David Jiménez (Barcelona, 1971) ha trabajado como reportero en más de treinta países, incluidos Corea del Norte, Siria o Birmania. Se le considera un periodista con alcance e influencia global. Sus libros han sido traducidos a media docena de idiomas e incluyen el bestseller El director, sus memorias sobre el año que dirigió el diario El Mundo. También ha publicado Hijos del monzón (Premio Internacional de Literatura de Viajes Camino del Cid), El lugar más feliz del mundo y El botones de Kabul. El autor es Nieman Fellow por la Universidad de Harvard, maestro de periodistas y columnista en The New York Times.
Ahora presenta El corresponsal, una novela apasionante basada en hechos reales, en la que unjoven periodista, Miguel Bravo, es enviado a Birmania para cubrir la Revuelta Azafrán, liderada por monjes budistas. En medio de un país en convulsión, se sumerge en la fascinante vida de un grupo de corresponsales internacionales. Sus rivalidades, miedos, sueños, luces y sombras son llevados al extremo cuando la dictadura reprime las protestas y confina a los reporteros en su hotel. Pero la tragedia que enfrentará al recién llegado a su prueba de fuego.
¿Cómo encara un periodista de tan larga trayectoria el género novelístico? ¿Se nota deseando apoyarse siempre en datos fidedignos o cae tentado a la pura imaginación?
Para escribir El corresponsal he tenido que matar al periodista que llevo dentro. Aunque sumerjo a los lectores en el mundo más íntimo y desconocido de los reporteros, he escrito una novela de acción, amor y aventura. Me interesaba hacer un retrato fiel de esos personajes fascinantes que viajan por el mundo jugándose la vida, pero quería apoyarme en la ficción para construir a su alrededor una trama que enganchara a los lectores. Haber vivido ese mundo durante dos décadas fue esencial, pero después he dejado que la imaginación vuele cuando aportaba emoción a la historia.
¿Qué es lo que más le atrajo de Birmania y la Revuelta Azafrán, en suma, todo ese ambiente y ese país para hablar de corresponsales internacionales?
Miguel Bravo, el joven reportero y narrador de la historia, lo dice mientras contempla el horizonte de pagodas de Rangún, sobre un amanecer púrpura: «Podría arder el mundo a tu alrededor y no escogerías otro lugar para contemplar su final». Birmania es un escenario idílico para situar una novela como El corresponsal. Exótico, misterioso, que evoca lo mejor de Oriente: por algo inspiró la obra de Orwell o Kipling. Si además lo rodeas del aura romántica y rebelde de una revolución, tienes es escenario perfecto.
¿Por qué estamos ante el país «más bello y triste jamás inventado»?
Porque Birmania combina una belleza indescriptible (aunque he intentado describirla) con una dictadura totalitaria infame. Esa contradicción le va muy bien a unos personajes que también tienen sus luces y sus sombras. Hombres y mujeres que lo viven todo —el amor, la amistad, la traición… — con la intensidad con la que solo podrían hacerlo quienes no están seguros de si mañana seguirán con vida.
¿Daniel Vinton respondería al tradicional corresponsal que por ejemplo vemos en las novelas de Graham Greene, lacónico, de vuelta de todo, cínico?
Algo tiene del Thomas Fowler en el Saigón del El Americano tranquilo. O del reportero que interpreta Mel Gibson en la película El año que vivimos peligrosamente. Pero sobre todo tiene mucho de los juguetes rotos que me encontré en las guerras y revolución que cubrí. Hay un momento en el que Vinton se pregunta si todos los riesgos que ha corrido, la familia que nunca pudo mantener, los sacrificios y ausencias, sirvieron para parar alguna bala o reparar alguna injusticia. Vive atormentado ante la posibilidad de que la respuesta sea que no y, sin embargo, quiere seguir creyendo en lo que hace. Esta ante su última oportunidad.
Kabul, ahora Birmania, ¿tiene pensado dedicar una próxima novela a un destino que haya conocido profesionalmente también?
Es pronto para saberlo. El corresponsal acaba de echar a andar. Es un poco como preguntar a una parturienta que acaba de dar a luz cuándo tendrá otro bebé. Al terminar un libro, siento un gran vacío y me lleva un tiempo llenar el depósito de gasolina creativa para comenzar el siguiente. Siempre me pregunto cómo lo hacen esos autores que sacan un libro cada año. Quizá tienen la disciplina de un monje tibetano. No es mi caso, desgraciadamente.
Texto: QL.
© Héctor Vila.
EL CORRESPONSAL
Planeta, 344 pp., 19,90 €