«Ninguno de mis libros anteriores ha supuesto un reto para mí tanto como Una jaula de oro, tanto como mujer como escritora. Tenía que empujarme completamente fuera de mi zona de confort, y no me había sentido capaz de hacerlo antes»
La autora sueca Camilla Läckberg publica una obra en la que se aparta de su serie Los crímenes de Fjällbacka para crear un nuevo personaje vengativo y que refleja la resiliencia y la lucha de las mujeres en estado de opresión doméstica.
Toni Montesinos
La novela negra actual ha dejado de vivir de las consabidas ciudades occidentales que, tradicionalmente, eran escenario de los crímenes y casos delictivos literarios. Nueva York, Londres, París, Venecia, Madrid… han perdido preponderancia tras la irrupción –gracias al apogeo del género y su alud de traducciones a diferentes idiomas– de obras ambientadas en países nórdicos, pero también orientales o africanos.
Así, de un tiempo a esta parte, ya se nos hace habitual que haya multitud de superventas periféricos del género que llegan a nuestras fronteras mediante traducciones, ventas masivas y lectores fieles. Es el caso del islandés Arnaldur Indridason (1961), gracias a novelas como Las marismas y La mujer de verde, donde su protagonista, el solitario Erlendur Sveinsson, se enfrentaba a delitos de explotación medioambiental. Y otra autora islandesa, Yrsa Sirgurdardottir (1963), que, por ejemplo, en El ladrón de almas, propuso un intrincado caso en torno a muertes y muchos sospechosos en un fantasmal balneario.
Los ejemplos de esta, podríamos decir, periferia del crimen, serían demasiados para traerlos a estas pocas líneas. Pero añadamos un par de otras latitudes: mucho sabe de sumergirse en las mafias visibles y ocultas la rusa Polina Dashkova (1960), que con su periodista Lena Poljanskaja y obras como Locura letal, indagó en los vicios de la política moscovita; de forma similar a como lo ha ido haciendo el moldavo Robert Lozinski (1970), que en La ruleta chechena indagó tanto en las acciones de la mafia en el periodo de la Perestroika como en explicar el capitalismo tras el derrumbamiento comunista. Probablemente, esta nueva oleada de talentos –en la que habría que incluir al difunto Stieg Larsson y su Millenium– haya tenido muy en cuenta a la generación anterior escandinava. Así, Camilla Läckberg (1974) hereda el monumental éxito de su compatriota Henning Mankell y de su detective Kurt Wallander, tan conocido en España. La escritora de La princesa de hielo, que publicó con veintinueve años, en el año 2002 –sólo tres más tarde sus libros ya encabezaban las listas de bestseller suecas y se permitía el lujo de abandonar su trabajo como economista para dedicarse íntegramente a la literatura–, coloca siempre a su pareja de detectives en su idílico pueblo natal.
Un criminal pueblo costero
Se trata de Fjällbacka, rozando casi Noruega –de esta serie de Los crímenes de Fjällbacka se han vendido hasta la fecha más de 23 millones de ejemplares en todo el mundo en más de 60 países–, y todo, en torno a sus protagonistas, el policía Patrik Hedström y la escritora Erica Falck, tiene un gusto tan misterioso como próximo, como si cualquiera pudiera ser un criminal, como si la sombra de Agatha Christie fuera perpetuamente alargada. En lo que respecta a España, la fiebre por la autora en España empezó en el año 2006, cuando se publicó esa primera novela –lo hizo además en otros veintinueve países– en Maeva, editorial en la que han visto hasta ahora todas sus obras en castellano. Asimismo, su fama se incrementó exponencialmente cuando su serie Los crímenes de Fjällbacka se convirtió en cinco episodios en televisión.
En aquel debut literario, los rasgos que se harían característicos de Läckberg, tan bien adaptados a los clichés de la narrativa de suspense de siempre y con un tono entretenido y ágil, se asomaban mediante la historia del hallazgo del cadáver de una mujer en la bañera de su casa, adonde acudía, consternada, una de sus amigas de la infancia, justamente la escritora Erica Falck, que acababa de volver al pueblo al haber heredado la casa de sus padres. Las sospechas estaban orientadas a suponer un suicidio, pero los padres de la fallecida y otras personas próximas a ella veían con claridad la posibilidad de un homicidio, lo cual daba entrada a otro amigo de niñez, el comisario Patrik Hedström. Pero, por supuesto, todo se iría haciendo más complicado, cuando, al iniciarse la investigación, se descubra que la joven está embarazada, lo que llevará a la pista de un sospechoso, un artista fracasado que mantenía una relación especial con la víctima.
De este modo, lo que puede ser la vida tranquila, cuando no anodina, del medio millar de gentes que pueden residir en este pueblo fundado en el siglo XVII, muy conocido en el resto del país por sus calles adoquinadas y el marisco –fue aquí donde el propietario de una fábrica de conservas inventó el arenque sazonado, es decir, la anchoa–, se convierte en un sitio misterioso; un lugar perfecto, en definitiva, para disfrutar de la naturaleza yendo en kayak y pasear en un ambiente de paz –del que disfrutaron la princesa Carolina de Mónaco y su amiga Ingrid Bergman antaño; las cenizas de esta están esparcidas en su mar– sabiendo que, de un momento a otro, un terrible crimen narrativo puede emerger en medio de ese sosiego. Ocurre en la novela Los gritos del pasado, que empieza con un muchacho que se da de bruces con dos cadáveres y en cuyas páginas aparece una turista asesinada con un trasfondo de fanatismo religioso. O puede que los pasos por el pueblo lleven a lugares reales convertidos en escenario de algunas tramas, como el caso de la iglesia de Fjällbacka, de 1892, en cuyo cementerio se homenajea a los soldados alemanes de la Primera Guerra Mundial; una tumba que acabó en su quinta novela, Las huellas imborrables.
