Con motivo del día de las escritoras, en el mes de octubre me comprometí a escribir un texto que hablara de mis autoras de cabecera. Quería que en el pedestal de esa larga lista de autoras que me han marcado brillara por encima de todas Sylvia Plath, mi debilidad. Repasando bibliografía para mi artículo, me di cuenta de que en todos, de una manera u otra, se hablaba del suicidio. Esta palabra atroz sin duda forma parte de su biografía, pero muy por encima de eso ella fue autora, madre, esposa (un día hablamos de lo que siento por su marido), una artista con una mente privilegiada y dotada de una forma de ver el mundo con más colores y más sonidos. Revisaba esos textos sobre Sylvia Plath, y al final todos parecían un camino para llegar a la palabra suicidio. Entonces tuve muy presente el daño que hacemos a la cultura con las simplificaciones.
El mundo es infinito y nuestra capacidad de comprensión reducidísima, mucho más estrecha de lo que creemos, y eso limita siempre la extensión de lo que comprendemos y conocemos. Poco se puede hacer al respecto, pero al menos tenemos que ser conscientes de que esa tendencia a funcionar con etiquetas, en lugar de con nociones, y a usar clichés, en vez de conocimiento, es tremendamente injusto con el legado de los grandes hombres y mujeres que han dado tanto a la cultura.
En nuestra mente, Bukowski es igual a borracho, Hemingway a cazador y suicida. Houellebecq a la decadencia de Europa, hecha mapa en su propio cuerpo. La homosexualidad de Lorca parece pesar como una gran losa sobre su legado, cuando es algo que no debería importar más que a él mismo en vida. Era su sexualidad, algo privado y personal, y andar siempre opinando sobre ella y ver siempre su legado desde ese prisma es algo injusto y deshonesto. No negaré que hay tanto de los escritores que puede entenderse desde su biografía que la investigación del arte, conociendo la persona, entenderá mejor el producto. Pero eso es una cosa y otra que al final los autores acaben siendo una etiqueta plana e improductiva, una fina lámina que no tiene matices. Yo estaba convencido de que la literatura de Truman Capote no era para mí porque había leído A sangre fría y no lo había disfrutado. Pero me sumergí en una obra que apenas se ha difundido, El arpa de hierba, y quedé maravillado. Sí había un Truman Capote para mí, pero no el simplificado.
Igualmente reduccionista es el culto a una sola obra, que es otra forma de simplificación. Nuestra sociedad es muy dada al tótem y al privilegio de un artículo sobre el resto. El síndrome de la lista, la obsesión con el ránking, el amor por el Top 1. Shakespeare es mucho más que Hamlet, Cervantes mucho más que el Quijote, Carmen Laforetmucho más que Nada, Pirandello mucho más que Seis personajes en busca de autor.
La tecnología no ayuda, ni la deriva que de un tiempo a esta parte toma el mercado editorial. Cada vez hay más libros, pero la venta se concentra en solamente unos pocos. Por eso, lector, le invito a que se salga de lo lógico, del camino llano, de la órbita establecida, de la elección evidente. Adéntrese, en literatura, en lo menos conocido. Una vez que supere las simplificaciones, verá matices en tal o cual autor que no esperaba. Cierre ese libro que ha descubierto, y siéntase satisfecho de haber huido, también en la literatura, de lo fácil.