Bernardine Evaristo (Londres, 1959) es una autora anglonigeriana, primera escritora negra en ganar el prestigioso Booker Prize en 2019 por Niña, mujer, otras, galardón que compartió con Margaret Atwood. Y aún así, la prensa y la BBC se olvidaron de su nombre, diciendo que el premio lo había ganado Margaret Atwood y «otra autora». Para no dar crédito ( y ya era una conocida autora superventas).
Ahora AdN publica Raíces rubias, una impactante ucronía que da la vuelta a la historia de la esclavitud, pues la protagonista, Doris, es una adolescente inglesa raptada por traficantes negros. La trama se ubica en tiempos indefinidos, entre la Edad Media, los siglos XVIII, XIX y XX, en un mundo dominado por los ciudadanos negros. Un mundo de amos y esclavos espejo del fundamental papel que jugó Reino Unido en el comercio esclavista a otro lado del atlántico. Una novela dura, que oscila entre la crueldad, la sátira y el humor.
La obra plantea una revisitación de la esclavitud pero al revés. ¿Cómo se le ocurrió un planteamiento tan original?
Quería centrarme en un capítulo muy concreto de ese período y en la participación de Gran Bretaña en el comercio transatlántico de esclavos.
He leído libros, he visto películas, documentales, obras de teatro… pero no quería escribir un texto al uso de mis raíces con una tradicional saga de esclavos. Como escritora buscaba experimentar con un enfoque distinto, así que pensé largamente en ello hasta que se me ocurrió la idea. Más vueltas le daba y más me gustaba este mundo de africanos esclavizando a blancos. Hasta donde yo sé, nadie lo había planteado así y me dejé llevar por la aventura.
Llaman la atención estas dos visiones tan contrapuestas y distorsionadas de ambas civilizaciones. Algunas de ellas dan mucho qué pensar. ¿Había intencionalidad en noquear al lector?
Quería poner el foco en las diferencias entre la cultura inglesa y mi inventada cultura africana. Plantear cuán extrañas se ven mutuamente. Los británicos se sentían naturalmente superiores a los africanos por su aspecto, sus costumbres, su religión, su comida, su ropa… así que le di la vuelta y lo exageré para poner en relieve las diferencias en función del prima con que observemos el mundo.
La historia es dura, ciertas escenas resultan terribles pero conviven con pasajes muy líricos y potentes pinceladas de humor. ¿Era un modo de equilibrar el desasosiego del lector y, al mismo tiempo, ridiculizar la soberbia de los esclavizadores?
Me divertí escribiendo el personaje de Buana, el amo esclavo, y su entorno. El humor me sirvió de válvula de escape para exponer y poner en evidencia algunos aspectos, ridiculizar los prejuicios, señalar las debilidades y errores de los seres humanos y, efectivamente, proporcionar un respiro. En mis obras siempre hay humor -creo que, como lectores, nos hace más receptivos- y es una herramienta que me sirve para equilibrar tragedia y comedia. Pero sin olvidar que el argumento -sobre todo en este libro- es muy serio.
El contexto histórico de esta novela es el papel de Gran Bretaña en el mercado esclavista a ambos lados del Atlántico. ¿Cree que en su país aún no se ha enfrentado tanto este pasado como se ha hecho en Estados Unidos?
Creo que durante mucho tiempo, Gran Bretaña no ha sido capaz de afrontarlo y que no se ha desmontado del todo el mito del gran imperio británico, benevolente y superior a cualquier otra nación. En parte esto se debe a que los esclavos no se encontraban en suelo británico, sino que en tierras lejanas aunque parte del imperio se financió gracias al gran, gran, estupendo negocio que representaba el comercio esclavista y que contribuyó notablemente al enriquecimiento del país. En cambio, en América la esclavitud formaba parte de la vida cotidiana, estaba presente en todas partes y los esclavos desarraigados no tuvieron más remedio que echar raíces allí. Eso marca una diferencia notable con la sociedad británica, que ha tardado en darse cuenta de las evidencias.
Miremos qué sucedió con la estatua del Edward Colston en Bristol: cuando estalló el movimiento del Black Lives Matter en 2020 la estatua de este empresario esclavista de los siglos XVII y XVII, responsable de la muerte de miles y miles de esclavos, fue derribada y lanzada al río. Supuso un hito importante para que Reino Unido se viera obligado a mirarse al espejo, a reescribir parte de su historia y a asumir ese pasado.
¿Dónde queda entonces alguien como Winston Churchill?
Es interesante pensar en ello. No conozco los puntos de vista exactos de Churchill sobre la esclavitud, pero hay evidencias recientes de que era racista, a pesar de que su papel en la Segunda Guerra Mundial lo elevó al rango de los héroes y grandes políticos del país.
El libro contiene numerosos guiños como el KKK (símbolo del Ku Klux Klan) que el jefe Buana marca en la piel de todos sus siervos.
Al escribir una novela histórica como esta, quería contemporarizar algunos aspectos y, a la hora de crear este universo alternativo, me divertí jugando con referencias actuales para poner el foco en problemas aún presentes en la sociedad. El KKK, por ejemplo, es una línea entre los esclavos afroamericanos y el racismo que aún persiste. Este juego con el tiempo, la cultura, la sociedad obliga a que el lector se plantee si estamos en un mundo de hace 200 años o en el actual.
Las raíces rubias del título aluden al origen de la protagonista, Doris, y a ese empeño de las mujeres blancas en ocultar su origen. Me ha traído ecos (al revés) de Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie, de esas mujeres afroamericanas que gastan dosis ingentes de dinero, tiempo y energías en domar su pelo afro y en aclarar su piel (al igual que muchas mujeres indias). La analogía con las raíces rubias es clara.
