«Los colores nos proporcionan bienestar, ejercen un efecto determinado sobre nuestro organismo»
«La vista es más poderosa que el paladar»
«Los aztecas o los japoneses han confundido durante largo tiempo el verde y el azul»
Apenas somos conscientes de ello, pero los colores forman parte de nuestra vida cotidiana, desde la naturaleza hasta el arte, las ciudades, la moda, los hogares… ¿Nos hemos preguntado alguna vez cómo seríamos y cómo veríamos el mundo que nos rodea si todo fuera en blanco y negro? ¿Nos preguntamos cuán importante es el color en nuestra vida?
Jean-Gabriel Causse es un publicista y diseñador francés especialista en colores. Sus estudios abordan el color no solo desde el punto de vista estético, sino también la influencia que ejerce en nuestras percepciones y comportamientos. Miembro del Comité Francés del Color, asesora a importantes marcas de moda y a multinacionales como Ikea.
Se había adentrado en el mundo del ensayo y ahora se estrena con su primera novela, El día que amaneció sin colores (Grijalbo), traducida ya a quince idiomas y en manos de una productora internacional. La novela, situada en París, nos muestra una ciudad que pasa del color al blanco y negro cuando los colores empiezan a desaparecer. La comida es insípida, la ropa es monótona, caen la industria de la moda y el arte y la economía se va a pique. Pero una curiosa pareja protagonista que se cruza por casualidad, Arthur, empleado en una fábrica de colores, y Charlotte, una científica invidente especializada en color, se embarcará en la aventura de devolver los colores a la humanidad.
Curiosamente, el libro salió primero en Braille y, dentro de este pequeño mercado, fue un bestseller. Tuvo gran éxito en Francia y ha sido traducida a más de quince idiomas.
El autor viste con bambas verdes y un pañuelo multicolor y aunque detesta en entorno cromático estándar de hotel —donde se desarrolla esta charla—, contesta amablemente a nuestras preguntas.
¿El mundo en blanco y negro que presenta en la novela es una metáfora de nuestra sociedad?
Sí, nunca hemos utilizado tan pocos colores en Occidente. Mire, por ejemplo, los coches: en 1956 tres de cada cuatro utilitarios vendidos eran de colores (rojo, azul y verde) y, en cambio, ahora, tres de cada cuatro son de color gris, blanco o negro. Las paredes de la mayoría de los hogares son blancas, cuando en casa de nuestros abuelos, había la habitación rosa, el cuarto verde. En cuanto a nuestra vestimenta, le invito a ver fotografías escolares: todos llevábamos chándales de colores, y ahora suelen ser todos oscuros. Empezamos a tener miedo al color y no nos atrevemos a elegir determinadas tonalidades.
Quería denunciarlo a través de la ficción: los colores no son solo hermosos, nos proporcionan bienestar, ya que cada color ejerce un efecto determinado sobre nuestro organismo y todos son necesarios.
¿La percepción del color viene marcada por la geografía y el clima de las distintas civilizaciones? Pienso, por ejemplo, en un país desértico como Egipto, cuya civilización faraónica poseía un gran cromatismo en las pinturas murales.
Cierto, el clima y la luz nos hacen más o menos sensibles al color. Los esquimales tienen más de veinte términos para designar el blanco, ya que su entorno ha agudizado su sensibilidad al blanco.
Para los antiguos griegos no existían más que cinco colores: blanco, rojo, verde, azul y negro. Quizás es la prueba de que no eran especialmente sensibles a los colores, pues estos se clasificaban en función de su luminosidad entre el blanco y el negro. Otras civilizaciones, como los aztecas o los japoneses, han confundido durante largo tiempo el verde y el azul.
Los teóricos humanistas, como Michel Pastoureau, sostienen que el color que no se nombra, no existe; en cambio, los físicos opinan que ya los veíamos antes de la aparición del lenguaje. Son dos corrientes opuestas, un debate apasionante, Goethe versus Newton. Para mí es muy difícil tomar partido.
