¿Qué fue de la vida de Juan Sebastián Elcano después de dar la primera vuelta al mundo? En La Travesía Final se abordan las vicisitudes de su vida a partir de aquel momento, que lo convirtió en uno de los marinos más relevantes de la monarquía hispánica. Fueron unos años, los posteriores a 1522 en que se produjo su llegada a Sanlúcar de Barrameda desde donde escribió a Carlos Idando cuenta de su hazaña, llena de grandes acontecimientos.
JUAN SEBASTIÁN ELCANO
Carlos I había regresado a España, convertido ya en titular del Sacro Imperio Romano Germánico y recibió a Elcano en Valladolid, concediéndole un escudo de armas y una sustanciosa pensión de quinientos ducados anuales. Sin embargo, no accedió a la petición del marino de otorgarle un hábito de la Orden de Santiago. Nos encontramos con que, pese a su juventud — el rey había nacido en 1500— había madurado muy pronto. Ahora eran personalidades como Francisco de los Cobos, García de Loaysa o don Fadrique Álvarez de Toledo quienes estaban al lado del monarca, como secretarios, consejeros o atendiendo el confesionario que era lugar de mucha influencia más allá de los estrictamente espiritual. El arzobispado de Toledo, la mitra primada de España, quedaba en manos de Alonso de Fonseca y Ulloa y de los asuntos de Indias y los grandes viajes transoceánicos se encargaba don Juan Rodríguez de Fonseca. Los consejeros flamencos que habían acompañado a Carlos I en 1517 eran cosa del pasado.
En los años que siguieron a la primera vuelta al mundo aumentaron las ya de por sí grandes tensiones con Portugal. El dominio de las islas de las Especias, cuyo control ejercían los lusitanos desde que Vasco da Gama había abierto el camino para llegar a ellas bordeando del continente africano, se convirtió en uno de los principales objetivos de Carlos I, que veía en ellas una importante fuente de ingresos. La necesidad de dinero fue una de las constantes de su reinado. Se trató de no romper las hostilidades, aunque hubo serios enfrentamientos porque Juan III y Carlos I se convirtieron en cuñados por partida doble. El monarca luso se casó con Catalina de Habsburgo, la hermana pequeña del emperador, mientras que él lo hacía con la infanta portuguesa, Isabel de Avis. Este matrimonio estuvo rodeado de una serie de circunstancias que hicieron que se celebrase a horas poco comunes y con un sigilo que llamaba la atención. Para Carlos I la impresionante dote —se elevaba a novecientas mil doblas de oro— que acompañaba a la novia fueron un importante acicate, pero Isabel, que era una mujer extraordinaria, cautivó rápidamente a su marido., que no dudó en encomendarle la regencia del reino cuando se ausentaba de España.
ISABEL DE PORTUGAL
Con las siempre complejas negociaciones de los matrimonios reales como telón de fondo, se buscó llegar a algún tipo de acuerdo para determinar a quién pertenecían las islas de las Especias, según la división en dos hemisferios, el hispano y el portugués, acordada en el tratado de Tordesillas, firmado en 1494. Los más cualificados cartógrafos, astrónomos, geógrafos, pilotos o navegantes de ambos países mantuvieron una serie de reuniones, más bien disputas, en las que pusieron sobre la mesa sus conocimientos. Allí defendieron sus posiciones con los argumentos científicos con que contaban. La aportación de Elcano, único navegante que había recorrido todo el perímetro de la Tierra, era de suma importancia para sostener la posición española. Esos encuentros se celebraron primero en Vitoria y, pocos meses después, en la primavera de 1524, en las conocidas como Juntas de Badajoz-Elvas, por celebrarse alternativamente en ambas ciudades, situadas cerca una de otra y junto a la frontera que separaba ambas coronas. En esos encuentros, como hemos indicado, participó Juan Sebastián Elcano, formando parte de la delegación española, junto a Hernando Colón, Juan Vespuccio —hermano de Américo Vespuccio—, Diego Ribeiro o Juan Caboto. Allí se expusieron mapas —la cartografía era uno de los secretos de Estado mejor guardados de la época—, se presentaron mediciones y se fijaron posiciones en unos debates a la luz de la ciencia geográfica de entonces.
Las reuniones fueron tensas, ya que era mucho lo que había en juego porque el comercio de las especias era el negocio que mayores beneficios reportaba en aquella época. Era tal su importancia que Carlos I decidió crear en La Coruña una Casa de la Especiería, una Casa de la Contratación como la que en Sevilla controlaba todo los relacionado con las Indias, para controlar el comercio de las especias. Se eligió la ciudad gallega como reconocimiento por parte del rey al papel desempeñado por Galicia durante el conflicto de las comunidades, siendo fundamental para mantener la tranquilidad del reino el papel que jugaron el entonces arzobispo de Santiago de Compostela, don Alonso de Fonseca y Ulloa y don Fernando de Andrade, conde de Villalba. Sería de allí de donde partirían y recalarían las flotas de las especias. Carlos I estaba convencido de que la razón estaba de su parte y, por lo tanto, aquellas islas formarían parte de la monarquía hispánica.
