«Debemos acabar con esa visión de la España rural inferior»
Cuarta novela de la escritora oscense y con seguridad cuarto éxito de un universo literario que atrapa por igual a hombres y mujeres. La tierra y el arraigo al medio rural se funde en esta ocasión con sentimientos tan universales como el dilema entre obligación y libertad y la nostalgia por una juventud que no está perdida, pero que ya no podemos tocar con las manos.
Luz Gabás es una mujer grande. Posee un físico montañés, poderoso y fuerte, y una sensibilidad apegada a tierra, con un orgullo de pertenencia y una sabiduría que solo se adquiere con la atenta observación de la naturaleza y los individuos.
Cada vez que un artista lanza un nuevo trabajo la crítica se lanza cargar las tintas con las manidas frases de «su novela más intimista» o su álbum «más maduro». Gabás no necesita maduración porque hace ya tiempo que sus frutos adquirieron esplendor. Y su intimismo está presente desde su primera novela porque todos sus personajes sufren contradicciones, aman y padecen. Pero sí: tal vez en esta última obra, Luz Gabás ha dejado transparentar más su personalidad. Títulos de temas heavies que preludian los capítulos (¡A Luz Gabás le encanta el heavy!) y esa añoranza de los nacidos en los 60 y que ataca sin compasión.
El latido de la tierra se enmarca en un tiempo contemporáneo. El despoblamiento rural ha obligado a reconvertir antiguas casas solariegas en hoteles con encanto; a replantearse si es posible volver al campo (aunque solo se haya transitado por el pavimento de la ciudad) y a buscar alternativas de vida cuando ésta ya está más que mediada.
La recuperación histórica de hechos acontecidos en el Alto Aragón en el siglo XVI (Regreso a tu piel, 2014) y el romanticismo de las montañas a finales del siglo XIX (Como fuego en el cuerpo, 2017) son ecos lejanos. La emigración a Guinea en los años 50 (Palmeras en la nieve, 2012) ficcionalizaba el testimonio familiar y, ahora, con El latido de la tierra, nos sumerge en el despoblamiento. Tal vez lo fácil hubiera sido echar mano de los abandonos rurales por culpa de los embalses, pero Luz Gabás ha ido más lejos. «Esas historias no me pertenecen, me resulta inmoral apropiarme de ellas, no son mías». Así que en esta ocasión la escritora oscense plasma los efectos que produjo la Ley de Repoblamiento Forestal de 1941 y que dejo vacíos a más de 94 núcleos de la provincia de Huesca. Después vendrían los pantanos y el éxodo a la ciudad, pero tal vez esa época marca el punto sin retorno del abandono rural en Huesca.
Un tema que no está lo suficientemente estudiado y del que se acaba de publicar un sesudo y completo libro, Pinos y Penas (Carlos Tarazona, Diputación de Huesca, 2019). Los ávidos lectores que quieran saber más podrán saciar su curiosidad con cifras y letras, pero para literatura, intriga, emoción y suspense, El latido de la tierra.
Fórmula Luz Gabás
Cada maestrillo tiene su librillo y Luz Gabás es una maestra con mayúsculas. Su pericia convierte lo que toca en comercial, pero sin ese tufillo impostado que parecen perseguir las editoriales. Se le podría llamar estilo. Un estilo en el que se conjugan Historia (también con mayúscula), amores románticos y problemáticas actuales. Pero en esta última novela hay muchos más ingredientes que hierven enriqueciendo el guiso: Domestic noir, tal y como definió la autora, porque ya me dirán ustedes si solo los crímenes salen en la televisión o en las noticias; los difíciles roles familiares, de los que tan difícil es salirse, así como un punto de melancolía al hacer balance de los amores de juventud. Aunque en este punto Gabás es contundente: «Si sigo acordándome del primer amor, ¿qué he hecho con mi vida?».
El feminismo está presente en este libro de una manera tan natural como incuestionable. Mujeres fuertes, sí. Porque no hay más remedio y porque el mundo rural, si ha sobrevivido, ha sido gracias al matriarcado. Y otro personaje que planea en toda la novela: La Casa. Esas casas antiguas fuente de disputas, pozos sin fondo de gastos, monstruo que lo devora todo y del que tan difícil es escapar. No es la escritora amiga de sentar cátedra ni de lanzar proclamas (el carácter montañés es a la vez orgulloso y humilde), pero sí manifiesta con claridad que hay que desterrar los prejuicios que se tienen sobre la vida en los pueblos: «Debemos acabar con esa visión de la España rural inferior». Y qué mejor marco para presentar su novela que un pueblo deshabitado. ¡Pues allá que nos fuimos!
La España vacía
A la que suscribe estas líneas le hubiera gustado que la presentación de la última novela de Luz Gabás hubiera sido en Huesca. Porque El latido de la tierra es pirenaica y porque el territorio me es propio -sin ser nacida- y atrae con maléficos cantos de sirena. Pero cuando se apuntan las causas del despoblamiento, uno de los motivos que se señalan es la inexistencia de medios de transporte. Llegar se llega, pero no es tan fácil como marcar la tarjeta y pasar por el torniquete del metro. Y lugares despoblados hay en toda España. La desertización demográfica afecta a 22 de las 50 provincias españolas y, aunque Soria y Zamora se llevan la palma, Guadalajara no le va a la zaga. Se entienden muchas cosas cuando un trayecto Barcelona-Madrid se realiza en el moderno AVE en poco más de dos horas y trasladarse de la capital a la población de Majaelrayo sobrepasa con creces las dos horitas. Una carretera serpenteante por toda la Sierra Negra en la que en la ida y la vuelta solo nos cruzamos con tres motos de gran cilindrada que se debían preparar para el Dakar.
Pero el municipio de Majaelrayo no está deshabitado. Una veintena de habitantes fijos, junto con los urbanitas que peregrinan los fines de semana en busca de tranquilidad, conforman su paisaje humano. Un núcleo rural con la típica y hermosa arquitectura de los pueblos negros y unas exquisiteces culinarias que podrían hacer las delicias de los veganos más combativos si no es porque se mezclan con los platos más contundentes de la gastronomía carnívora.
Habitantes ancianos, apegados a su tierra, por la que laten, y aventureros cansados de la ciudad que deciden liarse la manta a la cabeza y literalmente echarse al monte.
Una tierra inhóspita pero envolvente, que atrapa y de la que es difícil alejarse. Como la tierra que vive en la novela de Luz Gabás.
Hilos que unen y a veces ahogan
No vamos a desentrañar el argumento y muchísimo menos descubrir el final. Los acólitos de Gabás devorarán las páginas de esta novela, aunque en la contracubierta se hubiera colado un catálogo de ferretería. No les defraudará. Pero a los que todavía no han sucumbido al embrujo de su escritura, cabe anunciarles que van a encontrar hombres y mujeres reales, un cadáver sin identificar, intriga, suspense, el picor de un amor juvenil y la pasión de un amor maduro. Y por si fuera poco, el bonus track de una banda sonora. Canciones que nos hacen movernos con brío juvenil, pero que a los pocos minutos nos recuerdan el estado de nuestras cervicales y lumbares. Dejémoslo: Deep Purple, Los Suaves, Guns N´Roses o Pearl Jam se tienen que escuchar a todo volumen y en el campo no molestaremos a nadie. Aunque Luz Gabás escribe sin fondo musical y después se desmelena.
El latido de la tierra, Planeta, 448 pp., 21 €