PRIMERAS PÁGINAS
Inicio de «Canto de mí mismo», de Hojas de hierba
WALT WHITMAN
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago… e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.
Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.
Y con mi aliento puro
comienzo a cantar hoy
y no terminaré mi canto hasta que me muera.
Que se callen ahora las escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es mi misión y no lo olvidaré;
que nadie lo olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza desenfrenada.
El 31 de mayo se cumplirán los doscientos años del nacimiento del poeta más importante de la modernidad, Walt Whitman, autor de Hojas de hierba.
Un hombre de treinta y seis años publica un libro que no llega a las cien páginas y que ha titulado Hojas de hierba, en una imprenta de Brooklyn, en junio de 1855. En la Unión no se ha escrito nada parecido, y le lloverán las críticas implacables, cuando no malintencionadas y hasta censuras judiciales. Es Walt Whitman, al que pocos reconocen su genio; entre ellos, el pensador estadounidense más importante de la época, Ralph Waldo Emerson, que le mandará una carta elogiosa que el joven conservará como un tesoro, divulgándola siempre que pueda para reivindicarse, y que está llamado a ser «el mayor demócrata que el mundo ha conocido», como dijo Henry David Thoreau, tras conocerle en 1856.
El considerado fundador de la poesía norteamericana nació en Long Island, Nueva York, el 31 de mayo de 1819, y permanecería allí hasta los cuatro años, cuando la familia decidió trasladarse a Brooklyn. El «Buen Poeta Canoso», como llegó a llamársele en su época cuando adquirió el aspecto de un venerable viejo de barba blanca, «vivió para su libro, que fue creciendo, con sucesivas adiciones y “anexos”, como un organismo viviente, con la sola interrupción de la Guerra Civil, que conmovió a los Estados Unidos desde 1861 a 1865». Son palabras del ecuatoriano Francisco Alexander, que publicó su traducción de la poesía completa de Whitman en 1953. El poeta conocerá, como enfermero voluntario en campos de batalla y hospitales militares, lo más plural y desgarrador de su país, y su visión acabará indefectiblemente en sus versos.
Para él, la literatura será la herramienta ideal para forjar un espíritu democrático común que contenga, además, el elemento religioso –si bien sin asideros eclesiásticos–, el factor del Alma siempre por encima de lo material. Como se lee en su libro Perspectivas democráticas, él mismo destaca que sus ideas son fruto de sus vagabundeos, de observar al ser humano, ya sea en Manhattan o en medio de la naturaleza.
No hay en la historia de la literatura una combinación semejante de individualismo y pluralidad, de mirada interior –«Yo me canto y me celebro»– y de mirada exterior: hacia sus conciudadanos, los estados, la naturaleza. Por eso se ve al autor continuamente en las mesas de novedades bibliográficas, pues su visión de la vida y de la humanidad no puede ser más intemporal: es la necesidad de ver iguales al hombre y a la mujer, a la persona poderosa y al vagabundo, al rico y a la prostituta. No hay nada ni nadie superior a otro: «Creo que una brizna de yerba / no es menos que el camino / que recorren las estrellas. / Y que la hormiga es perfecta», recitaba Serrat en medio de un concierto en 1974 aludiendo a que él creía lo mismo que Whitman.
Sus inicios, con todo, fueron sobre todo como narrador, con dos docenas de relatos que publicó en la prensa y una novela antialcohólica de la que renegaría, Franklin Evans, el borracho; historias plenas de sentimentalismo y compasión previas a su poemario «Canto de mí mismo», donde se manifiesta la pluralidad interior del hombre que decía contener multitudes. Este Whitman rico en afectos y puntos de vista siempre despreció lo material –incluso en sus últimos años sus admiradores harían colectas de dinero para ayudar a sufragar sus pocos gastos– fallecería en su casa el 26 de marzo de 1892.
Enseguida se organizaría una vista pública de su cuerpo, y durante tres horas desfilarían frente a él más de mil personas, hasta ser enterrado cuatro días más tarde en el mausoleo que ya tenía preparado desde bastante tiempo atrás, en el cementerio de Camden.
Toni Montesinos es escritor, crítico literario y prologuista. Ha publicado numerosos libros de poesía, novela, ensayo y crónicas de viaje. Su obra más reciente es El dios más poderoso. Vida de Walt Whitman, Ariel, 536 pp., 21,90 €.
almaenlaspalabras.blogspot.com