Fue aquel un tiempo de fuertes enfrentamientos en la corte como centro de poder, conforme el autoritarismo de las monarquías ganaba terreno. Allí se sostenía una dura pugna, aparentemente de guante blanco, pero de una dureza extraordinaria. Lo que se jugaba era la posibilidad de ejercer influencia sobre quien ya era el monarca más poderoso de la Tierra. Particularmente tensa fue la lucha soterrada que sostuvieron el secretario real, el ubetense Francisco de los Cobos y el canciller, Mercurio Gattinara.
Fueron también años de lucha con la Francia de Francisco I que, tras perder en el pulso que mantuvo con Carlos I por hacerse con el título imperial, no se resignaba al papel hegemónico que habían configurado los cada vez más extensos dominios de la monarquía hispánica. El monarca francés apoyó a la facción de los Albert, que no se resignaban a aceptar a la anexión de Navarra a la corona de Castilla. Pero el principal escenario del conflicto hispano-francés fue el norte de Italia. El Milanesado fue la manzana de la discordia y fue allí donde españoles y franceses libraron numerosas batallas, como la de Sesia, Bicoca y sobre todo la sostenida en Pavía (1525) donde el mismísimo Francisco I, que marchaba al frente de sus tropas, cayó prisionero en manos de los españoles. Fue conducido hasta el puerto de Valencia, donde ejercía de virreina Germana de Foix, sobrina de Carlos XII de Francia, cuya prima Claudia, que había fallecido el año anterior, era la esposa de Francisco I. El monarca francés fue trasladado a Madrid donde permanecería cerca de un año, hasta la firma de la paz de Madrid a comienzos de 1526. La villa del oso y el madroño estaba todavía lejos de convertirse en la capital de España y su Alcázar en la residencia de los Austrias y centro de la corte. Allí estuvo prisionero el rey de Francia, después de pasar, al parecer por la llamada Torre de los Lujanes y la residencia de los Vargas.
Al tiempo que se desarrollaban estos acontecimientos Elcano mantuvo una agitada vida sentimental. Sabemos por su testamento que era padre de dos vástagos, un hijo y una hija, habidos de dos mujeres diferentes —María de Ernialde a la que había conocido en Guetaria y María de Vidaurreta una vallisoletana— con ninguna de las cuales contrajo matrimonio. Es posible que se viera obligado a pedir al rey protección ante alguna amenaza de los familiares de María de Vidaurreta. Aunque, también existe probabilidad de que necesitase de dicha protección por amenazas relacionadas con las tensiones que se mantenían por el control de la Especiería.
Tras el fracaso de las conversaciones con los portugueses, recibió orden del rey de aprestar en La Coruña una escuadra cuyo destino eran las Islas de las Especias y que navegaría por la ruta abierta por Magallanes. Logró que se enrolasen numerosos marinos vascos, entre ellos el joven Andrés de Urdaneta, y varios de sus familiares —sus hermanos Antón y Ochoa, y su cuñado Santiago de Guevara dueño de uno de los barcos que formarían parte de la escuadra—, además de conseguir que algunos armadores vascongados aportaran varios de los barcos de la escuadra.
El sueño de Elcano será convertirse en almirante. Ser el capitán general de una de las armadas reales. Más concretamente de una armada cuyo destino fuera la Especiería. Su sueño se hará realidad, pero no fue fácil y sólo se produjo en unas circunstancias un tanto… especiales
Conocer dichas circunstancias y la forma en que se materializaron esos hechos, en el ambiente de la España de aquellos años que siguieron a la primera vuelta al mundo, es lo que he contado en La Travesía final. La novela tiene como protagonista central a Juan Sebastián Elcano en los años que siguieron a su gesta en medio de un ambiente en que los linajes o la pertenencia a familias de abolengo era algo más importante que las capacidades demostradas para alcanzar determinados cargos. El desarrollo y las numerosas vicisitudes acaecidas en la expedición a cuyo frente acabaría Elcano forman parte importante de ella.
He pretendido situar al lector en uno de esos momentos de nuestra historia en que, en poco tiempo, ocurrieron grandes acontecimientos que marcaron el rumbo de los tiempos posteriores. Alguno de ellos tuvo al gran marino de Guetaria, al servicio de Carlos I, como protagonista. He buscado que quienes lean La Travesía Final puedan acercarse a uno de los grandes personajes de nuestra historia, al que, como ha ocurrido en muchas otras ocasiones, no se le han reconocido sus méritos de forma adecuada, dada la magnitud de la hazaña que había protagonizado.
José Calvo Poyato.
LA TRAVESÍA FINAL
José Calvo Poyato
Harper Collins, 670 pp., 23,90 €