«Haz memoria es una novela mágica, dolorosa y redentora…. con inevitables ecos de Rulfo, en tanto que los vivos se confunden con los muertos».
Tras debutar en 2016 con La pertenencia (Caballo de Troya), Gema Nieto (Madrid, 1981) regresa con un nuevo título: Haz memoria (Dos Bigotes), una novela que invita a reflexionar sobre las consecuencias del olvido y la importancia de recobrar el pasado.
Estas páginas son el resultado de un trabajo de heráldica familiar alrededor de la memoria -esa loca atemporal de la «casa»- de sus protagonistas, en su mayoría mujeres. Una narración marcada por un hilo atemporal que entronca el presente con nuestro pasado más infausto. Perfora en el peor de los recuerdos: el convertido en trauma silente por culpa de los convencionalismos sociales de un régimen represor. «Cuántas vidas injustamente robadas, cuánta felicidad entregada al olvido y al silencio, y qué imposible frenarlas pese a todo», reflexiona Nieto.
Aunque no era su intención escribir sobre la contienda fratricida -«¡Otro maldito libro sobre la Guerra Civil!», parafraseando a Isaac Rosa-, al final se sirvió del drama cainita para abordar los peligros del olvido, voluntario o volitivo, así como de la inutilidad de querer enterrar el pasado. Como en su primera novela, la autora se sirve de cierto sustrato biográfico y de la mitología personal para elaborar un texto de alto lirismo, y personajes femeninos con ecos lorquianos. Los hombres de la novela, en cambio, están sometidos, son chulescos sin sentido alguno y criticones como todo el pueblo. Sólo un personaje, femenino, pero ajeno a la familia, merece tener nombre propio en este libro: Clara, la hija de la criada, tan valiente como libre.
La guerra construye tragedias que en ocasiones nada tienen que ver con las bombas, los bombarderos o el silbido de la balas. Las malas madres también edifican malaventuras de visillos hacia adentro, porque la maternidad es, a veces, un combatiente que presume de la carne que se queda entre sus comillos mientras ejerce su «imprescindible» rol. Y de eso sabe Gema Nieto, una novelista que no huye de las sombras que fabrican los subtítulos de las vidas mal vividas; las existencias imputadas.
Por eso, Haz memoria es una novela mágica, dolorosa y redentora…. con inevitables ecos de Rulfo, en tanto que los vivos se confunden con los muertos sin que la carne corrompida estorbe a la anatomía nómada de los vivos.
Haz memoria nos hace caer rendidos ante a la brutalidad de La Rusa (la madre como monstruo depredador de cualquier futuro) o la erudición emocional del Zar.
Contradecir el destino o la naturaleza de un ser humano es deletrear el nombre del diablo hasta convertirlo en un idioma con predilección por los contrarios: «Que Dios me auxilie, estoy vencida. No soy capaz de imponerme a este demonio. Pero si demonio es, su presencia y atributos semejan a los de un arcángel», escribe la hija mayor de La Rusa. Avanzar en la lectura es sentir la pelea feroz entre el silencio y el ruido que sostienen la traumática silueta de una vida dirigida, gobernada. Los hijos de La Rusa son marionetas que se entregan a esa inercia planificada por una madre que irá engullendo su infancia y su adolescencia y, en esa destrucción, certificará que recordar, es resucitar sin necesidad de que un hombre de ojos azules haga un milagro.
La nieta, que de niña pasó un año en la casa familiar tras la temprana muerte de su madre, debe regresar al hogar y buscar en un arcón los papeles de sus antepasados, antes de que sus dos tías ancianas mueran en una residencia. Al traspasar el vestíbulo, recuerda cómo la casa impuso su presencia -como una protagonista más-, y cómo cambiaba día a día -cortazarianamente-, se estrechaba o hacía gigante e incluso latía vida entre sus vigas… Su vida, entonces, limitaba al norte con la muerte de su madre; al sur, con la ausencia del padre, mientras que al oeste crepuscular estaba su misterioso tío…. pero siempre, en el punto cardinal que falta, estaba la presencia gélida de su abuela: la Rusa, «como un alba implacable».
La prosa de Gema Nieto, inquieta e inquietante, como testigo agitado e intruso, busca y rebusca en las vueltas y revueltas de los actos y los gestos las reglas escondidas que gobiernan los caracteres y los comportamientos, desvelándolos y descifrándolos paso a paso, gradualmente, en un crecimiento dramático, tenso pero pausado y sostenido sin ningún desfallecimiento en sus casi 200 páginas, como el breve tiempo sin aliento que hay entre respiración y respiración. Bravo por la autora, por reivindicar la memoria como única manera de construir un futuro personal y colectivo seguro, lírico y compasivo.