«Si incluso hoy se cuestiona el liderazgo de las mujeres, ¿cómo debía ser en la Edad Media?»
Matilde, emperatriz y señora de Inglaterra, valiente, majestuosa y extraordinaria. (Miniatura del siglo XII).
Leonor de Aquitania, una fuerza de la naturaleza, una criatura política sofisticada y nada convencional. (Miniatura de Historia Anglorum por los monjes de St. Albans, s. xv).
Isabel, la bellísima «Loba de Francia», voluntad de hierro y determinada ambición. (Detalle del retorno de Isabel a Inglaterra junto a su hijo Eduardo, Livre de Charles IV le Bel, Jean Fouquet, Tours, 1455-1460 aprox., París, BnF, Département des Manuscrits, Français 6465, fol. 338v.).
Margarita de Anjou, inteligente, fuerte y trabajadora. (Detalle del manuscrito del maestro Talbot, Ruan, 1430-60 aprox., Book of Romances, British Library, Royal 15 E VI, f. 2v).
Helen Castor (1968) es una cara conocida para el público británico pues ha presentado distintos programas de radio y televisión, incluida su serie documental basada en este libro, disponible en Netflix.
Historiadora especializada en la Inglaterra medieval, profesora y miembro del Sidney Sussex College de la Universidad de Cambridge y de la Real Sociedad de Literatura, ha sido candidata al premio Samuel Johnson de No Ficción y ha ganado el premio English Association’s Beatrice White, uno de los galardones más destacados de la literatura inglesa. Actualmente vive en Londres con su esposo y su hijo.
Antes de la pandemia estuvo en nuestro país para promocionar su libro Lobas, extraordinaria historia de cuatro reinas medievales (Matilde, Leonor de Aquitania, Isabel de Francia y Margarita de Anjou) cuyas trayectorias -exceptuando a Leonor de Aquitania- no son muy conocidas. Cuatro mujeres cuyo papel político allanó el camino para Isabel I, una reina de la época moderna, que sigue siendo si no la mejor, una de las más destacables reinas de su historia.
Las cuatro protagonistas fueron formidables reinas medievales que no dudaron en reclamar el poder que les pertenecía, proteger sus legados políticos y dinásticos y ponerse al frente de un ejército para conseguirlo.
La obra arranca con la muerte de Eduardo VI, el único hijo varón de Enrique VIII en 1553 y, a partir de ahí, retrocedemos 400 años.
¿Qué le llevó a engarzar las historias de estas cuatro mujeres que precedieron en el trono a Isabel I?
Me situé a mediados del siglo XVI, donde empieza el libro, con un hecho sin procedentes cuando, a la muerte de un Eduardo VI quinceañero, heredero de Enrique VIII, las únicas alternativas posibles al trono son mujeres. Es algo que me llamó la atención y me pregunté por esa falta de un varón disponible y por cómo Inglaterra tuvo que acostumbrarse rápido a ser gobernada por una mujer.
Así que volví la vista al siglo XII, con Matilde, única hija legítima de Enrique I, un monarca decidido a que su hija gobernara, lo que dio lugar a una guerra civil durante casi dos décadas hasta que Matilde renunció en favor de su hijo, el futuro Enrique II. Precedentes complicados al reinado isabelino, me pregunté quiénes fueron esas mujeres, que no se sentaron en el trono por ellas mismas, sino en nombre de sus maridos o sus hijos durante breves periodos de tiempo. Me pregunté también por los desafíos, las dificultades, las reacciones y actitudes con las que se toparon.
Supongo que cuando empezó el libro lo hizo con una serie de ideas y que lo acabó con unas impresiones muy distintas. ¿Qué sorpresas encontró?
A menudo pensamos que las princesas son simples sujetos de matrimonios diplomáticos, cuyo solo deber es el ejercer de esposas y madres, pero imaginemos, por ejemplo, el caso de Matilde: con 8 años deja su hogar en Inglaterra, sus padres, sus cuidadores, todo su mundo, y es enviada a casarse con el emperador de Alemania. Leonor es casada a los 16 años, Isabel a los 13 y Margarita a los 15.
