ISLAS Y PALABRAS. NOTAS SOBRE LITERATURA CANARIA
«La voz anterior de las islas, la de los aborígenes, pervive hoy en la tierra y en la ropa de los espíritus –topónimos, antropónimos, amén de plantas, animales y términos de ganadería y pastoreo–».
«Canarias es un signo instituido entre geografías: Europa, en muchas ocasiones, pero no siempre –ni tampoco a través de una puerta de entrada ibérica–, y África, que es la gran deuda pendiente de la comunidad canaria con su cultura y su origen. Luego, por supuesto, América».
«El caso de la literatura canaria es el de un arte condicionado por una asimilación errónea de la insularidad».
21 DE FEBRERO, DÍA DE LA LITERATURA CANARIA
Una vez adentrados en la isla, el camino del insular bifurca sus pasos hacia muchas proximidades. Estos trazos en la tierra sobreviven en la memoria de lo ancestral, y las huellas venideras se encargan de subrayar el rastro. Los caminos olvidados, aquellos por donde dejó de transitar la condición humana, se ocultan bajo una espesa capa de naturaleza activa y protectora. Esto es así porque el límite de la extensión lo define el mar y porque el límite nos condiciona. Habitamos la frontera y no tenemos una única identidad.
Canarias surge del paisaje, de la letra y del tiempo. Las personas forman a priori dos grupos: los que están, cuyo inicio se pierde en el misterio, y los que llegan. Luego se mezclan, se disuelven, se deslían y fundan otros seres por cuyas existencias transitan el paisaje, la letra y el tiempo. El paisaje erosiona sus paredes, muda la piel, enreda los cauces; la letra es crónica, lírica, teatro, narrativa… Siempre laberinto. Y el tiempo actualiza los postulados: es el origen de las comunidades.
Porque el ser y el paisaje pueden ser uno en medio del otro o dos que se cruzan.
También el resultado de la convivencia. ¿Quién determina a quién? ¿Cuándo el paisaje pasó de ser espacio a convertirse en actor? ¿La letra erosiona el paisaje creando mitos que surgen de su entorno? ¿Es el ser insular resultado del paisaje o del canto que nace de la contemplación? En tanto en cuanto, una verdad suprema: la salud del tiempo.
El misterio es la letra que se reconoce visionaria, verdadera, viva. Es la clave de lo acontecido, la ropa de los espíritus. En conclusión, la letra como paisaje detenido por el tiempo a cada rato. Una letra que recoge los cantos y transcribe los diarios del campo y el mar. Una letra que conecta con la voz pretérita, anterior a la nueva realidad derivada de las conquistas, tan atrás en lo oscuro que vio nacer los mitos, el secreto, la luz; y que se erige principio de una estela que llega hasta la actualidad, oculta en el enigma. Un principio por el que comenzar.
¿Nació Canarias de la letra? Indudablemente, del misterio. Las identidades canarias son fruto de la mezcla, la unión, las imposiciones y la supervivencia en el espacio insular. Se han forjado a base de existencia, pues las propias islas se descubrieron unas a otras. La unidad total –y diversa– es resultado del tiempo. Los episodios acaecidos son consecuencia de la condición humana universal: violencia, desarraigo, mutilación, sustitución, imposición… Nada más lejos del sentido humano de la vida.
De todas las lenguas que habitaban el mar, el español llegó para quedarse y tradujo parte del misterio a los mecanismos de este código en que articulamos las denuncias y las proclamas de amor. Unas identidades, ahora y desde hace tiempo, resueltas en la paradoja del mar: la extensión que nos aleja y que también nos aproxima. Por tanto, la matriz de la isla es el puerto: el espacio de entrada y salida.
Los misterios mantienen la vigilia en los tambores, las chácaras, los dragos, los lagartos, las rocas, los aljibes, los camposantos, las cuevas, los barrancos… Y la primera manifestación de la letra fue engendrada en el viento. De boca en boca cosió el misterio sus plegarias en las costuras de los romances de Castilla y fue rotundo en las Endechas a la muerte de Guillén Peraza, obviamente –y ojalá por siempre– anónimas. Hablamos de la letanía por el joven conquistador, escrita en la lengua de la imposición, e innegablemente la lengua de lo porvenir, la que inauguraría –eso apoya la mayoría– la creación literaria canaria posterior a la Conquista. Una letanía advertidora de la malandanza que se ancla estrepitosamente al territorio, a los volcanes y arenales. De la cima al mar.
La literatura canaria fue primero misterio que letra, pues se considera a las Endechas a la muerte de Guillén Peraza la primera muestra desde su aparición por vez primera en Historia de la Conquista de las siete islas de Canaria, de la mano de Fray Juan Abreu Alonso en 1632. Alrededor de la construcción literaria todo es incógnita: sobre su autor sospechó María Rosa Alonso que se trataba de un acompañante del desgraciado Guillén Peraza, y la fecha de su creación hay que situarla en torno al fallecimiento del joven, en 1447, por lo que la composición puede ser próxima al acontecimiento. Casi doscientos años de vuelo confidencial entre la muerte del conquistador y la transcripción de las Endechas.
La voz anterior de las islas, la de los aborígenes, pervive hoy en la tierra y en la ropa de los espíritus –topónimos, antropónimos, amén de plantas, animales y términos de ganadería y pastoreo–. Las palabras de las islas, que iban creciendo de la mano de la Historia, se enriquecen, entre otras, con influencias francesa, inglesa, árabe y portuguesa. Luego, por supuesto, aparece América. Cuando hablo de la palabra de las islas, hablo del discurso que genera la literatura elaborada en su seno.
