El premio Nobel 2014 presenta su última obra, de tinte detectivesco, por supuesto, enmarcada en París, la ciudad a la que le ha dedicado tantas páginas, sobre tod en la etapa de la Segunda Guerra Mundial.
Al modo en que lo hizo Walter Benjamin, encontrando un tiempo y un espacio coincidentes en torno a muy distintas personalidades literarias en el París de fines de los años treinta, José Muñoz Millanes, en La ciudad de los pasos lejanos (Pre-Textos, 2013), ahondó en la relación entre el escritor ―Azorín, Pío Baroja, Gonzalo Torrente Ballester y José Gutiérrez Solana― y la ciudad. De este modo, con gran meticulosidad transitaba por aquel París tan igual y diferente que el que conocería Julio Camba antes de la Gran Guerra; un París que también había pisado Azorín antes y durante el conflicto, en 1905, «como cronista del primer viaje de Alfonso XIII al extranjero», y en 1918, como corresponsal de guerra.
José Martínez Ruiz, que nunca llegaría a hablar francés, se quedaría enamorado por siempre de la Ciudad de la Luz, a la que dedicó París, bombardeado (1919) y Españoles en París (1939). Y ello a pesar de que en los tres años que estuvo allí su soledad fue profunda, una sensación de desarraigo que le daría «tiempo abundante para conocer la ciudad desde fuera, como observador ocioso o flâneur». Divagar por plazas, cafés y bulevares sería la mejor forma para que él y el resto de escritores a los que siguió Muñoz Millanes, rastreando sus pasos ahora cercanos ―el Torrente de la Cité Universitaire que recrea en su novela autobiográfica Javier Mariño, lugar donde se vieron Baroja y Azorín, y el Gutiérrez Solana del Colegio de España―, se empaparan de una ciudad que iba a nutrirles de recuerdos hasta el fin de sus días.
En uno de los epígrafes del libro de este hispanista radicado en Nueva York desde sus estudios universitarios, de Juan Pedro Quiñonero ―junto a otros muy significativos de Andrés Trapiello y sobre todo Patrick Modiano― se daba la clave de lo que el lector-paseante se encontraba, pues eran páginas ideales para los amantes de las calles parisinas y para los que disfrutan siguiendo las huellas biográficas de los escritores por las ciudades: «La precisión topográfica de los relatos de Modiano, la geografía urbana de Modiano, Baroja y Azorín, confundiéndose accidentalmente, en París, habla de doloridas sombras y fantasmas».
Y es que, en la literatura contemporánea, si algún escritor ha viajado a París con mayor profusión, y en una etapa por completo crucial para el devenir de su población, como la de la intimidación y destrucción nazi, es, desde luego, Patrick Modiano, nacido en el año final de la Segunda Guerra Mundial. De ello dio buena cuenta su Trilogía de la Ocupación (Anagrama, 2012), una obra sorprendente por cuanto la firmó un hombre de veintitrés años; El lugar de la estrella fue la primera de esas novelas, que tenía como telón de fondo la ocupación alemana en Francia y cuyo título mezclaba la Place de l’Étoile (donde está el Arco de Triunfo) y la place de l’étoile, literalmente «el lugar de la estrella», es decir, donde los judíos tenían que ponerse la estrella amarilla que los nazis les obligaban a llevar para quedar identificados.
Un debut ganador
Ganadora de un premio literario en el que estaba de jurado Paul Morand, esta opera prima de Modiano fue todo un acontecimiento para el ambiente literario parisino. De repente, el año 1968 presencia una obra que parece concebida por un veterano: intelectualista, atrevida, reflexiva, hincada en un episodio de la historia tan distante para un muchacho y a la vez tan cercano; su protagonista, Raphaël Schlemilovitch, es un esnob exquisito, culto, malévolo y elegante que irá conociendo lo peor y lo mejor de un entorno en donde la tensión entre franceses, judíos y nazis es manifiesta. Él mismo se convierte en informante de la Gestapo, y este personaje basado parcialmente en la vida del propio padre de Modiano ―un judío sefardita que pudo librarse de ser deportado y, posteriormente, hizo negocios en el mercado negro y estuvo relacionado con la Carlingue (la Gestapo francesa)― representa lo más abyecto del que pretende sobrevivir en un tiempo de traiciones y crímenes, convirtiéndose en delator y hasta en tratante de blancas.
