Por Juan Laborda Barceló
No es un asunto menor comprobar cómo Gamel Woolsey, musa de una generación de poetas, beatniks y creadores de gustos mediterráneos y procedencias anglosajonas asentados en la Costa del Sol, se hace carne inmortal en sus versos. Hasta hoy, y aunque puede que haya quedado algún que otro poema por rescatar, no existía un compendio de su obra poética al completo. El acontecimiento es algo así como celebrar a diario el paso de un cometa milenario.
Brevísima historia del amanecer podría ser el título de uno de los poemas cultistas que acoge esta obra de Woolsey, pero en realidad se trata del leitmotiv en el primer artículo de Un aire inglés. Ensayos hispano-británicos de Ignacio Peyró, recientemente publicado por la editorial Fórcola. Seguramente al autor convendría con nosotros en que los ocasos arrebolados de aquellas Tierras Medias de Gamel serían mucho más fascinantes que los ortos de la mundanal realidad, pues explica que el mismísimo Oscar Wilde decía que su contemplación era “una pretensión propia de nuevos ricos del espíritu”. La infinitud de referentes y trascendencias que despliega Peyró en el grueso de sus artículos no le serían ajenas en absoluto al otro vórtice de esta historia. Gerald Brenan, hispanista ilustre, autor de algunas de las mejores estampas negro sobre blanco en torno a nuestro caminar y sentir patrio, fue la pareja de Gamel Woolsey durante casi cuatro décadas. Y, sin ir más lejos, uno de los lugares testigo de aquel amor, con sus admiraciones y crudezas, fue la Casa Gerald Brenan de Churriana. Su director, Alfredo Taján, es a la par muy responsable de este volumen, en el que firma el prólogo y plasma, además, buena parte de su espíritu. La Editorial Renacimiento hace el resto en su ya habitual política de recuperar textos que el paso del tiempo, los exilios, las guerras o los cajones medio cerrados de la Historia han arrumbado a un rincón. Por su parte, Carlos Pranger, analiza en un extenso estudio introductorio los mimbres de una poesía sinceramente especial, además de traducirla al español, lo cual es en el fondo volver a crear.
Decía Antonio Escohotado, cuyo reciente fallecimiento empobrece el panorama del pensamiento general, que no admitía el estancamiento, pues lo que le gustaba era conocer y eso nunca tiene fin. Por lo tanto, hoy estamos de enhorabuena. Una obra desconocida ha cobrado cuerpo y se ha hecho libro virtud a múltiples esfuerzos. Probablemente él diría que todo esto nos ayuda a ser más ricos en saber, que es lo que cuenta en los pueblos. Hasta ahora, Gamel Woosley era una damisela sureña llena de encanto y refinamiento. Una estatua crisoelefantina tallada con el sesgo de su pareja que, cual Pigamlión, daba vida únicamente a aquellos conceptos que le agradaban de ella. La norteamericana es conocida sobre todo por aquel relato personal de la Guerra civil española que fue El otro reino de la muerte. El texto publicado en 1939 se galvanizará en la memoria colectiva, a través de sus sucesivas ediciones, como Málaga en llamas. Sabíamos, asimismo, que escribió un par de novelas y un buen número de poemas. Sin embargo, estos no vieron la luz hasta su muerte. El prólogo nos desvela que su genio fue, como en tantas otras ocasiones, enmudecido en vida por el vendaval que suponía Brenan (y por una serie de fracasos editoriales en los que no quiso abundar y tampoco resolver). Ella eligió esa disposición personal tan denostada que es la discreción: “Prefirió el aristocrazismo. El silencio antes que el alboroto” nos cuenta Taján al respecto. No es poco en aquella (y en esta) sociedad rendida a la sinrazón del espectáculo, por decirlo con el término de Guy Debord. No será hasta pasados unos años de la muerte de su esposa cuando Brenan reconozca públicamente su talento innegable, entre otras cosas, para la poesía.
Otra de las injusticias recalcitrantes que se han cometido con Gamel Woosley es común a diversas mujeres creadoras de varias épocas. Se trata de la construcción del relato. En muchos casos, las conocemos por otros, por lo que maridos, amantes, amigos y biógrafos nos cuentan. Por todo ello, estos versos son un acontecimiento. Aquí la vemos a ella, desde sus orígenes en Aiken (ciudad de Carolina del Sur que nos quiere sonar a mitología nórdica) hasta su fallecimiento por un cáncer de mama mal tratado. Entre medias se dejan volar sus versos, su intimidad, sus obsesiones (que no fueron pocas), su esencia. Así, observamos una poesía sencilla, rica y delicada, desbordante, en definitiva, de ambigüedades. Se concitan en ella muy diversas influencias, que nos hablan de una mujer cultísima, pero a la par sabia en las cuestiones del sentir. Hay referencias a Demeter, al Tamorlan, a Carlomagno y a Roland, pero también al Blues y a los ritmos ancestrales de sus orígenes sureños. Del mismo modo, habitan en sus estrofas cercanías con T. S. Elliot, cuya tierra baldía asoma entre sus páginas. Abril no es el mes más cruel para Gamel, pero sí hay hiel y maná a partes iguales entre lo simbólico y lo personal. También están Homero, Dante o Tennyson, ambos beben sin cesar de algo tan jugoso como son las leyendas, especialmente las medievales. Percibimos junto a todo ello, además, un torrente lírico que entronca con el dolor (hasta podemos enlazar sus letras con las de Elvira Daudet) y la fragilidad de la existencia que nos lleva hasta Walt Whitman. No será lo único que cabalgue hasta él, pues la pulsión por narrar la naturaleza del autor de Hojas de hierba, también estará en nuestra poeta. Se aprecia el anhelo de captura, en diversas ocasiones, de lo que de bello tiene la superficie visible de la tierra, que es como algunos geógrafos definen al paisaje.
La muerte, el desamor y, sobre todo, el deseo de perdurar en el tiempo, “como una interminable primavera” son algunas de las obsesiones que completan un libro de poesía inagotable. Gamel en capaz de “ver a la canícula hacer su acopio de oro”, de viajar al mundo clásico o a las pulsiones inherentes al ser humano. Nada le es ajeno. Todo lleva a la emoción de una poeta completa. Viajar Más allá de la Tierra Media es como tomar la pastilla roja en Matrix, se abren ante nosotros nuevas e infinitas interpretaciones de la realidad. Gamel Woolsey ha recorrido un largo camino. En su travesía la anuncia el sonido del olifante, lleva puesto un vestido de encaje sureño, danza al son de un Blues y la acompañan el panteón de dioses grecorromanos. Su hazaña es homérica, como diría un personaje inolvidable del maestro John Ford, pues ha pasado del Hades poético y el olvido a un futuro repleto de significados.