(17 de octubre de 1920-12 de marzo de 2010)
MAÑANA SERÁ EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE UN CASTELLANO UNIVERSAL Y SE CUMPLIRÁN DIEZ AÑOS DE SU MUERTE
A la Fundación Miguel Delibes, por su impecable labor
Extiendo ahora sobre la mesa las obras de Miguel Delibes que atesoro en mi casa, pertenecientes a diferentes épocas y ediciones (algunas compradas directamente por mí, otras por hermanos, por mi padre, por mi tía o por mi abuelo), y me parecen viejos cuadernos de campo, de los que al abrirse contienen inalterado su perfume agreste, su memoria, su emoción y sus saberes.
Cualquiera que se haya leído una novela de Miguel Delibes, sin ir más lejos El camino, o Los santos inocentes, adaptadas en su día al cine, sabrá lo que perdimos hace ahora 10 años con la muerte del escritor vallisoletano.
Delibes, además de otras muchas cosas, era un novelista prodigioso, traducido a treinta idiomas que suman los lectores de tres cuartas partes del mundo. Hábil para el paisaje, el personaje y el detalle. Duro y piadoso, versátil pero identificable, convincente y convencido. Cazaba historias sin pensar en trofeos, hacía bien su trabajo. En fin, valores que parecen en desuso pero que siguen destacándose, aún hoy, a la hora de las efemérides y los aniversarios.
Alguien me dijo una vez que Delibes era nuestro John Ford de las letras. Aparte de la analogía por personajes e historias pegadas a la dureza del terreno, la comparación me pareció afortunada por otro motivo: la capacidad para la vigencia de lo hecho en vida, convertido en clásico instantáneo una vez desaparecido el artista. Delibes consiguió dar golpes de autoridad cada poco durante las muchas décadas que tecleó novelas, ensayos, artículos, libros de viajes… La última novela que publicó, El hereje, ya viudo y exhausto, vino a demostrarlo por última vez. Algunos años antes de la penúltima efervescencia de la novela histórica, él aportaba la suya con unos niveles de maestría difícilmente superables. Era un silencioso «se hace así», que por supuesto se instalaba en la mente de lectores, críticos y aprendices de escritor, pues él nunca se ufanaba de su talento.
Universitario, marino, periodista, dibujante, crítico, docente, cazador, novelista.
Delibes tenía talento a espuertas, pero además tesón. Después de una primera etapa formativa en colegios solventes de la época, entró en la Escuela de Comercio, compaginándolo con estudios de modelado y dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid. Se enrolaría en la Marina en el penúltimo año de guerra, para emprender a su vuelta estudios de Derecho, colaborando en prensa como caricaturista.
Pero, centrándonos en las letras, su primer artículo periodístico, en septiembre de 1942 será: «El deporte de la caza mayor». Bien pronto tuvo claras sus pasiones. En 1943 hace un curso intensivo de periodismo en Madrid y regresa a su ciudad con el carné del oficio. Al año siguiente, entra como redactor en El Norte de Castilla, donde hace críticas de cine ilustradas por él mismo con caricaturas de los actores que firma como Max.
Se estrena en la novela ganando el Nadal de 1947 con La sombra del ciprés es alargada, esa maravilla sobre la peripecia vital de un pesimista, que lo es incluso a su pesar. Ocupa la cátedra de Derecho Mercantil y tropieza con la censura en Aún es de día, de la que reniega. Pero su vocación ha fraguado y arranca la nueva década, la de los cincuenta, con una obra maestra del siglo: su novela El camino, en la que las vivencias más significativas de un pueblo y las singularidades de sus habitantes se trenzan de manera prodigiosa con los recuerdos personales de un niño que está a punto de marchar para convertirse en hombre. Un clásico instantáneo.
Le siguen Mi idolatrado hijo Sisí y Diario de un cazador, ambas magníficas. La primera tendrá adaptación cinematográfica, la segunda obtiene el Premio Nacional de Literatura de 1955 y se convierte con el tiempo en lectura escolar de las que animaban a seguir leyendo obras de este autor y de otros. Conmovedora, amenísima, divertida, extraordinaria. No sé si sigue en los planes de estudio, con la palabra «cazador» en el título, pero debiera.
Ese mismo año 1955, Delibes es nombrado secretario de la Escuela de Comercio de Valladolid y pasa a ser subdirector del diario El Norte de Castilla. Comienzan así sus reiterados choques con el discurso oficial de las autoridades, por su firme defensa de la España rural, la denuncia de sus desdichas, el progresivo pero evidente abandono de la Meseta. Lo de la «España vacía», que ya se estaba gestando hace más de medio siglo. No obstante, en 1958 es nombrado director del diario.
