EFEMÉRIDES
(Chechelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, Brasil 1977)
Una inteligencia se abre camino en el mundo editorial brasileño de 1943 tras su paso por la universidad de derecho. Firma como Clarice Lispector, nombre y refugio que simboliza su independencia y su temprana determinación de libertad, también su distancia respecto a las convenciones sociales y otras servidumbres implícitas y explícitas en su matrimonio con el diplomático Maury Gurgel Valente. Su primera novela finalizada antes de los veinte años recibe un premio, el consiguiente prestigio y críticas selectas por parte la intelectualidad del momento, nada de ventas masivas ni dinero. Al parecer, en la publicación de novedades aún cuenta la calidad, su factura literaria.
Cerca del corazón salvaje, novela debut de una ávida lectora desde la infancia, ofrece en su título una cita del Retrato del artista adolescente de James Joyce. La narración que, en opinión de la crítica, inventa una lengua propia, «rica en efectos de extrañamiento, y cambios metonímicos producidos por un flujo narrativo caracterizado por la descripción alusiva y la atención otorgada a detalles sensoriales», dista mucho de ser comparada con algo que se escribió antes; inaugura el universo que se iría desplegando y ampliando en las siguientes novelas, tal vez hasta alcanzar su máxima exuberancia en La pasión según G.H y su máxima eficacia y rotundidad en La hora de la estrella.
«La libertad que sentía a veces no venía de reflexiones nítidas, sino de un estado como hecho de percepciones demasiado orgánicas para ser formuladas en pensamientos. A veces en el fondo de la sensación temblaba una idea que le daba leve consciencia de su especie y su dolor.»
Cerca del corazón salvaje (Siruela).
Durante los años de convivencia con un diplomático el aspecto económico queda despreciado a un segundo plano mientras, en el primero, acaso más importante, Clarice lee a sus dos hijos, para quienes escribiría La mujer que mató a los peces y El conejo que sabía pensar mientras, por encima y por debajo, la escritora de más aliento trata de seguir articulando su siguiente frase, párrafo, anotando palabras en trozos de papel con la convicción de que tiene mucho que aportar, desea seguir escribiendo relatos de corte realista con un humor punzante y novelas con tramos de lectura de gran densidad como La ciudad sitiada o La manzana en la oscuridad.
«El libro, en páginas mecanografiadas, llegaba a quinientas. Lo copié once veces para saber qué era lo que quería decir. Porque quería… quiero algo, no sé todavía bien qué. Copiando voy… voy entreteniéndome».
Entrevista de 1976.
En esta etapa viaja en sentido inverso a como tuvo que hacerlo en brazos de su familia, al poco de nacer en Chechelnik, Ucrania, cuando la pobreza y la imposibilidad de un futuro digno les impelió a cambiar de continente. En Brasil fueron acogidos por parientes y la luz tropical; entonces para algunos migrantes aún había esperanza del porvenir. Ahora, habiendo recibido una buena educación, casada y con posibles, el avión y otras comodidades la dirigen rumbo a los compromisos sociales y conservadores del marido, es una «mujer de» que lo acompaña donde toque sin renunciar a su mirada algo severa e incómoda sobre el mundo, pero también sobre sí misma.
En el relato La partida del tren escribe: «La vieja era anónima como una gallina, como había dicho una tal Clarice hablando de una vieja desvergonzada, enamorada. Esa Clarice incomoda». Sorprende este autorretrato fugaz en medio de un relato con el que decidió inmortalizarse, tal vez impulsada por motivaciones similares a las del pincel que fijó el guiño eterno de Velázquez en el espejo del fondo de Las Meninas. Cuando Lispector escribe prescinde de lo atractivo, va a lo que intenta modular en letras. No así al leer, admite, pues entonces se deja llevar por lo que le gusta. Se lea por donde se lea, en la ficción o en sus crónicas y otros testimonios, encontrándose en el extranjero o en Río de Janeiro, tarde o temprano la autora es o está incomoda, tal vez fiel a su condición desclasada.
«Pero me acuerdo de una noche, en Polonia, en casa de uno de los secretarios de la Embajada, en que fui sola a la terraza: un gran bosque negro me señalaba emocionalmente el camino a Ucrania. Sentí el llamado. Rusia también me tenía. Pero yo pertenezco a Brasil».
Hablando de viajes. Fotobiografía de Nadia Battela Gotlib (Editorial Alias).
En ciudades europeas como París, Roma, Nápoles o Berna, conoce y observa la vida y el tiempo que le resulta detenido, como estancado entre la tristeza y el tedio, desde sus casas céntricas y provistas de servicio. Afina entonces sus conocimientos de francés e italiano que al cabo de los años, divorciada y emancipada, cuando acucie la necesidad de ingresos, le servirán para realizar traducciones y algunas entrevistas de encargo que publica en prensas y revistas bajo seudónimo. Prosiguen los viajes, también vive una temporada en Estados Unidos. Clarice Lispector ofrece numerosos personajes o facetas con las que siempre se puede componer y descomponer una suerte de retrato de la artista burguesa del siglo XX con todas sus contradicciones, algunas de las cuales aún hoy resultan vigentes: ser madre y escribir; tener mucho tiempo y no saber qué escribir; tener demasiadas tareas y desear escribir; viajar y encontrarse bien en apariencia pero siempre un lamento en el fondo; desear escribir la verdad y comprobar lo incómoda que esta puede resultar.
