La novela gráfica El violeta agotó su primera edición en dos meses. Ahora, Editorial Drakul reedita la obra en un tamaño mayor y en una edición aún más cuidada. Su argumento coloca el foco sobre una de las grandes injusticias que deben ser desenterradas con urgencia: los campos de concentración para homosexuales durante el régimen franquista.
Lo cierto es que la alusión al campo de concentración de Tefía, en la isla de Fuerteventura, tiene menos presencia en la historia de la que habíamos supuesto, pero con todo, se trata de una notable contribución a la visibilidad de los nefastos episodios de la historia que perduran en la memoria de sus víctimas y de sus testigos. Remitimos a la novela Viaje al centro de la infamia (Anroart Ediciones, 2006), del canario Miguel Ángel Sosa Machín, para profundizar en la historia de Tefía.
En un régimen dictatorial, todo el que sobrevive bajo la amenaza es víctima. Pero incluso en el amplio espacio del sufrimiento, la violencia y la tortura, existen comunidades y colectivos cuya historia necesita aún de más tiempo y solidaridad para ser reivindicada, denunciada y compartida.
La vergüenza, según a quien afecta, tarda en hacerse pública. Parece que también en la violencia, como en la paz, existen clases, castas, jerarquías, privilegios. ¿A quién le importa –en este caso no lo entonamos como un himno– que personas de diversas sexualidades, identidades y expresiones fueran condenadas a trabajos forzosos, privadas de libertad, humilladas, encarceladas, denigradas e insultadas, si el propósito de ese confinamiento era corregir una desviación, una inversión de lo normalizado, naturalizado e institucionalizado por el Estado y por la Iglesia; es decir: la heterosexualidad, el matrimonio católico y el ordenamiento familiar?
Tanto la sinrazón de lo ocurrido como la sinrazón de su ocultamiento, en estos tiempos de democracia y libertades, muestran la intolerancia y la actualidad de la imposición y el sometimiento.
En la historia de amor de Bruno y Julián, un amor cercenado por el sistema, encuentran su cauce los tormentos de quienes no pudieron emprender la única oportunidad que tuvieron de estar vivos. El amor y el deseo, con el yugo de la violencia, no encuentran otra salida que la obligada inclusión en ese sistema que los oprime; y este peso, en ocasiones, convierte a las víctimas en reflejo de sus propios verdugos.
Esto le ocurre a Bruno, protagonista de El violeta, cuyo dolor lo catequiza en otro opresor, hasta que un viento distinto, un zarpazo de la vida, llena sus ojos de esperanza.
Pero no siempre vuelve el amor a donde quiere. A veces, el amor solo encuentra paz en la huida, en la distancia, en el adiós.
Con todo, esta oportunidad de descubrir un episodio recientísimo de la infamia y el despropósito inhumano de la dictadura militar, convierte a El violeta en una lectura recomendable, muy adecuada en espacios de debate como el aula, el club de lectura, la sobremesa, la reunión familiar.
Hacer público y evidente el dolor de los demás, el dolor de quienes viven a nuestro lado, es el primer paso para descubrir otros matices de la existencia. El violeta no es solo color de hematoma, es también huella de orgullo, rastro del beso, ojera del llanto: expresiones de la verdad que a todos nos sitúan en la puerta del exilio, entre la incertidumbre y la certeza, lejos del desprecio. En un merecido lugar de la vida.
Daniel María
El violeta
Juan Sepúlveda
Antonio Mercero y Marina Cochet, Editorial Drakul,
104 pp., 21,95 €