Sí, lo de las raíces rubias es una invención, un juego que me sirvió como título. Constituye, asimismo, una muestra del colorismo, un sistema que se basa en que a mayor claridad de piel, más privilegios. Yo soy totalmente mixta: mi padre es nigeriano, de piel muy oscura, y mi madre es inglesa y blanca. Sin embargo, mi piel no es muy oscura así que, en líneas generales, he podido moverme con ciertos privilegios. Lo vemos alrededor y es interesante observar los cambios en Gran Bretaña. El actual editor de Vogue British [Edward Enninful], por ejemplo, es medio inglés, medio africano y hasta el año pasado todas las modelos de la revista eran blancas. Él ha mostrado a mujeres con distintos tonos de piel y fue un schok verlo, era la primera vez. Sigue vigente la idea de belleza asociada a la piel clara, tanto en sociedad blancas como en las negras, herencia del colonialismo. El sistema de castas de la India también tiene mucho que ver.
Atendiendo al distinto origen cultural y geográfico de sus padres, ¿se siente partida entre dos culturas o ha podido integrarlas fácilmente?
Ahora no me siento en absoluto partida, a diferencia de hace unos años. Crecí en una familia negra en un entorno blanco y, a medida que iba creciendo, fui cada vez más consciente de mi color, asumiendo mejor mi identidad, especialmente desde que empecé a frecuentar la escuela de teatro, a descubrir referentes de cultura e historia negras, a ver el ejemplo de mis hermanas, a escribir historias de negros… Cada vez me fui desenvolviendo mejor en esta aspecto, algo que no sucedía en mi infancia. Mi segundo libro, Laura, una novela en verso, trata sobre mis raíces familiares y escribirla me permitió sumergirme en mis ascentros maternos ingleses, irlandeses y alemanes, así como los nigerianos y brasileños por parte de padre. De todo ello emergió un hondo sentido de mí misma, como una mujer inglesa negra con todo un linaje a sus espaldas.
El libro fue escrito en el 2009, cuando Obama acababa de llegar a la presidencia de Estados Unidos. ¿Cómo valora su presidencia y el hecho de que le sucediera un personaje como Trump?
Ver a Obama convertirse en presidente fue el momento político más excitante de mi vida. Hasta entonces no creí que fuera posible -ni durante la campaña- y menos que iba a ser reelegido. Hace años, un amigo mío que le conoce, me dio uno de sus primeros libros, cuando nadie había oído hablar de él, diciéndome que lo leyera («Aquí tienes al futuro presidente») y, en fin, a mí me pareció totalmente imposible. La imagen de un hombre negro al frente de una nación tan poderosa… fue increíble e inspiracional, constituyó un modelo muy potente. Luego vino Trump, el peor presidente posible, tan ignorante, populista, amoral y peligroso…Aún no entiendo como alguien pudo votar a una persona así.
Usted era poeta y Raíces rubias es su primer libro en prosa. ¿Fue difícil el salto?
Durante tiempo fui probando con la prosa y acabé tirando unos cuantos manuscritos porque no funcionaba, mi lenguaje era poético. Yo era poeta e incluso ahora me doy cuenta de que la poesía exige concisión y que mi prosa es mucho más expansiva. Pero estoy contenta de haber dado el salto. Ambas experiencias son muy gratificantes.
¿Fue dificil pergueñar el dialecto de los blancos de Raíces rubias?
En absoluto, me divertí mucho. Mi idioma materno es el inglés caribeño y aproveché mucho de ahí, aunque también tuve que trabajar duro con diccionarios e incluso fabular con mi imaginación para dar con ciertos sentidos lingüísticos que encajaran.
¿Qué le gusta leer en su tiempo libre?
Libros que abran mi imaginación, que me sorprendan, que me hagan preguntarme cómo es que no se me ocurrió a mí. Acabo de leer Los chicos de la Nickel, de Colson Whitehead (en España, Literatura Random House).
¿Qué libro o libros le habría gustado escribir?
Por ejemplo, Pleno verano, de Derek Walcott (en España, edición en Vaso Roto).
¿Tiene ya su próximo libro en mente?
Sí, estoy trabajando en ello.
Bernardine Evaristo es autora de ocho libros y muchas otras obras producidas y publicadas que abarcan todos los géneros: novela, poesía, ficción en verso, relato corto, ensayo, crítica literaria, teatro y radionovela. Su obra se fundamenta en su interés por la diáspora africana. Bernardine es activista de largo recorrido por la inclusión en las artes, y ha emprendido varios proyectos para luchar contra la falta de representación de las personas de color.
En 1982, cofundó la primera compañía de teatro de mujeres negras de GranBretaña, el Theater of Black Women; en 2007 puso en marcha un programa de mentorías para poetas de color, y en 2012 creó, junto con la Universidad de Brunel, el Premio Internacional de Brunel de Poesía Africana. Es profesora de Escritura Creativa en la Universidad de Brunel en Londres.
Con Niña, mujer, otras (AdN), su octava novela, se convirtió en la primera mujer negra en ganar el Booker Prize, lo que la convierte en la primera mujer negra en ganar este galardón, que compartió con Margaret Atwood. En breve, AdN publicará su primer libro ensayístico, Manifiesto: por qué no hay que rendirse.
RAÍCES RUBIAS
Bernardine Evaristo
ADN, traducción de Miguel Marqués Muñoz, 376 pp., 18,50 €