Remata la década con La hoja roja, otra obra mayor en la que, por seguir parafraseando referentes que llegarían más tarde, «el viejo Eloy no tiene quien le escriba». Aunque aquí es el hijo instalado en Madrid el ingrato. Y no hay esposa para aguantar la soledad, sino criada joven.
La España aperturista frente a la realidad provinciana
Dejó escrito otro grande que sigue de celebraciones en este mismo año, Benito Pérez Galdós: «¡Oh, España, cómo se te reconoce en cualquier parte de tu historia, adonde se fije la vista! Y no hay disimulo que te encubra, ni máscara que te oculte, ni afeite que te desfigure, porque a dondequiera que aparezcas, allí se te conoce desde cien leguas con tu media cara de fiesta y la otra media de miseria, con una mano empuñando laureles y con la otra rascándote tu lepra».
Llegan los años sesenta y, frente al desarrollismo oficial, Delibes enseña la mitad que se rasca en la durísima Las ratas y a los que fingen no hacerlo en la monumental Cinco horas con Mario. Leyendo estas dos obras consecutivas, resulta pasmosa la facilidad de Delibes para saltar de la Castilla profunda más miserable a la sociedad de profesiones liberales, instruida y culta, aunque aquejada de resabios provincianos en lo que tienen de baldón. Se atreve además con diferentes estructuras narrativas, sin dejar de ser él mismo y conectando con sus lectores, que ya son multitud.
Delibes se permite hasta el experimentalismo con retranca de Parábola del naúfrago antes de que acabe la década. Y recorre los años 70 publicando, una tras otra, nada menos que El príncipe destronado y Las guerras de nuestros antepasados, en medio del fragor que supone ser nombrado Académico de la Lengua, en 1973. Aún después de viudo de su amadísima Ángeles de Castro («su equilibrio»), y tres años de severa depresión, es capaz de sobreponerse y producir El disputado voto del señor Cayo. La novela, bien rumiada, sigue astutamente el hilo de los tiempos democráticos que quieren pasar página y hasta la hoja de cada árbol, para correr hacia un progreso que bordea el desarraigo menos recomendable.
Reconocimientos para el más reconocible de los grandes
Los años 80 son de Delibes desde que publica Los santos inocentes, prácticamente en sus comienzos, en 1981. Rápidamente adaptada por Mario Camus, maestro del cine literario en su mejor momento profesional, la obra en ambos formatos cosecha un éxito abrumador. La versión cinematográfica se lleva en el Festival de Cannes el premio gordo a las interpretaciones masculinas de Alfredo Landa y Paco Rabal (podría haberse llevado perfectamente también la femenina de Terele Pávez) y en las salas de España se producen aplausos espontáneos cuando muere en pantalla «el señorito Iván», uno de los mejores malvados que ha dado nuestro cine y, por supuesto, nuestras letras.
Delibes publica en los ochenta otras tres obras más, que han quedado eclipsadas por la anterior, pero que son más que notables: Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, divertimento epistolar muy reivindicable, El tesoro, nueva crítica al abandono del campo castellano, y Madera de héroe, Premio Ciudad de Barcelona.
En los años noventa, aún se saca del morral tres historias más: Señora de rojo sobre fondo gris es – se ha dicho hasta la saciedad- un homenaje bellísimo a su esposa. Para mí va más allá. Habla de una mujer amada y brillante que muere y, aún así, se devora –y se disfruta- de un tirón, el texto atesorando todo el magnetismo del maestro, su sencillez aparente, la profundidad sentimental, la observación del detalle valioso y aglutinador. Su siguiente obra, El diario de un jubilado es, como dice mi padre, un deleite que «aún no estás en condiciones de saborear en sus justos términos». Y El hereje supone el último aldabonazo del genio literario. No un canto del cisne, sino una novela descomunal que se lleva con toda justicia el Premio Nacional de Narrativa.
Ese trabajo convive con una catarata de reconocimientos que incluyen el Premio Príncipe de Asturias y El Cervantes.
Hace diez años que se fue, pero me resulta fácil imaginarlo diciendo lo que dijo John Ford poco antes de despedirse: «Nunca pensé en lo que hacía en términos de arte, o “esto es grande o estremecedor”, o cosas por el estilo… Para mí siempre fue un trabajo, que yo disfruté enormemente, y eso es todo».