La insularidad es geográficamente un hecho accidental, pero supone un elemento esencial en la construcción de las identidades de sus habitantes. Los caracteres de estas identidades –reflejadas en la literatura– responderán necesariamente a la actitud con que los isleños se enfrentan a su pervivencia. De aquí parten, pues, dos cuestiones que se afectan: la actitud insular frente a la literatura y la actitud literaria frente a la insularidad.
Ambas actitudes, siglo tras siglo, se han ido reforzando de la mano de personalidades como Cairasco de Figueroa, Antonio de Viana, el Vizconde de Buen Paso, Clavijo y Fajardo, Viera y Clavijo, Tomás de Iriarte, Graciliano Afonso, José Plácido Sansón, Nicolás Estévanez, Galdós, Domingo Rivero, Tomás Morales, Alonso Quesada, Claudio de la Torre, Josefina de la Torre, Agustín Espinosa, Emeterio Gutiérrez Albelo, Pedro García Cabrera, Eduardo Westerdahl, Domingo Pérez Minik, Domingo López Torres, María Rosa Alonso, Isaac de Vega, Agustín y José María Millares Sall, Rafael Arozarena, Félix Casanova de Ayala, Pino Ojeda, Pino Betancor, Manuel Padorno, Luis Feria, Ana María Fagundo, Digna Palou, Manuel González Sosa, Elsa López, Juan Jiménez, Eugenio Padorno, Pilar Lojendio, Natalia Sosa Ayala, Jorge Rodríguez Padrón, Cecilia Domínguez, Josefina Zamora, José Caballero Millares, Orlando Hernández, Ángel Sánchez, Olga Rivero Jordán…
El viaje, el traslado, incluso la aventura, se engarzan en la columna que vertebra el crecimiento de las palabras y las islas. El viaje posibilitó que figuras como José de Anchieta y Silvestre de Balboa formaran parte decisiva en las construcciones culturales posteriores a la colonización y conquista de Brasil y Cuba, respectivamente. De igual modo, el viaje supone un hecho trascendental en la biografía de las grandes personalidades de la literatura canaria, cuyos traslados alimentaron su letra.
En 1936 apareció Sobre el signo de Viera, ensayo de Agustín Espinosa publicado por el Instituto de Estudios Canarios, cuya génesis corresponde a una conferencia impartida en 1931. En palabras del catedrático de Literatura Miguel Pérez Corrales, el ensayo supone «un estudio de la fascinación del gran ilustrado canario sobre los mitos insulares». En él escribe Espinosa:
Ante la poesía popular de sus Islas, Viera olvida su prestigio erudito, su severidad de historiográfico y hace poética historia, y, con el corazón entre sus manos, canta las excelencias de nuestro imberbe folklore. (…) Esta ha sido la gran lección de Viera, la de su signo interior. La que aún no hemos aprendido del todo, la que es necesario que toda hora subrayemos: Canarias. Frontera africana. Atlántica. Ibérica. Universal.
Agustín Espinosa culmina su trabajo con el énfasis puesto en la “poética historia” en la que Viera convierte sus postulados. El “imberbe folklore”, aquella labor de costura del misterio, “lo enciende”, alumbra su “corazón entre las manos”. Viera recorre todos los caminos de la isla, del puerto al oscuro interior del paisaje, y los conocimientos que atesora impulsan su letra hacia múltiples realidades –todas las materias de su obra científica y creadora– con igual pasión y alcance pleno de la inspiración y la verdad. Agustín Espinosa insiste en esta decidida acción “que aún no hemos aprendido del todo”, una acción que es actitud insular –“ser” y “estar” en la isla– que repercute, por supuesto, en sus identidades, en su frontera.
Canarias es un signo instituido entre geografías: Europa, en muchas ocasiones, pero no siempre –ni tampoco a través de una puerta de entrada ibérica–, y África, que es la gran deuda pendiente de la comunidad canaria con su cultura y su origen. Luego, por supuesto, América. Geografías que alimentan nuestra esperanza y no al contrario. Somos la extensión oceánica a través de la cual nos desplazamos al mundo. Conclusión: universales.
Si atendemos lo que el visitante ha escrito sobre Canarias y las fructíferas relaciones que los canarios han mantenido con quienes arriban en el Archipiélago y se interesan por cualquier aspecto de las islas, la inferioridad y la desconfianza suponen un indudable caso de involución cultural en la actualidad que protagonizamos. Una involución del diálogo y de la hospitalidad. Una infección en la matriz de la isla. Un portazo en la entrada de los puertos.
El caso de la literatura canaria es el de un arte condicionado por una asimilación errónea de la insularidad. La solución, en el ámbito literario, pasa no ya por determinadas acciones en la esfera editorial –principalmente en el ámbito de la distribución– sino por una relectura de la literatura canaria por parte de quienes la han condenado a una limitación insular, así como la lectura de quienes la desconocen por completo.
El tiempo no derrota la labor transformadora de la cultura, pues la literatura mantiene firme los discursos. No obstante, los actuales escritores canarios, si por algo se caracterizan, es por haber superado las limitaciones impuestas y crear sus obras desde la libertad, la honestidad y la universalidad.