Eran muchachas adolescentes, casi unas niñas, que tuvieron que enfrentarse a complejos desafíos políticos y que aparten de cumplir con el tradicional deber de casarse y dar luz a herederos, desempeñaron un papel político extraordinario. Así que, por un lado, quise sumergirme en la realidad de sus vidas, en sus experiencias vitales y humanas.
Por otro lado, también quise arrojar luz a la honda determinación con la que vivieron su papel de reinas ante una serie de dificultades y negativas propias de la época a aceptar gobiernos en manos de mujeres; si incluso hoy en día se cuestiona el liderazgo de las mujeres, ¿cómo debía ser entonces? El papel que estas cuatro mujeres jugaron allanó el camino a Isabel I, una soberana con autoridad extraordinariamente hábil e inteligente.
Hablamos de la corona anglonormanda, con territorios compartidos entre Francia e Inglaterra. ¿La ley francesa era más avanzada para aceptar a una mujer en el trono o estaba a la par con la inglesa?
En líneas generales, podemos decir que se barró el acceso al trono de las mujeres como reinas, aunque existía algún precedente como Urraca de Castilla. Isabel, hija del rey de Francia, se casó con un rey inglés y sus tres hermanos devinieron reyes del país galo. Sin embargo, solo dejaron hijas y, en un momento dado, el país se encontró con la posibilidad de que llegara al trono una niña de 4 años o que este lo asumiera su tía, que se habría convertido simultáneamente en reina de Inglaterra y Francia. Pero se apeló a una antigua ley de la época de los francos, la ley sálica, para que la mujer no pudiera heredar ni reclamar el trono francés, y se abrió paso a las figuras de la reina regente y la reina madre.
Por tanto, en Francia fue más fácil que la madre de un rey menor de edad ejerciera la regencia durante un período concreto. En cambio, en Inglaterra la figura de una reina madre estuvo más sujeta a sospecha. En definitiva, cada país aplicaba la ley en su contexto, pero el elemento común era que una mujer al mando se veía de una manera negativa.
En el caso de Isabel, sorprende que fuera públicamente adúltera con su amante, Roger de Mortimer, y que eso no la perjudicara más.
Cierto, porque la castidad era fundamental en su papel y una garantía de la continuidad del linaje real. Fijémonos en las habladurías que sufrió, por ejemplo, Leonor por la relación que tuvo con su tío Raimundo de Poitiers, lo cual fue muy escandaloso en toda Europa. En el caso de la relación de Isabel con Mortimer, dice mucho acerca del desastre que estaba suponiendo el reinado de su marido. La relación de este con hombres le distraía de sus deberes para con el gobierno, constituía un mal ejemplo y suponía un gran dispendio para las arcas reales. Esa corrupción y ese escándalo alrededor del rey devinieron una oportunidad para Isabel. Pero cuando dio luz a un heredero, este la desplazó del centro de poder, aunque siguió siendo la madre de un futuro rey.
En el caso de Leonor, me extraña que siendo una mujer con una visión política tan estratégica no planeara el papel del menor de sus hijos, Juan Sin tierra, para evitar un conflicto entre hermanos.
Es un punto crucial de este periodo tan complejo. Enrique II fue un buen monarca en numerosos aspectos y afirmó varias veces que quería que cada uno de sus hijos disfrutara de una parte de su legado, y que su esposa jugara un papel en su nombre, pero prometía una cosa y hacía otra. Y esta fue una de las razones de la rebelión familiar. Al darse cuenta de que tanto su esposa como sus hijos poseían una férrea voluntad, cedió con sus hijos pero no con ella, lo que da idea de había más condescendencia con unos hijos fueran agresivos y ambiciosos (hay precedentes bíblicos de rebeldía de los hijos hacia los padres pero… ¿tu esposa?). Por ello, Leonor estuvo 15 años cautiva. Solo a la muerte de su marido fue capaz de emerger de nuevo, aunque no tuviera la misma influencia que antes.
