El 31 de julio de 1919 nacía en Turín, cien años atrás, pues, una de las voces más importantes en torno a los campos de exterminio nazis, el italiano Primo Levi.
«Tuve la suerte de no ser deportado a Auschwitz hasta 1944, y después de que el gobierno alemán hubiera decidido, a causa de la escasez creciente de mano de obra, prolongar la media de vida de los prisioneros que iba a eliminar concediéndoles mejoras notables en el tenor de la vida y suspendiendo temporalmente las matanzas dejadas a merced de particulares.»
Las frases iniciales de Si esto es un hombre, el más célebre libro de Primo Levi, presentan la ironía del individuo que se ha salvado casi por el caprichoso azar. En efecto, Levi tuvo la «suerte» de tardar en llegar al campo de exterminio, por lo que nunca se mostró a los demás como una víctima al uso de las masacres nazis. En su día, Ian Thomson, como contó en Primo Levi (Belacqua, 2007), hizo una entrevista al autor en 1986 y cinco años después ya tenía claro que había que abordar su biografía, pese a que Levi había ocultado con pulcritud sus asuntos personales. «Después de toda una vida de conducta cívica ejemplar, Levi estaba cansado de ser el superviviente modelo, el hombre que nunca perdía el control», apuntaba Thomson al final del libro, retomando el asunto con el que había empezado: aquel 11 de abril de 1987, cuando, en su piso de la tercera planta de la calle Corso Re Umberto de Turín, donde había nacido sesenta y siete años atrás, Levi se precipitó por el hueco de la escalera.
En su caso, tal vez pesaran demasiado las fuertes depresiones que iba padeciendo desde los años setenta que el recuerdo de Auschwitz, o tal vez su desgana por la vida familiar, la rutina de tantos años trabajando en el laboratorio de una fábrica de pinturas, su inseguridad frente a la escritura. Thomson abordaba todas estas cuestiones poco a poco hasta ofrecernos al personaje en toda su hondura y complejidad. Para ello, estudiaba el árbol genealógico de los Levi, en el que el abuelo —se lanzó desde una ventana de un segundo piso en 1888— y su padre, el atractivo y triunfador Cesare, tienen una relevancia especial, así como la madre y las hermanas.
La infancia y adolescencia son gratos periodos para Levi, un chaval precoz y muy inteligente que siente una doble atracción humanística y científica: se licenciará en Química, pero escribirá desde joven poemas y cuentos. Auschwitz, sin embargo, le hará escritor, hasta el punto de reconocer que sin esa terrible experiencia seguramente no se hubiese lanzado a la creación literaria. De esta fueron apareciendo traducciones en español de sus relatos, novelas, e incluso también de sus poemas.
Hasta el año cuarenta, Thomson seguía los pasos de Levi, sus amistades y aficiones —sobre todo el alpinismo— mientras iba explicando la evolución de las posturas fascistas del gobierno de Mussolini y cómo este se iba convirtiendo en el perrillo faldero de Hitler. La guerra llegaba a Italia y destrozaba la ciudad de Turín, que a comienzos de 1943 quedaba devastada por los ataques aéreos; la población aborrece al Duce, que ha de dejar el poder, y todo cambia: ahora el perseguido es el simpatizante fascista: «Ardía con fuerza el deseo de una sociedad nueva» en la que se eliminarían las persecuciones raciales por parte del primer ministro Badoglio. Pero las esperanzas son vanas: tanto el rey como Badoglio vacilan, y Alemania se aprovecha de la incertidumbre: ocupan posiciones italianas en pocos días, partiendo en dos el país: al sur de Nápoles, el control era de los aliados; al norte, de los nazis.
Empiezan el horror, las matanzas y deportaciones de los judíos. Levi eligió combatir, dice Thomson, en vez de escapar del país, uniéndose a la resistencia, hasta que es atrapado y llevado a Fossoli, de donde salían los trenes camino de Polonia: «El vagón estaba horriblemente atestado, había cuarenta y cinco personas. Por la diminuta ventana del vagón alguien alcanzó a ver un letrero blanco pegado en el extremo opuesto del tren con el nombre del destino: AUSCHWITZ». Fueron cinco días de trayecto, de sed y hambre, de orinar y defecar en un orinal que una madre llevaba para su bebé. La dignidad humana quedaba arrasada; al llegar, se dividiría a la gente en aquellos que podían trabajar y los que no; a estos últimos se les ejecutaba. «Ahora Levi ya no tenía pasado ni presente. Era infrahumano. […] En orden alfabético, los prisioneros fueron tatuados por un aparato eléctrico. La identificación de Levi era un número gris azulado sobre su brazo: “Häftling” (“prisionero”) 174517. Tatuarse es un sacrilegio prohibido por la Ley de Moisés; era otro insulto al judaísmo. Despojado del nombre, marca esencial de la unicidad humana, el ser que fue Levi había desaparecido».
Y desde el día siguiente, la rutina atroz desde las cinco de la mañana, luchando por sobrevivir cada minuto. Levi superó las primeras semanas, las más duras por lo que tenían de adaptación y en las que moría más gente de golpe, y consiguió no desfallecer: «Levi podría haber muerto por múltiples causas durante este primer periodo de cautiverio, pero la principal era la deshumanización. El terror a hundirse en el estrato infrahumano de la sociedad de la prisión —los insociales, los perdedores— era el mayor incentivo que tenía Levi para mantenerse con vida». Al estar tan cerca de la muerte, apuntaba el biógrafo, no se piensa en ella; aquel fue un momento excepcional: Levi se planteó suicidarse con alguna sustancia, pero lo descartó, concentrándose en pensar cómo pondría sobre papel lo que le estaba pasando. Fue entonces cuando concibió Si esto es un hombre.
Una vez liberado, y repatriado, algo que tardó meses en suceder (el 19 de octubre de 1945), Levi intentaría publicar el libro, pero recibiría seis rechazos, entre ellos el de Cesare Pavese, que trabajaba en la editorial Einaudi. Y mientras, el escritor tenía una terrible sensación: «Haber sobrevivido cuando tantos otros habían muerto se había convertido en una vergüenza para Levi». Ni siquiera es una víctima; es la voz de los muertos, un testimonio: luego vendrá La tregua, viajes, entrevistas, un éxito literario que nunca le satisfará. Su destino es simple e inevitable, y así lo reconoce él mismo cuando dice que la memoria no es sólo un don, sino también un deber. Un doloroso deber que Levi afrontó con coraje y firmeza hasta que le fallaron las fuerzas y, aquel día de 1987, se daba muerte como su abuelo cien años antes.
Un Levi inédito
Editorial Penísula nos ofrece un inédito del autor: Yo, quien os habla, habla de forma biográfica de su familia, de cómo sufrió el fascismo en Italia y su gran amor por el montañismo, para más adelante centrarse en su carrera como químico. El libro consiste en una conversación que Levi sostuvo con Giovanni Tesio en 1987, con la idea de hacer una biografía autorizada.
Yo, quien os habla, Península, traducción de Carlos Gumpert Melgosa, 152 pp., 14,90 €