Esta novela, de estructura y estilo complejos por sus saltos temporales y recurso a un cóctel argumental entre real e imaginativo, y las que la siguen, La ronda nocturna y Los paseos de la circunvalación, fueron publicadas hace muchos años, y Anagrama las recuperó en el año 2012 con un prólogo de José Carlos Llop, quien habló de la escritura del galo en estos términos: «¿Su estilo?: una respiración lenta e hipnótica, con el dring cristalino y el swing jazzístico de los felices veinte». De ahí que comparase al autor de Un pedigrí ―la historia ocurrida en el París de 1942 entre un judío de origen toscano y una belga que ansía convertirse en bailarina, que acaban casándose y teniendo dos hijos, uno de los cuales es Patrick Modiano― nada menos que con quien retrató toda una época, Francis Scott Fitzgerald: ambos captadores de climas que, de forma indefinible, misteriosamente inexplicable, atrapan al lector y lo hacen leal a todas sus páginas.
De hecho, hay algo indefinible en la narrativa de Modiano que lo vuelve irresistible para cierto tipo de lectores que gustan de ritmos pausados y atmósfera parisina reconocible, que lo hace encandilador para muchos escritores, colegas de profesión que quedan subyugados ante el ropaje introspectivo, un modo de contar las cosas lacónico y sobrio, de este autor francés consagrado discretamente a su obra. Esta recibiría el reconocimiento de la Academia de los premios Nobel en el año 2014, sensible a cómo divagan por plazas, cafés y bulevares sus personajes, doloridos, fantasmales.
Es un París, pues, «onírico», como dice Fernando Castillo, «interior e intemporal, según declara el propio escritor, como histórico y real»; el perteneciente a «una transportación hacia una época que […] dice mucho de su interés por ese pasado oscuro en el que se encuentran muchas claves de su vida y de su obra»; «el París de adolescencia y todavía gris de finales de los años cincuenta, y la ciudad juvenil de los sesenta, de la guerra de Argelia, de la actividad terrorista de la OAS [Organización del Ejército Secreto, de extrema derecha] y la nouvelle vague, en los que se anunciaba el mayo francés»; «una ciudad que Patrick Modiano contempla desde la perspectiva del flâneur más avisado, del investigador curioso, del profundo conocedor de la urbe»; un París con docenas de hoteles, dice el historiador madrileño, autor de Noche y niebla en el París ocupado. Vidas cruzadas de César González Ruano, Pedro Urraca, Alberto Modiano y André Gabison. Traficantes, espías y mercado negro y París-Modiano. De la ocupación a Mayo del 68, pero sobre todo un París de cafés y bares en los que se reúnen y hablan tantos personajes modianescos.
Desasosiego en la calle
Ese dominio del escenario y los entes que en él teatralizan la urgencia de sobrevivir estaba, además, trufado de apariciones de personajes reales, como Proust, Céline o La Rochelle ―reflejo incontestable de su madurez narrativa desde muy pronto―, y tendrá continuidad como si Modiano incluso estuviera extendiendo una misma novela. De esta manera, aparecía en su trayectoria una serie de rasgos comunes que también tienen eco en Libro de familia, de 1977: un ejercicio de memorias en el que revisaba recuerdos familiares, su relación con el cine, con el París ocupada por los alemanes, su propia paternidad… mediante un género narrativo mitad novelesco mitad anecdotario autobiográfico.
Por ejemplo, en la novela del 2003 Accidente nocturno (Anagrama, 2014), su lectura nos recordaba que pisar una simple calle podía ser motivo de recuerdo turbador a la hora de adentrarnos en la narrativa de Modiano; pero tal vez nunca se veía esto tan claro como en este libro en que un veinteañero callejero con un pasado intimidante con su padre, y huérfano de madre, se iba obsesionando a medida que trataba de averiguar algo más de la mujer que lo había embestido con su coche en París, dónde sino, y lo había lesionado al punto de ser ingresado en un hospital. Todo lo cual inspiraba una investigación: urbana, bibliográfica, pero también del propio pasado, mezclada con el mundo trascendente de los sueños del personaje, enfocado en nombrar el rostro anónimo que se cruzó con él, decidido en buscar simbólicamente un punto de inflexión en su vida.
TINTA SIMPÁTICA
Patrick Modiano
Anagrama, traducción de María Teresa Gallego Urrutia, 144 pp., 17,90 €