Si Ricardo era tan ambicioso, ¿por qué no se preocupó de dejar descendencia con su esposa, la española Berenguela de Navarra?
Es uno de los grandes misterios. ¿Cómo es que un rey con un sentido tan claro del ejercicio del poder no planificó el futuro? Es cierto que él y Berenguela pasaron poco tiempo juntos y se ha dicho que Ricardo prefería la compañía y camaradería de sus hombres. A fin de cuentas, estaba tan obsesionado con las campañas militares, tanto en Tierra Santa como en Francia, que quizás pensó que le quedaba tiempo. Y se equivocó.
¿Cuál de estas cuatro reinas es su favorita?
Hummm… Tengo gran respeto y admiración por Matilde, fue una mujer muy inteligente, a la que se ha juzgado injustamente. Pero confieso que mi favorita es Leonor de Aquitania, una mujer que vivió 80 años, con un gran habilidad política y social, profundamente consciente de su poder, que supo sobreponerse a lo que su entorno pensaba de ella.
¿Cree que alguna de ellas no ocupa el lugar que merece en la historia?
Matilda. Está excluida de las listas de reyes ingleses. Aunque no ganó la guerra por el trono, merece mejor papel en la historia.
¿Qué le gusta leer en su tiempo libre?
Me encantan otros autores de narrativa histórica y aprender distintas maneras de escribir historia; estoy como loca esperando el próximo libro de Hilary Mantel, cuyos libros adoro. Ojalá llegara a su nivel con mis libros de no ficción. Y últimamente estoy leyendo poesía.
¿Cuál será su próximo proyecto?
Un libro sobre dos reyes muy shakesperianos, Ricardo II y Enrique IV. Tenían la misma edad, eran primos y muy dependientes entre sí. Son dos maneras muy interesantes de analizar la masculinidad. También tengo en mente un libro sobre Isabel I.
LOBAS
Helen Castor
Ático de los Libros, traducción de Cristina Riera, María del Carmen Boy y Alba Pellicer, 496 pp., 25,90 €
MB.
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Tomando como punto de referencia la muerte del rey Eduardo VI en 1553, la galardonada historiadora Helen Castor vuelve 400 años atrás en el tiempo para contar la historia de cuatro grandes reinas medievales que no se contentaron con quedar a la sombra de sus esposos, sino que ejercieron su poder contra todo pronóstico. Cuatro mujeres excepcionales que lucharon por superar los límites de su autoridad e influencia y fueron vilipendiadas como «lobas» por sus ambiciones.
Leonor de Aquitania, Matilde de Inglaterra, Isabel de Francia y Margarita de Anjou son las protagonistas de esta joya biográfica que narra cómo se alzaron contra el poder patriarcal en un contexto de constantes conflictos y revueltas que habían sumido a su país en el caos y la desesperación más profundos, ya fuera por la muerte del rey, su incapacidad para gobernar o por los conflictos políticos subyacentes a la toma de poder. Estas cuatro reinas medievales gobernaron en solitario o como regentes, en ocasiones empujadas por las circunstancias y en otras tomando las riendas de sus vidas y de sus reinos. Sus historias son una de las primeras y radicales afirmaciones en Occidente de que el poder puede estar también en manos de una mujer y abrirían camino a reinas como Isabel la Católica o las reinas Tudor inglesas.
Lobas es un libro apasionante, una excelente historia de las poderosas mujeres que se han sentado en el trono de Inglaterra. Combinando batallas, política, sexo y juegos de espadas con un riguroso análisis histórico, Helen Castor nos ofrece una mirada profunda a problemas que todavía son relevantes hoy. La autora nos sumerge en una narración plagada de tramas y complots políticos en una época en la que la mujer no tenía derecho a ostentar el poder de la corona por sí misma y cuyo único fin como parte de la realeza era concebir a un heredero varón. Helen Castor ha creado un vívido retrato de cuatro mujeres que buscaron gobernar una nación en una época en la que el hombre gobernaba a la mujer.