Fue un caso excepcional. Marieke Lucas Rijneveld ganó el premio Booker 2020 Internacional a los 28 años con La inquietud de la noche. Nadie antes lo había logrado a esa edad. Entre nosotros lo publicó la editorial Temas de Hoy y se trataba de una historia de duelo, de tal modo que hablamos de una novela de argumento maduro. Se presentaba así la descarnada elección entre superar un trauma o ceder a él. La protagonista, Jas, una adolescente, pierde a su hermano en un accidente mientras esquía, y entonces el dolor del luto se suma a la ya de por sí dura tarea de hacerse adulta. Jas invoca a su hermano en extraños rituales, se pierde en compulsivos juegos eróticos, se desahoga torturando animales y fantasea con Dios y «el otro lado» en una búsqueda de sí misma y de alguien que la rescate.
Ese tono narrativo, a veces experimental, que busca adentrarse en las entrañas del dolor y las pulsiones humanas más primarias, al parecer caracteriza a esta neerlandesa que ya ha pasado a ser considerada una de las voces más aclamadas de la literatura de su país. Antes de La inquietud de la noche, ya había cosechado premios con su poesía, y todo sin dejar de lado su trabajo en la granja lechera cuya esencia impregna todas sus obras y que presta escenario a su segunda novela, Mi querida favorita.
Esta crónica del derrumbe de una familia fue merecedora de la cifra de 50.000 libras esterlinas que el Booker da a la mejor obra traducida el año en curso al idioma inglés. De las varias novelas que aspiraban al título ese año, estaban Tyll, del alemán Daniel Kehlmann, sobre la Guerra de los Treinta Años, la obra de la japonesa Yoko Ogawa The memory police y textos de Fernanda Melchor y Gabriela Cabezón. «Antes de la adjudicación del premio, Rijneveld había copado ya titulares y merecido jugosas páginas completas en nada menos que The New York Times por cuestiones que no sé si en realidad tienen que ver con la literatura», dijo en el Diario de Sevilla Luis Manuel Ruiz el 11 de octubre del 2020, y no hay más que darle la razón.
El periodista decía que si se iba a la web de la escritora se enfatizaba su imagen de «un ser hermoso y andrógino, que posa con estudiada desgana en el interior de un traje demasiado grande o da de beber a vaquitas melancólicas en un biberón». De modo que el cóctel publicitario para dar a conocer a la autora era perfecto: «persona joven, combativa, con un pasado tortuoso y un carácter de echar para atrás, de sexualidad confesamente ambigua, que de repente aspira a uno de los premios de oro de las letras mundiales. La primera novela que ha escrito puede estar muy bien, sí, pero con semejante currículum no deja de ser un elemento secundario».
Granjas y vacas
La inquietud de la noche, que también ganó el ANV Debut Prize, tenía tiene que ver, en efecto, con granjas y terneros; Rijneveld hablaba de ese mundo que conocía bien y lo aderezaba con aspectos autobiográficos, como una suerte de memorias juveniles, contadas con fuerza y elementos morbosos, como intentos suicidas o sexo con instrumentos rurales. El libro empezaba así: «Yo tenía diez años y no me quitaba el abrigo. Aquella mañana, madre nos embadurnó uno por uno con pomada de cebolla contra el frío; la sacaba de una lata amarilla de Bogena y, por lo visto, era solo para grietas, callos y unos bultos parecidos a coliflores que les salían a las vacas en las ubres. La tapa de la lata estaba tan pringosa que solo la podías hacer girar agarrándola con un trapo; olía a las ubres estofadas que madre a veces cocía sobre el fogón, en una olla con caldo, cortadas en lonchas gruesas sazonadas con sal y pimienta, y que me daban el mismo asco que aquella pomada apestosa sobre mi piel».
Y con este mismo tono empieza Mi querida favorita, que vuelve a la campiña holandesa para presentarnos un pueblo donde nunca pasa nada ni nadie. En él, un veterinario rural cumple con otra visita rutinaria a la granja vecina. Es el inicio de un verano asfixiante en el que corren rumores de una enfermedad bovina que se extiende por la zona, pero él solo tiene ojos para la hija pequeña del ganadero, que dedica los días de vacaciones a jugar en la casa familiar. Este argumento ha sido comparado con la Lolita de Vladimir Nabokov.
La escritora pone al comienzo la típica advertencia de que la historia es pura ficción, y que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. En su momento, con la anterior novela, se dijo que sus padres se quedaron consternados al ver retratado su mundo y su religión calvinista en un libro de su propia hija, lo cual vino de perilla a efectos publicitarios, claro está. De modo que ¿cómo encarar una novela muy premiada, publicitada por medios importantes, que se dice que es tan notable? Tal vez desde el escepticismo absoluto, limitándose a leer su comienzo, y si engancha, seguir adelante. Y el inicio de esta es el que sigue:
«Te lo digo ya de entrada, mi querida favorita, aquel verano obstinado debería haberte extirpado con un cuchillo pezuñero como una úlcera en el cuerno de la pezuña, dejando una obertura en el espacio interdigital para que salieran el estiércol y la suciedad, y nadie pudiera infectarte. O tal vez solo debería haberte pelado y raspado un poco con la amoladora para luego limpiarte y secarte con un poco de serrín.» Está hablando, en el verano del 2005, un hombre formado en veterinaria, en un texto sin puntos y aparte, en largos soliloquios interminable, donde vemos aquí meter una mano en la vagina de una vaca, y allá un pensamiento libidinoso sobre la niña objeto de deseo de este Humbert Humbert del siglo XXI.
Texto: QL.
© Jeroen Jumelet.
Marieke Lucas Rijneveld
Temas de Hoy, traducción de Maria Rosich Andreu, 304 pp., 18,90 €