El donostiarra Ibon Martín (1976), autor de una tetralogía inspirada por los thrillers nórdicos que tanto éxito tienen en los últimos tiempos y que ha sido todo un récord de ventas, publica una novela que parte del escalofriante asesinato de una mujer que es arrollada por el tren que cubre la línea de Urdaibai. Pero no se ha tratado de un accidente espontáneo, sino que la víctima estaba atada a la vía, y llevaba en las manos un tulipán, flor infrecuente en la estación otoñal en que sucede todo. Para mayor sorpresa, la escena ha sido retransmitida en directo a través de Facebook, por lo que cabe investigar quién hay detrás de semejante crimen, además, en un lugar muy tranquilo del País Vasco, entre el mar y las montañas.
Este es el sitio natural de un enamorado del paisaje y la geografía vasca, de un autor que no empezó escribiendo novelas sino libros de rutas por su País Vasco u otras regiones españolas, tras terminar sus estudios de periodismo. De hecho, llegó a recoger más de trescientas rutas que fueron presentando en diferentes guías, hasta alcanzar un número de publicaciones realmente extenso. Pero Ibon Martín tenía un narrador dentro, de modo que sus itinerarios no se circunscribían al ámbito natural, destacando las virtudes de unas tierras por las que perderse andando, como hizo en Parques naturales. 40 rutas a pie, en que la naturaleza es la única protagonista: montañas rocosas, acantilados de vértigo, desiertos inabarcables, marismas con olor a salitre, bosques impenetrables, praderas infinitas… para descubrir mediante excursiones sencillas para realizar en familia o entre amigos.
Muy al contrario, en cada uno de estos escritos se iba adentrando en el pasado que ocultaba cada senda, pueblo, monumento o montaña, en pos de desvelar su carácter histórico, por supuesto, pero también desde el punto de vista mitológico, con trabajos como Mitología vasca. 40 rutas mágicas a pie. Para este escritor, Euskal Herria es un campo infinito, y ha escrito guías para recorrerla con niños, en coche o en bicicleta, o para descubrir sus lugares olvidados. Así, la transición hacia el sendero de la ficción no iba a tardar: su primera novela fue El valle sin nombre. Un apasionante viaje a la Edad Media en el País Vasco (2013), donde recreaba las ansias de liberarse del yugo feudal por parte de una serie de hombres y mujeres, como Aitor, un joven campesino que huía de su señor decidido a cambiar su destino.
Más adelante, vendría la serie de cuatro libros que recibieron el nombre de «Los crímenes del faro», compuesta por las novelas El faro del silencio, La fábrica de las sombras, El último akelarre y La jaula de sal. En la primera, en un remoto faro de la costa vasca, aparecía el cuerpo de una mujer, de la cual el asesino se había llevado la grasa de su abdomen, y la escritora bilbaína que había encontrado el cadáver, aparte de convertirse en la principal sospechosa, se veía obligada a iniciar una investigación que abría la caja de pandora de ciertas intrigas familiares y conspiraciones económicas. En la segunda, una joven aparecía ahorcada en los arcos de la Real Fábrica de Armas de Orbaizeta, en Navarra, y de nuevo la escritora Leire Altuna tenía que dilucidar qué había pasado en un remoto pueblo de apenas una docena de habitantes. En la tercera, era un joven estudiante de la Universidad de Deusto el que recibía el ensañamiento de su verdugo: estaba pendido envuelto en llamas de una vieja estructura de ladrillo, en una trama en que se mezclaban grupos neonazis, sectas destructivas e intrigas familiares. Y en la cuarta, Martín narraba el caso de un salvaje crimen que golpeaba la costa de Guipúzcoa dos años después de la detención del psicópata que había sembrado el terror allí.
Con estos ricos antecedentes, y el haberse labrado el interés de numerosos lectores, que disfrutan de tramas detectivescas y un trasfondo sociológico y paisajístico siempre atractivo, como el de San Sebastián y muchos otros rincones vascos, llega pues La danza de los tulipanes, ambientada en el otoño de 2018, cuando un maquinista cierra las puertas de su tren en la estación de Gernika y reemprende el itinerario previsto; y además, sin que la rutina de su empleo le impida disfrutar de lo que Martín siempre quiere que veamos: «Ante sus ojos, junto a la vía serpenteante, se dibujan con trazos finos las colinas que reinan por doquier. Aquí y allá se desperdigan caseríos solitarios que brindan pinceladas blancas y rojas al paisaje. Es un mundo apacible, un mundo hermoso donde de vez en cuando se cuelan el azul del mar y el amarillo pálido de los carrizales».
Ese es el contraste clave: el bello mundo de la naturaleza y el salvajismo de los crímenes que una mano despiadada cometerá. En la novela, ese exempleado del metro de Bilbao, Santi, ahora en la línea de Urdaibai –«No hay ninguna más hermosa en toda la red, ni tampoco más tranquila»–, y teniendo en mente a su mujer, con la que lleva casi veinticinco años, se encontrará instantes después con la peor de las sorpresas: a ella misma, como surgida de la pesadilla más retorcida, «sentada en una silla en mitad de la vía», gritando, presa del pánico al ver cómo el tren está a punto de arrollarla pese a que su marido intenta accionar el freno de emergencia. En vano, pues «los atropellos ferroviarios resultan especialmente crudos. Los trenes son implacables con el cuerpo humano cuando se lo encuentran en su camino», dice el narrador. A tamaño misterio tendrán que enfrentarse los dos ertzainas que acuden al lugar en busca de pruebas y restos biológicos, y, sorprendidos, vean que no hace falta avisar al esposo de la fallecida –que, por cierto, la periodista más popular de Gernika–, pues él mismo ha sido el asesino involuntario, el testigo de la muerte atroz de su propia pareja.
La danza de los tulipanes
Ibon Martín
Plaza & Janés, 496 pp., 18,90 €