«La divertida trama de esta segunda (casi) novela se desarrolla durante los seis días en los que un editor está en la Feria de Frankfurt de 1982 y constata que no solo son los libros los que se subastan, sino que es toda su vida y sus pasiones»
«Con los años», explica Rafael Borràs en La guerra de los planetas, el segundo tomo de sus Memorias de un editor (Ediciones B), «se impuso una práctica perversa, que nos llevó a todos a la espiral disparatada de las subastas». El sistema (que el mejor forjador de bibliotecas de nuestra historia editorial –y política– sufrió especialmente durante sus años como responsable del departamento literario de Planeta) era una «trampa» de la que se beneficiaban sobre todo los agentes literarios. Coincidiendo con la Feria del Libro de Frankfurt, los más avispados anunciaban que tenían los derechos de una esperada obra (a veces sin revelar su contenido ni su autor) y que los ponían a subasta, provocando en los editores un estado de ansiedad tal que les llevaba a pujar más de lo que el texto valía en realidad con tal de arrebatárselo a la competencia. De entre aquellos agentes que dominaron durante décadas el mundo de los derechos de autor fue Carmen Balcells la gran «figura cuestionada pero indiscutible». Y de su endiablada forma nada edificante de mercadear con los textos de los grandes autores (por ejemplo, con el Confieso que he vivido, de Neruda) da Borràs algunos ejemplos en sus memorias.
Sin embargo, como anticipaba uno de sus heterónimos en su primera (casi) novela, Cuando tú ya estés muerto (Edhasa), en aquellos tres volúmenes de memorias, «el espejo paseado a lo largo del camino» no lo reflejó todo. Y además, al haberse «convertido los libros de historia en una ficción», se ha visto obligado ahora a recurrir «a la ficción para contar la historia». Y en eso está, haciendo suya la convicción que le escuchó una vez a Raymond Carr. Como el hispanista británico, sabe Borràs que una novela puede ser más «ilustrativa» que muchas investigaciones históricas y por eso, desde hace años, está embarcado en un arriesgado, original y único (al menos en nuestro mundo intelectual) proyecto literario que le ha llevado a revisar aquellos textos, aun a riesgo de volver a escribir lo mismo, porque como dice otro de sus heterónimos parafraseando a André Gide, «como nunca, o casi nunca, el personal se entera de lo que uno ha querido explicar, conviene repetirlo». Pero La subasta (Berenice) no es solo repetición en forma novelada de aquel segundo tomo de recuerdos, de la misma forma que Cuando tú ya estés muerto no lo es del primero, La batalla de Waterloo (Ediciones B). Aunque sean indudables los vasos comunicantes entre los recuerdos y la ficción, lo histórico y lo inventado. Y sea fácil, por ejemplo, reconocer a la Balcells en el esperpéntico personaje al que llama La Agente, así con mayúsculas, tomando un grasiento «alivio» en un momento de tensión y a la que un periodista termina por espetarle lo que quizá el propio Borràs no se atrevió a decirle nunca: «Más leer y menos fardar».
Es cierto que Borràs, que conoce como nadie los secretos de la más prolífica época de la edición en España, ya había levantado acta de las miserias y las grandezas del oficio y las de sus mandarines; había reflexionado sobre la literatura vinculada al compromiso político o sobre fenómenos como el de la novela histórica, y había contado con profusión cómo se cocinaron muchos de los premios Planeta en los que él participó activamente. En La subasta, sin embargo, todo queda dicho de manera más explícita, o al menos más «verosímil», para aquellos «que todavía creen que los niños vienen de París». Además, como la anterior, esta nueva (casi) novela –un género personal inventado por Borràs para disfrute de sus lectores– es un juego de psicologías desdobladas, con un indisimulado fondo autobiográfico, a través del cual el talento del autor nos ofrece un mundo autorreferencial que reconstruye de manera épica y magistral la historia literaria y política reciente, la Guerra Civil, el franquismo, la Transición y el ir y venir de la dinastía borbónica, a la que Borràs dedicó una trilogía histórica centrada en las figuras de un «rey perjuro», un «rey de los rojos» y un «rey de los cruzados».
Ineludiblemente, La subasta es también la crónica de unos años en los que editar era otra forma de hacer política, como decidió en 1960 el autor tras una cena con Dionisio Ridruejo: «Discernir qué libros eran necesarios para entender el mundo en que vivimos, que no es sino la consecuencia del mundo que hemos heredado». Y lo hizo en los 176 volúmenes de la serie Espejo de España, con libros como las (casi) memorias del propio Ridruejo, la Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún, eje de la primera (casi) novela, o Mis conversaciones privadas con Franco, del teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo, cuya intrahistoria, contada con detalle, sirve a la divertida trama de esta segunda (casi) novela que se desarrolla durante los seis días en los que un editor está en la Feria de Frankfurt de 1982 y constata que no solo son los libros los que se subastan, sino que es toda su vida y sus pasiones, el tiempo ido, en definitiva, el que está en almoneda. Pero nadie puja ya, se lamenta otro de los heterónimos de Borràs al final de la novela, por nuestros amigos: «unos han muerto, y no son conscientes, siquiera, de que lo han hecho: otros, en apariencia, seguimos vivos todavía, y no nos hemos enterado, me parece, que seguramente ya hemos fallecido, aun cuando no se nos haya dado sepultura».