He aquí unas memorias descarnadas para entender la desintegración y descomposición de la banda terrorista ETA.
Detrás de este título tan propio de una novela negra, hay una obra que estallará delante del lector por su carga de autenticidad y testimonio en primera persona. Lo firma Manuel Avilés, que fue director del centro penitenciario de Nanclares de la Oca y que, junto a su amigo y secretario general de Instituciones Penitenciarias, Antonio Asunción, llevó a cabo la arriesgada maniobra que para siempre marcaría un antes y un después en la organización terrorista y en gran parte de la opinión pública. De prisiones, putas y pistolas habla de esa amistad y de un valiente desafío, que se materializó en un plan, dentro de las oficinas de los funcionarios anónimos, que condujo al comienzo del fin de ETA, nada menos.
Pero ¿quién es este jubilado que se ha encargado de poner en negro sobre blanco asuntos que lindan con lo desgarrador, alrededor de la banda sanguinaria que arrancó la vida de tantos y tantos cientos de españoles? Pues bien, Avilés era funcionario del Cuerpo Especial de Instituciones Penitenciarias, subdirector de gestión del Centro de Fontcalent en Alicante, como apuntábamos director del Centro Penitenciario de Nanclares de la Oca en Álava, y asesor ejecutivo de la Secretaría de Estado del Ministerio de Justicia e Interior, dedicado a bandas armadas.
Esa trayectoria pretérita en cargos de gran responsabilidad la ha compaginado el autor con colaboraciones en el programa literario de Onda Cero Alicante desde hace más de veinte años, y de la escritura de otros libros: los ensayos Criminalidad organizada: los movimientos terroristas, El terrorismo integrista. ¿Guerras de religión?, Delitos y delincuentes. Cómo son, cómo actúan y El enriquecimiento ilícito; y las novelas El Metralla. Andanzas de un sublevado, Ya hemos estado en el infierno, El barbero de Godoy y En la cuerda floja. Narcotráfico en Mallorca, entre otros.
Con tales referencias, de interés máximo, encaramos la lectura de una obra que parte de una fecha clave, incluso una hora concreta: a las dos de la madrugada del día 2 de diciembre de 1991, en los boletines informativos de la Cadena SER surgía una gran noticia, el hecho de que por primera vez, presos de ETA criticaban a la cúpula de la banda por sus últimas acciones terroristas y se manifestaban en contra de los atentados indiscriminados que tenían a los niños como víctimas. Una ocasión definitiva para conocer que dentro de la organización criminal había fisuras claras. Incluso había pruebas de tal cosa, pues existían grabaciones que desvelaban los nombres y el historial de los etarras críticos.
Una novela que no es novela
Aquello significaría el inicio del fin de la banda armada. De prisiones, putas y pistolas lo documenta, y desde la primera línea con un tono confesional y emocional, desde la misma dedicatoria, a Antonio Asunción, en un texto en que Avilés reivindica a las personas que tuvieron el valor de criticar a ETA cuando nadie se atrevía, con «hombres de paz», contrastándolo con Arnaldo Otegi, como Etxabe y Urrutia. Y añadía: «Cuento la historia como la recuerdo, sin ánimo de machacar ni de elevar a los altares. Esto no es un acta notarial, solo es una novela. Antonio, los dos lo sabíamos, siempre se mueren pronto los mejores; en cambio, a los inútiles, los parásitos y los hijos de puta, no te los quitas de encima ni con agua caliente».
Sí, «solo» una novela, pero mucho más: una evocación a un tiempo ya lejano (tal vez por eso el poema de Jaime Gil de Biedma que sirve de epígrafe: «Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde —como todos los jóvenes yo vine a llevarme la vida por delante»). Una historia que conocía de cerca Marta Robles, la directora y coordinadora de esta colección de la editorial Alrevés, llamada Sin Ficción, que habla del autor y sus páginas en estos términos: «… le rogué que me mandara “esa otra novela, que no era novela” y que escondía en el fondo de su ordenador. Sabía, por las poquísimas referencias que había deslizado en algunas de nuestras conversaciones, que recogía uno de los episodios más apasionantes de cuantos vivió (…) Corrían tiempos aún difíciles, donde la historia de España continuaba escribiendo renglones torcidos, pese a estar ya en democracia. La lacra de la violencia terrorista permanecía entre nosotros. Y parecía que no existía el camino por donde cortarle el paso a los violentos».
Pero lo había, dice Robles. Aquellos dos funcionarios de prisiones llevaron a cabo la vieja máxima de divide y vencerás. Pero para averiguar cómo y por qué pudieron realizar tal hazaña habrá que leer este libro que tiene este inicio, en una parte introductoria a toda la intensa trama que captará por entero la atracción del lector: «En los locutorios de la prisión de Alcalá Meco, en enero de 1993, descubren que tres presos etarras —Iñaki de Juana Chaos, Esteban Nieto y Joseba Artola Ibarretxe— junto con sus dos abogados, tan etarras como los anteriores por lo que oí en las cintas —Txemi Gorostiza y Arantza Zulueta—, han planeado y ordenado la muerte del director de la cárcel de Nanclares de la Oca, mi muerte. En esta historia truculenta me ha tocado bailar con la más fea y quieren que yo sea el fiambre. Soy un obstáculo para la liberación de la Nación Vasca, dicen, y tengo sobre mi pescuezo la espada de Damocles».
DE PRISIONES, PUTAS Y PISTOLAS. EL DESMANTELAMIENTO DE ETA EN LA CÁRCEL
Manuel Avilés
Alrevés, 281 pp., 20 €