Paul B. Preciado es uno de los filósofos más importantes de nuestro tiempo. En Un apartamento en Urano compila los artículos publicados en Libération entre 2013 y 2018. Es la suya una voz crítica, necesaria, transversal, incómoda e impura, que amplifica las denuncias de la comunidad disidente, de sus intransigencias y sus preocupaciones políticas, sexuales y culturales. Daniel María escribe una misiva que es crónica de una lectura y proclama de un amor.
Querido Paul:
No he encontrado en la vida mayor libertad que en tus palabras. En ocasiones, lo confieso, me resulta difícil auparme a tu altura intelectual, a las múltiples referencias que residen en tu discurso, pero en la poesía de tu política he hallado siempre un refugio, un rescate, la paz. Inicié la lectura de Un apartamento en Urano en un vuelo.
El viaje, el cruce, es un cuerpo vivo. En el viaje mutamos, recopilamos ecos, descubrimos que no existen las fronteras que nos dibujaron. En el sueño y en las rupturas nos fortalecemos, nos desprendemos del yo, moleculamos la resistencia en una plenitud incontestable.
Todxs cambiamos, pero los cambios disidentes, y sus cuerpos, se censuran de modo más violento. ¿Qué pasaporte nos hace persona? ¿A qué tipo de persona pretende legitimar el pasaporte? Al final solo necesitamos un pedazo de cielo rojo donde podamos volar. Esto nos decía nuestra mamá mapuche, Pedro Lemebel. Y en ese cielo rojo subrayaba tu libro, porque estaba en él mi pensamiento abstracto, hermosamente expuesto, ordenado y sintetizado.
Tu juego de ficción en el marco filosófico también es un revulsivo en el parapetado ámbito de la creación literaria. Todo, bien lo sabes, está jerarquizado. Pero en la fragilidad nos liberamos. Por eso amo mi vulnerabilidad, aprecio mi miedo, respeto mis contradicciones y estimo mi debilidad. Me busco y, mientras tanto, vivo. Actúo. No quiero ser. Porque ser me limita, me define, me ancla. Solo en el placer me siento y siento todo.
Cuando esperas los resultados de una prueba de VIH, por ejemplo, sientes que perteneces a una comunidad, a una historia, a una lucha. Los miedos adquiridos, que te acompañan hasta la consulta médica, están cargados de prejuicios, de miradas y de índices que han marcado por ti el camino hacia la inseguridad, la vergüenza y el silencio. Todo se acaba cuando descubres la compañía de tus semejantes, cuando te impulsa un amor global y cómplice. Todo acaba en el siguiente deseo, que te abraza y se despide para que lleguen otros.
Todo se acaba al leerte, porque escribes en una hora donde todo sería posible, aunque el control y la opresión impidan ajustar los horarios. Escribes en un presente que está condenado, pero que libera futuros inmediatos; libera a personas que también se buscan y a otras que no existen, pero que vendrán. Escribes y tus cuadernos se llenan de voces que hablan por su diferencia. Escribes y nos leemos.
La lectura íntima de tus escritos nos sitúa en el centro del escenario, bajo el foco del desafío, mientras hacemos playback con tus reflexiones. Lectorxs queer modulando palabras que, como los boleros, las rancheras o las coplas, trazan el movimiento de lo que sentimos. Logramos un camerino propio donde fraguar la performance. Destruimos el lastre de la utopía para impulsar los sueños, los encuentros, las fantasías, los imposibles.
Por todo ello, en este necromundo yo sí quiero seguir actuando. Es mi modo intransigente de ser libre. Quiero, cada día, celebrar mi amor sin fecha por los seres que amo (vivos y muertos, conocidos y desconocidos, deseados y no deseados, humanos y no humanos). También mi amor por la noche, los libros, las ciudades, las obras de arte, los teatros, los cines, las casas abandonadas, las fotografías, los objetos, las piedras y la lluvia.
La revolución comenzó hace mucho. Pero llegamos a ella de modos distintos. Una conciencia nueva, un nuevo deseo, abre los ojos interiores –los que estaban cerrados con mayor firmeza– y te descubres disidente, anormal, desviado, invertido, impuro, extranjero, problemático. Porque somos la libertad que incordia a las miradas normativas.
Y en el momento de la conciencia, entre todos los sentimientos que se agolpan, incluido el de sentirte un refugiado cruzando fronteras de convencionalismos e imposiciones morales, despierta una ilusión: la de sentirte parte de una comunidad que avanza –con su dolor a cuestas– hacia los cuerpos únicos, hacia la diversidad sin categorías. Lo imposible es lo que viene, escribes, y yo quiero un mundo donde Alan habría podido seguir viviendo.
Ojalá te llegue esta carta. En cualquier caso, siempre nos podremos soñar. O se encontrarán tu ajayu y el mío en algún punto del cruce.
Un apartamento en Urano, Anagrama, 320 pp., 17,90 €