Charlotte es una persona ciega capaz de distinguir colores por voces y tacto. Cuéntenos un poco más de esto…
Es un campo de estudio increíble, he hablado con varias personas invidentes de nacimiento y otras que se quedaron ciegas en un momento concreto de su vida. Me cuentan que a todas les encanta el color y coinciden en que si, por ejemplo, se encuentran en un entorno rojo, notan una vibración concreta y está demostrado que aumentan tanto la presión arterial como el ritmo cardíaco y que el movimiento de los párpados es más elevado. Todavía no se han llevado a cabo suficientes estudios científicos al respecto, pero sabemos que todas la longitudes de onda tienen influencia en nuestro organismo. En las resonancias se ve cómo cada color activa una parte del cerebro y cómo actúan incluso sobre la piel. A los bebés prematuros se les pone bajo un foco amarillo.
¿Se ha imaginado alguna vez que se queda ciego?
Es la conclusión que presento en el libro: vemos con el corazón. Al haber frecuentado a invidentes, me doy cuenta de la suerte que tengo y, al mismo tiempo, siento cierta envidia ante el desarrollo de sus otros cuatro sentidos…pero querría seguir cultivando la vista (risas).
¿Cómo aplica el color a su trabajo? ¿No se trata, en el fondo, de puro marketing para vender más?
Hago marketing puro y duro, cierto. Toda búsqueda de gamas de color va en pos de la armonía, como la música. Por otra parte, mi trabajo es mostrar hasta qué punto el color es imprescindible para nuestro equilibrio. Trabajo en oficinas, hoteles, empresas. Mire a su alrededor: la naturaleza posee una extensa gama cromática. Está demostrado que la productividad mejora en ambientes cálidos, somos más creativos en ambientes fríos; la cordialidad se da con colores anaranjados y el color menos interesante para una oficina es, siempre, el blanco.
Afortunadamente, la situación esté cambiando. En Silicon Valley ya no hay paredes blancas; las de los despachos de Google son de varios colores. El espíritu de las startups es colorido, mucho más saludable que el blanco y el negro.
Los colores que cada año decide Pantone, ¿no obedecen exclusivamente a intereses industriales, y no tanto a las tendencias sociales, culturales y artísticas?
No sé si decirle la verdad (risas). No sé cómo decide Pantone los colores anuales, pero algunos, como el marsala, están marcados por la industria. En cualquier caso, me parece positivo que esto ayude a que se utilicen más y mejor los colores. El coral que está de moda este 2019 se vio en el Comité Francés del Color en su día.
Habla usted del cromatismo de la naturaleza, ¿lo hace también extensible a la nutrición?
Ese cromatismo empieza, ciertamente, en la alimentación. Los animales se guían, entre otras cosas, por el color, tanto para alimentarse, como para distinguir a sus depredadores. Las vacas se alimentan de hierba y, por eso, ven más matices del verde que el ojo humano. El color de una fruta permite distinguir entre la verde y la madura y se convierte, por tanto, en una herramienta para sobrevivir. El color viene a reforzar lo que pensamos de un alimento. ¿Nos comeríamos un caramelo de menta color naranja? Se hizo un estudio con bistecs coloreados de azul y nadie fue capaz de comérselos. Una vez se invirtieron los colorantes en yogures de piña y fresa y, al comer el de rosa, los voluntarios pensaban que era de fresa cuando el sabor real era el de piña. En Burdeos se llevó a cabo un estudio sobre vino: se echó colorante rojo en vino banco y todos los profesionales creyeron que estaban catando vino tinto, pero, con los ojos vendados, no se habrían dejado engañar por el color. La vista es, por tanto, más poderosa que el paladar. Por eso los chefs se esmeran en el color de sus platos.
¿Le ha gustado meterse en la ficción? ¿Repetirá la experiencia?
Sí, sí… Pensé que a través de una novela podría acercar al lector al mundo de los colores y lo que más ilusión me hace es que casi a diario, recibo correos de lectores que han decidido repintar sus casas y vestirse de manera más colorida. Celebro que la gente vea hasta qué punto es importante y puede aportarnos bienestar.
Dentro de un mes aproximadamente, lanzo una nueva novela en Francia, que espero que salga en España, sobre un tema muy distinto: inteligencia artificial… pero sensible a los colores (risas).
¿EL NEGRO ADELGAZA?
