el catalán aumenta su presencia en el ámbito cultural (con Guimerà, Carner, Segarra, Pla), pero coexiste con una numerosa producción editorial y periodística en castellano. Se olvida, por ejemplo, que la cultura anarquista, con sus ateneos y sus escuelas, tenía el castellano como primera lengua. Esto arranca con Pi i Margall, republicano, de izquierdas, discípulo del creador de la Escuela Moderna, Ferrer i Guardia. Salvador Seguí, El noi del sucre, escribió una novelita en castellano y Federica Montseny, antes de dedicarse de lleno en la política, escribió una serie de novelas en castellano. Todo el ámbito del anarquismo no es catalanista, sino internacionalista: miran las nacionalidades desde bastante distanciamiento.
Volviendo a la muerte de Franco, en esa época se impone la idea de que solo es escritor catalán quien escribe y publica en catalán. Los otros quedan fuera. Años más tarde, Xavier Bru de Sala publica una pieza en Avui en la que sostiene que las manifestaciones culturales catalanas en castellano no forman parte de la cultura catalana, que son una excepcionalidad que un nacionalista no puede permitir que se consolide.
Han pasado diez años de la Feria de Frankfurt de 2007, cuyo lema era «Cultura catalana singular i universal». ¿Cómo lo ve con la perspectiva que da una década?
Yo había cubierto la feria de Frankfurt durante una década y me pareció que podía ser un buen trampolín para la literatura en catalán. Es un escaparate óptimo para reivindicar literaturas menos conocidas como el flamenco respecto al holandés, el irlandés respecto al inglés o la literatura austriaca respecto a la alemana. Lo sugerí y se puso en marcha. De hecho me encargaron la parte relativa a la edición en la exposición central. Hubo cierta polémica por la gestión de Josep Bargalló (ERC) que, a mi parecer, no tuvo suficiente mano izquierda, pero mi impresión global es positiva.
¿Cree que peligra la capitalidad cultural de Barcelona?
Barcelona está muy asentada como ciudad cultural europea, con temas a mejorar, por supuesto, pero sigue siendo una potencia editorial en catalán y para todo el mundo de habla española a través de los grandes grupos. Creo que ambas tradiciones son muy fuertes y actualmente tenemos a una serie de escritores en catalán muy potentes como Jaume Cabré, Quim Monzó, Albert Sánchez-Piñol…
Soy partidario de reformular cómo queremos explicar la cultura catalana y representarla institucionalmente. Dejemos atrás el enfoque Pujol que, aparte de absurdo, es poco rentable, Asumamos esta rica pluralidad, sumemos, no restemos.
¿Pero es posible despolitizar las políticas culturales, valga la redundancia? ¿Cuándo se jodió el asunto?
Je, je… es complicado. Aunque la cultura, efectivamente, está politizada, dialoguemos para reconducir este asunto. Durante los últimos treinta o cuarenta años, el PSC ha llevado a cabo una política más integradora, buscando puntos de encuentro entre las dos tradiciones, entendiendo cultura como creación y pluralidad. Desde el pujolismo, era una construcción nacional.
Sin la represión del franquismo, quizás no hubiéramos llegado hasta aquí, pero quizás habría que olvidarse de los memoriales de agravios, creemos plataformas de encuentro y promoción. Han escaseado los encuentros de ambas culturas. En el Año del Libro 2005 intentamos que coincidieran y Barcelona es un lugar donde confluyen gracias a encuentros, fiestas, colaboraciones profesionales. El Ensanche es de Montserrat Roig o Carmen Laforet. Sarrià de J. V. Foix o del boom latinoamericano.
Dejando aparte las lecturas de trabajo, ¿qué lee Sergio Vila-Sanjuán en su tiempo libre?
Tengo tres patas: los libros de historia narrativa, con relato (soy historiador de formación). Los clásicos, porque pienso que en esta época tan digital y acelerada hay que volver a ellos y cada cierto tiempo, me obligo a releer a Shakespeare, Goethe, Byron… Y, finalmente, la novela policíaca, de espías. Sí, este es mi tridente.
Dígame algún libro que le hubiera gustado escribir.
Le voy a dar tres: El gran Meaulnes, de Alain-Fournier, mágico y maravilloso, El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald y Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh.
¿Tiene ya en mente su próximo libro?
Ahora estoy con temas teatrales. Escribí una obra, El club de la escalera, publicada por Plataforma, un alegato antibullying y un homenaje a Enid Blyton. En diciembre, en la Fundación Romea, habrá una lectura de la segunda: La agente, una especie de Eva al desnudo del mundo de las agentes. A ver qué tal funciona…
También estoy trabajando en un volumen con mis tres novelas, que constituyen una panorámica de la vida barcelonesa a lo largo de un siglo.
(c) de la fotografía del autor: Lisbeth Salas.
MB