«Si una feminista premio Nobel como Doris Lessins escribía sobre vestidos, maquillaje y peluquería vamos a ponernos serios, eso quiere decir que la moda no son pingos»
«Mark Twain, Virginia Wolf o Dickens sabían de la importancia del atuendo, tanto en la construcción de sus personajes como en la descripción de la sociedad»
La moda, industria para unos, arte para otros y frivolidad y consumismo para una gran mayoría, conforma la base literaria de no pocas novelas. Reflejo de la sociedad, de las costumbres y del carácter de los personajes, podemos envolvernos en tejidos y prendas al mismo tiempo que nos sumergimos en fascinantes historias.
En la descripción de un personaje, una fiesta o una época, los atuendos son claves básicas para entender el contexto. No podemos imaginarnos a Anna Karenina sin su peludo y caliente gorro ni comprender a Scarlett OʼHara luchando con su corsé o convirtiendo unas pesadas cortinas en un maravilloso vestido. La obsesión por las marcas, y su minuciosa enumeración, en American Psycho dicen tanto o más que la descripción de los escalofriantes crímenes del psicópata Patrick Bateman. Y no, no son libros en los que la trama se centre en el devenir de la siempre caprichosa (¿y vacua?) moda. Pero si queremos internarnos en el siempre fascinante mundo de los vestidos, las desatadas compras o los grandes almacenes podemos zambullirnos en apasionantes lecturas en donde un vestido es mucho más que algo con lo que cubrirse.
El tiempo entre costuras (María Dueñas, Planeta, 2009) no sería una novela tan redonda si los patrones de Sira Quiroga no estuvieran al servicio de una inteligente red de espionaje. La excentricidad de María Antonieta no hubiera pasado a la historia sin la labor de Rose Bertin que La modista de la reina (Catherine Guennec, Umbriel, 2006) tan magistralmente relata. Una venganza que se sirve fría, aunque con fuego, en La modista (Rosalie Ham, Lumen, 2016), que nos proporciona la medida exacta de la mezquindad de una comunidad. Para entender que las falsificaciones no son un delito nuevo nada mejor que devorar La ladrona de vestidos (Natalie Meg Evans, Lumen, 2014). Para los que todavía vayan perdidos entre los conceptos de viejo, segunda mano y vintage (¡cuántos desmanes se perpetran en nombre de ese vocablo!), Una pasión vintage (Isabel Wolff, Lumen, 2011).
Y cómo no citar El Diablo viste de Prada (Lauren Weisberg, Plaza & Janés, 2005). No es oro todo lo que reluce y tanto la novela como la película basada en el bestseller describen con bastante exactitud los blancos y negros de una profesión por la que «miles de chicas darían un ojo de la cara». La sospecha más que fundada de que el personaje de la dictatorial jefa estaba basado en la gurú de la moda Anna Wintour, para la que la autora de la novela trabajó en su juventud, fue una acicate más para las ávidas lectoras. Aunque si se quiere conocer todavía más las miserias en el mundo del lujo hay que hacerse con un ejemplar del polémico libro Le plus beau métier du monde (Giuliua Mensitieri, La Découverte, 2018), que ha sacudido más de una conciencia en el país galo.
La industria de la moda, porque es una industria, no sería lo mismo sin las tiendas y los grandes almacenes: los santuarios del consumismo. Y para entender la historia de los precedentes centros comerciales, ahora calificados como lugares de ocio, nada mejor que estas prendas del género: Sueños a medida (Núria Pradas, Suma, 2016), que relata en clave de ficción pero muy documentada la historia de la emblemática tienda barcelonesa Santa Eulalia; La mujer del siglo (Margarita Melgar, La Esfera de los Libros, 2016); El encanto (Susana López Rubio, Espasa, 2017) y, nacida para mayor gloria de una serie televisiva, Galerías Velvet, el origen (Ángela Armero y Daniel Martín Serrano, Planeta, 2014).
