«Harrison es un narrador capaz de explorar el deseo, la violencia y los claroscuros de la vida salvaje a través de una escritura de resonancias cinematográficas»
Su editor, Terry McDonnell, le llamó el «Mozart de la pradera», en una personal semblanza literaria publicada en una recopilación de notas de edición que también apareció en la revista New Yorker. La comparación es más atinada de lo que a priori podría parecer: la obra de Jim Harrison desprende una sensación de aparente «facilidad creativa» que relacionamos con las partituras del genio de Salzburgo, como si hubiera sido escrita a vuelapluma por un autor en permanente estado de inspiración.
En verdad, como el propio McDonnell se ha encargado de aclarar, Harrison solía pensar bien las cosas antes de sentarse a trabajar. Quizá por eso respondió en diversas ocasiones de forma quisquillosa, o directamente huraña, a las sugerencias de reescritura de los editores.
Leyendas de otoño es una muestra perfecta de la literatura precisa y rítmicamente trenzada que el autor de Grayling, Michigan, convirtió en su marca de estilo. Harrison es el opuesto a lo que Charles Bukowski denominó los «escritores lechosos» o «grasos».
Su prosa, que la excelente traducción de Luis Alvear permite apreciar ahora en todo su sabor, consigue despojarse de cualquier ornamento o afectación para abrazar una esencialidad ruda y a la vez casi espiritual, de modo parejo a Nordstrom, el protagonista de El hombre que olvidó su nombre, un tipo que llegada la mediana edad renuncia a sus posesiones para embarcarse en un agreste viaje de autodescubrimiento.
Esta bella edición en tapa dura que nos presenta Errata Naturae, dentro de su colección Narrativa salvaje, recupera tres nouvelles netamente norteamericanas –Venganza, la ya citada El hombre que renunció a su nombre y Leyendas de otoño–, que evidencian todo el talento de un narrador capaz de explorar el deseo, la violencia y los claroscuros de la vida salvaje a través de una escritura de resonancias cinematográficas. Perderse por las páginas de este libro equivale a viajar a la Norteamérica polvorienta e indómita de las películas de Sam Peckinpah o Monte Hellman, y también evocar la desesperanza y el secreto deseo de redención de los personajes de los films de Nicholas Ray o Samuel Fuller. Por eso puede llegar a sorprender la mala suerte que Harrison ha tenido en su adaptación al cine. Ni Revenge, el thriller de frontera de estética videoclipera dirigido por Tony Scott en 1990, ni el postalismo sentimental de Leyendas de pasión, de Edward Zwick, están a la altura de las obras contenidas en este libro.
Según cuenta McDonnell, Leyendas de otoño vio la luz gracias a que el actor Jack Nicholson le prestó treinta mil dólares para que viviera el tiempo necesario para escribir tres relatos susceptibles de convertirse en buenas películas. Harrison terminó un primer borrador de Venganza en apenas diez días, y en dos semanas más completó Leyendas de otoño (El hombre que renunció a su nombre, según parece, le llevó bastante más de tiempo). Leídas juntas, estas tres historias componen una vigorosa muestra de una narrativa de la frontera, pedregosa y también resplandeciente como el agua de un arroyo acariciada como el sol.
El conflicto triangular entre un expiloto de caza, un gánster y su esposa, la transformación existencial de un hombre empeñado en desprenderse de su dinero o la existencia errante del proscrito Tristan forman parte de un poderoso retablo humano de aliento shakesperiano. El desgarro y la sensualidad que impregnan las peripecias de estos personajes reavivan en el lector instintos dormidos. Harrison describe un universo sensorial, en el que es posible empaparse en sudor, sentir el frío contacto de un suelo de baldosas o el calor de dos cuerpos entrelazados. Pero lo físico tiene siempre una feliz correspondencia metafísica. Como suele ocurrir con los grandes narradores, estas novelas indagan, con una honestidad apabullante, en el gran meollo existencial; en eso que, para abreviar, solemos llamar el sentido de la vida.
Enric Ros
LEYENDAS DE OTOÑO, Jim Harrison, Errata Naturae, traducción de Luis Alvear, 348 pp., 22,90 €