Sobre la sumisión femenina
Sin embargo, en su última entrega narrativa, Una jaula de oro, Läckberg abandona por ahora este ambiente para hacer una incursión en el género del suspense psicológico con una nueva protagonista, Faye, cuya concepción parece haber fascinado a su propia autora. Así, en una entrevista, ha declarado: «Ninguno de mis libros anteriores ha supuesto un reto para mí tanto como Una jaula de oro, tanto como mujer como escritora. Tenía que empujarme completamente fuera de mi zona de confort, y no me había sentido capaz de hacerlo antes. Sin embargo, me he convertido en una mujer más valiente y fuerte con los años, y ahora era el momento de hacerlo. Espero de verdad que a mis lectores le guste tanto Faye como a mí».
Y, a tenor de cómo se reciben sus novedades en todo el mundo –de hecho, ha recibido importantes galardones, como el Gran Premio de Literatura Policíaca, en Francia, en el 2008–, esta historia que tiene un subtítulo realmente llamativo, La venganza de una mujer es bella y brutal, disfrutará de éxito, con el aliciente añadido de que, con esta nueva propuesta de suspense, Läckberg ha querido conectar con aquellas mujeres que han sido obligadas, física o psicológicamente, a llevar una vida de sumisión y miedo, a obedecer lo que se les impone sin rechistar. De ahí que el trasfondo vengativo que la autora ha deseado llevar a su libro tenga una preponderancia muy significativa, hasta el punto de haber inventado una protagonista tan atractiva como ambigua en sus pensamientos e iniciativas.
La escritora, que recientemente ha sido elegida como candidata a «Mujer del año» en Suecia –ya lo fue en el 2012 para el periódico sueco Expressen–, buscó con esta nueva trama levantar una enigmática historia de traición y venganza, pero también, como apuntábamos, de reivindicación, como si quisiera hacer un homenaje a la sororidad; es decir, a todo aquello que tiene que ver con la hermandad entre mujeres, con la idea de que estas puedan verse como iguales que pueden unirse y transformar su realidad intercambiando experiencias opresivas. Lo hace mediante esta Faye, que muestra un oscuro pasado pero que ha logrado todo lo que siempre había soñado, un marido atractivo, ser madre, alcanzar un estatus social elevado y una vida llena de lujo.
Una oscura heroína
El quid de la cuestión es que, a partir de cierto momento, y súbitamente, esta existencia en apariencia ideal se va al traste, y entonces aquella Faye que quería complacer a su marido, ya en la primera página, hasta límites insospechados, se vuelve otra persona, una heroína, o un antiheroína, según como se mire, del todo vengadora. De hecho, Läckberg diseñó a este personaje con un fondo oscuro, cansada de los estereotipos de mujer mala o mujer buena, creando en medio matices para que el lector pueda o no juzgar o empatizar con ella.
Una jaula de oro presenta, de entrada, un texto inicial que despierta la curiosidad enseguida, pues brevemente se muestra a una Faye que se está enfrentando a la peor de las noticias: la muerte de su hija, perpetrada, al parecer, por el único del que se sospecha, su exmarido. A partir de ahí se reconstruirá todo el pasado que da pie a ese inicio tan prometedor a efectos de suspense, llevando a cabo lo que la autora quería hacer cuando se propuso escribir esta obra, crear una novela sobre la traición y la venganza «porque es algo emocionante, espeluznante, prohibido. Porque es un tema actual. ¿Hasta dónde puede llegar una mujer? ¿Qué derechos tiene para defenderse a sí misma y a su familia?».
Esto es algo que se pone de manifiesto en diversos momentos del libro, por ejemplo con relatos de mujeres en las que se sentirán muy identificadas aquellas que hayan tenido la desgracia de sufrir malos tratos. «Lo otro… Lo otro fue viniéndose sin sentir. El lado oscuro. La violencia. Las primeras veces las consideré casos aislados. Él venía con sus excusas. Con sus explicaciones. Y yo las aceptaba de buen grado. Pero poco a poco, la cosa fue a más. Y me vi incapaz de salir. No me preguntes por qué, ni yo misma lo sé», dice una mujer que era la secretaria del que se convertiría en su maltratador y que se hace amiga de Faye y hasta compañera de piso, para a continuación contar una situación que se hace trágicamente común: «No tuve el valor de irme. A pesar de que llegué a odiarlo con cada fibra de mi cuerpo. Con la infidelidad podía vivir. Eso no era nada en comparación con los golpes a este pobre cuerpo, cada vez más destrozado. Y con lo que me arrebató. Íbamos… Yo estaba embarazada. Pero me trataba con tan brutalidad que perdí al niño».
Con este tipo de testimonios, que surgen de forma espontánea en la novela, Läckberg, se coloca en la línea reivindicativa que el movimiento feminista reclama para las mujeres, en especial en lo que atañe a la lacra del crimen machista o doméstico; mujeres, así en general, a las que de alguna manera siempre se ha sentido próxima a raíz de las otras actividades que desarrolla con éxito también, pues aparte de escritora de libros superventas, es diseñadora de ropa y joyería, además de ser autora de varios libros de cocina –uno de ellos con un famoso cocinero y amigo de la infancia, Christian Hellberg, titulado El sabor de Fjällbacka, todo un tributo a la gastronomía local– y hasta de una serie de álbumes infantiles inspirada en su hijo pequeño, Charlie.
LA JAULA DE ORO, CAMILLA LÄCKBERG, Maeva, traducción de Carmen Montes Cano, 360 pp., 20 €