Pese a su vituperada frivolidad, los «trapos» son un asidero emocional. Muchas son las personas, entre las que me incluyo, que piensan que si Hitler se hubiera hecho la manicura o hubiera prestado más atención a la moda tal vez no hubiera invadido Polonia. Del poder curativo del arreglo personal, y de muchísimas más cosas, trata una de las perlas de la literatura: Diario de una buena vecina (Doris Lessing, Punto de lectura, 2007). Si una feminista premio Nobel escribía sobre vestidos, maquillaje y peluquería vamos a ponernos serios, eso quiere decir que la moda no son pingos.
Literatura con mayúsculas
Oscar Wilde, un auténtico dandi, y Truman Capote son dos excelentes exponentes de moda y plumas de altos vuelos. El inglés no solo mostraba un cuidado esmero en su vestir, sino que pergeñó el sesudo, pero ameno, ensayo Filosofía del vestido (Casimiro Libros, 2017). La elegancia innata de Holly en Desayuno con diamantes es idolatrada por varias generaciones y aunque la belleza de los modelos, mil veces imitados, se debe al vestuario de Givenchy en la película, no hay que olvidar que el mismísimo Capote dio las claves del encanto de su protagonista. Y es que el relato, que ha elevado a Audrey Hepburn a estatus de diosa de la elegancia, estaba destinado en un principio a las páginas de la revista de moda Harperʼs Bazaar.
El diálogo entre la moda y la muerte, de Giacomo Leopardi, y Vestidos, del mismísimo Kafka, son otros dos botones de muestra que elevan la ropa a la categoría de literatura. Aunque no hay que hilar tan fino: Mark Twain, Virginia Wolf o Dickens sabían de la importancia del atuendo, tanto en la construcción de sus personajes como en la descripción de la sociedad.
La moda como asignatura
En una época, la nuestra, dominada por influencers, estudiantes de diseño aspirantes a pertenecer a un holding de lujo y, ¡cómo no apuntarlo!, escritores de novela histórica que deben documentarse a conciencia para dotar de credibilidad a sus relatos, es de recibo estudiar a conciencia eso que tan despectivamente se califica como moda.
Breve historia de la moda. Desde la Edad Media hasta la actualidad (Giorgio Riello, Gustavo Gili, 2016), 100 ideas que cambiaron la moda (Harriet Worsley, Blume, 2011) y El espejo de la moda (Cecil Beaton, Vergara, 2010) son tres biblias de lectura obligada.
Si nos ponemos sociológicos, que no psicológicos, aquí viene otra tanda de conocimientos: Victimas de la moda (Guillaume Erner, Gustavo Gili, 2005), El imperio de lo efímero: la moda y su destino en las sociedades modernas (Gilles Lipovetsky, Anagrama, 2006) y No Logo (Naomi Klein, Planeta, 2011).
Y adentrándonos en el género biográfico, nada mejor para entender las claves del estilo de los grandes maestros que leer incluso entre líneas y puntadas Coco Chanel, historia de una mujer (Axel Madsen, Circe, 1998), Christian Dior y yo (Christian Dior, Gustavo Gili, 2007); Cristobal Balenciaga, la forja del maestro (Miren Arzalluz, Nerea, 2010) y Saint Laurent, chico malo (Marie-Dominique Lelièvre, Superflua, 2018). Aunque no puedo concluir este apartado sin recomendar encarecidamente algunos de los libros que la periodista Margarita Rivière dedicó al tema: La moda, ¿comunicación o incomunicación? (Gustavo Gili, 1977), Historia de la media (Hogar del Libro, 1983), Historia informal de la moda (Plaza & Janés 2013) y Diccionario de la moda (Debolsillo, 2014).
ANNE JACOBS
UN TELAR SIEMPRE EN FUNCIONAMIENTO
A los lectores que ya han devorado la trilogía La Villa de las Telas les ha sorprendido saber que usted ya había publicado muchas novelas bajo varios seudónimos.