DELIBES Y EL CINE
Unos cuantos cineastas, conocedores de su prosa y de las realidades que retrataba, supieron de las posibilidades que ofrecía Delibes en el cine español, quizá cuando la identidad del cine español estaba más definida. Y Delibes tuvo bastante suerte, porque varias adaptaciones de sus textos salieron francamente bien: El camino, de Ana Mariscal; Retrato de familia, de Antonio Giménez Rico, basada en la novela Mi idolatrado hijo Sisí; La guerra de papá, de Antonio Mercero, basada en El príncipe destronado; Función de noche, de Josefina Molina, a partir de la representación teatral de Cinco horas con Mario; y, por supuesto, Los santos inocentes, donde Landa, Pávez, Rabal y Juan Diego demostraron lo que pueden hacer los grandes actores españoles cuando hay un material de primera con el que trabajar, y con la que Mario Camus firmó su mejor película.
También de Giménez Rico, El disputado voto del señor Cayo parece muy menor frente a las citadas, aunque a mí me encanta por la actuación de Rabal. El tesoro, La sombra del ciprés es alargada, Una pareja perfecta (basada en Diario de un jubilado) y Las ratas no salieron tan bien. Quizá porque apenas empezados los años 90 del pasado siglo, el cine español y su espectador apuntaban hacia otras temáticas y estéticas, que nos homologaban con el entorno occidental restando bastante identidad autóctona. Se aparcó entonces por los cineastas a Delibes, como una carga de lo que un afortunado título reciente denominó «la España vacía». No es casual que las últimas cuatro películas mencionadas aquí estén dirigidas –respectivamente- por Antonio Mercero y Luis Alcoriza, fallecidos ambos, Francesc Betriu y Antonio Giménez Rico, actualmente octogenarios y retirados.
En cualquier caso: acercándonos al audiovisual más consumido en los tiempos virtuales que corren, es un consuelo saber que este grande no se va a recordar por «He venido a hablar de mi libro» o «A la mierda». No tendremos su momento friki en youtube, para destruir el talento de una vida con un minuto de patochada que se perpetúe por copia y pega. En lugar de eso, en la red puede encontrarse fácilmente el corte de película en el que Paco Rabal llama a su milana, que diez años después -como un crespón negro- vuela otra vez sobre España.
PRINCIPALES PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS
Fuente: Fundación Miguel Delibes
1948: Premio Nadal, 1947, por su primera novela, La sombra del ciprés es alargada.
1955: Premio Nacional de Literatura por su quinta novela, Diario de un cazador.
1957: Premio Fastenrath de la Real Academia Española por Siestas con viento sur.
1962: Premio de la Crítica en la categoría de narrativa castellana, por Las ratas.
1964: Beca Fulbright en la Universidad de Maryland, Estados Unidos.
1973: Miembro de la Real Academia Española. Miembro de la Hispanic Society of America.
1980: Homenaje a Miguel Delibes que rinde el VII Congreso Nacional de Libreros.
1982: Premio Príncipe de Asturias de las Letras, compartido con Gonzalo Torrente Ballester.
1983: Doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid.
1984: Premio de las Letras de la Junta de Castilla y León. Autor del Año y Libro de Oro de los libreros españoles.
1985: Chevalier de l`ordre des Arts et de Lettres por el Gobierno de la República francesa.
1986: Hijo Predilecto de la Ciudad de Valladolid.
1987: Doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid.
1988: Premio Air Inter, mejor novela extranjera en Francia, 1987: Cinq heures avec Mario.
1990: Doctor honoris causa por la Universidad del Sarre, Alemania.
1991: Premio Nacional de las Letras Españolas.
1992: Premio Amigos de la Tierra 92.
1993: Premio Cervantes de Literatura, máximo reconocimiento de las letras españolas.
1996: Doctor honoris causa por la Universidad de Alcalá de Henares.
1997: Premio Luka Brajnovic de la Comunicación, otorgado por la Universidad de Navarra.
1999: Premio Nacional de Narrativa, por El hereje. Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.
2000: Homenaje en la Feria del Libro de Valladolid, con una lectura pública de El hereje.
2001: Premio Extraordinario en los galardones Castellanos y Leoneses del Mundo.
2002: Premio Por un Mundo Rural Vivo, del Instituto de Desarrollo Comunitario (IDC).
2006: Premio VOCENTO a los Valores Humanos.
2007: Premio Quijote otorgado por la Asociación de Escritores de España.
2008: Doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca.
2009: Hijo Adoptivo de Molledo Portolín –localidad cántabra de la novela “El camino”.
