Fue uno de los máximos divulgadores científicos del siglo XX, y creador de un sinfín de historias de ciencia ficción. Hubiera cumplido cien años este enero.
1. Un robot no debe dañar a ningún ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño
2. Un robot debe obedecer las órdenes que le sean dadas por un ser humano, salvo cuando dichas órdenes contravengan la Primera Ley
3. Un robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando dicha protección no contravenga ni la Primera ni la Segunda Ley.
He aquí las Tres Leyes de la Robótica que Isaac Asimov inventó para su obra Yo, robot, que el pasado año tuvo una enésima edición en la editorial Alamut: El robot completo (saga de los robots 1); un volumen en que se compilaron todas las historias sobre robots positrónicos del autor de origen ruso, ordenadas temáticamente por él mismo: desde los primeros modelos no humanoides hasta la complejidad de los robots que desean ser humanos, e incluyendo los relatos protagonizados por la robopsicóloga Susan Calvin.
También en el 2019 la editorial Edhasa dio esta obra de permanente actualidad, cuando la robótica cada vez está más integrada en nuestras vidas. Publicada por primera vez en 1950, cuando la electrónica digital estaba en su infancia, la obra resultó visionaria por el hecho de que Asimov planteó interrogantes que se adentran en el campo de la ética y de la psicología: ¿qué diferencia hay entre un robot inteligente y un ser humano?, ¿puede el creador de un robot predecir su comportamiento?, y ¿debe la lógica determinar lo que es mejor para la humanidad? El libro estaba conectado, a través de sus diferentes narraciones, por Calvin y la presencia de todo tipo de máquinas inteligentes, como robots que leen el pensamiento, o que enloquecen o demuestran tener sentido del humor o vocación política.
La idea, tan cinematográfica ahora, de crear unos robots ficticios cada vez más perfectos que llegan a convertirse en un desafío para sus hacedores ha llegado intacta a nuestro siglo XXI, pero es sólo una parte pequeña de toda la trayectoria literaria de Asimov. También, hace unos meses, tuvimos la ocasión de conocer, gracias a la editorial Debolsillo, El sol desnudo, original de 1958, en que el maestro de la ciencia ficción narra la vida en los Mundos Exteriores, una sociedad que ha basado su economía en el trabajo de los robots y que prohíbe la entrada a los robots humanoides.
Por su parte, Alianza dio Estoy en Puertomarte sin Hilda y otros cuentos, donde se aprecia cómo, por medio de relatos de intriga, además de ser un pionero de la divulgación científica e histórica, Asimov fue un gran narrador en el género que le hizo famoso y que concibió como una respuesta literaria a los cambios científicos de la época; unos cambios que abarcaban la escala completa de la experiencia humana, desde los sentimientos amorosos a los conflictos trágicos.
Brooklyn, química, sida
Este Asimov de constante atención editorial acaba de celebrar una onomástica: cien años desde su nacimiento, el 2 de enero de 1920, en Petrovichi, a 400 kilómetros al suroeste de Moscú y muy cerca de la frontera con la Bielorrusia actual. Viviría hasta 1992 (murió en Nueva York), al sufrir un fallo cardiaco y una insuficiencia renal. Al menos eso fue la comunicación oficial, porque la familia rechazó informar sobre la verdadera causa: el sida, que tantos prejuicios arrastraba en aquella época; una enfermedad contraída por una transfusión sanguínea, después de que en 1983 se le practicara una cirugía cardiovascular en la que le realizaron un triple baipás coronario.
Era hijo de Judah Asimov y Anna Rachel Berman y fue el mayor de tres hermanos que se trasladó a Estados Unidos a la edad de tres años. Pasó su infancia en Brooklyn y ni siquiera aprendió la lengua de sus padres, de modo que desde todo punto de vista su formación y vida fueron por completo norteamericanas.
En este barrio neoyorquino estudió y trabajó en las tiendas de golosinas que su padre regentaba, y en las que había revistas donde conoció la ciencia ficción, a la que se aficionó hasta tal punto que ya de adolescente hizo sus pinitos escribiendo diferentes cuentos. De hecho, fue realmente precoz, porque con diecinueve años ya publicaba textos en revistas de carácter pulp. Estudió bioquímica en la Universidad de Columbia, donde se graduó en 1939, e intentó estudiar medicina, pero no consiguió entrar en ninguna facultad y volvió a Columbia para hacer un posgrado de química.
En 1942 se casó con Gertrude Blugerman, con la que tuvo dos hijos: David y Robyn, y se divorciarían en 1973, año en que volvió a contraer matrimonio, con Janet Opal Jeppson. También en esos comienzos de los años cuarenta logró un puesto de trabajo como investigador químico en los astilleros de la marina de guerra estadounidense, y en 1948 se doctoró en química, lo que le facilitó entrar en la Universidad de Boston, aunque sólo como profesor asociado (hasta 1979 no fue titular). Trabajos todos estos que no tenían la relevancia que ya iban disfrutando sus escritos, que ya le reportaban una remuneración constante.
Su obra es inmensa, inabarcable: su Saga de la Fundación, también conocida como Trilogía o Ciclo de Trántor, es la más importante, y forma parte de la serie del Imperio Galáctico que más tarde combinó con su otra gran serie sobre los robots. Su producción alcanza más de cuatrocientos libros. Comprometido políticamente, defensor del medio ambiente, historiador… Nada de lo humano le fue ajeno a Asimov, que debutó en 1950 con la novela Un guijarro en el cielo, se hizo un gran experto en la Biblia y tuvo tanta influencia en la cultura anglosajona que el Diccionario de inglés de Oxford incluyó tres términos que él acuñó: positrónico, psicohistoria y robótica.
Algunos de sus otros hitos fueron su libro de divulgación científica El Universo (1966), en el que expuso de forma accesible un conjunto de certidumbres científicas en torno a hechos astronómicos y físicos, y la Guía de la ciencia para el hombre inteligente, cuyo éxito le permitiría consagrarse por entero a sus narraciones y ensayos.
Redacción.