Tengo varios seudónimos, Leah Bach, para mis novelas ambientadas en África; Marie Laval, para la saga de la Bretaña francesa, pero ¡es que yo no me llamo Anne Jacobs! (risas) Tal vez escriba ahora novelas policiacas con mi verdadero nombre. Mientras tanto… ¡misterio!
En la segunda entrega, Las hijas de la Villa de las Telas, hay una transformación positiva en uno de los personajes. Elizabeth caía francamente mal, ¿ha sido usted o sus lectores quienes han motivado este cambio?
Este cambio se debe a mi editora. Yo no quería que Liz al comienzo fuera un personaje tan malo, pero sí que es problemática y está siempre a la sombra de su hermana, que es tan bella. Ella es envidiosa, se siente infeliz. En mi editorial se me indicó que debía aportar algo de intriga, que Liz conspirara, algo que a mí no me apetecía mucho y por eso dejo que en el segundo volumen su personalidad cambie. Es una persona que no lo tiene fácil, tiene que luchar, vive muchos fracasos, pero es una luchadora. Y al final consigue tomar las riendas de su propio destino dándose fuerzas a sí misma.
¿Qué proceso de documentación ha seguido para construir una novela con un tema tan fascinante?
He leído montañas de libros y en cada uno he marcado con papelitos lo más interesante. He investigado mucho gracias a Internet y también he recogido cosas que he escuchado en mi propia familia. Mis padres eran muy mayores cuando yo nací. Mi padre nació en 1894 y con veinte años fue llamado a filas y participó en la Primera Guerra Mundial. Mi madre nació en 1906 y había vivido la Gran Guerra siendo niña. Pertenecía a una extensa familia con cinco hijos y en el ámbito doméstico se hablaba mucho. A mi madre y sus hermanas les encantaba reunirse para hablar del pasado. Y esa es una información muy especial, unos testimonios únicos, aunque sí que es cierto, que está basada en el recuerdo y cuando una historia se va contando varias veces se modifica. Digamos que de la «versión original» quedan las cartas que mi padre escribía desde el frente.
En sus novelas los trajes y las telas son un personaje más, pero los procesos textiles y la industria son el espacio por donde transitan sus heroínas. ¿Le interesa la moda? ¿Qué opina de la globalización actual en este sector?
La moda siempre me ha interesado entendida como una forma de arte. A mi me encantan las telas buenas y lo que no me gusta es la uniformización. Siempre me han llamado la atención las prescripciones de moda que lanzan las revistas, el «se va a llevar esto». Recuerdo que en Alemania, cuando estaba de moda la minifalda mi madre se quería comprar una falda midi, por debajo de las rodillas y ¡no había manera de encontrar ninguna! A mi me encanta la moda, que todo el mundo pueda vestirse como le gusta. La globalización tiene aspectos positivos: podemos comprar moda que procede de muchos países, pero yo creo que es importante mantener la diversidad y que la moda no se convierta en homogénea. Porque la moda tiene que ser el reflejo del arte, de la diversidad.
Sus novelas pueden ser catalogadas de románticas, pero la línea es claramente feminista. ¿Ha intentado empoderar a la mujer y darle el papel que le correspondía?
No lo he hecho conscientemente, simplemente ocurre cuando escribes. Cuando tenía entre treinta y cuarenta años era una feminista entusiasta, pero poco a poco he ido moderándome. Pero aquella fue una época muy importante para la lucha de los derechos de la mujer.
¿Para cuándo el fin de la trilogía? ¿Está ya inmersa en la escritura de El legado de la Villa de las telas?
El tercer volumen ya está editado en Alemania, no sé cuándo llegará a España, pero seguramente escribiré una cuarta entrega.
¿Ha recibido ya ofertas para llevar esta fascinante saga al cine?
Hay una opción para llevarla al cine o a la televisión, pero ahora necesitan financiación. Por el momento es para Alemania, pero eso lo lleva mi agente literario (risas).
Reyes Salvador