Todo ello, más allá del tópico desfasado que alude a su belleza exótica, más allá también de los comentarios publicados en algunas contraportadas de ediciones que hoy las tendencias feministas señalarían al rojo vivo en las redes y por todos los medios. Compruébese en el siguiente ejemplo tomado de las primeras ediciones de sus Cuentos reunidos, reproducido aquí por simple espíritu de comicidad: «Leer a Clarice Lispector es encontrarse con ella. Desnudar su palabra, compartir una sensualidad casi física, entrar en el cuerpo de una obra que vibra y chispea, algo así como hacer el amor, que es deseo, sexo y deceso». Solo añadir que este supuesto elogio destinado para un volumen de cuentos lo escribió un hombre.
Desde sus primeros viajes hasta sus días de mayor sosiego y progresiva enfermedad, cáncer, en su piso de Río de Janeiro, Clarice Lispector no deja de escribir cartas a sus hermanas Elisa y Tania, documentos que han sido traducidos, compilados y reeditados cuidadosamente para que saciemos nuestra sed de cotilleos paraliterarios, acaso creamos recibir auténticas dosis de la vida más íntima de esta autora capaz de crear curiosos clubs de fans, como lo fueron las «lectoras clariceanas, que iban por la calle como elevándose». Esas cartas, que en el presente tal vez hubieran sido correos electrónicos o mensajes de audio, junto a numerosos textos periodísticos y crónicas complementan y compensan la lectura de los picos más esforzados de su narrativa; conforman al mismo tiempo, dada su abundancia y su tono de honestidad implacable, también de incomodidad, la fuente primaria de la que parten las biografías y semblanzas que se van acumulando en torno a su obra y figura, desde distintas aproximaciones y perspectivas. Entre ellas, por su específica exhaustividad gráfica, cabe destacar la Fotobiografía propuesta por la investigadora Nádia Battella Gotlib (La Conaculta, Mexico, 2015), una especie de Biblia de Clarice Lispector que aviva la leyenda.
«Todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria existía la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. No sé qué, pero sé que el universo también tuvo comienzo. Que nadie se engañe, solo consigo la simplicidad con mucho esfuerzo».
La hora de la estrella (Siruela).
Léxico Lispector
Espigamos algunos motivos recurrentes en su obra que pretenden ser incitación y punto de partida para adentrarse en la obra de esta sobresaliente autora del siglo XX.
Amistad. «Nuestra amistad era tan insoluble como la suma de dos números: es inútil pretender que la certeza de que tres y dos son cinco dure más que un instante».
Amor. «¿Cómo puedo amar la grandeza del mundo si no puedo amar el tamaño de mi naturaleza?»
Caballo. «Se deja domesticar, pero con unos simples movimientos de sacudida rebelde de cabeza -agitando las crines como una cabellera suelta- demuestra que su íntima naturaleza es siempre brava y límpida y libre».
Cultura. «La señora desistió ya de la conferencia que en el fondo poco le importaba. Lo que quería era salir de aquella maraña de caminos sin fin».
Deseo. «¿Cómo había podido olvidar que siempre se desea más?»
Desnudez. «De pie en la bañera era tan anónima como una gallina».
Ella. «No había solamente alegría dentro de ella. También un poco de miedo y doce años».
Escribir. «Hasta hoy no sabía que se puede no escribir. Gradualmente, gradualmente, hasta que de repente se hace el descubrimiento muy tímido: quién sabe, yo también podría no escribir. Qué infinitamente más ambicioso. Es casi inalcanzable».
Espejos. «No existe la palabra espejo, solo espejos, porque uno solo es una infinidad de espejos».
Felicidad. «Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad».
Historia. «Mi enredo proviene de que una historia está hecha de muchas historias».
Inteligencia. «Para comprender mi no inteligencia he sido obligada a volverme inteligente».
Sábado. «Era sábado y estábamos invitados al almuerzo de agradecimiento. Pero a cada uno de nosotros le gustaba demasiado el sábado para gastarlo con quien no queríamos».
Silencio. «Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor».
Suicidio. «Habiendo tocado fondo, y con el agua al cuello, con cincuenta y tantos años, sin dejar una nota, en vez de ir al dentista se tiró por la ventana del apartamento; una persona por la cual se podría sentir tanta gratitud, reserva militar y sustento de nuestra obediencia».
Tiempo. «Esta cosa es más difícil de lo que cualquiera puede entender. Insista. No se desanime. Parecerá obvio. Pero es extremadamente difícil saber algo de ella. Pues envuelve el tiempo».
Verdad. «Rechazaba las mentiras incluso a su favor, quería la verdad por horrible que fuese. Más aún: a veces era mejor que fuese por horrible que fuese».
Yo. «Mi experiencia más grande sería ser el otro de los otros: el otro de los otros soy yo».
Natalia Carrero publicó Soy una caja (Caballo de Troya, 2008), novela cuya protagonista es fan incondicional de «la leyenda Clarice Lispector».