DELIBES PERIODISTA
Umbral, autor apadrinado por Delibes, solía citar mucho la frase atribuida a Valle Inclán: «el periodismo avillana el estilo». Lo cierto es que los tres escribieron en la prensa y, si reunimos sus trabajos periodísticos, acumulan columnas, crónicas, corresponsalías, críticas y, en el caso de Miguel Delibes, hasta la dirección de un diario. El mítico (gracias en gran parte a él), periódico vallisoletano El Norte de Castilla. Lo dirige desde 1958 hasta 1963, oficialmente, aunque en realidad sigue al timón hasta 1966.
Le bastan esos ocho años para llenar su plantilla de talentos y arbitrarlos con tino, armar el Suplemento Semanal, la legendaria sección Caballo de Troya o la Sala de Cultura del Norte, inaugurada por Julián Marías. Aunque artículos tan incendiarios como «La ruina de Castilla» le van moviendo la silla del cargo hasta tirarla. Le puede su sentido del deber denunciando la situación del campo castellano en general y los problemas agrarios en particular, junto a su desprecio de las consignas editoriales propias del corsé autoritario (una prenda, el corsé, ya entonces en desuso). Hoy, seguramente, hubieran bastado los artículos de caza como talón de Aquiles y le hubieran movido la silla en las redes (su condición de naturalista insustituible, olvidada por ignorancia o intención).
Volviendo a lo importante, en palabras del propio autor, Delibes aprendió de aquel oficio no literario dos cosas muy valiosas para su dedicación a la novela: «la valoración humana de los acontecimientos cotidianos –los que la prensa refleja– y la operación de síntesis que exige el periodismo actual para recoger los hechos y el mayor número de circunstancias que los rodean con el menor número de palabras posibles».
Media docena de libros de viajes (que requieren las virtudes del cronista antes que las del autor de ficción), y numerosos artículos repartidos por cuatro décadas de vínculo profesional directo o colaboraciones de firma, avalan las virtudes como periodista de don Miguel. Lo dice José Francisco Sánchez en el prólogo a Miguel Delibes, Obras Completas, VI. El periodista. El ensayista (Barcelona, Destino-Círculo de Lectores, 2010): «no fue, como tantos otros, un escritor que escribía en los periódicos, sino un verdadero profesional del periodismo». Hacer un repaso a sus trabajos en este ámbito lo certifica sobradamente. Y todos los que se consideran discípulos de Delibes en el oficio inciden en que sabía separar perfectamente lo literario de lo periodístico y lo enseñaba «sin dar la lata» (Manu Leguineche dixit).
Con una añadido, poco desdeñable: su ojo para descubrir talentos en lo narrativo y estilístico que trasciende el trabajo del redactor, véanse Pepe Jiménez Lozano, Manu Leguineche, Miguel Ángel Pastor, Javier Pérez Pellón, Bernardo Arrizabalaga, César Alonso de los Ríos, Enrique Gavilán y el mismo Francisco Umbral. Todos jóvenes de entonces. Ojalá el periodismo de hoy esconda figuras de semejante talla y no se mueran antes de tiempo, como Gistau.
ENSAYO, CAZA, VIAJES
La obra de Delibes que no puede considerarse narrativa ficcional o periodismo, es heterogénea y nutritiva: Lo mismo aborda en un ensayo el fenómeno de la censura (La censura de prensa en los años 40), que se deja llevar en su bici (Mi querida bicicleta), o escribe de modo autobiográfico Un año de mi vida, publica la correspondencia con su legendario editor Josep Vergés (Ediciones Destino) o viaja largo para decir de cuanto ve en libros de crónica como Un novelista descubre América, Europa; parada y fonda o Usa y yo, entre otros.
Pero si hay algo que identifica a Delibes y lo singulariza entre los escritores españoles, son esos textos que le hacen sentirse, más que un escritor que caza, un cazador que escribe. La caza de la perdiz roja, El libro de la caza menor, La caza en España, S.O.S., Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, Mis amigas las truchas, El mundo en la agonía, Dos días de caza, Las perdices del domingo, La tierra herida… Sus inquietudes cinegéticas permiten a Delibes relacionarse con la naturaleza de forma constante y profunda, caminatas, paisaje, meditación y alguna que otra perdiz, la pieza predilecta. En sus propias palabras: «Amo la naturaleza porque soy un cazador. Soy un cazador porque amo la naturaleza».
Escribir de ello le dio una libertad que la ficción no le permite. Y nos deja la mejor prosa sobre el particular de su siglo, para los que gustan de la lectura… o de la caza. Se parecen más de lo que crees.
© Fundación Miguel Delibes.
© de la fotografía de caza: José Miguel de Balinera.
© de la fotografía de Montealegre de Campos (Valladolid): Nicolás Pérez.
Fernando Marañón es escritor, dibujante, director creativo y comentarista cinematográfico en radio y televisión.