Lamentamos romper mitos, pero si pensamos en un mueble, por ejemplo, ¿lo veremos más voluminoso si es negro o blanco? ¿Un coche negro se verá más ligero en la calle si es blanco? Sostiene que lo que estiliza son las formas y el dibujo de la silueta, así como las rayas verticales. Sin embargo, si nos vemos mejor vestidas de negro y es el color que nos da seguridad, adelante. Entonces será una buena elección.
Su popularización como color elegante es relativamente reciente. Eduardo VII llevó en una ocasión un smoking negro que su sastre creó expresamente para él, y la prenda se popularizó enseguida entre las élites masculinas. El gran modisto francés del momento, Paul Poiret, en cambio, utilizaba diseños de colores muy vivos. Con la Primera Guerra Mundial, la mujer se libera, se corta el pelo a lo garçon, se respiran aires de libertad. En 1926 Coco Chanel inventó la petite robe noir (el vestido corto de cóctel), que apareció en la portada de Vogue.
Hasta entonces se consideraba que era muy poco seductor (eran el color de jueces, viudas, sacerdotes y el servicio doméstico). Todos los modistos actuales, Yves Saint-Laurent, el recientemente fallecido Karl Lagerfeld, Tom Ford… lo utilizan mucho en sus colecciones y, curiosamente, siempre visten de negro.
En Occidente es visto como símbolo de la elegancia, pero en la India o en África, está reñido con la elegancia. En cambio, en un país tan luminoso como Irán, el burka oscuro es una especie de arma antiseducción, lo cual debe de ser terrible para las mujeres y no solo por el calor.
AZUL
Suele ser el color preferido de numerosas civilizaciones, según varios estudios. Está asociado a la divinidad, a la inteligencia y a la fidelidad. Es el color de la confianza y la simpatía. Dado que vemos el cielo azul, también se asocia con la eternidad y los dioses.
ROJO
Color vibrante, sexual, llamativo. ¿Por qué las mujeres lo utilizan en labios y mejillas y una mujer de rojo suele llamar más la atención? Es una manera inconsciente de hacer patente su fertilidad. El rojo excita los sentidos y parecer ser que las parejas que duermen en una habitación con tonos rojos, suelen tener una media de relaciones más alta.
VERDE
Al igual que sucede con los colores fríos, el verde reduce la presión arterial y el pulso, y relaja. Se adoptó este color para el dólar estadounidense para que el ciudadano abandonara el oro y confiara en un tozo de papel. En los casinos, si los tapetes son de color azul, el jugador arriesga poco. Con el rojo apuesta grandes sumas pero se retira pronto. Con el verde, apuesta grandes sumas y, aunque pierda, confía en recuperarlas y sigue jugando. En general es el color de la esperanza.
AMARILLO
Es el color de los cornudos, de las vestiduras de Judas, de la estrella judía que eligieron los nazis… y qué feos son los dientes amarillos. Sin embargo, también es el color del sol y la luz, de la belleza, la diversión y la juventud. A principios del siglo xx, combinado con el negro, hizo muy rico a John Hertz cuando creó la compañía de taxis Yellow Cab, en Chicago. Se considera un color que salva vidas en la carretera, así que bienvenido sea.
(c) H. Zell
COLORES PROPIOS
Cada persona tiene sus colores y, en función del estado emocional, debería utilizar colores distintos. Hemos de saber elegir, potenciar los colores con los que mejor nos sentimos antes que seguir los dictados de la moda.
PREJUICIOS
Son muchos. Ayer me puse una camisa rosa, es un color que me sienta bien… ¡y se ve la vie en rose! Si se me ve afeminado, es solo un prejuicio cultural; en África, por ejemplo, no se considera un color femenino.
LOS RAYOS ULTRAVIOLETA
Están en el límite de lo visible para el ojo humano. Sabemos que nos ponen morenos y que en exceso, pueden causar un melanoma. Las abejas y la mayoría de los insectos los distinguen muy bien. Nosotros solo vemos los pétalos blancos de las margaritas, pero tienen ondas ultravioleta.
QL
(c) Allan Combelack.
El día que amaneció sin colores, Jean-Gabriel Causse, Grijalbo, traducción de Paz Pruneda, 302 pp., 17,90 €